Ensayo sobre el hombre (González Azaola tr.)/IV

EPISTOLA CUARTA.

DE LA NATURALEZA Y ESTADO
DEL HOMBRE CON RESPECTO
A LA FELICIDAD.




¡Oh felicidad, blanco y fin de nuestra existencia! bien, placer, descanso, contentamiento, cualquiera que sea tu nombre: cosa que no sabemos lo que eres, y nos haces dar continuos suspiros: por quien soportamos la vida, y llegamos á arrostrar la muerte: que te se ve siempre tan cerca, y siempre estás mas allá de nosotros: objeto poco meditado, y visto tan en contuso asi por el sabio como por el necio* planta de semilla del cielo, ya que has caído en la tierra, di, ¿en qué terruño mortal te dignas crecer? ¿Te manifiestas á las claras a nuestros ojos en los esplendores de una corte fastuosa, ó yaces enterrada en las hondas minas con el oro y los diamantes relucientes? ¿Estás entretejida con los laureles de las guirnaldas del Parnaso, o te se recoge á fuerza de hierro por esos campos de Marte? ¿Dónde creces? ¡Oh acaso no creces! Si nuestro trabajo es vano, será por defecto del cultivo, y no del terreno. La verdadera felicidad no está destinada para nadie en particular: ó en ninguna parte se halla, ó se encuentra por donde quiera: no se compra: se da de balde; y huyendo de los palacios de los Monarcas, ¡Bolingbroke, habita contigo!

Pregunta á los sabios el camino para llegar á conseguirla; pero los sabios estan ciegos: uno nos encarga ser oficiosos, otro que huyamos de los hombres; unos hacen consistir la felicidad en la acción, otros solo en el descanso; unos la llaman placer, y otros contentamiento. El que asi define la felicidad ¿nos enseña algo de nuevo, ó dice otra cosa, poco mas poco menos, sino que la felicidad es felicidad? ¡Vanos, filósofos! Según unos, el placer no es mas que la carencia de dolor; otros dudan de esto y de todo; y para otros la virtud misma no viene á ser mas que un nombre vano![1]

Abandonemos los senderos de opiniones tan insensatas, y sigamos la ruta de la naturaleza. La felicidad está al alcance de todos, sean del estado y talento que se fueren: sus bienes se nos ofrecen por sí mismos á la vista, con tal que no los busquemos en los extremos, donde no se encuentran nunca. Solo se necesita para eso buen sentido y rectitud: quéjense algunos cuanto quieran de la diversidad de porcion que les toca: no puede haber igualdad de contentamiento general, asi como no la hay de sentido común.

Acuérdate, hombre, que la causa universal no obra por leyes particulares, sino por leyes generales, y ha sabido constituir lo que merece llamarse justamente felicidad, no en el bien de solo uno, sino en el de todos en general. No puede gozar un individuo de una verdadera felicidad sin que esta rebose en cierto modo, y se reparta entre toda la especie. Un feroz bandolero, un tirano rabioso lleno de orgullo, y un solitario soterrado en su caverna no pueden bastarse á sí mismos. Los que parece que huyen de las gen- tes y pretenden aborrecer mas al género humano, buscan un admirador, ó quieren grangearse apasionados. Si llegamos á hacer abstraccion de lo que sienten y piensan los demas hombres, todos los placeres menguan, y toda gloria se extingue. Cada uno tiene señalada su dosis de felicidad, y el que quiere mayor cantidad pronto experimenta que el aumento de placer no equivale a la mitad de la pena.

La gran ley del cielo es el orden: y sentado ya este principio, es claro que hay y debe haber hombres mas ricos, poderosos y hábiles unos que otros; pero seria querer chocar con todo sentido común el inferir por eso de aqui que tambien han de ser mas felices. Aunque esten repartidos desigualmente los bienes de fortuna, siempre que los hombres sean iguales en felicidad debemos confesar que el cielo es justo é imparcial, pues lejos de destruir la felicidad esta desigualdad de bienes, produce necesidades mutuas, que contribuyen á acrecentarla. La diferencia que se nota en la naturaleza sirve para conservar la paz; ni la condicion ni las circunstancias son las que hacen la esencia de la felicidad. La misma es para el súbdito que para el Rey, para el que defiende que para el defendido, para el que halla un amigo que para este mismo amigo. El cielo que inspiró en todos los seres del universo una alma comun, les dio una felicidad comun. Si la fortuna repartiese igualmente sus favores, y todos fuésemos iguales, ¿no estaríamos en perpetua contienda? Asi, pues que Dios ha hecho una felicidad para todos lós hombres, no podia haberla colocado en la posesion de los bienes exteriores.

