​Entre pencares​ de Arturo Reyes


I editar

-Calle ostó, tío Arcasiles, que paece que Dios está enojao con mosotros; mie osté que mi olivar es un olivar la mar de regracioso y la mar de agraecío. Pos bien: ogaño no mos ha dao ni pa llenar la torba ni una vez tan siquiera, ni pa manchar el alfarge ni pa alegrar la regaifa. ¡Pos y los almendros! Cualisquier año a medio meter, no más que a medio meter, mos da él solico pa pagalle al amo lo suyo. Pos bien: ogaño cuatro pipas, pa un ajo blanco; lo único que se ha medio portao ha sío el jigueral, al que se le han recogío cosa e cien ceretes de los blanquillos, que son, por más señas, ca uno un terrón de azúca. Pero ajuste osté la cuenta y verá su mercé... No le diré a osté más sino que no he poío mercalle a mi jembra ni un mal refajo; como que estamos viviendo del aire cuasi como los camaleones, y gracias que a las cuatro cabrillas que tenemos las ha rispetao la jerusa que ogaño se ha llevao el quinto de ca piara.

-Y el zagal, ¿qué es lo que jace?

-Pos lo que siempre: erritiéndose trabajando. El zagal mos ha salío de ley, camará, que no lo cambio por una granizá de onzas de oro, que tiée una voluntá pa el trabajo que gusto da miralle menear los remos, y si por él no fuera, yo no podría con este argahijo, que ya a nuestra edá el mucho trasiego mos erriba, que los años jasta los treinta dan flores, pero endispués de los treinta no dan más que sinsabores.

-Diga osté que sí, pero eso pa contallo sa menester pasallo, que cuando uno es mozo y le jierve la encarná en las venas, to mos parece naíca y er mundo chico y er plomo plumas.

-Diga osté que sí, tío Arcasiles. Pero, platicando de otra cosa, ¿jacia aónde diba su mercé por estos andurriales? Y su mercé perdone la confianza.

-Pos ni más acá ni más allaílla de aonde he venío a erribar con toícos mis menesteres.

-Pos que le coste a osté que es pa mí una gala dalle sombra a su mercé en mis cubriles.

-Y la señá Pepa, ¿por aónde anda la probe?

-Por ahí entro; esa pícara vieja mía es un león pa sus jaciendas, y no sé yo cómo tiée rejo pa jacer lo que jace, que entoavía no ha encomenzao a clarear y ya la tiée osté meneándose más que el viento y que el azogue.

-Como que tiée fama de güena y de jacendosa.

-Y merecía, y no lo digo por alabancia: Güen tomillo y güen romero se encuentran en to este partío -güen tomillo y güen romero, mas son mejores los míos.

-Asina era la que a mí me dejó solico y asina es tamién mi Rosario, como que ella es mi alegría, como que si no fuera por ella lo mesmo serían pa mí que el jugo de la retama las mieles de los panales.

-Y que está la moza jechita una jembra, pero que una jembra de una vez, tío Arcasiles.

-¡Que si lo está! Osté no sabe na de eso; eso pa enterarse una miajilla tan siquiera sa menester emplear un día por lo menos en mirar ea una de sus faiciones, como que tiée unos ojos azules que a los mismísimos serafines se les podían engarzar en la cara, y una nariz que es un piñón, y una boca que cuando se sonríe yo me queo tonto, pero que tonto, mirándola; y una mata de pelo y un mo de platicar, poique ella sabe platicar rnu requetebién, y con un metal de voz que tiée que es una música; y si como cara es un primor, como cuerpo..., como cuerpo no ha parío madre zagala más bien torneá ni más bien repartía; y resperto a sus interiores, resperto a sus interiores, la más mejor podrá igualalle, pero no rebasalla, y estos no son calores de padre, sino que es la verdá, la santa verdá que no tiée más que un camino.

-Si eso ya lo sabemos tos mosotros, si er sonío canta er metá de la campana; además, que mosotros, manque no la haigamos tratao, sabemos mucho de ella, como que nuestro zagal no platica de otra cosa dende que nace el sol jasta que sale la luna.

-Pos por eso vengo yo a visitar a sus mercedes, poique mi Rosario no jace más que suspirar y mirar jacia estos olivares, y no está a gusto más que cuando anda el zángano alreor de la colmena, de la que apenitas se aparta, y cuasi toa la noche se las pasa cantándole su querer dende er fondo de la cañá u de en mitá de la era.

