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cion de todos, y por esto sin duda su voz se reduce á dos ó tres notas agudas pero débiles, siempre las mismas, lanzadas con apresuramiento. Sus movimientos, sin ser torpes ni pesados, no llaman la atencion por su donaire, ni su industria demuestra que se halle en un nivel muy alto de la escala intelectual.

Pero contemplemos su plumage. Es menester buscar al macho en lo alto de una rama, ostentando sus vivas tintas sobre el verde del follaje, para juzgar de su belleza. Entonces su pecho y su obispillo, teñidos de un anaranjado vivísimo, se destacan con energía, y una vista de poco alcance podría confundirlos con los dorados frutos del «Mburucuyá» [1]; su cabeza y su cuello, así como gran parte de las alas, parecen reflejar nuestro cielo de zafir, y la noche haber dejado un giron de su manto sobre la espalda de este hijo de la luz.

En cambio, al ver á su compañera nadie pensaría que es amada por tan magnifico galan: todo su atavío ha sido cubierto con un baño parduzco, triste. Extraña injusticia!; la que vela solícita junto a la aérea cuna, aquella sobre la cual pesan todos los cuidados y que desempeña las mas rudas taréas viste casi siempre el traje mas opaco, y cuando su amante la enamora con tiernas melodías no puede responderle con otras igualmente dulces y apasionadas.


Los colores de la Tanagra striata, particularmente los del macho, son demasiado característicos para que se pueda confundir este pájaro con ninguno de los que forman parte de la familia á que pertenece, la de los Tanágrides, grupo singular, exclusivamente propio de América, y muy numeroso, cuyo pico, comumente cónico, le ha conquistado un puesto en las filas de los Conirostros, y cuya escotadura en el mismo ha hecho que, por otro lado, se le coloque entre los Dentirostros.

Excepto las dimensiones, todos los caracteres genéricos, y una que otra particularidad especifica, tal como el color del pico y los ribetes celestes de las tectrices del ala, no se encuentra nada de comun entre los dos sexos del «Siete-co

  1. Passiflora cærulea Linn.