Diferencia entre revisiones de «En la diestra de Dios Padre»

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{{encabe
|titulo = En la diestra de Dios Padre
|año = 18991897
|autor = Tomás Carrasquilla Naranjo
|más info = {{menor|Revista ''[https://archive.org/details/elmontaes01mediuoft El Montañés. Revista de Literatura, Artes y Ciencia.'', Año 1, número 1, Medellín, septiembre de 1897], p.22-44.}}
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Este dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un pajarate muy grande y muy viejo, en el propio camino real y afueraafuerita de un pueblo donde vivía el Rey. No era casadocasao y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida.
 
No había en el pueblo quién no conociera á Peralta por sus muchas caridades: él lavaba los llaguientos; él asistía á los enfermos; él enterraba á los muertos; se quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo para dárselos á los pobres; y por eso era que estaba en la pura inopia; y á la hermana se la llevaba el diablo con todos los limosneros y leprosos que Peralta mantenía en la casa. "¿Qué te ganás, hombre de Dios -le decía la hermana-, con trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo botás jartando y vistiendo á tanto perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte parapa que tengás hijos á quién mantener". "CálleseCálle la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer ni de nadie, porque tengo mi prójimo á quién servir. Mi familia son los prójimos". "¡Tus prójimos! ¡Será por tanto que te lo agradecen; será por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más hilachento y más infeliz que los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte una muda y comprármela á yo, que harto la necesitamos; o tan siquiera traer comida alguna vez pa que llenáramos, ya que pasamos tantos hambres. Pero vos no te afanás por lo tuyo: tenés sangre de gusano".
 
Esta era siempre la cantaleta de la hermana; pero como si predicara en desierto frío. Peralta seguía más peorpior; siempre hilachento y zarrapastroso, y el bolsico lámparo lámparo; con el fogoncito encendido tal cual vez, la despensa en las puras tablas y una pobrecía, señor, regada por aquella casa desde el chiquero hasta el corredor de afuera. Figúrese que no eran tan solamente los Peraltas, sino todos los lisiaos y leprosos, que se habían apoderao de los cuartos y de los corredores de la casa "convidaos por el sangre de gusano", como decía la hermana.
 
Una ocasioncita estaba Peralta muy fatigao de las afugias del día, cuando, á tiempo de largarse un aguacero, arriman dos pelegrinos á los portales de la casa y piden posada: "Con todo corazón se las doy, buenos señores -les dijo Peralta muy atencioso-;