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conforme con lo que el principe Maximiliano de Wied afirma, reposan á intervalos cuando persiguen en el aire á los insectos de que se alimentan.

Su vuelo, aunque análogo al de los Hirundínidos, no es ni con mucho tan fácil, gracioso y rápido. Las alas se mueven tan aprisa como las del «Terutero» (Vanellus cayennensis Cuv.) y acompasadamente, y el ave cambia de direccion por medio de un movimiento brusco, cuando avista su presa.

Yo no he oído el grito plañidero con que, segun algunos autores, turba el Ñacundá el tranquilo sueño de la noche, ni he notado que interrumpa el silencio que habitualmente guarda, al dar caza á sus víctimas.

No bien se ha ocultado el astro del dia, á la hora melancolica en que las sombras luchan con la luz y en que el reposo reemplaza al movimiento, cuando reina esa penumbra vaga que comunica tintes y formas fantásticas á los objetos, muchos seres abandonan la guarida que durante el dia les ocultara para ir en busca de su alimento ó para entregarse á las delicias del amor.

Entre esos seres, hijos del silencio y del misterio, se cuentan las aves nocturnas, cuyos movimientos suaves y que no producen ruido, cual si temieran turbar la poética calma en que yace la naturaleza entera, y cuya voz, de ordinario áspera y monótona, enjendra mil idéas extrañas en el cerebro del vulgo.

El Ñacundà es una de esas aves.

El grupo á que pertenece es, a los Hirundínidos, lo que los Estrígidos á los otros rapaces, lo que el singular Strigops habroptilus á los Psitácidos (Loros.) etc.

La mayoría de los Caprimúlgides permanecen ocultos cuando el sol no se ha puesto aún, y aguardan la hora del crepúsculo, o aquella en que reinan las mas profundas tinieblas ó en que la luna lanza sus rayos de azulada luz, para emprender sus correrías en busca de insectos, nocturnos tambien como ellos.

El Ñacundá constituye una excepcion bien curiosa, pues suele volar y cazar mucho antes de que el sol se oculte.

El 19 de Marzo, como a las cinco de la tarde, ví un gran