Entre compadres
de Arturo Reyes


I editar

Después de escuchar Currito el Carabina todo cuanto hubo de decirle la hembra que sin permiso de la Católica, Apostólica, Romana, cuidábase de zurcirle lo roto, de coserle lo descocido, de espumarle el puchero y de muchísimas cosas más que por discreción callamos, quedóse nuestro hombre silencioso durante algunos instantes, no sin redoblar nerviosa y acompasadamente sobre el suelo con el tacón de uno de sus brodequines y no sin poner cara de malísimos propósitos, y exclamó después con acento sordo y amenazador:

-¡Por vía e Dios con el compadre! Cudiao como está de emperrao en que yo le meta un crugío que suene jasta en los montes Pirineos.

-¡Qué le vas a meter tú un crugío! Pos no parece que no conoces tú al compadre... Si eso no es un hombre, si eso es un gato siempre en enero... si es que no lo puée remediar; si es que lo tiée en la masa de la sangre... si en cuanto ve una chapona sa menester atarlo a una estaca; si es un gachó que le tira el cerote al Verbo Divino. ¡Si eso no es un hombre, sino diez hombres en uno solo!

-Pos mira tú por donde, de un solo acosón, voy a cargarme diez hombres a la bandola; que estoy yo ya mu jartico de jacer la vista gorda y de jacerme el lila con él y tan y mientras la cosa no han pasao de guiñás y de cuatro chuflas al paño, menos mal, podía aguantarse. Pero eso de hoy, eso ya no lo aguanta el amo de mi talabartería. ¿Tú te enteras?

-Pero ¿qué ha pasao hoy tampoco pa eso? Que sabe que tú te vas a dir a Vélez y el hombre no quiere que yo me agurra ni te jeche de menos este oscurecer y quiere por lo mismo darme un rato de compaña. ¿Y eso qué tiée de malo, vamos a ver, qué tiée de malo?

-Camará, y qué misericordioso es mi compadre.

-Pos tú te tiées la curpa; porque tú has sío el que dale que le da y jerre que jerre no has parao hasta conseguir que se crea que ésta es su casa, y es que tos los hombres, el más vivo está pidiendo a voces un aparejo reondo.

-¡Y qué diba a pensar yo que mi compadre fuera asín! Cuando yo cuando voy a su casa cuasi cierro los ojos pa no ver a mi comadre.

-Eso lo harás tú cuando tengas los ojos acatarraos. Tú harás lo que él, sólo que como tú eres más tunante, tú te dirás: «Los ojos platican y no comprometen», porque los ojos no dejan rastro, y con los ojos se tantea er terreno y se sabe si se puée o no se puée entrar en vedao, y eso es lo que jacen los vivos como tú y no los tontos como el compadre. ¿Tú te enteras?

-Bueno, ¡vamos a dejarnos de primores! ¿Dices tú que el compadre te dijo...?

-Primero me miró como si me quisiera marnetizar; después me dijo lo de venir esta noche, y después fue alargando la zurda, y como yo la vi de venir en mu mala direrción, pus me alevanté y él se queó llamándome inquisiora y mala sangre. Y na, que asín que se jartó de decirme cosas, salió de estampía prometiéndome que aluego había de venir y había de entrar manque tuviera que tirar más tiros que espinas tiene un rosal y que hojitas la retama».

-¡Pos eso es lo que se va a ver esta noche!, porque lo que es esta noche se jura aquí la Costitución; porque lo que es yo no me voy a Vélez ni conducío por la Benemérita, y esta noche duerme mi compadre en el Batatar y yo metío en un calabozo, con un grillete ar pie y esposas en dambas manos.

-Vamos, hombre, no digas tú pamplinas. ¡Esta noche pasará lo que un divé y yo queramos que pase, y tú harás lo que yo te diga y na más que lo que yo te diga!

-Pero ¿qué es lo que quieres tú que yo haga?

Y a la pregunta de Currito, Rosario sentóse sobre las piernas de aquél, le rodeó el cuello con el brazo, y más adelante podrán conjeturar los que nos lean lo que le dijo al Carabina la hembra que le planchaba las pecheras, zurcíale lo roto y cosíale lo descosido.


II editar

-¡Riá, riaá, Primorosa! ¡Arza, Pepa! ¡Arza, Tontona!