La fortuna puede disponer de sus dones de mil maneras; y segun la diversidad de su distribucion, llamamos á los unos dichosos y á los otros desdichados; pero la igualdad de la fiel balanza de los cielos se deja ver patentemente en la esperanza que dio á unos y el temor que infundió á otros. No son solo el bien ó el mal presentes los que causan nuestra alegría ó afliccion, sino el presentimiento de un porvenir acaso mejor ó acaso peor.

¡Hijos de la tierra! ¿Queréis otra vez subir hasta el cielo amontonando montañas unas sobre otras? El cielo se burlará de vuestro vano empeño sepultándoos bajo las masas enormes que levantó vuestra locura.

Sabed que, todos los bienes de que pueden disfrutar los individuos, que todos los que Dios y la naturaleza han destinado para el hombre, que todos los goces y placeres asi de la razon como de los sentídos, están reducidos á tres cosas solo, la salud, la paz, y lo necesario. La salud no se conserva sino por medio de la templanza. Y la paz ¡virtud amable! la paz toda te toca á tí. Buenos y malos, todos, todos pueden adquirir bienes de fortuna; pero la fruicion del gozar es menor á proporcion de la ruindad de los medios por que se ganaron. En la adquisicion de las riquezas y placeres ¿quién es el que aventura mas, el que emplea medios injustos, ó el que usa solo de los lícitos y rectos? Entre el vicioso y el virtuoso, el feliz y el desgraciado, ¿cuál de los dos moverá á desprecio, y cuál á piedad nuestro corazon? Calculad todas las ventajas que pueden lograrse por el vicio afortunado, y hallareis que la virtud las desdeña y repugna todas; conceded, conceded á un malvado todas cuantas dichas pueda apetecer, y siempre le faltará una, la de ser tenido por hombre de bien.

¡Oh y qué ciego anda el hombre en la tierra! ¡qué poco distingue la verdad y el sistema general de Dios cuando cree feliz al vicioso, y desdichado al que practica la virtud! El hombre que penetra mejor el espíritu de este gran sistema, y se conforma mas con él, ese es el que conoce mejor lo que es la felicidad, y será también mas dichoso. La locura, en sus vanos raciocinios, llama desdichado solo al hombre de bien, porque le sobrevienen males ó accidentes que la casualidad reparte entre todos. He ahi muerto al justo y virtuoso Falkland![2] ¡He ahi al divino Turena tendido por el suelo! ¡He allí la sangre del buen Sidney[3] tiñendo la arena del campo de batalla! ¿Su virtud por ventura ha sido la causa, ó mas bien el desprecio de la muerte? ¡Oh joven y querido Digby, objeto de nuestra pesadumbre[4]! ¿tu virtud (cual á nadie dieron tanta jamas los cielos), tu virtud pudo acaso precipitarte al sepulcro? Si la virtud hizo espirar al hijo, ¿por qué vive aun su buen padre colmado de gloria y de honrosas canas? ¿Por qué el santo obispo de Marsella respiraba él solo un aire puro, mientras que la naturaleza desfallecía y el soplo de los vientos sembraba la muerte? ¿O por qué prolongando el cielo unos dias preciosos para mí y los pobres infelices, nos conserva á nuestra tierna madre tan largo tiempo, si largo puede decirse el de la vida?[5] ¿Pero qué viene á ser el mal físico, y qué cosa es el mal moral? El uno apartarse de la naturaleza, y el otro extraviarse la voluntad. Dios no envia mal alguno; y si se comprende bien su esencia, ó el mal particular es un bien general, ó admite mudanza y variacion, ó lo permite y requiere asi naturaleza; pero siempre es raro y poco durable, y lo fue así hasta que el hombre lo empeoró todo. Que Cain mate al justo Abel, ó que un hijo virtuoso se vea lleno de achaques y dolencias por la sangre corrompida que heredó de un padre licencioso, grande locura seria quejarse de los cielos, tanto respecto á uno como respecto á otro. ¿Podríamos creer que la causa eterna, semejante á los príncipes débiles, había de infringir sus mismas leyes por complacer á favoritos?

