Escarmientos para el cuerdoEscarmientos para el cuerdoTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen doña MARÍA,
don GARCÍA y don JUAN
GARCÍA:
No aumentan, doña María,
mis ansias vuestros enojos,
que en vos salen por los ojos
parando en el alma mía.
No sabía
que desposados los dos
--¡ay, honra! ¡ay, Dios!--
cuando su fama ofendiera,
se atreviera
al cielo, a mi honor y a vos.
¿Qué importa que para el mundo
sea legítima esposa,
Leonor, de Manuel de Sosa?
Preso en tálamo segundo
en Dios fundo
el derecho verdadero,
y así infiero
que es adúltero Manuel
para con él,
casado con vos primero.
GARCÍA:
De un golpe sólo ha quitado
seis honras, siete ofendido,
a Dios el yugo rompido
que al hombre una esposa ha dado;
a mí engañado,
ignorante de este error,
y a Leonor,
que ser única creía,
y en un día
pierde esposo, ser y honor.
A vos, pues, os menosprecia,
dejándoos con tal crueldad;
a don Juan, cuya amistad
rompe, que un bárbaro precia.
Leonor, necia,
llorará bastardo un hijo;
que colijo
de quien hidalgo se llama,
y a su fama
ofende... ¿ni qué me aflijo?
Si yo el consejo siguiera
de mi venganza, ocultara
mi agravio y los enterrara
juntos, puesto que muriera.
¿Y á qué espera
padre que en su honor estriba,
si se priva
de restaurar desaciertos?
GARCÍA:
A estar muertos
no llorara infamia viva.
Era la honra mi espejo;
sienta el alma su destrozo;
su aumento procuré mozo,
su pérdida lloro viejo.
Vil consejo
de piedad. Esto merece
el que obedece
a su amor, porque enterrado
el pecado
ni deshonra ni padece.
¡Qué bien guardará secretos
un sepulcro vengativo!
Ya mi agravio sucesivo
pasará de hijos a nietos;
ya respetos
de honor el remedio es tardo,
ya no aguardo
sino descendencia infame
cuando llame
mi nieto el mundo un bastardo.
JUAN:
Los sentimientos son vanos,
perdóneme vueseñoría,
cuando la venganza envía
sangre animosa a las manos.
Mientras vive el ofensor
no desmaye el ofendido;
doña Leonor no ha perdido
un ápice de su honor.
Si la deslealtad supiera
del capitán, cosa es clara
que la mano le negara,
que la suya no admitiera.
No le juzgaba casado;
su engaño creyó apacible,
y la ignorancia invencible
excusa todo pecado.
Faltando el consentimiento
no hay culpa en la voluntad;
no consintió su beldad
sin conyugal sacramento
que amor le aposesionase;
y así no me espanto yo
que quien a ti engañó
a una mujer engañase.
Es crédula la belleza;
¿qué mucho que en tal porfía
se fiase de quien fía
el rey una fortaleza?
Manuel de Sosa, ése sí,
que su lealtad atropella
contra el cielo y Leonor bella,
contra tu honra y contra mí.
JUAN:
Pero por eso el honor
halló amparo en la venganza,
menoscabo en la tardanza
y padrino en el valor.
Yo iré tras él, pues me toca
tanta parte de este mal,
no sólo hasta Portugal,
cuando falte alguna roca
que alevosos despedace,
por todo cuanto al sol mira
desde el sepulcro en que expira
hasta la cuna en que nace.
Yo le traeré a tu presencia,
porque en ella amigo falso,
el teatro de un cadahalso
represente la sentencia
capital, que ya le intimo;
y satisfecho tu honor
la mano a doña Leonor
daré, que no desestimo
yo inocencias engañadas
de amorosas persuasiones.
Tú que en las ocupaciones
de aqueste gobierno atadas
tienes las manos y pies
estorbando el ausentarte,
permite, señor, vengarte
la ira de un portugués
que tu honor va a restaurar,
y, aunque aborrecido, adora.
Tiende velas, desancora,
alza amarras, vira al mar.
Vase
GARCÍA:
¡Plegue a Dios que los alcances
y que venciendo imposibles,
surques golfos apacibles
victorioso de sus trances!
¡Plegue a Dios que a mi presencia
don Juan generoso, tornes
con ellos, para que adornes
armas que a tu descendencia
dejes, y escriban historias
la fama de tu valor;
que el restaurar un honor
más vale que mil victorias!
Vase
MARÍA:
¡Plegue a Dios que favorables
vientos, don Juan noble, lleves,
porque faciliten leves
sus piélagos formidables!
¡Plegue a Dios que halles concordes
olas de la mar sagrada,
y que a la primer jornada
la nave adúltera abordes!
Mas si un ingrato ha de ser
de tu venganza despojos
nunca--¡plegue a Dios!--tus ojos
sus gavias merezcan ver.
Diversa derrota sigas
vientos tengas por la proa,
nunca llegues a Lisboa,
nunca tu intento consigas.
