Diferencia entre revisiones de «Luchana/IX»
Contenido eliminado Contenido añadido
Sin resumen de edición |
Sin resumen de edición |
||
Línea 1:
{{encabezado|[[Luchana]] : 9|[[Benito Pérez Galdós]]}}
<p>«¡Que si conozco al Sr. Negretti!... ¡Si era yo el obrero que más quería D. Ildefonso, y a D. Ildefonso le quería yo como a mi padre, por más que seamos los dos de la misma edad, año más, año menos! Y no se hallará otro, lo digo yo, que mejor entienda de todas las mecánicas del mundo, así como no le hay de tanta conciencia para el trabajo, pues a cuanto sale de sus manos o de las manos que obedecen su idea, no hay que ponerle pero... Es lo que el señor dice: tal hombre no cuadra en el servicio de aquella gente y de aquel Gobierno tan eclesiástico. Tanto a él, como a todos los demás que no éramos de Guipúzcoa, nos traían entre ojos, y como por la influencia del <em>sacerdocio</em>, que allí siempre está de centinela, había entre nosotros tantos soplones y cuenteros, pronto empezaron a decir si D. Ildefonso era masón <em>volterano</em>, que si no confesaba, que si tal... Hasta que un día, allá por Julio, hallándonos en Durango, los mequetrefes de la Comisión que son los registradores de cartas, todos ellos muy aclerigados, legos de convento, mandaderos de monjas y <em>viceversa</em>, salieron con la gaita de que D. Ildefonso se carteaba con ese Ministro de Madrid que les ha limpiado a los frailes el santo pesebre... Justo, el Sr. Mendizábal. Resultado: que al maestro le llevaron preso a Tolosa, por delito que llaman de <em>
<p>»Pues hay más, señor. Luego empezaron a buscarnos camorra a mí y a otros dos castellanos. Que si éramos de la cáscara amarga, masones o perdularios ateos. Yo no hacía caso, y seguía en mi trabajo. Pero un día me acusó un chico de Eibar de que yo había dicho no sé qué cosa de la Virgen... de esas expresiones que uno suelta sin pensar, cuando no le sale bien un trabajo, o cuando a uno le salta una brasa a la cara y le quema... pues de esas cosas que se dicen: total, nada. ¿Pero Señor, yo, buen cristiano siempre, cómo había de hablar mal de la Virgen? Y aunque algo dijera, es un suponer, no por eso deja uno de ser apostólico romano, al igual de ellos. Siempre he sido devoto de Nuestra Señora. Aquí, colgada de mi pecho, llevo, mírela usía, la medalla de la Pilarica, que me puso mi madre... Pues nada, que allí salió el capataz, uno de Lezo, que le llaman Choriya, de esos que se comen los santos, y amenazándome con un martillo, dijo que yo merecía que me atravesaran la lengua con un clavo ardiendo, por haber hablado de <em>peinetas</em>, nombrando a la Virgen; y yo le respondí que las <em>peinetas</em> eran para él, y tres más. Resultado: que me castigaron, y vino un capellán a echarme predicaciones, y lo mandé también a donde me pareció. Por esto, y porque a uno no le pagaban, resolví marcharme, y una noche me escapé con otros dos mozos, que también son de acá. No más, no más facción. Buen chasco nos habíamos llevado, pues creíamos que allá ganaríamos un jornal lucido, por ser aquello Reino <em>pretendiente</em>; pero nos salió la cuenta fallida, porque allí no hay más que miseria, malos tratos y desconfianza de todo el que ha mamado leche castellana, como yo, que en tierra de Burgos, donde mismamente estampó sus patas el caballo de Santiago, vine al mundo. Resultado: que hemos vuelto acá sin un maravedí, ladrando de hambre, y ahora nos vemos en nuestra tierra mal mirados por haber servido a ese pavo acuático, que antes cegará que verse Rey de las Españas.</p>
<p>»A eso voy, sí, señor... Ya, ya entiendo que lo que le interesa conocer es todo lo que yo sepa al tenor de la familia del Sr. Negretti. Voy a eso: bebamos otro poco, que esto da la vida. Una de las razones por que deseaba volverme a mi terreno, era el no ver tasado el vino, que allí se lo daban a uno por medida, y harto de agua, mientras que aquí lo bebemos de lo mejor sin pensar en que tiene fin... Pues voy a lo de la familia. Una sola vez vi a Doña Prudencia y a la sobrina. ¡Carachis, qué guapa es; vaya un golpe de ojos! Oí decir que en Madrid un señor príncipe estuvo loco de amores por ella, y que los padres de él, por quitarle de que se casara, le encerraron en una torre, donde se arrancó la vida; que a ella, para que se le pasara la ilusión de su príncipe, la trajeron acá, y qué sé yo qué más historias... ¡Ah!, ya me acuerdo: que la niña, a quien llaman Doña Laura o cosa así, es rica, pues su padre le dejó mucha pedrería fina de diamantes y topacios amarillos; pero que tenía más <em>opulencia</em> el príncipe, su novio, el cual sólo en tierras había de heredar media España y una porción de islas de mar adentro. No sé, señor: cosas que dicen los criados, y que serán mentira, pienso yo... Vi a la tía y sobrina en Elorrio; luego se fueron a Bermeo, y ya no sé más sino que D. Ildefonso iba allá los sábados para volverse los lunes. De su paradero hoy, no puedo decirle sino que cuando se retiró del servicio de la facción se fue a Bilbao, donde vive la familia de Prudencia. No he vuelto a ver al Sr. Negretti, ni he tenido de él más noticias que lo que decía este o el otro de mis compañeros, hablar por hablar...</p>
|