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LA VÍSPERA DEL JUICIO

LOS HOMBRES QUE ESTÁN DE MÁS 225 soy travieso, obedezco lo que me ordenan y tú todavía gritas. Di, por qué me riñest El niño habla con tanta convicción y llora tan amar- gamente que Zaikin se avergüenza. -Tiene razón--piensa—; le busco las cosquillas. ¡Basta...! ¡Basta!-le dice golpeándole en el hombro- Anda, Petia, yo tengo la culpa; dispensame. Tú eres un buen chico y te quiero mucho. Petia se enjuga los ojos con la manga, vuelve a sen- tarse en su sitio y, con un suspiro, reanuda su tarea de recortar la sota. Zaikin se marcha a su gabinete, ex- tiéndese en el sofá, y colocándose las manos debajo de la cabeza, se pone a reflexionar. Las lágrimas del niño calmaron sus nervios, y el higado aliviose también. Pero el hambre y el cansancio le acosan. -¡Papál - dice Petia detrás de la puerta - Quieres ver mi colección de insectos? Sí, tráela. Petia entra y enseña a su padre una larga cajita ver- de. Zaikin oye de lejos un zumbido desesperado y el rascar de las patitas sobre las paredes de la caja. Al levantar la tapadera ve una multitud de maripo- sas, escarabajos, grillos y moscas clavadas en el fondo con alfileres. Todos, a excepción de dos o tres maripo- sas, están vivos y se mueven. -El grillo vive aún-dice con asombro Petia—; ayer lo cogimos y hasta ahora no se ha muerto. -¿Quién te enseñó a clavarlos asi?-le interroga Zaikin. -Olga Cirilovna. -Si la clavasen a ella misma así, qué tal le parece- FL JARDIN DE LOS CEREROS 15 Ba Nada