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ANTÓN P. CHEJOV

234 ANTON P. CHEJOV camisa, el cual, levantando el brazo, muestra su dedo ensangrentado a la muchedumbre. Su voz y su gesto aparecen triunfantes. Su dedo semeja una enseña vic- toriosa. Diriase que todo su rostro, y aun él mismo, quieren expresar «Ya me las pagaréis todas. Ochu- melof reconoce al hombre. Es el joyero Hrinkin: En medio del circulo, temblando con todo su cuerpo, está sentado el culpable: un cachorro lebrel, con el hocico en punta y manchas rubias en el lomo. Sus ojos reve- lan su terror. -Qué ocurre -interroga Ochumelof, introdución- dose entre la gente - Qué pasa? ¿Quién grita? ¿Qué ocurre con el dedo? -Vera usted. Yo pasaba tranquilamente, sin meter- me con nadie... Iba por el asunto de las maderas.... y de repente salió este maldito animal y me mordió el dedo... sin que yo le diera motivo alguno... Dispense- me, excelencia; pero yo no soy más que un trabajador... Ejecuto trabajos minuciosos. Fuerza es que se me in- demnice. A buen seguro, yo no podré servirme de mi dedo en una semana entera. Ninguna ley puede obligarme a soportar los ataques de los animales... Como a todos les dé por morder, la vida será imposi- ble... -Hum... Está bien-dice Ochumeloſ con severidad, tosiendo y frunciendo las cejas— De quién es este perro? Esto no lo voy a dejar asi. ¡Ya verán ustedes lo que resulta con dejar sueltos a los animales por las calles! Hora es de imponer una corrección a esos caba- lleros que no hacen caso de los reglamentos. Yo sabré clavar una buena multa al granuja que permitió que su