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ELECTRA

lanzaron al sonar la broncinea trompeta : todos a una gritando arre sacudieron las riendas con las manos . En seguida se llenó toda la carrera del estruendo de los crepitantes carros ; el polvo por encima se arremolina ba ; y a la vez que todos , confundidos entre sí , no aho rraban el aguijón para ver quién se adelantaba al carro del otro y a los relinchantes caballos , todos igual , por la espalda y las llantas de las ruedas se llenaban de la espuma que arrojaban los jadeantes equinos. Él , cuando llegaba a la última meta, la rozaba ligeramente con el cubo , soltando las riendas al caballo de la derecha y reteniendo al de la izquierda . Hasta alli todos los carros se mantuvieron bien ; pero luego , desbocados los caba llos del mancebo de Enia, le arrastran a la fuerza, y volviéndose hacia atrás en el punto en que terminaban la sexta carrera e iban a empezar la séptima , tropiezan de frente con el carro del libio, lo que originó que cada uno atropellase y embistiese al otro por ese solo acci dente , y todo el campo ecuestre de Crisa se llenase de destrozos . Mas , dándose cuenta del caso , el hábil auriga ateniense tira hacia fuera y se para , dejando pasar el confuso tropel de carros y de caballos por en medio de la arena . Venia Orestes el último , arreando sus caballos detrás de todos , pero con la esperanza en el fin ; y cuan do vió que ése solo había quedado , con estridente grito que hizo repercutir en las orejas de los ligeros caballos, le persigue; y llegando a igualarse las cuadrigas, co rrian, siendo ya ésta , ya aquélla , la que sacaba la cabeza por delante de la otra . Todas las demás carreras sin tro piezo las había recorrido el intrépido Orestes de pie en el pescante del carro ; mas luego, al aflojar la rienda iz quierda del caballo que doblaba , chocó sin darse cuenta en el borde de la meta. Se rompió el eje por la mitad ; cayó él precipitado del carro y se enredó con las co 5