Diferencia entre revisiones de «El doctor Centeno: 25»

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Página nueva: {{encabezado2|El doctor Centeno <br> Tomo I|Benito Pérez Galdós}} == Quiromancia : VII == Desde que Muñoz y Nones le dijo: «La cosa es hecha; esto es claro como la luz del...
 
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Al decir «vamos», Felipe se cosió a los faldones del manchego, y este en un rapto de amistad, de generosidad, de benevolencia, que eran el destellar más común de su alma, le dijo así cuando iban por la rampa abajo:
 
-Te tomo de criado... Si esto me sale bien, serás mi criado... mi escudero, porque verdaderamente, necesito... ¡qué lejos está, esa calle del Almendro! El otro, de puro asombrado y agradecido, no decía nada. Su alma estaba también llena de una desusada grandeza, de una esperanza embargante, de un pedazo del cielo que entraba en su cuerpo con el aliento y se le atravesaba al respirar. Ambos tenían una suerte de inspiración, de Dios interior que les agitaba y les hacía pensar, si no decir, cosas admirables... ¡Y cómo corrían! La noche estaba próxima, y Alejandro anhelaba llegar de día, porque la Godoy tenía la costumbre de echar todos los cerrojos de su casa a la hora en que se acuestan las gallinas. ¡Ay!, a todo término, por lejano que sea, se llega al fin, y ambos muchachos entraron en la calle del Almendro. ¡Qué soledad, qué paz!, y en ellos dos ¡qué palpitación de corazones, qué latido de arterias! Llevaban en sí toda la vida que faltaba al dormido barrio y podrían derramarla a raudales sobre aquel vacío escenario de las aventuras matritenses de otros siglos.