Epístola al Sr. D. Fernando de la Vera Isla-Fernández

Epístola al Sr. D. Fernando de la Vera Isla-Fernández (1852)
de José Zorrilla


EPÍSTOLA

AL SR. D. FERNANDO DE LA VERA ISLA-FERNÁNDEZ

PARA QUE SIRVIESE DE INTRODUCCIÓN A SUS ENSAYOS POÉTICOS


Esta obra se vende en la librería de Hidalgo y Compañía, rue Pavé Saint-André, nº3

Al recorrer los versos que me envías,
Fernando, en le jardín de mi memoria
el árbol inmarchito del recuerdo
entre dolor y júbilo retoña.
En vasto panorama a mis pupilas,
aunque a par con dos lágrimas, se agolpan
todos aquellos sueños de luz y oro
que nuestra juventud engendró loca.
Me parece que, vuelto a aquellos días,
vuelvo, Fernando, a las alegres horas
de aquella vida sin pesar ni afanes,
como audaz e insaciable, vigorosa.
Entonces, al umbral de la existencia,
ajenos a sus duelos y zozobras,
como florido Edén la contemplábamos,
ricos de juventud, ansios de gloria.
Entonces, en quiméricos fantasmas,
que el desengaño desvanece ahora,
creyendo aún, cantábamos la dicha,
flor que jamás sobre la tierra brota,
flor que sólo produce el paraíso:
el hombre de ella solamente goza
el lejano perfume, la esperanza
que el erial de su existencia aroma.
A la influencia del fecundo ambiente
que embalsama su soplo, nuestras obras
germinan, y después tras de nosotros
quedan, cual de los árboles las hojas
sobre el haz de la tierra; a éstas el viento
en átomos vivíficos las torna:
aquéllas, por el tiempo arrebatadas,
tal vez dan frutos en la edad remota.
Ya sabes mi opinión: no me preguntes
si puedes a tus versos dar la forma
de libro, y a luz pública lanzarlos;
del árbol de tu vida son las hojas
y tras ti quedarán; átomos tuyos,
ya del acíbar de tu pena gotas,
centellas de tu fe, de tu mal lágrimas,
fuerza será que el tiempo los recoja;
más pronto, si los lanzas en un libro,
más tarde, si al azar los abandonas;
porque todo en el tiempo se confunde,
mas nada en él se pierde ni se borra.
Lánzalos. ¿Para qué los has escrito?
¿Para aliviar no más las melancólicas
horas de tu dolor? Siempre habrá un triste
que su dolor para aliviar los coja.
¿Para arrojar de ti los pensamientos
que en la mente fecunda te rebosan?
Siempre ha de haber alguno a quien le falten,
que no andan en el siglo tan de sobra.
Lánzalos: y aunque sea solamente
porque las aguas de tu Fuente corran,
hazlos correr, que en sus corrientes linfas
ha de aplacar su sed más de una boca.
¡Con qué placer la mía he aplicado
al raudal cristalino de sus ondas!
Otros habrá que como yo las beban,
porque son, ¡a fe mía! muy sabrosas.
¿Temes tal vez la crítica? Tus versos
sin pretensión sus iras no provocan:
son de tu triste corazón suspiros,
ella carece de él y se hará sorda.
Lanza tus versos a la luz, Fernando:
hoy, que la triste enfermedad te agobia,
los dolores del cuerpo miserable
con el vigor del ánimo sofoca.
Lanza tus versos a la luz, Fernando:
en la región de América te nombran
con placer todavía: sus periódicos
aún hoy tus cantos juveniles copian.
Tu nombre un tiempo se escribió entre nombres
en nuestra patria célebres ahora,
y aún hay quien halle con placer el tuyo
como un amigo de la infancia. Torna,
pues, a las letras que olvidaste un día
por la estéril política enojosa:
vuelve a la poesía, de las penas
de esta vida mortal consoladora.
Aprovecha tus viajes y experiencia:
y pues tu nave a tan diversas costas
impelió la fortuna, al son del arpa
tus recuerdos poéticos evoca.
Haz como yo, que vivo sin pesares
en el risueño Edén de mis memorias,
y mi mal y mis duelos poetizo
y todo por doquier se me transforma
en bienandaza y en placer y el cuerpo
flaco cuyo vigor el tiempo agota,
yace a sus pies esclavo del espíritu,
y el alma reina en él libre, despótica;
y de todo me sirvo, y me aprovecho
de cuanto hallo, y mi ser con todo goza,
y es para mí la tierra un regio alcázar,
el cielo un pabellón y el sol su antorcha.
Así a mi cuerpo, como el tuyo frágil,
avasallo y la vida no me enoja,
pues todo en ella a mi deleite sirve
del alto alcázar a la humilde choza.
¿Quieres saber lo que en la Flandes hago?
Lo que ha tres años por doquier: mi obra
avanzar de Granada. A emprender iba
la relación sombría y desastrosa
de la postrer catástrofe, que el genio
del Islam para siempre hundió en la sombra
del vencimiento, y me era necesario
buscar mi inspiración bajo una atmósfera
lúgubre, fría, inerte, bajo un cielo
cuya plomiza y aplanada bóveda
me arrancara un suspiro como el último
que exhaló Boabdil por su corona.
En esta Flandes, española un día,
hallé lo que buscaba; silenciosa
tranquilidad, prosaica existencia
que excite las poéticas memorias
de la oriental España; y aquí marcha
mi árabe carabela viento en popa:
pueblo aquí mi fantástico universo
de miles de quimeras incorpóreas,
que me acompañarán mientras que viva
tornando en poesía la vil prosa
de esta vida de goces materiales,
de cálculo y de niebla, que sofoca
la fe, la inspiración, la poesía,
los instintos el alma generosa,
que la mansión mortal no considera,
cual esta gente ruin, como una lonja.
Hago, en fin, lo que todos,: fumo y bebo
en el flamenco cabaret: mas brota
de mí la poesía a pesar mío
y voy al cabaret como iba Hoffmann.


