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 Durante algunos dias. Quilapan, como un fantasma vago por los alrededores. Don Cosme habia dado órden a sus inquilinos de arrojarlo a latigazos si tenia la osadía de penetrar en la hacienda, pero aquella ocasion no se habia presentado, pues, el indijena se mantenía siempre fuera de los límites prohibidos. Veíasele a toda hora tendido en la yerba o acurrrucado bajo un árbol con el rostro vuelto en direccion dc la loma, de aquella tierra que era suya i en la que no podia asentar el pié.

 Una mañana al clarear el alba, apénas don Cosme habia abandonado el lecho, le anunciaron la presencia de su mayordomo a quien hizo pasar inmediatamente a su despacho. En el semblante del viejo servidor habia una espresion de júbilo mal disimulada. Se acercó al hacendado i murmuró algunas palabras en voz baja.

 A la primera frase don Cosme se irguió bruscamente i con los ojos chispeantes interrogó:

 — ¿Estás seguro?

 — Sí, señor, segurísimo, no le quepa a Ud. duda.

 Algunos momentos después, el amo i el servidor galopaban a rienda suelta por los potreros cambiando entre si frases rápidas.

 — ¿De modo que está muerto?

 — I bien muerto, señor. Cuando lo divisé creí que estuviese dormido... Le ajustó unos cuantos rebancazos i, como no se meneaba, me bajé...