Y a los gritos del mayoral, y a los sonoros crugidos de su látigo, arrancaron las robustas mulas, arrastrando la diligencia, entre cuyos viajeros destacábase el rostro varonil y agitanado de Currito el Carabina.

Cuando Joseíto el Carambola vio alejarse la diligencia, quedóse plantado en la acera, la vista en el empedrado, el amplio cordobés inclinado sobre la frente, las manos en los bolsillos del marsellés y con el semblante grave y meditabundo.

No estaba el Carambola muy satisfecho de sí mismo; parecíale sentir que le escarabajeaba en la conciencia la mala partida que desde hacía mucho tiempo venía pensando en jugarle a Currito. La comadre tenía la culpa; la comadre y Dios, que la había hecho tan regraciosa y tan rebonita; si Dios no le hubiera dado unos ojos tan retecharranes y tan renegros, ni una carita de porcelana tan expresiva, ni un pelo tan abundante y tan reluciente, ni un pecho tan dislocador, ni una cintura tan retedislocadora, ni una cadera tan revaliente, ni unos pies tan rechicos, ni un metal de voz tan redulce...

Y en lo redulce de la voz de su comadre estaba pensando nuestro héroe, cuando, interrumpiendo bruscamente el curso de su pensamiento y deteniéndose delante de él, díjole la tía Candela, la encargada de ayudar en sus quehaceres domésticos a su comadre, la hermosísima Rosario:

-Oiga usté, señó Joseíto, ¿se ha dío ya mi amo er Carabina?

-Ya se ha dío. ¿Es que venía usté a traerle la merienda?

-Pos no, señó, que no venía a eso que usté dice, sino que su comadre de usté es la mar de antojaiza, nunca se le ha antojao que yo venga ni vaya a enterarme de estas cosas, y hoy... vaya usté a saber por qué y pa qué y con qué fines me lo ha encargao... Pa na güeno será fijamente, y no es que yo sea mal pensá..., pero es que yo no sé qué le pasa hoy a mi ama... Está como quien espera una carta con un giro.

-¿Y qué ha sío lo que le ha dicho a usté mi comadre, si es que el decirlo no paga puertas?

-Pos lo que me ha dicho, platicando en prata fina, es esto: «Oiga usté, tía Candelica, ahora mesmito se echa usté er mantón y se va usté a la diligencia y me jace usté er favó de enterarse si se ha dío o no se ha dío mi hombre.» Eso fue lo que me dijo. Pero como tengo ya treinta años en ca uno de mis pinreles y no sé montar en bicicleta, por velay usté, he llegao tarde, y si no es por usté me voy sin enterarme de si se había dío o no ese jarto e pringüe y jartico e roar a quien no pueo ver ni en pintura.

-¿Y por qué no puée usté ver ni en pintura a mi compadre, señora, cuando mi compadre tiée durce jasta las entretelas...?

-Pos por muchas cosas... señó Joseíto, por muchas cosas... Ya sabe usté que pa mí la Rosario es la Consagrá, porque la conozco desde que estaba en peligro de desangrarse por la tripa, y porque es más güena pa mí que el azufre pa el moquillo, y porque es una esgraciaíta que está pasando un día sí y otro no por la ruea de las navajas y buche de agua que se bebe a la vera del Carabina es una puñalá que le meten, y ea beso que le da, un vomitivo que toma. Y la verdá, como yo la quiero más que a las niñas de mis ojos, pos velay usté, me rae la cosa las entrañas, y si en mi mano estuviera, y si ella se guiara de mis consejos, otro gallo le cantaría, otro gallo, señó José, otro gallo con muchísima más cresta y muchísimas más plumas y muchísimos, pero que muchísimos, más espolones.

-Pero ¿qué es lo que me está usté diciendo, tía Candelica? Pero si eso no puée ser. ¡Pos si parece que dambos se están dando er pico a toas las horas der día!

-No es mar pico er que se dan; como que su compadre de usté tiée er corazón de una jiena y si ella cuando llega vesita a casa no alegra el perfil, aluego cuando se van los extraños, es un dolor como él le pone el cuerpo. Usté no sabe, señó José, lo que pasa bajo las vigas del techo que cobija a aquer proigio de hermosura...

-Pero ¿es posible eso? -preguntó Joseíto cuando la sorpresa le permitió modular algunas palabras-. ¿Es posible que mi compadre tenga tan retemalísima sangre con una gachí tan retegrasiosísima y tan regüenísima y tan retesuperiosísima como mi comadre?