¿Ha de sofocar el Etna sus fuegos y hacer cesar sus bramidos porque se lo intime el filósofo? ¿Han de producir nuevas sensaciones el aire y el mar para que respire cómodamente el virtuoso y delicado Bethel?[6] ¿No han de obedecer á las leyes de la gravedad las montañas conmovidas por un terremoto porque no soterren á nadie? ¿O ha de mantenerse en el aire la bóveda de un templo desplomado hasta que pille debajo la cabeza del infame Chartres?[7]

Mas sí no os gusta este mundo, ó es tan á propósito para los malvados, imaginemos otro mejor. Supongamos que sea un reino de justos, y veamos ante todas cosas cómo se conciertan entre sí. Los hombres de bien deben merecer del cielo un cuidado particular; ¿pero quién, á no ser Dios, puede decir cuáles lo son? Uno cree que el espíritu celestial descendió sobre Calvino, y otro piensa que solo fue un instrumento del infierno mismo. Si Calvino goza de la suprema felicidad, ó si el cielo le hace sufrir el peso de su brazo vengador, uno exclama: cierto es que hay Dios; y otro grita: no, no le hay. Lo que choca al uno edifica al otro, y ningun sistema puede hacer á todos los hombres dichosos, pues los mas virtuosos suelen tener inclinaciones diversas, y lo que recompensa vuestra virtud á veces castiga la suya. Cuanto existe es como debe ser. Verdad es que el mundo se hizo para Cesar; pero también se hizo para Tito. ¿Y cuál de los dos fue mas feliz? ¿El que esclavizó su patria, ó aquel cuyas virtudes le hacían suspirar el día que se pasaba sin hacer beneficios?

Pero diréis: el virtuoso muere á veces de hambre, al paso que el vicioso abunda de todo, ¿Y qué se infiere de aqui? ¿Es el pan por ventura recompensa de la virtud? El vicioso puede adquirirlo lícitamente cuando es el fruto de su trabajo; el mas perverso lo merece cuando labra la tierra ó arroja el pecho al mar, donde el loco combate por los tiranos ó por adquirir riquezas. El hombre de bien puede ser débil é indolente; pero no aspira á la opulencia, solo desea vivir contento. Pero supongamos que sea rico, ¿se acabarán por eso las peticiones? No. ¿Ha de carecer el hombre bueno de salud, ha de carecer de poder? Démosle pues riquezas, y poder y todos los bienes de la tierra. Es regular que aun queramos mas. ¿Pero por qué ha ae ser limitado este poder? ¿Por qué ha de ser un particular? ¿No debia ser un Rey? ¿Y por qué hemos de desear solo lo exterior mas bien que lo mas precioso, é interior? ¿Por qué no ha de ser el hombre un Dios, y la tierra un paraíso? El que pide y raciocina asi, difícilmente se figurará que Dios haya dado bastante cuando puede dar todavía mas, porque siendo inmenso su poder, los pedidos deben serlo también; ó si no decidme ¿en qué parte, en qué grado de la naturaleza deben cesar?

El premio de la virtud es aquello que nadie de este mundo puede dar ni puede destruir, á saber, la quietud del ánimo y el gozo interior del corazon. ¿Os atreveríais a señalar otro mejor, y dar á la humildad una carroza de seis caballos? ¿á la justicia la espada del conquistador? ¿á la verdad toda la pompa de los doctores? ¿y al amor del bien público, lo que mejor le cura, una corona? Semejantes recompensas no agradarian á la virtud, ó mas bien la destruirían. ¡Cuántas veces corrompieron á los 60 años las virtudes que se habían admirado á los 21!

