Diferencia entre revisiones de «La vocación»

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-¡Y morir así, murmuraba, prisionero, sin hallar quien me defienda ni me ampare, ver insultado mi nombre por el enemigo! Si hubiera muerto en una acción de guerra, no me lamentaría de mi suerte. Eso buscaba: o la muerte o la fama. ¡Padre, padre! -prosiguió-, yo no fui para ti el hijo sumiso que anhelabas, falté a tu voluntad, me opuse a tus deseos, y Dios me castiga cruelmente. Y tú, madre de alma, ¿cómo resistirás esta pena? ¿Pasaste tanto por mí, para que hallase tan triste desenlace mi existencia? ¿No he de encontrar un medio de morir con honra?
 
Y el joven sacudía los barrotes de la ventana, contemplando con envidia el abismo que se abría bajo ella. Allí pasó la noche, pálido, agitado, sin escuchar apenas al sacerdote enviado para prepararle a morir.
Al fin la luz del alba, que empezaba a iluminar débilmente la tierra, le sacó de su estupor; entregó al cura las cartas que la tarde anterior había escrito para su familia y aguardó con indecible angustia que fueran a buscarle para la terrible ejecución. La hora se acercaba, ya no habla medio de salvarse.
 
-¡Madre de los Desamparados, santa patrona de mi bendita tierra -pronunció en voz baja y con acento desesperado-; si me libras de esta muerte ignominiosa, prometo consagrarme para siempre a tu Divino Hijo!
Las seis sonaron en el reloj del castillo, entraron en él algunos soldados y dieron orden a los prisioneros de ponerse en marcha. Todos obedecieron, mudos y sombríos, atravesaron corredores, bajaron estrechas escaleras, salieron de la prisión y se dirigieron a la explanada, en la que aguardaban más soldados y oficiales rebeldes.
 
Debían fusilar primero a los jefes, y Miguel estaba designado para morir el cuarto.
 
Vendaron los ojos a los dos primeros, uno después de otro; hicieron fuego, y cayeron aquellos valientes; iban a hacer lo propio con el tercero, cuando llegó un ordenanza con un pliego que entregó a un oficial. El contenido de éste era que las tropas leales se acercaban para salvar a seis compañeros indefensos; y era menester prepararse todos para el combate.
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-Que tomen las armas contra los suyos -gritó un oficial-; vuelvan a su prisión entre tanto.
 
Así se salvó Miguel, pero lejos de combatir contra sus hermanos, halló medio de evadirse con otros soldados, y ayudó con su arrojo a librar a los infelices prisioneros.
 
 
 
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