Dificultades inmensas
se opongan a tu furor,
porque más puede un amor
si es firme, que mil ofensas.
Vase.
Aparécese una nave en lo alto,
y en ella doña LEONOR,
MANUEL de Sosa, CARBALLO y otros;
zunchazos
LEONOR:
¡Favor, cielos piadosos!
¡Ay, mi Manuel, que vientos tan furiosos!
MANUEL:
Calmó, Leonor, el Leste,
persíguenos Sudueste con Nordeste;
el mar al cielo llega.
CARBALLO:
Maldiga Dios el alma que navega.
LEONOR:
¡Favor, cielo divino!
CARBALLO:
¡Agua de Satanás, tórnate vino!
Servirá de sufragio
en lugar de tormenta tu naufragio.
MANUEL:
Por junio en estos mares
estos dos vientos siempre dan pesares.
CARBALLO:
No vaya yo al infierno
por agua, ni en paraje donde invierno
es por junio y por mayo.
Muerte aguada, ¿qué quieres de un lacayo,
que en puras ocasiones
trocaba tus espumas en jamones?
MANUEL:
Distamos, Leonor mía,
de la línea abrasada al medio día
cerca de treinta grados;
por invierno y con vientos encontrados
irémonos a pique;
volvamos a Sofala o Mozambique
e invernemos en ella.
TODOS:
Vira la proa.
CARBALLO:
¿Qué maldita estrella
me sacó de Galicia?
TODOS:
¡Jesús sea con nosotros!
CARBALLO:
Por justicia
entre rayos airados,
ya cocidos nos llevan, y ya asados,
si peñascos, jigote
no hicieren de nosotros o almodrote.
Gallego Ribadavia,
¿dónde estás?
TODOS:
¡Jesús!
MANUEL:
Arbol y gavia
arrancó el mortal viento,
aligera el navío.
CARBALLO:
¿Ha tal tormento?
MANUEL:
Echa al agua esas cajas
de drogas y pimienta.
CARBALLO:
Con ventajas
juega el mar si está airado,
¿que hará después, señor, salpimentado?
Otras cosas le aplica
que la pimienta abrasa, enoja y pica.
Échale dos poetas
de estos que silba el vulgo y son maletas
de Apolo; de estos bromas
que hacen andar los versos por maromas.
Échale treinta suegras
y en ellas cebarán sus olas negras.
Échale diez madrastras,
verás, si por sus sales las arrastras,
cuán presto se sosiega.
MARINERO 1:
El agua hasta las obras muertas llega
sin que a fuerza de brazos
sangrarla puedan bombas ni zunchazos.
La tierra está cercana,
varar en ella importa, aunque inhumana.
MANUEL:
El cabo es formidable,
que de Buena Esperanza hizo agradable
el nombre lisonjero,
si cabo Tormentoso fue primero;
mortal su llano y sierra.
TODOS:
¡Que nos vamos a pique!
MANUEL:
Vara en tierra;
echa el batel. Señora,
la vida importa, no la hacienda ahora.
Venid.
Vanse
CARBALLO:
¿Luego me dejas
a que me torne congrio? Oigan mis quejas;
sordos son, mas no mudos;
romadizado el cielo da estornudos;
no hay hijo para padre,
flemas vomita el mar sin mal de madre.
Cada cual tabla escoge
en que la vida como resto arroje;
buscad una, Carballo,
si sabéis por la mar ir a caballo;
harta tu sed ahora
con un millón que tu profundo dora,
sórbelo, mar traviesa,
que en esto eres de casta ginovesa.
Vase.
Salen DIAGUITO, doña LEONOR, con un
niño en los brazos y MANUEL DE SOSA
MANUEL:
Pues quedamos con las vidas
démosle gracias a Dios;
¡Señor, perdonadme vos
tantas culpas cometidas!
Basten ya tantos trabajos;
halle amparo en vos mi fe;
perdí mi hacienda y hallé
los venturosos atajos,
para vos, de la pobreza.
Si la limosna os obliga,
permitid, Señor, que diga,
no soberbio, que es bajeza,
sino alegando servicios
para que os doláis de mí,
que a necesitado di
remedio; que beneficios
atajaron desconciertos
de pobres que sustenté,
las huérfanas que casé,
sacrificios que hice a muertos,
religiosos amparados,
hospitales socorridos
y cautivos redimidos;
cuarenta y seis mil cruzados
en vuestros libros de caja
hallaréis, piadoso Dios,
en partidas, donde vos,
si premios de tal ventaja
ofrecéis, piadoso y largo,
a quien el sediento envía
sólo un vaso de agua fría,
podréis librar mi descargo
y asentar mi finiquito.
Si por pagado no os dais;
si airado, Señor estáis,
yo solo que hice el delito
el castigo experimente
que mi soberbia enfrenó;
yo pequé, páguelo yo;
no, mi Dios, tanto inocente.