Pero analicemos y entremos á examen. ¿Las riquezas pueden dar á cualquier hombre que no sea justo un cierto contentamiento personal, y hasta la confianza de los demas hombres? Jueces y parlamentos enteros han sido comprados á dinero; pero el amor y estimacion jamas se vendieron. ¡Qué locura la de creer que el hombre honrado que ama al género humano, y es amado de él, cuya vida respira salud, y cuya conciencia está libre de crímenes y remordimientos, pueda ser aborrecido de Dios porque no le haya dado mil guineas de renta!

El honor y la vergüenza no nacen de nuestra condicion. Cumplamos bien con nuestras obligaciones, y en eso consiste el honor. La fortuna ha establecido cierta pequeña diferencia entre los hombres: uno se contonea con sus guiñapos; otro se pavonea con sus brocados; el zapatero de viejo anda muy soplado con su mandil; el clérigo ufano con su sotana; el fraile muy hueco con su capilla, y el monarca con su corona. Pero diréis ¿puede haber cosa mas opuesta y desemejante que una capilla y una corona? Sí, amigo mió, el hombre sabio y el necio! Si el monarca se porta como un fraile, y el clérigo se embriaga como el zapatero, os desengañareis y veréis que el mérito es el que hace al hombre eminente, y la falta de mérito al hombre villano; porque en lo demas ¿qué me importa á mí la sotana del uno ni el mandil del otro?

Verse lleno de títulos y cargado de veneras y bandas es una distincion que puede adquirirse por el favor de los Reyes ó el de sus damas. Tu sangre ilustre, conocida y ensalzada por mil ó mas años, puede haber venido pasando de Lucrecia en Lucrecia; pero si fundas tu mérito sobre el de tus abuelos, no mientes nunca otros mas que los hombres grandes, es decir, los que fueron hombres de bien; porque si tu sangre antigua, pero vil y baja, ha corrido por corazones ruines, aunque sea desde el diluvio, ¡anda, miserable; y di mas bien que tu familia es nueva, y no anuncies que tus padres carecieron de mérito tan largo tiempo! Nada de este mundo puede ennoblecer á los necios, ni á los esclavos y ruines. ¡Ah! ni la sangre de todos los Howards![8]

Pero pasemos á ver la grandeza. ¿Y esta donde se encuentra? Responderás que entre los héroes y los políticos. Los héroes todos son unos (cosa que parece ya convenida) desde el loco de Macedonia hasta el otro de Suecia. El empeño extravagante de toda su vida es el de encontrarse enemigos, ó hacérselos de todo el género humano. Ninguno vuelve la cara atrás; siempre van mirando adelante, y sin embargo nunca ven mas que lo que alcanzan á tocar con la mano. Los políticos allá se van; astutos, pesados y circunspectos, no acechan mas que los momentos de imprudencia ó inconsideracion de los demas hombres, lo que no arguye destreza en ellos, sino debilidad en los demas. Pero aun suponiéndoles buen éxito en todo, ó que el héroe conquiste, y el político logre engañar, ¡qué disparate no es calificar al crimen con la denominacion de grandeza! Su alevosa prudencia o su valentía insensata no prueban menos por eso su locura y su vileza. El que consigue un fin noble por medios nobles, ó el que sucumbiendo á la suerte se rie y mantiene sereno en el destierro ó los calabozos, sea que reine como el sabio Antonino, ó muera desangrado como Sócrates, ese es el grande verdaderamente!

¿Y qué viene á ser la fama? Una vida imaginaria que respira en los demas; objeto totalmente fuera de nosotros, como lo está aun antes de morir. Lo único que se goza es precisamente aquello que se oye, pues lo que es ignorado de todos, trátese de vos, milord, ó trátese de Ciceron, viene á ser una misma cosa. Todo cuanto la fama nos da á conocer nace y acaba en el corto recinto en que andan nuestros amigos ó nuestros enemigos. Para todos los demas lo que vive y lo que ya no vive es igualmente una sombra, ora sea Eugenio, ora Cesar, ora brille, ora haya brillado, en tal tiempo ó en tal parage, sobre el Rhin ó el Rubicon. Un literato es una pluma, y un general un baston. El hombre, el hombre de bien es la obra mas noble de Dios. Puede la fama sustraer de la muerte el nombre de un célebre malvado, asi como la justicia priva á su cuerpo de la sepultura; pero también suele suceder que lo que fuera mejor sepultar en un eterno olvido, se expone al aire y al público para apestar á los demas vivientes. Toda reputacion que no nace de un sólido y verdadero mérito no nos pertenece, es extraña; su incienso daña á la cabeza, y no llega al corazon. Una hora de nuestra propia aprobacion interior vale mas que muchos años de aclamaciones mercenarias de un populacho alucinado. Marcelo en medio de su destierro sentía un júbilo mas verdadero que Cesar seguido y rodeado de todo un senado adulador.

