Esbozos y rasguños/Al Sr. D. Manuel Marañón

Al Sr. D. Manuel Marañón


Queridísimo amigo e inolvidable conterráneo: Perdone usted la franqueza con que le elijo para presentar al bondadoso público, a quien tantas atenciones inmerecidas debo, estos rebuscos de mis cartapacios, obras, las más de ellas, que ni siquiera tienen el atractivo de ser inéditas; pero precisamente para las malas causas es para lo que se necesitan los buenos abogados; y he aquí por qué, en la presente ocasión, le cargo con el peso de esta dedicatoria. Mas no se entienda por ello que reputo el libro por enteramente indigno de andar en letras de molde, porque si tal creyera no le publicara: observación que se me ocurre cada vez que leo al frente de una obra pueriles e insistentes declaraciones del autor, de que la tal obra no vale un pito. Pues si tal cree, ¿para qué la da a luz?; y ya que la da, ¿para qué lo dice? Con franqueza, amigo mío: creo que entre mucho, menos que regular, hay en este libro algo que merece los honores de la imprenta, y por eso no comienzo poniéndole a los pies de los caballos, aunque lamente de todo corazón que no sea, en conjunto, tan excelente como yo quisiera, para que el público le recibiera con palmas y usted me agradeciera el cargo que le encomiendo.
Lo que podrá muy bien ocurrir (y aquí está lo grave del negocio) es que el lector y yo discordemos grandemente en lo relativo a la bondad de lo que yo reputo por no malo.
Él no verá, pongo por caso, donaire, ni color, ni dibujo, ni ingenio en tal Rasguño o en cuál Esbozo, y yo le pondré sobre mi cabeza porque me recuerda tiempos, hombres, cosas, motivos y ocasiones que, al pasar por mi memoria, tócanme en el corazón y remózanme el espíritu. Diráme que nada de esto le sucede a él, y que, por ende, la obra es mala; a lo cual replico que pasan de media docena los lectores que la esperan y han de juzgarla por el mismo lado que usted y yo, porque fueron unos actores y otros testigos presenciales de los sucesos, y hasta de la pintura de ellos, y saben y aprecian el por qué de cada trazo y el motivo de cada línea... y no digamos tan mal de un libro que cuenta con siete lectores, por lo menos, hoy que tantos mueren intonsos, pasto de polillas y ratones.
Hay, además, otra razón que justifica la aparición de este volumen; y es la de habérsele ofrecido al público en dos ocasiones, llevado yo de esta candorosa sinceridad que no me consiente ocultarle el más mínimo propósito que tenga alguna conexión con estas mis literarias aficiones...
De todas maneras, ruégole a usted, mi buen amigo, que si oye lamentarse a alguien del dinero que invirtió en comprar el libro, le excite a volver los ojos al rótulo de la portada: verá entonces cómo no tiene derecho a pedirme más de lo que le doy, o miente el diccionario de la Academia; y hasta le sería a usted fácil demostrarle que me debe gratitud, puesto que, al limpiar los fondos de mis cartapacios, no agregué a los presentes papelejos más de otros tantos que, en su obsequio, condené a perpetua oscuridad.
Conste, pues, que, al salir a luz este libro, pago una deuda contraída con el público, y, que la pago con cosa que, aunque no buena, encaja perfectamente en los términos de la oferta. La recta justicia no obliga a más.
Y si, a pesar de éstas y de las otras razones, aún insiste el huraño lector, tentado del demonio, en dar una silba al libro, ¿qué hemos de hacerle?... En este triste caso, ruéguele usted, amigo mío, en nombre de los dos, que la reserve para un poco más adelante; pues entre manos traigo asunto de mayor empeño, y más digno que esta pequeñez, de encender sus iras o de alcanzar sus alabanzas.
Déme Dios bríos para merecer las últimas; inspírele a él, y no la idea de la silba; guárdele a usted, y reciba estos renglones y la pobre ofrenda que los acompaña, en testimonio de lo mucho que le quiere su amigo y paisano.

José María de Pereda

Santander, enero de 1881.