LEONOR:
Ea, mi bien, tu valor
prueba la suerte importuna.
No venciendo a la Fortuna
no te llames vencedor.
Sorbió nuestra hacienda el mar,
¿qué importa, si vida tienes?
No hay que hacer caso de bienes
que son bienes al quitar.
Cleantes los arrojó
voluntario y no forzado.
Lo que hizo un gentil de grado,
¿por qué he de sentirlo yo?
Si, como dices, me quieres,
tu caudal logras en mí.
MANUEL:
¿Tú me consuelas así,
mi bien, sol de las mujeres?
¿Tú, que frágil necesitas
el consuelo? No te nombres
mujer, pues vences los hombres
y tu valor acreditas.
En los trabajos diamante,
ni temerosa, ni opresa,
eres en fin portuguesa,
no hay peligro que te espante.
Diego, ¿cómo venís vos?
DIAGUITO:
Mojadillo, pero sano.
Señora, déle a mi hermano
de mamar.
LEONOR:
Entre los dos,
Diego, mi amor repartido
un mismo lugar tenéis;
vos, porque lo merecéis,
y él porque yo lo he parido.
Salen cuatro MARINEROS
MARINERO 1:
Del mal el menos.
MANUEL:
¡Hermanos!
MARINERO 2:
Ciento diez hombres se quedan
por la costa donde puedan
servir a los inhumanos
monstruos del mar de sustento;
los cuarenta de ellos son
portugueses.
LEONOR:
¡Compasión
extraña!
MARINERO 2:
Pero el aliento
de ver la muerte a los ojos
a quinientos animó.
MARINERO 3:
De la nave se sacó
alguna ropa y despojos,
cien mosquetes, cien espadas
y cosa de treinta picas.
MANUEL:
Éstas son presas más ricas
que las joyas más preciadas.
MARINERO 3:
Pero está la munición
hecha un agua.
LEONOR:
Enjugaráse
cuando esta tormenta pase.
MARINERO 3:
Lo demás y el galeón
sorbióselo el mar ingrato.
LEONOR:
Jugó Fortuna, ganónos;
alzóse, en fin, y dejónos
eso poco de barato;
agradezcámoselo,
que en el juego es ordinario
perder, y el tiempo es voltario,
volverá lo que llevó.
MARINERO 4:
¿Hay tal ánimo?
LEONOR:
¿Qué tierra
es ésta?
MARINERO 1:
Si hemos de dar
fe a cartas de marear,
de cafres es esta tierra;
los bárbaros más crueles
de la Etiopía africana.
LEONOR:
Todo el esfuerzo lo allana;
armas hay que abrasan pieles.
MANUEL:
¿Cuánto habrá de aquí a Zafala?
MARINERO 1:
Si hubiera en qué navegar
doscientas leguas por mar;
pero por costa tan mala
su camino pone espanto.
LEONOR:
Todo ha de vencerlo el brío
MARINERO 1:
Cien leguas de aquí está el río...
MANUEL:
Bien.
MARINERO 1:
...del Espíritu Santo;
y será posible hallar
portugueses que por él
con esta gente cruel
marfil suelen rescatar
por herramienta y espejos.
MANUEL:
Pues, amigos, imposibles
vencen pechos invencibles;
no está el socorro tan lejos
que en ese río esperamos
que buscarle no podemos.
Portugués valor tenemos,
quinientos hombres quedamos.
MARINERO 2:
Sí, mas ¿qué hemos de comer?
LEONOR:
Árboles hay por los riscos,
y por la costa mariscos;
hombres sois, mas yo mujer
que he de llevar la vanguarda;
Manuel, dadme ese bastón.
MARINERO 1:
Si nos pone corazón
tan hermoso ángel de guarda,
¿quién ha de haber que peligre?
MANUEL:
Pues alto; a marchar, soldados.
MARINERO 2:
Vamos todos apiñados;
que hay tanto león y tigre,
que en desmandándose alguno
bien pueden doblar por él.
LEONOR:
¡Ánimo, pues, mi Manuel!
No se descuide ninguno.
MANUEL:
Dejad, mi bien, que primero,
de las tablas que ha arrojado
el mar, con todos airado,
os hagan, aunque grosero,
algún sillón en que os lleven.
LEONOR:
Correréme si eso mandas;
a imágenes lleven andas,
damas sus regalos prueben,
que yo he de ir a pie y delante.
MANUEL:
Dame esos brazos, valor
de Portugal.
LEONOR:
Soy Leonor
León al nombre semejante.
MANUEL:
Traigan los negros de carga
lo que nos perdonó el mar.
LEONOR:
Señores, alto, a marchar,
porque es la jornada larga.
Cuando falte de comer
cuentos y donaires tengo;
veréis cómo os entretengo
el hambre.
MARINERO 2:
¡No hay tal mujer!
Por animarnos se ríe.
MARINERO 1:
Siempre hemos de ir playa a playa.
