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Mas, a partir de ahi, perdiase su huella. ¿Dónde se había metido! Durante un momento los dientes del hacendado rechinaron furiosos ante su impotencia para descubrir el asilo del detestado enemigo. Hacia poco que le pareció oirle repicar burlonamente en torno de él, mas, debió ser aquello una ilusion de sus sentidos. ¡Ah, si pudiera alraparle, si pudiera atraparle!

 De repente se estremeció, i cntreabriendo lentamente sus cerrados párpados, vió inclinado sobre su rostro el pálido semblante del vagabundo. Apénas pudo reprimir un grito de victorioso júbilo: El cascabel estaba dentro del corazon del mendigo i repicaba con inusitado brio su perturbadora melopea. Si hubiese alguna duda sobre su presencia, allí estaban para desvanecerla los ojos húmedos del viejo qne le miraban como jamas, nadie, le habia mirado nunca. Mientras enderezaba su poderoso busto su diestra se deslizó con disimulo bajo 1a faja que cenia su cintura...


 Algunas mujeres que habian penetrado bajo la ramada huyeron lanzando espantosos alaridos. En el suelo, tendido de espaldas yacia el vagabundo con el pecho abierto, desangrándose por una horrible herida. A su lado, de rodillas, estaba el hacendndo machacando sobre la piedra de moler la sangrienta entraña. Mientras esgrimia el trozo de granito des-