España exige una reparación

​España exige una reparación​ de Álvaro Alcalá-Galiano
Nota: «España exige una reparación». (ABC, 21 de septiembre de 1921, pp. 3-4)
ESPAÑA EXIGE
UNA REPARACION

 Si en anteriores artículos, haciéndome eco de una parte de la opinión española, hablaba yo de las responsabilidades ineludibles en el orden civil y militar, hoy he de referirme al anhelo febril que siente todo patriota de ver rehabilitado el prestigio de nuestras armas. Porque no cabe negarlo; allá, en el fondo de su conciencia, todo español, a raíz de los reveses de Marruecos, sentía una inconfesable humillación. Más que la sorpresa del fracaso o el dolor de haber perdido tanta sangre y tanta tierra, ganada palmo a palmo, nos indignaba la afrente o sea la bofetada que en pleno rostro, y a la faz del mundo, nos había dado el moro, ese moro a quien considerábamos como un ser inferior. De ahí el grito de ira y de indignación que ha vibrado de un estremo a otro de la Península. Hombres, mujeres y niños, pálidos de emoción y poseídos de patriótica venganza, han aclamado a las tropas que iban a Marruecos a lavar también con sangre mora la ofensa hecha a España. Este sentimiento colectivo es el que en todas las clases sociales ha realizado espontáneamente el milagro de la Unión Sagrada. Sería, pues, de lamentar que quienes dirigen los destinos del país no supieran recoger los frutos de tan dichosa fermentación, consolidándola, no ya con la victoria, sino con una bien meditada y planeada labor colonizadora.

 A mi modo de ver, el problema de Marruecos ofrece tres aspectos sobre los cuales conviene insistir: Primero, depuración de las responsabilidades en lo que se refiere al desastre de Annual y a la pérdida precitada de todas nuestras posiciones hasta dejar a Melilla indefensa. Si vuelvo, como vulgarmente se dice, a remachar el clavo, no es sólo por complacer a los amables lectores que me escriben animándome a proseguir esta campaña, sino por considerarla imprescindible para la reconstitución nacional. No debe volver a repetirse nunca la vergüenza de un desastre igual causado por la imprevisión, la desorganización y la pésima administración que dejaron tan quebrantado a nuestro Ejército y tan ultrajada a España. Los alarmistas y los pusilánimes, que creen remediar las cosas con impedir que se diga bien alto lo que todo el mundo se confía a media voz, oponen a esto el conocido argumento: "¡Hombre, por Dios, no sembremos la alarma ahora! No es el momento oportuno... Tiempo habrá de sobra cuando haya concluído la campaña para exigir responsabilidades si las hubiere..." Pero lo malo es que estos patriotas "oportunistas" son los mismos que una vez atenuada la inquietud y distraída la atención pública respecto de Marruecos, exclamarían luego "¿Quién piensa en eso ahora? ¿A qué recordar inoportunamente esos tristes episodios? Seamos generosos, olvidemos lo pasado, y a otra cosa." Huelga decir que esa generosidad y ese olvido para las ofensas o los errores cometidos volverían a traernos nuevos males. La justicia y la aclaración de lo pasado serán la base de nuestro resurgimiento, y nada fortalecería al régimen ni lo arraigaría tanto en el alma nacional como el saber que hasta los más altos personajes de la milicia o de la política han de rendir cuentas de sus actos al país. Desfilen, pues, los ex presidentes y los generales que ocuparon altos mandos y digan públicamente quiénes son los responsables de lo acaecido en Africa. El segundo aspecto del problema de Marruecos es la campaña ya iniciada, o lo que llamaríamos la revancha militar. Hay que vengar nuestro honor y reparar la ofensa a España por medio de las armas. Pero hay que hacerlo sin énfasis, sin ridícula fanfarronería, sin alardes quijotescos ni retórica de relumbrón. Esto es de lo que no se ha percatado una inmensa mayoría de nuestros compatriotas, ni esa Prensa patriótica o patriotera a la cual, por su creciente exaltación y sus indiscreciones diarias, ha habido que ponerle la sordina de la censura gubernamental. Lo malo es que hayamos pagado la culpa justos y pecadores. En cambio los que más gritan ahora y alborotan contra la censura son los que tienen menos derechos a ello. ¿Que han hecho a diario alarde de su vibrante patriotismo en el periódico? No cabe duda, y también han hecho el ridículo poniendo en evidencia a España, cuya opinión pública pretenden reflejar.

 Sospecho que los extranjeros que se interesan por nuestro país y leen nuestra Prensa han debido disfrutar envidiables ratos de hilaridad con los detalles publicados acerca de nuestra cacareada ofensiva: "¡Qué españoles éstos!—se habrán dicho—. Ni siquiera callan cuando les conviene. Han de decirlo todo a gritos: sus penas, sus inquietudes, sus alegrias y sus esperanzas. Y, por no callarse, hasta le cuentan a su adversario mismo lo que tienen en casa, lo que les falta por tener y el trato que piensan darle cuando se encuentren frente a frente." Essta ingenuidad, impropia de raza tan antigua, es lo que ha causado en el extranjero mayor estupefacción. El saberse de antemano cuántos hombres entrarán en acción, los blancos que harán nuestros cañones, el modo en que se piensan tomar las posiciones enemigas y el curso de las próximas operaciones, revela por parte de los españoles una franqueza desconcertante que ha de revolucionar la estrategia militar. Es como un jugador de cartas que anunciara en alta voz cada jugada o un tirador de florete que fuera advirtiéndole a su adversario el peligro de sus certeros golpes. Con esto y con que los moros, enriquecidos no sólo por el botín, sino por los millares de duros gastados en rescatar a los prisioneros españoles, se retiren al interior, abandonándonos las posiciones conquistadas, la ofensiva se reducirá a un paseo militar. Mas no se caiga en el necio optimismo de que una ofensiva sin lucha y sin bajas puede considerarse una victoria. Marea que baja es marea que volverá a inundarnos de no ponérsele indestructibles diques. Y no olviden los histéricos y los alarmistas que nunca pudo realizarse el milagro de una campaña en la que no se experimentaran bajas. Por último, el tercer aspecto del problema será el de colonizar cuando hayamos conquistado lo perdido. Esto habrá que discutirlo, estudiarlo y disecarlo tanto en las Cortes como en la Prensa para estimular la conciencia nacional. De lo poco o nada que hemos hecho en once años como misión civilizadora, los reveses de Africa nos han dado un ejemplo palpable. Ciertos prohombres de la oposición liberal y democrática han declarado solemnemente que la solución estaba en seguir desde hoy un "sistema diametralmente opuesto al empleado hasta ahora". ¿Quiere decir eso que toda nuestra labor en Africa ha sido un cúmulo de errores? Entonces comparten el fracaso cuantos gobernantes de una u otra tendencia han desfilado por el Poder. Pero hoy se ventila un pleito de mayor trascendencia. España tiene que rehabilitarse ante el mundo. Si perdido nuestro inmenso imperio colonial nos mostramos incapaces de dominar una pequeña faja de terreno a las puertas de casa, ello equivale a abdicar toda influencia internacional. Nos hallamos, pues, como Hamlet, ante el enigma del Ser o del No Ser.

 Alvaro ALCALA GALIANO