-¿Y cómo puée ser eso, si mi mozo se tiée que quear en er monte al cuidao de los bichos mientras andan careando?

-Pos carearán sin él. Y no es eso sólo, sino que ahora con este con qué y aluego con el otro, lo tengo en casa cuarenta veces ar día, y po eso me he determinao yo a venir pa decille a su mercé que no es que a mí me agravie la voluntá que a la muchacha le tiée el zagal, que si ella es una rosa de Jericó, él es tamién una prenda, pero es que mi zagala está entoavía en capullo y la mies que mejor se trilla es la que más el sol dora; y además, y sobre to, y platicándole a su mercé con er corazón en la mano: la verdá es que a mí er peso de la edá me tiée ya enterrao cuasi jasta los corvejones y er día menos pensao sarta un terral y me reseca der to y me arranca de la cepa, y como pa uno los hijos son cuando se quean desamparaítos, los que le juntan de jiel la boca a la de la guaaña, pos velay osté, yo he pensao colocar a la moza antes de que yo hipe por úrtima vez, y como uno pa lo suyo siempre quiée lo mejor..., pos por lo que pasa..., a mi colmena me la ronda un güen colmenero.... un colmenero que, manque le venga mal el ogaño, se alimenta de lo de antaño, y manque a mi moza el tal no le güele a mejorana poique se ha aficionao a lo que menos le conviée, dicho sea esto sin ofender a naide, a mí se me ha metío entre ceja y ceja no tener por almohá al morirme un montón de cavilaciones. Asín es que como el colmenero que yo igo está una miajita asoliviantao con el zagal de ostés, y ella está pa él más dura que una jerriza, pos lo que yo me dije esta mañana, que me dije: «Oye tú, señó Pepe Villarrubia: si tú quiées jechar por el camino mejor, hoy mesmito te vas a ver al señó Toño el Serrano, que es hombre que no tiée corcho en los sesos, y cuéntale lo que te pasa, que ya verás tú como él es hombre que se pone en razón y verás tú como sin dalle tormento al zagal, que no se lo merece, lo quita de esa querencia, en lo cual te jace a ti un favor y él se jace otro favor y se lo jace al zagal, poique la verdá es que cuando se juntan dos probes no traspasa cuasi nunca sus lindes la alegría, y la necesidá se les sienta en el regazo, y mejor es que mi jembra se case con ese que yo digo, que tiée siempre por empezar una hogaza, y que su zagal de usté busque otra que le traiga argo más que dos estrellas por ojos y que un mimbre por cintura.»

-Güeno, hombre, está bien. Lo que más lejos tenío yo de mí era que diba a tener que dalle a mi zagal hoy por to desayuno esa copita de tuera... Pero, en fin, ca uno jace con su pleita su serón, y no tenga cudiao su mercé, que no le cantará más desde la era mi zagal a su zagala.


II editar

La luna inundábalo todo con su luz serena y pálida; apenas algún que otro lucero brillaba en el tranquilo horizonte en que resbalaban lentamente algunas nubes; dormía todo inmóvil y silencioso en el monte; el lagar de los «Mimbrales» fulgía como de marfil y como engarzado entre las flotantes ramas de dos copudísimos algarrobos; los olivos y los almendros manchaban las empinadas laderas con sus tonos oscuros, y con sus claros verdores las apiñadas chumberas, que circuían el bien encalado edificio; la solemne quietud no era turbada más que de tarde en tarde por el ladrido de los perros, leales y avisados guardadores de los cercanos caseríos.

Todo parecía dormir a la luminosa caricia de la luna, cuando escalando ágil la cañada se destacó a espaldas del lagar la silueta garrida de Toño el de Carambuco, un zagal de no más de veinte años, fuerte, elástico, cenceño, de semblante atezado, de ojos de fiero y franco mirar, de labios gruesos y de pelo bravío; pantalón de pana, rojo ceñidor, recios zapatones de baqueta, blanca camisa, amplio pañuelo azul a guisa de corbata; al hombro, la chaqueta de paño burdo, y en la mano, la indispensable escopeta.