-¡Si se creerá usté que tos son de la condición de usté! ¿Usté sabe cómo está er campo, señó Joseíto? Por ca rosal que nace, nacen catorse mil arcasiles. Su jembra de usté es la que debe estar en la gloria estando a la vera de usté. Verdá que usté es de los que van con una mano por el suelo y otra por el cielo y le gusta a usté er querer más que er comer y el besar más que el rascar, pero ésas son cosas de hombre y no por eso deja usté de querer a su morucha más que a sus entrañas y de tenerla en su sitio y de respetarla y de darle gusto en toíto lo que se le antoja... ¡Pero er Carabina! Si eso no es un hombre, sino un tigre carnicero. Bien dice mi ama que cambiaba catorce burros por usté y vendía jasta er moño pa darle dineros encima.

-Pero ¿es que dice eso mi comadre?

-Vaya si lo dice. Pero yo con esto y con lo otro me he entretenío más de lo que Dios manda y entoavía tengo que mercar unas cosillas que me encargó aquer pasmo de bonitura; con que quée usté con Dios, señó José, y que de esto que yo he platicao no se entere ni la tierra.

-Vaya usté con Dios, y pierda usté cudiao y dígale usté a mi comadre que aluego sin farta iré yo a darle una cosa que me ha dejao pa ella mi compadre.

La tía Candela miró sonriendo maliciosamente a Joseíto y alejóse después murmurando con acento lleno de retintines:

«¡No va a ser chico purgante el que te vas a tener que tomar tú mañana por la mañana!»



- III -


Rosario la Carabina estaba que metía miedo de buena moza. Una bata blanca llena de encajes ceñíase dúctil y tentadora a su cuerpo, donde cada curva era un espolazo en los sentidos para todo el que en ella posaba sus ojos; de nácar parecía su semblante oval y de graciosa expresión, y de azabache parecían sus ojos grandes y adormilados, sus cejas pobladísimas y la reluciente crencha que rizábasele sobre la tersa frente.

Cuando penetró Joseíto en la habitación y vio a Rosario sentada en la mecedora, luciendo parte del brazo de intensa blancura y ceñido en la muñeca por anchas pulseras doradas; cruzadas las piernas de modo que dejaba ver el nacimiento de la pantorrilla que amenazaba hacer estallar la finísima media, y que ponía de relieve la magnífica redondez del muslo; libre la redonda garganta que ceñía un collar dorado, cuyos dijes reposábanle sobre la retadora curva del arrogante seno; cuando vio de aquel modo Joseíto a la Carabina, sintió algo que se le ponía sobre el corazón, y, tras algunos instantes de silencio y de mirar a Rosario como un náufrago la playa, exclamó trémulo y emocionado:

-¡Ay, comadre de mi vía! O me da usté una vinagrá o manda usté llamar correndito con el guarda calle al barbero.

Rosario rió dulcemente, y

-Vamos, compadre, menos sangría y menos vinagrá, y jágame usté el favor de decirme qué es lo que le ha encargao mi Curro que usté me diga.

-Pos a mí el compadre no me ha encargao más sino que le diga a usté que se cuide mucho y que se quite del relente y que tenga usté güen corazón y guena sangre pa con los que gimen y lloran, conmigo, pongo por caso, ¡que me estoy muriendo a chorros por su presonita gitana!

-Pero ¿es de verdá eso, compadre? ¿Es de verdá que le ha entrao a usté por mí er querer tan de gorpe y porrazo y tan grande que le ha borrao der sentío el rispeto que to amigo se merece?

-¡Que si es grande mi querer! Tan grande que si se pusiera de puntilla se daba un caramonazo con la luna. Camará, pos si ya no vivo, ni duermo, ni como ni sosiego, y si fueran topacios los suspiros e mi pecho, tendría usté topacios jasta pa empedrar la calle aonde vive. Si ya pa mí no hay en er mundo más ojos que los ojos de su cara ni más metal de voz que er metal de su voz.

-Pos ¿y los ojos y er metal de voz de mi comadre, Joseíto; de mi comadre, que es más bonita que er cielo?

-Sí que lo es, pero pa eso es usté más bonita que cinco cielos y que cinco cielos más.

