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No obstante, don Federico Pinto, y su mujer, la gorda Feliciana—"la otela" o "la chancha" como a espaldas suyas apodábanla sus amigas;—apaleaban cuotidianamente a Chumbote, acaso con el no revelado propósito de |
No obstante, don Federico Pinto, y su mujer, la gorda Feliciana—"la otela" o "la chancha" como a espaldas suyas apodábanla sus amigas;—apaleaban cuotidianamente a Chumbote, acaso con el no revelado propósito de desasnarlo, aun cuando el conseguirlo tal fuera contrariar las afirmaciones de la ciencia. |
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Chumbote había enterado los doce años, y ya se masturbaba en los lugares "sólidos", como había visto hacer al niño Jacinto, el hijo de sus patrones. Entre la masturbación y los palos se le habían secado las carnes. Y era larguirucho, flaco, amarillento, como si lo consumiera un paludismo crónico. Por lo demás, nada raro habría sido que estuviese palúdico: su cuerpo servía banquetes a los zancudos, en las noches caliginosas, tendido sobre las tablas cochosas de la cocina. |
Chumbote había enterado los doce años, y ya se masturbaba en los lugares "sólidos", como había visto hacer al niño Jacinto, el hijo de sus patrones. Entre la masturbación y los palos se le habían secado las carnes. Y era larguirucho, flaco, amarillento, como si lo consumiera un paludismo crónico. Por lo demás, nada raro habría sido que estuviese palúdico: su cuerpo servía banquetes a los zancudos, en las noches caliginosas, tendido sobre las tablas cochosas de la cocina. |