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Ella dijo:
Ella dijo:




He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo viese con sus propios ojos, el efrit comenzó á agitarse, convirtiéndose nuevamente en humareda que subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó á entrar en el jarrón poco á poco, hasta el fin. Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo con el sello de Soleimán, y obstruyó la boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: «Elige y piensa la clase de muerte que más te convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto á la orilla, é impediré á todo el mundo que pesque, diciendo: «Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar á los que le liberten.» Luego enumeró todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó salir, pero no pudo, y vio que estaba encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar, suplicó: «¡No me lleves! ¡no me
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo viese con sus propios ojos, el efrit comenzó á agitarse, convirtiéndose nuevamente en humareda que subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó á entrar en el jarrón poco á poco, hasta el fin. Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo con el sello de Soleimán, y obstruyó la boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: «Elige y piensa la clase de muerte que más te convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto á la orilla, é impediré á todo el mundo que pesque, diciendo: «Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar á los que le liberten.» Luego enumeró todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó salir, pero no pudo, y vio que estaba encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar, suplicó: «¡No me lleves! ¡no me