-Y además, hombre, que mi comadre no ve más que por los ojos de su cara de usté y la pobretica es más güena que un colirio.

-Y si yo no digo que sea mala... Pero vamos a dejar a la comadre, que ahora es usté la que a mí más me interesa, y la que más me duele y la que más me lastima.

-Ahora... Pero ¿y mafíana, cuando el día claree...? Entonces, ¿qué?

Entonces lo mismito que ahora, comadre de mis pensamientos.

-Entonces a usté mi comadre... ¿qué?

-Pos a mí su comadre de usté... na...

-Pos, hombre, me alegro de saberlo, porque si eso es asín, lo otro pudiera pasar tamién de matute, porque la verdá es que es un dolor que su compadre de usté a la chita callando... Ya se ve, como el hombre es tan isimulao y tan redomao y parece que no rompe un plato... y la comadre se tapa tan requetebién lo que se tiée que tapar...

-¡A ver, explíqueme usté eso más clarito que yo me entere! -exclamó Joseíto, poniéndose de pronto grave y cejijunto y mirando a Rosario con expresión tan inquieta como interrogadora.

Rosario sonrió, columpióse dos o tres veces en la mecedora, se arregló los bucles que le caían sobre la nuca y repúsole después con voz risueña y reposada:

-¿Y qué le importa a usté mi comadre, si quien le importa a usté soy yo, según acaba usté de decir?

-Le diré a usté... importáseme..., importáseme..., no... Pero importárseme..., importárseme..., sí, algo se me importa.

-También se me importa a mí algo... otra presona... Pero, en fin, si lo que usté me dice es verdá y yo... yo... vaya, yo le gusto a usté tanto..., pos qué se le va a jacer... ellos se tiéen la curpa, que ellos han sío los primeros.

-Pero ¿me quiere usté hablar ya clarito, que yo me entere de lo que me quiée usté decir, comadre de mis entretelas?

Y esto lo dijo Joseíto mirando casi en amenazadora actitud a la Carabina.

-Camará, y aluego dicen que es usté un vivo, ¡qué más claridá! Si yo le gusto a usté tanto, usté me gusta a mí mucho; y si yo le gusto a usté y usté me gusta a mí, pos no habrá bronca en los tendíos; porque como Curro y mi comadre... y mi comadre y Curro...

Joseíto oyendo a Rosario habíase incorporado, lívido y descompuesto, y

-Eso es una calurnia -gritó con voz ahogada por la emoción y la ira.

-Calurnia..., ca..., hombre..., que ha de ser calurnia. Los quereles son los que mandan, y lo que yo pueo decir a usté, compadre, es que en este mismísimo momento su compadre de usté y mi comadre están como estamos nosotros de palique u de argo más que palique, que no sería yo la que metiera por ellos un deo en la candela.

-Eso no puée ser -rugió Joseíto, vibrando todo de ira y de celos-. Mi compadre se ha dío a Vélez.

-Ha jecho como que se diba, pero no se ha dío; se bajó en Cinco Minutos.

-Eso es una charraná -balbució roncamente el Carambola, colocándose de cualquier modo el sombrero y dirigiéndose en casi trágica actitud hacia la puerta de la habitación.

Y cuando ya su mano temblorosa posábase en la llave, cuando con toda el alma hecha lágrimas y cólera disponíase a ir en busca de la mujer querida y del amigo que lo traicionaba, abrióse la puerta de cristales de la alcoba y, cogidos del brazo, sonriente él y colérica ella, penetraron en la sala, seguidos de la tía Candela, Pepa la Maripozona y Currito el Carabina.

Detúvose Joseíto. La sorpresa hízole poner cara de tonto, y

-¿Qué es esto? -preguntó, paseando su mirada de uno en otro con aire desconcertado.

-Esto es lo que yo le había dicho a usté, que mi Curro y mi comadre estaban, como nosotros estábamos, de palique y que sa menester que se enmiende usté, compadre, y que como se merecía usté un castigo por mala presona... pos na, que ya está usté castigao.

Y diez minutos después, mientras se alejaban Joseíto llevando casi a remolque a su Pepa, que le disparaba a querna ropa toda una granizada de improperios, decíale Rosario a su Curro con acento zalamero y brindándole toda el alma en sus negrísimas pupilas:

-¿Ves tú como ni el compadre duerme en el Batatar ni tú duermes metío en un calabozo?

Y...