¿Visitaste la Flandes algun día,
Fernando? ¿Cobijaste la cabeza
bajo la ahumada bóveda sombría
de un cabaret flamenco?… ¿En esa pieza
cuya atmósfera espesan a porfía
el vapor del tabaco y la cerveza,
el olor de las cubas y el aliento
de la gente que llena el aposento?

Pues bien, es un lugar en donde el ruido
que la apiñada multitud excita,
el calor del ambiente enardecido,
que los quinqués opacos debilita,
y la inquietud con que entre aquel tupido
velo de humo el público se agita,
la fiebre en los cerebros introduce
Y el mareo del vértigo produce.

Mas en estas nocturnas reuniones,
en donde sin tumulto ni entusiasmo
se fraguaron tal vez conspiraciones,
donde a través de este aire de marasmo
exterior, han surgido creaciones,
que el mundo intelectual miró con pasmo,
hay, Fernando, a fe mía una secreta,
profunda inspiración para el poeta.

En aquellas flemáticas figuras
que se envían en calma gravemente
el humo unas a otras, las pinturas
de Teniers reconoces; de esta gente
en el habla, ademanes y posturas,
un no sé qué de vago, indiferente
hay, que sus personajes asemeja
a los de una fantástica conseja.

No aquí como en las fiestas tumultuosas
de la gente oriental de nuestra tierra,
se mezcla todo el mundo, estrepitosas
disputas se arman y se toca a guerra;
con su par cada cual trata sus cosas
aquí, en sí mismo cada cual se encierra,
y sólo con su pipa y con su vaso
de los que en torno tiene no hace caso.

Quién, al amigo que le escucha atento,
cuenta las amarguras de su alma
con además apático y acento
sordo, apretando en la callosa palma
el horno de la pipa; quién, contento,
libre de penas, con la misma calma
del faró sorbe el espumoso zumo
enviando al techo bocanadas de humo.

Quién, que, bajo la frígida corteza
de su apatía nacional, ardiente
encierra un corazón que la fiereza
de un imposible amor sufre valiente,
le pretende anegar en la cerveza
con aire al parecer indiferente,
y roe su pasión que no disipa
el hirviente licor ni la honda pipa.

El empírico ateo, el atrevido
conspirador que aguarda al emisario
del extranjero club, el distraído
filósofo alemán, el visionario
romántico poeta, el aburrido
comunista sin renta ni salario,
como si un mismo ser les diera un alma
beben y fuman con la misma calma.

Yo, que sin ser filósofo profundo
ni observador fanático, poseo
el don de curiosear, y por el mundo
como simple curioso me paseo,
y mis castillos en el aire fundo
con lo que atento escucho y mudo veo,
asisto al cabaret, porque allí dentro
a mi curiosidad pábulo encuentro.

Del pueblo en donde estoy los caracteres
aquí se me revelan verdaderos,
del pueblo en que las penas y placeres
en realidad existen. Los obreros
vienen aquí al salir de sus talleres,
los ricos fabricantes, los renteros,
los que compran, en fin, dinero en mano
el sudor y el talento de su hermano.