MANUEL:
Dios en nuestro amparo vaya;
el ángel santo nos guíe.
Vanse.
Salen BUNGA y QUINGO, negros
BUNGA:
¿Fuéronse los blancos?
QUINGO:
Sí.
BUNGA:
Míralo bien.
QUINGO:
Ya se han ido;
desde aquel bosque escondido,
hecho un escuadrón los vi,
que marchaban ordenados
por la costa.
BUNGA:
Fuego en ellos;
que tanto miedo he de vellos
con rayos desatinados,
que ardiendo echan los bodoques
y alcanzan de a legua y más.
QUINGO:
De ellos se quedan atrás
tal vez, Bunga, en que provoques
el apetito.
BUNGA:
Bien sabe
la carne blanca, es muy tierna;
antaño comí una pierna
porque se perdió una nave
cerca de aquí, y de la gente
que casi ahogada salió,
medio blanco me tocó.
QUINGO:
Viene mucha del poniente
por el marfil que rescatan
aquí cerca, hacia aquel río
del rey de Bongo.
Sale CARBALLO
CARBALLO:
¡Dios mío,
favor!
BUNGA:
¡Ay!
CARBALLO:
Que me maltratan
aguas que nunca probé.
QUINGO:
¿Qué es eso?
BUNGA:
Un blanco arrojó
el mar.
QUINGO:
¿Tiene rayo?
BUNGA:
No.
QUINGO:
Pues si no, le pasaré
con esta vara tostada,
y tendremos que cenar.
BUNGA:
¡Oh, qué hartazgo me he de dar!
CARBALLO:
¡Ay, tras cada bocanada
echo las tripas!
QUINGO:
¿Le paso?
BUNGA:
Bien pasado el pobre está.
Cojámosle vivo.
CARBALLO:
Ya
no hay, Carballo, que hacer caso
de vos, ya estáis enjuagado;
estómago que ha sufrido
tanta agua, de él me despido;
no quiero vivir aguado.
BUNGA:
Agárrate, pues te alegras
con tales presas.
QUINGO:
Aquí.
Cógenle
CARBALLO:
¡Jesús, que vienen por mí
dos pájaros de uñas negras!
¡Cata la cruz!
BUNGA:
Tenle bien.
CARBALLO:
¡San Blas, San Arquitriclino,
que volviste el agua en vino;
San Pero González!
QUINGO:
Ten.
BUNGA:
¡Ay, cielos, qué linda cara
tiene el blanco!
CARBALLO:
¡San Domingo,
San Miércoles!
BUNGA:
Oye, Quingo,
flaco está, si él engordara
sabroso bocado fuera.
QUINGO:
¿Pues hay más que le cebemos
dos meses?
BUNGA:
Así lo haremos;
agasájale, no muera
de temor, porque seguro
que no le hemos de matar
más fácil podrá engordar.
QUINGO:
Bien has dicho.
BUNGA:
¡Guro, guro!
QUINGO:
Cugazú, morcí, morcí.
CARBALLO:
No os entiendo, no os entiendo;
¿qué diablos me estáis diciendo?
BUNGA:
Jigo...
CARBALLO:
¿Jigote de mí?
¡Ay, cielos, guisarme quieren!
QUINGO:
Morcí..............[ -én]
.....
CARBALLO:
Y morcillas también
si en vino no me cocieren.
BUNGA:
Asarú, jigo, quizú.
CARBALLO:
¿Asado y jigote yo?
¡mal haya quien me parió!
QUINGO:
Pastilay, Bunga mi zú.
CARBALLO:
¿Que hay pastel en mí y buñuelos,
dicen?
BUNGA:
No quiere entender.
Dile que yo soy mujer,
que pierda el temor. ¡Ay, cielos!
que en él me estoy abrasando.
Dile que no morirá.
QUINGO:
Pastilay.
CARBALLO:
Pastel habrá
y empanadas.
BUNGA:
¡Qué temblando!
QUINGO:
Albongonzú.
CARBALLO:
Albondiguillas
me quieren hacer también.
BUNGA:
Pastilay.
CARBALLO:
¡No huelo bien,
pues dice ésta que hay pastillas!
BUNGA:
Quingo, en mi tambo estará
mejor si hemos de cebarle,
que yo sabré regalarle
y así se asegurará.
¿No te parece?
QUINGO:
Pues yo
tengo más gusto que el tuyo.
BUNGA:
¡Ay, amor, si éste es mi cuyo
en buen punto acá salió.
Bunga, yo, carní verí.
CARBALLO:
Ya me hacen carnero verde.
BUNGA:
Parece que el temor pierde.
CARBALLO:
Regalos me hace, ¡ay de mí!
Contemporizar, Carballo,
por no morir.
BUNGA:
Bongo, bongo.
CARBALLO:
Será fin de Monicongo,
no te entiendo.
BUNGA:
Bongo.
CARBALLO:
Andallo. Abrázale
Abrazóme.
BUNGA:
Si con él
me caso, no hay más placeres.
