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Revisión del 12:20 18 nov 2007


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I
...porque pasa esto como el humo sobre la tierra.

Como la flor enflorecieron, como la hierba se cortaron,

en tela se envolvieron, con tierra se cubrieron.

Bajo la alta bóveda de una vieja iglesia,
Entre antorchas de cera, ardiendo con grandes llamas,
Se queda estirada, en ropas blancas, la cara hacia el altar,
La novia de Arald, dueño de los ávaros;
Lenta, profundamente suenan los cantos de los clérigos.

Sobre el pecho de la muerta luce un rosario de piedras
Y su pelo de oro fluye desde el sepulcro hasta la tierra,
Caídos en si mismos son los ojos. Con una sonrisa triste y santa
Sobre sus labios juntados, que se han puesto morados,
Su cara hermosa es blanca como el estuco.

Y junto a ella, arrodillado, está el soberbio rey Arald,
Brille la desesperación en sus ojos crueles de sangre,
Y su pelo negro está revuelto... arruga sus labios;
Gritaría como los leones, pero, ¡ ay ! no puede llorar.
De hace tres días repite la historia de su vida :

"Era un mero niño. Desde viejos bosques de abeto
Rodando mis ojos hambrientos, yo consumía la tierra,
Yo trastornaba los imperios, los pueblos con mi pensamiento...
Soñando que todo el mundo obedecerá a mi palabra,
Pasaba con mi espada por las orillas del Volga.

Reinando soberbio y joven sobre las bandadas que enjambreaban,
Para los que mi ser parecía el de un semidios,
Sentía que el universo estremece a mi paso,
Y pueblos viajantes, empujados por el mío,
Llenaron asustados los vacíos hasta los polos.

Porque Odín había dejado su domo alto de hielo,
Sus pueblos entraban en zodíacos de sangre;
Con cabezas blancas, sacerdotes con pelo raro
Despertaban de los bosques eternos, de la paz secular
Miles de enjambres hablantes, fluyendo hacia la antigua Roma.

Había llegado al Nistru, para esclavizar a tu pueblo;
Con sirvientes ancianos te pusistes en mi camino,
Blanca como el mármol, con pelo de oro blando;
Bajé mis ojos frente a tu cara,
Quedando un obstinado - pero tímido niño.

A tus tiernos reproches sentía mi voz secándose
Buscaba responder, mas no sabía que;
Hubiera preferido hundirme en la tierra,
Con las dos manos tapé mi cara
Y por la primera vez me ahogó un llanto amargo.

Sonrieron entonces tus viejos amigos
Y nos dejaron solos... Al final te pregunté,
Mirándote a ti, mirando sin saber :
"¿ Para qué viniste, reina, aquí en el desierto ?
¿ Que quieres del bárbaro rodeado de abetos ?"

Con la voz llena de lágrimas, de cálida ternura,
Mirando con los ojos que escondían un cielo,
Me dijo : "Espero de tu parte, gran rey caballero,
Que me entregues a aquel que pido con humildad...
Quiero que me des al niño vagante - a Arald."

Y volviendo la cara, te entregué mi espada.
En tierras danubianas el pueblo terminó su andar,
Arald, el niño rey, olvidó del Universo,
Su oreja fue destinada a escuchar tu verso,
Desde entonces, vencedora, amaste al vencido.

Desde entonces, virgen rubia como la espiga del trigo,
Venías a mi por la noche, para que no te vea nadie,
Y cogiendo mi cuello con tus brazos nevados,
Me entregabas una boca abierta para mandar :
"Vengo a ti, rey, para pedir a mi Arald".

Si hubieras pedido la tierra con su antigua Roma,
Las coronas que los reyes ponen sobre sus frentes,
Y las estrellas que vagan eternamente por el cielo,
Les había puesto a tus pies a todas,
Pero ya no quieres a Arald, porque no quieres más nada.

¡ Ah ! ¿ dónde está ese tiempo, cuando yo seguía las orillas
Para llegar al ancho mundo... mejor hubiera sido
No verte nunca en mi vida -
Que humeasen delante de mi las ciudades en ruina,
¡ Que se cumpliera mi sueño del bosque de abetos !

Levantan las antorchas, se mueven en pasos decididos,
Llevando a la tumba el cuerpo de la reina danubiana,
Ascetas, conocedores de la vida del mundo,
Con sus barbas albas, con los ojos apagados,
Sacerdotes viejos como el invierno, con voces tiernas.

La llevan cantando por los santuarios, debajo de negras bóvedas
Bandas sombrías de la religión mística,
Por grandes cuerdas bajan el sepulcro debajo de la pared,
Sobre la piedra tumbada ponen la cruz como sello
Bajo el candelero que arde en la sombra de un rincón.