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REVISTA DE DERECHO, HISTORIA Y LETRAS

por la vida que se busca á sí misma para elevarse erigiéndose en único juez. La disciplina era férrea, como impuesta de adentrio afuera por cada alumno, juez de sí mismo en toda ocasión ordinaria, sometido al tribunal de sus discipulos en casos gravísimos.

Miss Mary visitaba personalmente la escuela toda, en cada una de sus clases del curso normal y de aplicación.

¿Por donde entraba? ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo hacía que nos observaba? ¿Habíanos hecho ya otras visitas durante el día? Imposible saberlo.

¿De donde sacaba tiempo y fuerzas para estar en todas partes?

De ahí nacía, intintivo y seguro, nuestro convencimiento de que «la maestra» lo sabía todo; de que, si algo preguntaba, era para probar nuestra veracidad pero que era inútil ocultar un hecho ó ensayar el engaño.

¿Cómo soñar en desobedecer? Jamás dudó de la palabra dada. Jamás nos atrevimos á prensar en engañarla.

La enseñanza era tan profunda, tan individual, tan personal que hacía de cada escolar un eterno alumno de la vida, en marcha hacia la verdad, hacia la bondad: «No es superior el que se adapta simplemente al medio, el que se deja teñir por él, nos decía. Superior es, el que obliga al medio, al adaptarse à él siempre que, adaptándolo, eleve la línea de la vida ».

Trabajábamos con tanto mayor placer cuanto que no teníamos celadores: Sabíamos que el vigilante sólo es necesario donde los individuos no se gobiernan á sí mismos.

«Sentíamos» el deber cuya noción teórica es tan difícil de inculcar artificialmente.

Cada curso normal tenía en el salón de clase una biblioteca de acuerdo con los programas: Aquellos libros no eran mem, adorno: Les dedicábamos toda las horas de lectura, las vacantes por falta de profesor. Cada punto esencial de los programas era debatido de acuerdo con los hechos observados por nosotros, con las teorias más razonables que cada uno de los alumnos, dividiéndonos de