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ANTÓN P. CHEJOV

244 ANTON P. CHEJOV te aturdido - ¿Dónde está la burla? ¡Con su consejero del Estado; no lo comprende aún! Si lo toma asi, no pe- diré más excusas a este fanfarrón. Que el demonio se lo llevel Le escribiré una carta, pero yo mismo no iré más! Le juro que no iré a su casa! A tales reflexiones se entregaba tornando a su casa. Pero, a pesar de su decisión, no le escribió carta alguna al consejero. Por más que lo pensaba, no lograba re- dactarla a su satisfacción, y al otro día juzgó que tenia que ir personalmente de nuevo a darle explicaciones. -Ayer vine a molestarle a vuecencia-balbuceo inientras el consejero dirigía hacia él una mirada inte- Trogativa, ayer vine, no en son de burla, como lo quiso vuecencia suponer. Me excusé porque estornu- dando hube de salpicarle... No fué por burla, créame... Y además, qué derecho tengo yo a burlarme de vue- cencia? Si nos vamos a burlar todos, los unos de los otros, no habrá ningún respeto a las personas de con-- sideración... No habrá... -¡Fuera! ¡Vete yal-gritó el consejero temblando de ira. -¿Qué significa eso?-murmuró Tcherviakof in mo- vil de terror. --Fuera! Te digo que te vayas! -repitió el conseje- ro pataleando de ira. Tcherviakof sintió como si en el vientre algo se le estremeciera. Sin ver ni entender, retrocedió hasta la puerta, salió a la calle y volvió lentamente a su casa... Entrando, pasó maquinalmente a su cuarto, acostose en el sofá, sin quitarse el uniforme, y... murió. Blateca Nach