El mundo que con fe la verdad trata
porque le vale o cuesta su dinero
salud y honor; el que al placer con grata
satisfacción se entrega, y verdadero
llanto vierte en el duelo que le mata:
el que, a ambición política extranjero,
por sus negocios e interés calcula,
mas con el bien ajeno no especula.

Lejos de embaucadores agiotistas
que colman las doradas sociedades
y espléndidos cafés: de los bolsistas
que vacian con vacías novedades
las bolsas de los tontos, de estadista,
que ciegos del Estado a las verdades,
con sus combinaciones y doctrinas
los reinos cubren de miseria y ruinas.

Ese mundo es el mismo en todas partes:
es la historia del frac y la corbata:
la soirée el lunes, el raout el martes,
beneficencia pública, inmediata
protección a las letras y a las artes,
lujo, comodidad, vid barata
para todos, progreso, ciencias, luces…
¡Arranque de caballos andaluces!

Después de estos principios retumbantes
de bailes y esplendentes regocijos,
en que se han prodigado los brillantes,
cortesanos saludos y prolijos
codazos, queda todo como antes:
ni tiene el pobre pan para sus hijos,
ni, a pesar de la gran beneficencia,
sale el pueblo infeliz de la indigencia.

No busca en este mundo barnizado
su inspiración la noble poesía;
allí está el hombre asaz desfigurado
de como le hizo el Criador un día.
Siempre un abismo entre ellas han hallado
la verdad y la falsa teoría:
siempre, dice el refrán, hay largo trecho
de todo lo que hay dicho a lo que hay hecho.

Yo prefiero otro mundo más cercano
de la madre común Naturaleza;
arrojar por el traje más galano
no puede el hombre su mortal corteza;
lucha la dama por doblar en vano
con diamantes y blondas su belleza:
su rico velo de flotantes rizos
da realce mayor a sus hechizos.

Yo busco los tocados y los trajes
poéticos que pueblas las campiñas,
lo mismo en las Américas salvajes
que de Champagne entre las cultas viñas;
desde las blancas tocas sin encajes
de la pastora Suiza y las basquiñas
plegadas de Aragón, hasta el pañuelo
con que ciñe la negra el rizo pelo.

Otros, ansiando renovar el mundo,
en academias mil oigan lecciones:
yo mi saber y mi delicia fundo
en oír las sencillas relaciones,
con que los pueblos, sin saber profundo,
saben contar su historia y tradiciones:
mejor juzga la gente de estas tierras
que la historia mejor de nuestras guerras.

Por eso paso las nocturnas horas
en el flamenco cabaret, del humo
entre las hondas pardas o incoloras
visiones viendo que crear presumo,
o haciéndome narrar encantadoras
populares leyendas mientras fumo,
o relatando yo las mil que encierra
el oriental rincón de nuestra tierra.

En aquel aposento separado
que se ofrece al curioso forastero,
o a la pareja a quien amor vedado
está por un celoso cancerbero,
en aquel aposento decorado
con lujo no, mas sí con limpio esmero,
es, oh Fernando, donde yo me instalo,
y al estilo flamenco me regalo.

Aquí es donde al amor de un manso fuego
el grato aroma del café respiro:
aquí en las ondas del olvido anego
mis pesares, al par que el humo aspiro
en turca pipa del tabaco griego:
y cual Hoffmann fantástico me inspiro,
y evoco las poéticas visiones
hijas de nuestras cálidas regiones.

Pero de mis delirios no hagas caso,
¡oh Fernando! no hay llama que encienda
nuestra apagada juventud: escaso
de fuerza ya, es inútil que pretenda
henchir la pipa ni apurar el vaso;
lo que te cuento es sólo una leyenda,
mas que te prueba que la vida mía
hechiza por doquier la poesía.

Invócala tú, pues, y tus dolores
conjura con la cítara, y tus males
ahuyenta con tus cánticos: de flores
ciñe otra vez tu sien, los arenales
deja de la política y mejores
horas tendrás: y en goces ideales
tu celestial espíritu embebido,
de tu cuerpo el dolor dará al olvido.

Remitirte un buen prólogo quisiera
para tu libro: mas mi pluma ahora
alguna sura del Korán te diera
tal vez, pues Boabdil la ha vuelto mora;
mas en este papel mi fe sincera
te muestra bien lo que tu fe no ignora:
que te amó en la niñez, que aún te ama
y amigo aún mi corazón te llama.