¿Y qué ventajas resultan de un talento superior? Decidnos vos, milord, pues podéis decirlo, qué viene á ser el ser sabio? Es conocer lo poco que podemos saber, notar todas las faltas de los demas, y advertir uno las suyas propias. Condenado á desenmarañar negocios arduos ó restablecer las artes, sin auxiliar ó sin juez, ¿queréis manifestar algunas verdades, ó salvar un pais que se arruina? Todos temen, nadie os ayuda, y muy pocos os entienden. ¡Oh triste preeminencia la de verse superior á las debilidades de la vida, y á los consuelos que esta ofrece!

Si examinamos pues á fondo todas estas diversas ventajas, y se compensa bien lo uno con lo otro, ¿cuál viene á ser el resultado? ¡Cuántas veces por lograr una cosa se pierde otro tanto de otra, si no se pierde del todo! ¡Cuán poco compatibles son muchas de ellas unas con otras, y acaso las mas esenciales! ¡Cuántas veces se arriesga por ellas la vida, ó al menos siempre el descanso! Examinadlo detenidamente; y si aun excitan vuestra admiración, reparad á quién concede dichas ventajas la suerte. ¿Os querríais trocar por ellos? Si sois bastante mentecato para suspirar por una banda, observad qué bien les cae al lord Umbra y al caballero Billy. Si el oro ó ese barro amarillo es lo único que anheláis en esta vida, volved un poco la cara hácia Gripo y su muger. Si os prendáis de un gran talento, reflexionad lo que brilló Bacon, el mas hábil, mas ilustrado y mas despreciable de los hombres[9]. Si os encanta un nombre famo- so, ved á Cromwel condenado á una celebridad infame y perpetua. Si el conjunto de todos estos pretendidos bienes excita vuestra ambicion, abrid y leed la historia antigua, y aprended de ella á despreciarlos todos sin dejar uno. Ved en ella y en hombres colmados de riquezas, dignidades, reputacion y grandeza la falsedad misma de todos estos bienes, que debían haberlos hecho perfectamente felices, y no los hicieron. ¡Oh! exclamará alguno, ¡qué colmo de dichas reinar en el corazon de un Rey ó merecer los favores de una Reina! ¡Sí! ¡Ay! ¡que dicha! ¡llegar á tan alta confianza, el uno para perder á su señor, y el otro para vender á su querida! Observad por qué viles medios y por qué sucios escalones subieron esos á su gloria, al modo que la altiva Venecia se levantó sobre el fango de sus lagunas. Su crimen y su grandeza caminan á paso uniforme, y lo que forma su heroísmo destruye la humanidad. ¡Ved esas sienes de los héroes ceñidas con laureles de Europa, pero salpicados de sangre ó marchitados por la codicia: quebrantada su salud, sumidos en la molicie, y solo afamados por el saqueo de provincia, enteras, viven, pero cubiertos de oprobio! ¡Miserables riquezas aquellas á las cuales ninguna accion generosa pudo dar esplendor; y ningun brillo verdadero libertarlas del bochorno y la infamia! ¿Y qué especie de felicidad es la que termina su carrera? En medio de las sombras ostentosas que les rodean, su sueño se ve turbado por el espectro de algun codicioso favorito, ó alguna muger orgullosa que se hizo dueña de todo y manda en aquellos salones donde la vanidad tiene pintada la triste historia de su vida y los monumentos de sus trofeo?. ¡Ah! no nos dejemos deslumbrar por el resplandor de su mediodía. Comparémoslo con la oscuridad de su mañana y su tarde, y todo el resultado de su gran fama vendrá á parar en un sueño ó en que se confunda su gloria con su vergüenza.