Posó el recién llegado una mirada ávida en la tapia del corral, y como si su mirada tuviese algo de mágicamente evocadora, apareció por encima del muro el torso arrogante de Rosario.

-¿Me esperabas? -le preguntó Toño con voz trémula, posando sus ojos, grandes y febriles, en el semblante, aquella noche torvo y contraído, de la hembra de sus ensueños.

-De juro que te esperaba -repúsole aquélla con voz sorda-. ¿No te había de esperar si mi padre me lo ha contao toíco, toíco me lo ha contao? ¿Y sabes tú ya lo que quiée jacer conmigo?

-Sí -le repuso con voz sombría el Carambuco-; casarte con Paco el de los Jazmines. Pero no tengas cudiao, que yo iré en busca de ese hombre.

-No, tú no irás en su busca -exclamó aquélla con voz acongojada.

-Sí que iré, ¡no he de ir! Pero no temas tú naíca, poique lo que yo le diré a ese hombre será: «Miosté, Paco, yo soy un probe que no tiée más fortuna que lo que se gana con el suor de su frente; pero yo, andando por la vía, me he trompezao con un manojo de flores, y en ese manojo de flores he puesto yo toa el alma con tos mis cinco sentíos; y ese manojo de flores es pa mí lo que es pa el pajarico la rama y lo que es el sol pa el que se jiela y lo que la mesma Virgen fue pa el Santo Patriarca. Osté, en cambio, tiée seis u siete lagares, osté a Rosario no le tiée más voluntá que la que se le tiée a lo que mos jechiza los ojos sin habernos entoavía jechao raíces en er corazón. Yo sé que el padre de mi Rosario na más que por agonía quiée casarla con osté, y si osté transige y si osté se muestra gustoso...»

Y Toño no pudo proseguir, y un silencio elocuente y amenazador puso epílogo siniestro a su apasionada plática.

-Pero ¿es que tú crees que ese hombre se va a apartar de nuestra vera na más que poique tú se lo igas? No; esengáñate, Toño: ese hombre está emperrao en salirse con su gusto, pero no se saldrá, poique antes de que se vaya a salir con él, soy yo capaz de decirte a ti...

Y enmudeció Rosario; pero de modo tan decidido y elocuente siguieron sus ojos hablando al Carambuco, que éste, convulso de pasión al leer en ellos un tropel de apasionadas, de ardientes, de dulcísimas promesas, y tras breves instantes de angustioso silencio, le repuso sombrío y decidido:

-No, eso no; eso sería matar a tu probetico viejo.

-Tiées razón, sería matallo; pero es que yo antes de que un hombre que no seas tú me jeche el jálito en la boca, me tiro de cabeza por cualisquier mal balate, por cualisquier despeñaero.

-¡Qué ha de jecharte a ti otro hombre el jálito de su boca! ¡Qué se ha de poner una mano que no sea la mía en la naca de tu cuerpo! ¡Ay del hombre que lo intente tan siquiera!

Y en aquel momento de trágicas meditaciones, cuando ambos enamorados al mirar el horizonte de su vida veíanlo como velado por una ráfaga de sangre y de infortunios, una voz cascada resonó en sus oídos y un hombre, destacándose de detrás de los pencares, avanzó lentamente hacia la tapia.

-¡Mi padre! -gritó, asustada, Rosario.

-El tío Cristóbal -murmuró sombríamente el Carambuco.

-El mesmo -dijo el viejo, con voz grave y reposada-; el mesmo, que sus ha estao oyendo dende el prencipio al remate, y que te va a pedir un favor a ti, Toño, a ti, que eres güeno. Y ese favor es que te vayas ahora mesmito a tu choza y, que le digas a tu padre que tiée un hijo que vale más que mi hija, y que como yo soy un envidioso y un to pa mí, que quieo que vengan mañana pa jacer conmigo un trato, poique yo quieo tamién que sea cosa mía un zagal como tú, que vale cien veces más que puée valer mi zagala y cien veces más que puée valer el Paco el de los Jazmines.

Y mientras Toño alejábase ebrio de gozo y henchido de esperanzas, y el viejo se dirigía hacia la puerta del lagar, Rosario, que lo había oído todo, lloraba de pena y de alegría, apoyada contra el muro, murmurando con voz sollozante:

-Probetico viejo mío, qué desengaño que le di y que bien que me lo paga!