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EL ROBINSON SUIZO.

de tan inminente peligro. De aquí nació en todos la curiosidad de saber el medio de que me habia valido para ajustar la cuenta del tiempo trascurrido en la isla.

—Es muy sencillo, respondí. Encallámos el 30 de enero, faltaban pues once meses y un dia para otro año, y como ningun dia ha trascurrido sin que lo tuviera presente, van ya pasadas cuatro semanas del nuevo; por lo tanto, si son exactos mis cálculos, mañana será el 29 del mismo mes y por consecuencia el que finaliza el año de nuestro desembarco en este desierto suelo. Pero si mi memoria ha podido recordar estos veinte y ocho dias, quizá podrá fallarme con el tiempo. Realmente se me ha perdido el calendario, y como al parecer, añadí riendo, mi librero de Zurich no trata de mandarme el de este año, es preciso que compongamos uno para regirnos.

—Pues arreglemos uno á lo Robinson, dijo Ernesto, haciendo una raya en cualquier tabla.

—Precisamente; pero no basta, añadí; las rayas nada representarán si al propio tiempo no sabes los dias que corresponden á cada mes y el órden que guardan las estaciones.

Picado el doctorcillo de mi réplica, dióme una leccion sobre la division del tiempo.

—Los meses, dijo, unos tienen 30 dias y otros 31, únicamente febrero consta de 28 ó 29. El año tiene 365 dias, el dia 24 horas, la hora sesenta minutos, y cada uno de estos otros tantos segundos.

—¡Bravo! exclamé, eso está bien para la inteligencia común; ¿pero para tí, señor doctor, el año consta de 365 dias justos?

—Tiene 5 horas, 48 minutos y 45 segundos más.

—¿Y qué haces de esas horas, minutos y segundos?

—Los voy dejando, y cada cuatro años forman un dia más que añado al año que se llama bisiesto.

—Perfectamente; mas me parece que á pesar de la ciencia que ostentas, trabajo nos costaria orientarnos ahora sobre la medida del tiempo. ¿Quién nos dirá cuándo corresponde ser bisiesto el año, y cuáles los mese de 28, 29, 30 ó 31 dias? ¿No es probable que con tu calendario de madera se confundan el tiempo y las estaciones?

—De ningun modo, papá, contamos para diferenciar los meses y fijar su duracion con un almanaque vivo que jamás nos abandona, el cual bastará para regirnos de una manera cierta y conocer exactamente cualquier punto de partida que se adopte.

El doncel, que sólo deseaba ocasiones para hacer gala de su clara inteligencia, nos enseñó el puño cerrado, demostrándonos siguiendo las coyunturas de los dedos y las cavidades que alternativamente se suceden al nacimiento de aquellos el órden alternativo de los meses de treinta y treinta y un dias. Sus hermanos se