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REVISTA DE DERECHO, HISTORIA Y LETRAS

rubio y rosado, los rulos ocultando á medias la cara sonriente, Los bracitos tendidos hacia mí, un niño de dos anos me llamaba.

—¡Pero ese no es un anormal! —dije sorprendida al médico de la sala.

Vacilante, al principio, trémulo de indignación después, me refirió el hecho. El niño, hijo de madre soltera, había sido criado como una bestezuela por campesinos bretones, que no le enseñaron á hablar ni á caminar, que le dieron sobras de no importa qué desde que el pequeño pudo devorarlas.

Así, ingresó al servicio de anormales de Bicêtre, el vientre hinchado, las piernecitas débiles y flácidas, sin saber dar un paso, sin hablar palabra. En tres meses, alimentado humanamente, revivió.

—!Y su madre lo oculta como un crimen !, me decía el médico de guardia.

!Crimen crear, crimen trasmitir la vida! Para mí tan sólo es criminal quien, sabiéndose indigno de crear, crea.

Pero, ¿es, acaso, crimen menor el deformar una vida, el ahogar una inteligencia, embruteciéndola primero por culpable abandono y confinándola, después, entre seres deformes, monstruosos?

Hace pocos meses alguien, en Buenos Aires, despertó á la madre que dormita en todo corazón de mujer, llamando con la única voz que se oye: con lo que se moja en lágrimas.

Fué la doctora Rawson de Dellepiane al fundar su proyecto «La Casa de Madres». Creo, con ella, que allí, amparados, la madre soltera y el hijo, contrarrestarán la ley, la familia y la sociedad que los excluye. Creo que el hecho, lo ya producido, lo ya inevitable hallará en « La Casa de Madres» uno de los remedios más eficaces.

Pero ¿curaremos con ello el mal, modificaremos las causas? No. Las raíces son más hondas: No se renueva la sangre cortando el cáncer.

Afortunadamente, contra el cáncer social de la paternidad indigna de tal nombre tenemos la autoterapia de la educación, de la instrucción.