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EL ROBINSON SUIZO.

pez para calafatearla. Era ya casi de noche cuando los dos mensajeros llegaron de Zeltheim. Suspendióse el trabajo, y despues de cenar alegremente cerca de una hoguera que templaba el fresco que corria, nos acostámos dejando para el dia siguiente la prosecucion de la tarea.

No bien amaneció, despues de un ligero desayuno se trató de ponernos en marcha, colocando en el trineo la piragua, la resina, y toda la demás madera cortada, junto con algunos arbolillos para trasplantarlos en Zeltheim. Durante la travesía y al llegar al espacio que se encontraba entre el grande arroyo y las rocas, dejámos otra señal de nuestro tránsito, un lugar destinado á la cria de cerdos, cerrándolo á fin de que no perjudicasen las plantaciones inmediatas. Poco costó el cercado; las palmeras enanas espinosas y las higueras chumbas lo hicieron impenetrable, y para mejor seguridad se abrió una profunda zanja al rededor. Estos trabajos, que ya nos colocaban en el ramo de ingenieros, nos ocuparon cuatro días, durante los cuales, con una gran caña de bambú labré un mastelero para la canoa; y sin más que hacer por entónces, tomando el camino más corto seguímos hacia Zeltheim, á donde deseaba llegar pronto para concluir la flamante nave. A la última construccion se la puso por nombre la Ermita, y para justificarle se alzó frente á la cascada una cabaña con asientos de corteza para descansar.

Sin detenernos más que dos horas en Falkenhorst para comer y echar una ojeada á la posesion y á los animales, llegámos temprano á Zeltheim.

Despues de descansar un rato, nos pusímos á dar la última mano al barco, y lo hicímos con tanto ardor que pronto estuvo á punto de botarlo al agua. Se reforzaron los costados con duelas y costillas trabadas á la quilla, guarneciendo además los bordes con listones de madera flexibles, á los que se fijaron anillos de cuero para los cables y remos; el mástil de bambú se elevó majestuosamente en el centro con su vela triangular, los bancos de los remeros atravesaban diagonalmente el espacio, sin que faltase el correspondiente timon. En vez de lastre rellené el fondo con piedras y argamasa, que cubrí con un entablamento sólido y bien unido donde se podia uno acostar sin temor á la humedad, como tampoco á la lluvia por el resguardo de la cubierta que se colocó en la popa. Se calafateó todo con pez, alquitran y estopa; de esta suerte tuve á mi disposicion una piragua sólida, con las posibles comodidades, aventajando á muchas de las que en mis viajes por América viera fabricadas por los indios.

Pero lo que más honraba mi inventiva fue la idea original que me ocurrió de colocar al rededor del barco vejigas de lija que aseguraban por completo la embarcacion contra cualquier siniestro. Nuestra flota, pues, estaba ya completa; para excursiones lejanas contábamos con la pinaza, y la ligera canoa nos servia para recorrer la costa y proveer á nuestra subsistencia.

Se me habia olvidado decir que durante la estacion de las lluvias la vaca nos dió un ternero, al que pasé la cuerda por la ternilla de la nariz como al bú-