Bongo.
CARBALLO:
¿Qué diablos me quieres,
tarima de San Miguel?
BUNGA:
Yo le hartaré de marfil.
Cocí, cocí.
CARBALLO:
Ya entender.
Dice que me han de cocer,
ya yo llevo perejil.
Vanse.
Salen doña LEONOR,
MANUEL, DIAGUITO y
los cuatro MARINEROS
MANUEL:
El deseado río descubierto,
no hallamos, Leonor mía, embarcaciones;
el hambre cuatrocientos nos ha muerto,
pasto fatal de tigres y leones;
infructífero y sólo este desierto,
salada el agua y tantas maldiciones
como me alcanzan, niegan la salida
la muerte al alma y al dolor la vida.
Un vaso de agua cuesta cien escudos;
premio mortal de aquél que va por ella;
pues apenas se parte, que desnudos
de ropas y crueldad le dan por ella
muerte los cafres bárbaros y mudos.
Acabóse el sustento, esposa bella;
un pellejo de cabra mis soldados
comieron hoy, y costóme cien cruzados.
El reyecillo vil de aquesta gente
nos ofrece en sus fuerzas hospedaje,
entretanto que el cielo, más clemente,
nos trae amigos que nos den pasaje;
pero hallo en ello más inconveniente
que en todo lo demás de este viaje,
porque las armas en rehenes pide,
o si no se las damos nos despide.
MANUEL:
Dice que sus vasallos, asombrados
de nuestros arcabuces, no aseguran
sus vidas de nosotros si hospedados,
su pobre habitación darnos procuran,
entre riscos incultos retirados,
firmes en este tema todos juran
que si nos desarmamos amigables,
nos darán de sus frutos miserables.
Obligarles por fuerza es imposible
si miráis de estos montes la aspereza;
rendir las armas, condición terrible,
pues no hay seguridad en su fiereza;
morir de sed y hambre es cosa horrible,
mas será indubitable la certeza
de nuestro lastimero fin, de modo
que todo es peligroso, mortal todo.
Pero de tantos males y trabajos
el menor, si os parece, es bien que escoja;
simples son; con caricias y agasajos
se amansa un tigre y su rigor se afloja;
al remedio busquemos los atajos,
alivie la prudencia a la congoja;
mi voto, amigos, es que les rindamos
las armas que nos piden, y vivamos.
MARINERO 1:
Yo, a lo menos, morir armado quiero.
MARINERO 2:
Yo de idólatras bárbaros no fío.
MARINERO 3:
El plomo es mi defensa y el acero.
DIAGUITO:
Mataránnos sin armas, padre mío.
MARINERO 4:
Quien las da no es fidalgo caballero.
LEONOR:
No os engañe, mi bien, tal desvarío.
Sin armas y entre bárbaros tiranos,
¿no es querer eso atarnos pies y manos?
Salen los negros
[BUNGA, QUINGO y CURGURU],
y CARBALLO
CARBALLO:
"Mensajeros sois, amigos,
no merecéis culpa, no."
Acá el rey negro me envía,
--negra Pascua le de Dios--
sentenciado por lo menos
entre estos alanos dos,
corchetes del Limbo entrambos
y obligados del carbón,
vengo, si no concedéis
con su gusto a un asador
de palo, que no de hierro,
a título de lechón.
Pesaránme por arreldes,
que así lo notificó
por señas un carnicero
que allá se llama Sisón.
Dice, pues; va de embajada;
que por hacernos favor,
en fe de ser tan amigo
de los de nuestra nación,
que aquí suelen rescatar,
os ofrece desde hoy
una vecindad de hollín
en un reino de Plutón.
CARBALLO:
Comeréis lindos regalos,
cocos, plátanos y arroz,
jigote, mondongo humano
y una pierna en salpicón.
Gozaréis ninfas del Limbo
cual su madre las parió,
que se afeiten con zumaque
y es su solimán mejor.
Por lo grajo, son grajea,
y por las narices son
dos valones sevillanos,
muy ancho cada valón;
mas haos de costar todo esto
las armas y munición,
que la confitura nuestra
no les hace buena pro.
Sin azúcar temen balas
y confites de cañón,
que no quieren, ayunando,
que les demos colación.
Todas las armas, en fin,
el rey cordobán pidió,
si queréis vivir con ellos,
y no dándolas, alón.
Éste sabe nuestra lengua
bien que mal, porque trató
en rescates portugueses
y él os lo dirá mejor.
CURGURU:
No tenemo má que habrá
di como lo Embasalor
lo que le mandamo el reye
tomamos resilución.
Si arma damo, le hospedamo,
turo como el culazón,
si no damo despedimo.
Mira qué queremo vos.
MANUEL:
Esto esfuerza, compañeros;
resolvámonos, Leonor.
Su sencillez nos convida;
muerte es toda dilación.
¿De qué nos han de servir
armas contra tan feroz
enemigo como el hambre?
