Diferencia entre revisiones de «Diario Militar de José Miguel Carrera: Capítulo II. 4 de Septiembre de 1811 - 2 de Diciembre de 1811»

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Línea 12:
Dueños de las armas, se presentó en la plaza algún pueblo, no el número que se había asegurado.
 
Vamos ahora a examinar las peticiones que hizo el pueblo, cómo las hizo y por qué. Ellas son seña­ladas con [en] el [documento número 1] Cuando me presenté en la sala del Congreso después de acceder a la intimación, me suplicaron (particularmente el Presidente don Juan Zerdán) que me mantuviese en su compañía para evitar insultos y para que me entendiese con el pueblo; accedí. Al poco rato dijeron algunos de los diputados, a quienes apuraba la gana de comer: “Oigamos de una vez lo que quiere el pueblo. Don José Miguel Carrera puede exigir que hagan por escrito sus peticiones para evitar confusión”. Así lo hice, bajé a la plaza y en alta voz repetí las palabras del Congreso. Llegó a mí el padre [Joaquín] Larraín, Correa, don Francisco Ramírez, yer­no de [Juan Enrique] Rosales, y porción de diputados que hacía días no asistían a las sesiones. Correa puso en mis manos una cuartilla de papel que contenía las peticiones. Se leyeron en alta voz, y entre todos los que he nombrado, acompañados de otros de la pandilla y de algunos infelices para quienes todo era igual, a cada una de las peticiones daban vivas. Inmediatamente pasé al Congreso con aquel pastel, en que se pedía la separa­ción de los sospechosos por contrarios al sistema; entre éstos estaba [Juan Agustín] Alcalde, y para que no lo desconoz­can, el Conde de Quinta Alegre. Antes de pasar adelante, quiero contar la única parte que tuve en todo lo que se hizo después de la revolución. Yo no conocía a nadie más que por los de las reuniones; pero no dejaba de reconocer la parte que tenía la facción. Se me antojó al entregar la cuartilla que contenía las peticiones que Eyzaguirre, por sus hebillas de oro, polvos, bastón gordo, capa grana y zapatos de terciopelo, había de ser más godo que Alcalde; por eso con el lápiz borré a Alcalde y puse a Eyzaguirre ; se conocía esto tanto, que no quise entregar la cuartilla y pedí al Congreso que mandara escribir lo que yo dictaría; hizose así, y al concluir pidieron que firmase, lo rehusé un poco, pero lo firmé suplicando que fuese a leerlo al pue­blo uno de los diputados, poniéndole la nota de ser copia del original que fui a recibir en la plaza del pue­blo y que me había sido entregado por uno de sus individuos. He aquí mi pecado y la única intriga de aquel día; todo lo demás fue obra de la Casa Otomana; colocó el Gobierno de su casa, Congreso de su casa, y todo a su placer y gusto. Obsérvese que entre los separados por sarracenos está [José Miguel] Infante, que siendo individuo del Cabildo, antes de la instalación de la primera Junta, dio pruebas inequívocas de su interés por la causa de la libertad, y don Juan Antonio Ovalle, que acababa de escapar de las manos del Virrey [Abascal], a quien fue remitido por primer revolucionario; estos dos no tenían otro delito que oponerse a la ambición de la Casa Otomana, según conocí después, pero los dos se vieron desterrados y sufrieron como todos los que lo merecían. El Congreso empezó a tramar alguna cosa, y se acercó el batallón de Granaderos a la plaza: al rui­do de su llegada tembló el Congreso y para tranquilizarlo le hice mil protestas de seguridad. Me cansé de acompañar a S.A., de ser su intérprete para con el pueblo, y de éste para con S.A.; me retiré, y aprovechan­do los momentos, el padre Larraín y Correa, fingiéndose apoderados del pueblo, hicieron con el Congreso cuanto gustaron, dejando en pie su fingida comisión por los días que necesitaban para sus fines. Una de las causas por que manifestaba queja el dichoso pueblo, era porque Santiago tenía doce diputados en el Congreso; pidió se redujesen a seis, y después de concedido, conociendo fray Joaquín [Larraín] que en Correa tenía un excelente auxiliar, lo dejó por su antojo en el Congreso, siendo así que quedaban siete diputados por San­tiago. ¡Qué tal! ¿Sabía capitular el frailecito? Al cerrar la noche del 4 había ya logrado cuanto podía ape­tecer; el ejecutivo era compuesto de don Juan Enrique Rosales, don Juan Mackenna, a quien por petición de los mismos se le dio el grado de Coronel (en esto también intervine) y la comandancia general de Artillería e Ingenieros; el primero es cuñado y el segundo sobrino del fraile ; don Gaspar Marín, cuya íntima amistad con Rosales y Larraines es pública; don Juan Martínez de Rozas, con quien se hallaba unida la familia, y don Martín Calvo Encalada. Don Juan Miguel Benavente era suplente de [Martínez de] Rozas. [Martínez de] Rozas, cuando per­dió las esperanzas de la revolución, se fue a Concepción para asegurar su poder desde aquella provincia. Los secretarios del Gobierno eran don Agustín Vial, íntimo amigo y dependiente de [Juan] Mackenna en Valpa­raíso y don Juan José Echeverría.
 
