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LA VÍSPERA DEL JUICIO

-¡Basta! ¡Ya no vuelvo a beber...! Por nada del mundo. Tiempo es de ponerme al trabajo... ¿Te gusta recibir tu sueldo? Pues, trabaja honradamente, con celo, sin tregua ni reposo. Acaba de una vez con las granujerias... Te has acostumbrado a cobrar tu paga en balde, y esto es malo...; esto no es honrado... Luego de haberse hecho tales razonamientos, el jefe del tren, Podtiaguin, siente un deseo invencible de tra- bajar. Son casi las dos de la madrugada, mas, a pesar de lo temprano de la hora, despierta a los conductores y va con ellos por los vagones para revisar los bi- Iletes. - Los billetes!-exclama alegremente, haciendo so- nar el taladro. Los viajeros, dormidos en la penumbra de la luz ate- nuada, se sobresaltan y le pasan los billetes. -El billete! - dice Podtiaguin dirigiéndose a un pa- sajero de segunda clase, hombre flaco, venoso, envuel- to en una manta y pelliza y rodeado de almohadas. -El billete! El hombre flaco no contesta; duerme profundamen- te. El jefe del tren le golpea en el hombro y repite con impaciencia: -¡El billete! Sulata Nacional de taas