Dios nos dará embarcación,
presto ya el invierno pasa,
no ha de ser todo rigor;
presto vendrán portugueses
al rescate; lo mejor
que el hombre tiene es la vida;
seguid todos mi opinión,
no muráis desesperados;
ninguno diga de no.
MARINERO 1:
Yo, a lo menos, si las diere,
forzado será.
MARINERO 2:
Pues yo,
puesto que deseo servirte,
dudo de hacer tal error.
LEONOR:
¿Las armas les quieres dar?
Pues, mi Manuel, muerta voy;
no esperes piedad en fieras
sin discurso ni razón.
DIAGUITO:
Padre, mire lo que hace.
MANUEL:
Matadme, pues, ya que sois,
vuestros homicidas mismos
y tan desdichado yo.
Acabemos de una vez
con tanta persecución;
cumpla en mí el cielo presagios,
satisfaga su rigor.
CURGURU:
No tenemo que temé ya.
MANUEL:
Hijos, si no por mi amor,
por el vuestro, que es perdernos
esa desesperación.
MARINERO 1:
Alto; si en tal tema das,
que nos maten.
MARINERO 2:
Por Dios,
que es sentenciarnos a muerte.
Mas vaya.
MARINERO 3:
Arcabuz, sin vos
no hago cuenta de la vida.
MARINERO 4:
Ya yo sin armas estoy
y despedido del mundo.
LEONOR:
El discurso te faltó,
Manuel mío, al mejor tiempo.
MANUEL:
Dios, mi bien, lo hará mejor;
llevad las armas, tomadlas,
y al rey decid que hizo hoy
él solo más que han podido
en Asia tanta nación,
que nos dé salvoconducto.
CARBALLO:
Escapéme del tajón
de muerte, de albondiguillas,
de la sartén y asador.
CURGURU:
Aguardámono un poquito
que habramo con reye voy.
Arma damo para ya;
ya no tenemo temó. Vanse con las armas Salen todos los NEGROS
LEONOR:
Mal hemos hecho, Manuel.
MANUEL:
De dos daños el menor
es éste: así pasaremos,
mi bien, hasta otra ocasión. Van saliendo los NEGROS arriba
NEGRO 1:
Mueran los blancos sin armas.
NEGRO 2:
Pasadlos de dos en dos
con las varas y las flechas.
¡Ea, cafres, vuestros son
sus despojos!
NEGRO 3:
¡Mueran!
NEGRO 4:
¡Mueran!
MANUEL:
¡Ay, cielos! ¿Esta traición
consentís?
LEONOR:
Quien dió las armas
....................... [ -ó]
esto y más merece.
MARINERO 2:
Miren
si era buena mi opinión.
MANUEL:
¿Todo, cielos, desventura?
¿Todo, Fortuna, rigor?
¿Todo, desdicha, pesares?
¿Todo, en fin, persecución?
Ea, arroje el cielo rayos,
rompa limites veloz
el mar, ábrase la tierra,
cúmplase mi maldición.
MARINERO 1:
Huír que brotan los riscos
negros y flechas.
CARBALLO:
Temor
todo soy; pies, apostemos
cuál corre más de los dos.
MANUEL:
Retiraos con esa gente,
dulce esposa. Vivid vos;
que quedaré entretanto
por blanco de su furor.
Mientras en mí lo quebrantan,
escapaos, que muerto yo,
tendrán fin tantas desdichas.
Bajan los NEGROS
CURGURU:
A ellos, a ellos.
MANUEL:
Traidor;
moriré, pero vengado,
que aún respira el corazón.
Desesperado me animo,
brazos tengo, Manuel soy. Vánse todos
CARBALLO:
Entre tanto que se ceban
en los primeros, si sois
para seguirme, corred,
llevaréisme por guión.
Vase.
Vuelve a salir MANUEL con DIAGUITO en los brazos y doña LEONOR con el otro niño en los suyos, y pónele MANUEL en el suelo
MANUEL:
Esto es lo más escondido
de este bosque dilatado,
los cafres se han retirado;
que aquí me esperéis os pido.
Buscaré los compañeros
que, aunque sin armas están,
troncos de aquí cortarán
con que suplan los aceros.
Ningunos bárbaros queden,
quememos su población,
haga la desesperación
lo que las fuerzas no pueden.
La militar disciplina
vencerá su multitud.
LEONOR:
Desarmados no hay virtud,
contra ellos, si no es divina.
¡Ay Manuel, qué deslumbrado
anduviste!
MANUEL:
Ya eso es hecho:
el salir de tanto estrecho
es lo que me da cuidado.
Si de noche acometemos
su rústica población,
del fuego y la confusión
huyendo, restauraremos
las armas; voy a buscar
nuestra gente; luego vengo. Vase
LEONOR:
Ya de la vida no tengo
qué defender ni esperar.
¡Ay hijo, en qué mala estrella
naciste!
