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LOS SUBTERRÁNEOS

sollozos de Sofía y los gritos de doña Inocencia, la cual, cuando lo consideró oportuno, lloriqueó:

 - Consuélese, hija mia; al fin para eso hemos nacido. La resignacion es prenda de las almas cristianas, y U. no debe desesperarse. Dios lo habrá querido así; tenga resignacion.

 - ¡Ay de mí! no puedo hallarla; Dios bien lo sabe! - jimió Sofía entrecortando las palabras con los sollozos qué la ahogaban.

 - ¡Y que hemos de hacerle! Yo decía lo mismo cuando perdí á mi marido, mas el tiempo fué poco á poco haciéndome olvidar. Siento haberle traído este recuerdo... En fin, hablemos de otras cosas y en particular de su situacion, que no puede continuar así.

 Sofía enjugóse las lágrimas con el pañuelo de manos y la vieja continuó:

 - ¿Qué resuelve U.? Quiere que venga à acompañarla ó prefiere irse conmigo?

 La jóven vaciló y luego dijo:

 - Preferiría...

 - ¿Qué, hija? Hable con toda confianza.

 - Sí quisiera, ya que es tan buena...

 - Hable U.

 - Si pudiese venir conmigo...

 - Perfectamente; desde luego. Traeré mi camita y viviremos como dos ángeles.

 - ¡Oh! señora! ¡Cuanta bondad!

 - Consolar al triste es una obra de misericordia, y yo, en este caso, cumplo además con un deber gra-