En la noche del 4 fui citado a casa de don Juan Enrique Rosales por Fray Joaquín [Larraín]; me llevaron al cuarto [de] estudio de don [Juan] Enrique para acordar como absolutas las reformas que ellos decían necesarias; el fraile es hábil, y como vio que en aquellos días habíamos trabajado por ellos únicamente, lo atribuyó a inocencia y sagazmente empezó a proponer. Le vi tender la vista sobre la Casa de Moneda, Administración de Tabacos, aduanas y otros empleitos de esta naturaleza; es verdad que el pobrecito tenía necesidad de acomodar a sus hermanos Martín primero y Martín segundo, a su sobrino político [Antonio José de] Irisarri y [a] una porción de parientes pobres y cargados de familia. Hagámosle justicia, la familia de los quinientos [sic] debe confesar al fraile por su padre y padre muy amante. No me parecieron bien sus propuestas, y le dije que, habiendo si­do nombrado un Ejecutivo, no había necesidad de remover [a] los jefes de aquellas administraciones, por peti­ción del pueblo; que los agraviados nos atribuirían la obra a los Carreras, y que, por consiguiente, nos llevaríamos el odio de una porción de familias que iban a reducirse a la miseria. No le agradó esto mucho a S.P. pero calló, y medio conoció que la revolución no era en todas sus partes de mi aprobación.
Línea 34:
Se organizaba la milicia cívica, la elección de los oficiales se hacía por las mismas compañías. La tarde que se reunieron a esta elección, se presentaron fray Joaquín [Larraín] y mucha parte de la familia; intriga­ron a su gusto, y resultó que colocaron toda la oficialidad de la facción: Coronel de Cívicos don Juan Ro­zas, Capellán Fray Joaquín, Sargento Mayor don Juan de Dios Vial y algunos capitanes de la familia. Vial, hermano del Secretario, reunía la inspección de Pardos, la comandancia de Asamblea y la mayoría de los Cívicos, cuando solamente tiene aptitudes para presentar cuentas y para ministro de ejecución de justicia.
 
Ya vemos toda la fuerza asegurada por los Larraines; a éstos se destinaban todos los empleos, y ca­da día se afirmaban más en su Gobierno, y esperábamos por momentos ver a nuestra patria hecha patrimonio de aquella familia, como lo fue el convento de la Merced de Fray Joaquín.
 
Querían los ambiciosos alejar de sí [a] toda persona que pudiera conocer e impedir sus miras. Me pro­puso Fray Joaquín, en compañía de Argomedo, que admitiese el Gobierno de Coquimbo; me excusé, aun­que me hacían promesas muy lisonjeras.