DIAGUITO:
Señora mía:
si llora, el niño que cría
vendrá a morirse por ella.
Calle, que yo espero en Dios
que nos ha de socorrer. Salen GURGURU y otro NEGRO
CURGURU:
Sola está aquí una mujer;
desnudémosla los dos,
gocemos de sus despojos,
y huyamos la sierra adentro.
¡Un tigre sale al encuentro!
Sale un tigre y ase a DIAGUITO
DIAGUITO:
¡Padre mío de mis ojos,
que me lleva a hacer pedazos! Ase un NEGRO a LEONOR
CURGURU:
Tráela.
LEONOR:
¡Cielo rigoroso,
¿qué es esto? ¡Manuel, esposo! Éntranse con ella
CURGURU:
No la sueltes de los brazos.
LEONOR:
¡Manuel de Sosa, favor! DIAGUITO en lo alto
DIAGUITO:
¡Socorro, padre, que muero!
Sale MANUEL de Sosa
MANUEL:
¿Qué es esto? ¡Ay cielos! ¿Qué espero?
LEONOR:
¡Dulce esposo!
MANUEL:
¡Mi Leonor! LEONOR en lo alto
LEONOR:
Cuando no puedas mi vida,
ven a defender mi fama.
DIAGUITO:
¡Señor padre!
MANUEL:
¿Quién me llama?
DIAGUITO:
Cuando mi muerte no impida,
écheme su bendición,
que yo rogaré por él
a Dios.
MANUEL:
¡Ay suerte cruel!
¡Ay trágica confusión!
¡Ay cielos! ¡Ay hado impío!
¡Hay más males, más enojos!
LEONOR:
¡Manuel!
MANUEL:
¡Leonor de mis ojos!
DIAGUITO:
¡Señor padre!
MANUEL:
¡Diego mío!
LEONOR:
¡Favor!
DIAGUITO:
¡Socorro!
MANUEL:
Divida
el alma esta adversidad;
defienda cada mitad
a la mitad de su vida.
Bárbaros allí amenazan
el honor de quien adoro;
allí tigres el tesoro
de mi vida despedazan.
¿Adónde iré? ¿qué he de hacer?
Mientras Leonor se defiende
librar a mi hijo pretende
mi amor, mas no ha de poder,
morir con él es mejor.
LEONOR:
Dueño ingrato, ¿así me dejas?
MANUEL:
Justas son aquellas quejas:
socorramos a Leonor.
DIAGUITO:
Padre mío, ¿así me olvida?
MANUEL:
Alma, allí el socorro os cuadre.
DIAGUITO:
¡Padre!
LEONOR:
¡Esposo!
MANUEL:
Esposo y padre;
aquí la honra, allí la vida,
y uno yo; los daños dos,
los peligros divididos
y para matarme unidos;
¿y no hay remedio, mi Dios?
Pues no ha de haber desconcierto
que a desesperar me obligue.
¿Todo el mundo me persigue?
Pues persiga. Ya habrá muerto
a Diego el sangriento bruto;
matemos, valor, muriendo,
a mi esposa defendiendo,
al cielo obligando a luto,
al mar que tarde se amanse,
la tierra que nos sepulte,
al monte a que nos oculte,
la crueldad a que descanse.
Porque si por tantos modos,
hombres, cielos, mar y tierra,
todos nos hicieron guerra
nos tengan lástima todos.
Salen GARCÍA, don JUAN y doña MARÍA
GARCÍA:
¡Extraordinaria tormenta!
MARÍA:
Viniendo embarcada yo,
¿qué mucho? Jamás me díó
quietud la suerte violenta.
GARCÍA:
¿Qué barra es ésta?
JUAN:
Éste el río
es del Espíritu Santo.
GARCÍA:
Descansaremos en tanto
que sosiega el mar su brío.
Entró por gobernador
de la India Jorge Cabral,
por el rey de Portugal
nombrado, y tráeme mi honor
a remediar desatinos
si tienen, habiendo en medio
tanto imposible, remedio.
JUAN:
El cielo abrirá caminos
por medio de la venganza
que aseguren tu sosiego.
GARCÍA:
Si a Lisboa vivo llego,
en mi rey tengo esperanza
que, premiando mis servicios,
castigue al torpe Manuel
de Sosa.
JUAN:
Hallarás en él
severidad para vicios
y amparo para virtudes,
y en mí un fiel ejecutor
porque restaures tu honor
y en gozo tu pena mudes.
GARCÍA:
¿Qué gente habita en la tierra?
JUAN:
Negros torpes y bozales
que entre fieros animales
son vecinos de esa sierra.
Dióles el cielo abundancia
de marfil, que portugueses,
en fe de sus intereses,
cargan con harta ganancia,
y estos bárbaros lo dan
por vidrios y niñerías
de poco precio.
GARCÍA:
¿Qué días
nos pueden faltar, don Juan,
para entrar con salvamento
en Lisboa?