Conozcamos pues esta verdad cuyo conocimiento le basta al hombre, que no hay mas felicidad en la tierra que la de la virtud, único punto en que puede fijarse la dicha de los hombres, gozando del verdadero bien sin mezcla alguna de mal. La virtud sola es la que da al mérito una recompensa cierta y segura: ella la que halla un placer igual en el beneficio que se hace que en aquel que se recibe: el regocijo mas puro acompaña sus buenos sucesos; y si le fallan, lo ve sin pesar: sabe hallarse en medio de la abundancia sin tomar hastío á nada; y cuando experimenta un revés, entonces siente mayor dulzura. Las carcajadas que da la locura en medio de su insensibilidad y falsa alegría le son menos agradables que los llantos y sollozos de la virtud. De todas las cosas saca algun bien, y en todas partes halla lo que quiere; siempre está en accion; jamas se cansa; jamas se alegra ni envanece por la caida de ningun hombre, ni se abate ó entristece por su encumbramiento; nada tiene que desear, y todos sus deseos están satisfechos; pues como ellos sean buenos, en deseando mas ya está conseguido.

Esta es la única felicidad que el cielo puede conceder á todos. El que puede pensar, puede conocerla, y el que puede sentir, gozarla. Y sin embargo, pobre aunque colmado de riquezas, ciego aunque lleno de ciencia, el malo no la alcanzará; y por el contrario al hombre de bien se le entrará en su casa cuando menos lo piense. No se atiene ni esclaviza á ninguna secta, no sigue senda particular, sino que elevándose por la indagacion de la naturaleza hasta el Dios de la naturaleza, jamas suelta la cadena que une todo este gran sistema, y junta el cielo con la tierra y lo mortal con lo divino. Ve que en esta gran cadena ninguno puede ser feliz, sin que sil felicidad alcance asi á los de arriba como á los de abajo. De la union y encadenamiento de este gran todo infiere y aprende cuál es el primero y último fin del espíritu humano, y llega á conocer cuál es el principio y fin de la fe, de las leyes y la moral, á saber, el amor de Dios y el del hombre.

El solo puede saber lo que es la dulzura de la esperanza: esta le guia de un punto á otro, hasta que progresando siempre y descubriéndose mas y mas á su alma, se une por último á la fe, y. entonces sin otros límites que el infinito, le ofrece una felicidad que le absorve totalmente. Entonces ve por qué la naturaleza ha dado solo al hombre la esperanza de una felicidad conocida y la fe de otra desconocida, cuando ella no dio en vano jamas impresion 6 idea alguna a las demas criaturas, pues cuanto buscan lo encuentran. ¡Sabiduría admirable de sus distribuciones, que de este modo reunió en el hombre la mayor felicidad con la mayor virtud, presentándole al mismo tiempo por un lado la perspectiva brillante de su propia dicha, y por otro el motivo mas poderoso para contribuir á la de los demas!

Ligado asi el amor propio con el amor social y el de Dios, nos hace hallar nuestra felicidad en la misma de nuestro prójimo. ¿Es acaso esto demasiado poco para tu corazon generoso sin límites? Pues ábrele otro campo inmenso, y extiende tu generosidad á tus enemigos. Haz solo un sistema de benevolencia de todos los mundos, de todos los seres racionales, y de todo cuanto tiene vida y sentimiento: cuanto mas generoso seas, tanto mas feliz serás; pues el grado mas alto de felicidad no es otra cosa que el mas alto grado de caridad. El amor de Dios desciende del todo á las partes; pero el del hombre debe elevarse de los individuos al todo. El amor propio solo sirve para despertar al alma virtuosa, asi como la piedrecita que arrojada en el estanque empieza á formar un círculo alrededor del centro ó punto del agua que se puso en movimiento; pero se extiende después, y se hace mas grande, y luego mayor. Primero comprenderá al pariente, al amigo y al vecino, luego á la patria, después al género humano, hasta que extendiéndose mas y mas estos desahogos del alma, abrazan á todos los seres, de cualquier especie que sean. La tierra toda se regocija entonces; una benevolencia sin límites produce una felicidad general, y el cielo contempla su imagen en el corazon del hombre generoso.