JUAN:
Si doblamos
este cabo donde estamos
y nos favorece el viento,
en dos meses.
GARCÍA:
Quiera Dios
que apacible el mar hallemos,
y que fin alegre demos
a nuestras penas los dos. Sale CARBALLO como asustado
CARBALLO:
¿Portugueses? ¡Dicha mía!
Carballo a la vida dad
ensancha, si esto es verdad.
GARCÍA:
¿Carballo?
CARBALLO:
Gran don García
ya tienen fin a tus pies
mis desdichas; ya perdí
el temor.
GARCÍA:
¿Qué haces aquí?
CARBALLO:
Ya te lo diré después.
Ven a socorrer agora
tus hijos, que si están vivos,
entre esos cuervos cautivos,
los comerán dentro un hora.
GARCÍA:
¿Qué dices?
MARÍA:
¡Ay, honra mía,
ya el cielo os allana estorbos!
CARBALLO:
Zampóse el mar en dos sorbos
la nave y lo que traía,
que nunca gasta otros huevos;
quinientos vivos quedamos
que infierno o tierra tomamos
para hallar peligros nuevos.
De quinientos, ciento y treinta
quedamos que tigre y hambre
los demás, aunque en fiambre,
con ellos hicieron cuenta.
No quedó perro ni gato
que no supiese a conejos;
cueros de cofre, pellejos,
hasta suelas de zapato
nos comimos; y el remate
de esta peregrinación
fue entregar la munición,
ropa y armas por rescate
de comida a la grajuna
república de esta gente.
Con nosotros insolente
jugó después la Fortuna,
de modo que nos desnudan
antípodas alemanes
hasta que en los cordobanes
nos dejan, y aun de esto dudan;
porque con varas tostadas
nos agarrochan, sin ser
toros, y juran hacer
convites y borrachadas
con nosotros, de manera,
que si yo no me escapara,
tripas negras caminara
hasta la puerta trasera.
Pues traes gente y arcabuces,
defiende a Manuel de Sosa,
tu nieto, y su triste esposa
de estos grifos avestruces.
GARCÍA:
¡Válgame el cielo! Llamad
mis soldados, que si viven,
librándolos, aperciben
mi venganza en mi piedad.
Mueran los dos a mis manos
y no entre bárbaros negros. Sale un MARINERO
MARINERO:
Diérate la bienvenida
si llegaras a otro tiempo;
pero pésames te doy
del más trágico suceso
que conservaron anales,
que desdichas escribieron.
Ya, noble gobernador,
maldiciones cumplió el cielo,
vengó agravios, oyó lloros,
y dio al prudente escarmientos.
Desnudaron sin piedad
estos bárbaros hambrientos
la hermosa doña Leonor,
sin bastar llantos ni ruegos.
Vio el sol la primera vez
los alabastros honestos
que le ocultaron retiros
del recato y del respeto.
MARINERO:
Pero no los gozó mucho;
porque fueron los cabellos
vicevestidos hermosos
que soles nieves cubrieron.
Y lo que ellos no alcanzaron,
relicario sirvió el suelo,
viva abriendo su sepulcro
a la otra mitad del cuerpo.
Con su compostura casta,
la del monarca primero
curioso alargó la toga
hasta los pies; más espejo
de las matronas, Leonor,
viva se entierra, escondiendo
si avarienta, recatada,
de su belleza secretos,
reservados solamente
a amorosos himeneos.
Hallóla Manuel de Sosa
de esta suerte, ya entre hambrientos
tigres, malogrado un hijo,
y con el otro a los pechos.
Traspasóse de dolor,
atajando el desconsuelo,
para atormentarle más,
llanto y suspiros sin seso.
Se entró por entre esas selvas,
donde entre riscos soberbios,
o intentará precipicios,
o fieras le habrán deshecho.
MARINERO:
Satisfechas tus venganzas,
ya puede el dolor paterno
las exequias funerales
fiar a los sentimientos.
Aquí si pueden los ojos
sufrir del Scita fiero
espectáculo tan triste,
está el teatro funesto Descubre a doña LEONOR, ya difunta, a DIAGUITO ensangrentado
en que la ciega Fortuna
tragedia eterniza el tiempo
para escarmiento de amantes,
y éste es el acto postrero.
GARCÍA:
Cerrad las puertas, dolor,
al alma; ahóguese dentro
de sí misma, no la alivien
llantos ni suspiros tiernos.
¡Ay, Leonor! Nunca tomaran
tan a su cargo los cielos
agravios de un padre airado,
venganzas de un triste viejo.
No hay vida que tanto sufra;
muramos ya y acabemos
de una vez desdichas tantas.
MARÍA:
¡Ay, Manuel! ¡Ay, caro Diego!
¡Ay, mal logros de mi amor!
JUAN:
Mármol soy, absorto quedo,
estatua en la admiración
de puro sentir no siento.
A espectáculo tan triste
eche Timantes el velo
y sirva en la compasión
de escarmientos para el cuerdo.