Ea, pues, amigo mió, genio mio, sigamos en nuestro propósito, ya que eres tan árbitro del poeta como del poema. Y entre tanto que mi musa abate su vuelo hasta las pasiones bajas del hombre, ó se remonta hácia sus fines mas altos y gloriosos, pueda yo, a la manera que tú, profundo conocedor de las maravillas de la naturaleza, descender con dignidad y elevarme con moderacion; formado por tus discursos, aprenda á pasar felizmente del asunto grave al festivo y del ligero al severo; á ser exacto con vehemencia y elocuente sin afectacion a discurrir con sólidez y agradar con delicadeza. Pero mientras tu nombre vuela sobre las alas del tiempo, recogiendo á vela llena su justa celebridad, dime ¿podrá mi barquilla seguir tu triunfo forzando de vela, y participar de ese viento favorable? Cuando los políticos, héroes y reyes esten reducidos á polvo (¡esos, esos, cuyos hijos se avergonzarán de que sus padres hayan sido tus enemigos!), mis versos harán saber á la posteridad que tú fuiste mi guia, mi filósofo y mi amigo: que excitada mi musa por tí, consagró el arte de la armonía á cosas, y no á palabras; hablando al corazon, y no á la fantasía; haciendo brillar la luz de la naturaleza en vez del falso oropel del ingenio, y demostrando al orgullo que se engaña; que todo, todo cuanto existe es del modo que debe ser; que la razon y la pasion nos son dadas para solo un gran fin; que el verdadero amor propio y el social vienen á ser una misma cosa; que solamente la virtud puede hacernos felices en la tierra, y que el objeto principal de todos nuestros conocimientos se reduce á conocernos.




Véndese en el despacho de la Imprenta nacional, y en la librería de Brun.


  1. Alude Pope á aquellas fuertes expresiones del famoso Bruto, filósofo estoico, á la hora de su muerte, el cual vencido por Octavio y Marco Antonio, y viéndose reducido á quitarse la vida por no caer en manos de sus enemigos, exclamó asi, según refiere Dicen: „¡O desdichada virtud! yo te seguí, yo te abracé como una cosa real y verdadera, y he visto que eres una palabra insignificante, y una esclava de la fortuna!"
  2. El vizconde de Falkland fue Secretario de Estado del Rey Carlos i, y fue muerto en la batalla de Newport el año de 1643 á la edad florida de treinta y cuatro años, defendiendo á su Rey y á su patria contra los rebeldes. El conde de Clarendon, historiador de aquellas guerras civiles, le pinta como un héroe de los primitivos tiempos por su valor, integridad, elocuencia, afable trato, humanidad, talento, y sencillez de costumbres
  3. El caballero Sidney fue muerto en una refriega que se dió cerca de Zutphen entre ingleses y españoles. Estaba adornado de tales y tan raras prendas, y de tanta virtud, talento, erudicion y amabilidad, que el ejército ingles, según Cambden, sintió su muerte sobre la de todos, y se le hicieron magníficas honras en S. Pablo de Lóndres.
  4. Mr. Roberto Digby era hijo del Señor de este nombre, á quien Pope le compuso un largo epitafio, en que le pinta como un joven de costumbres muy puras, de un saber modesto, y de una gran serenidad, asi en lo próspero como en lo adverso, hombre de bien, de verdad y de su palabra, y verdaderamente grande sin pretension á serlo; y acaba de esta suerte: „¡Oh tu que jamas deseaste cosa que no pudieses confesarla á la faz del mundo, que juntarte á las mas suaves costumbres un ingenio sin afectacion, amigo de la paz y del género humano: ea, vive eternamente.!”
  5. La madre de Pope vivía aun cuando su hijo publicó estas epístolas morales, y murió al año siguiente de 1733 de edad de 93 años, habiéndose distinguido mucho por su piedad y amor á los verdaderos pobres.
  6. Mr. Bethel era un buen amigo de Po- pe, de mucha probidad y de una complexion muy delicada, á quien en carta de 9 de Agosto de 1733 le decia las siguientes palabras: „Mucho me temo que en mi Ensayo sobre el hombre no halléis un verso que os incomode; pero yo no quiero variarle ni suprimirle, porque no me quiero privar del mayor gusto que puedo tener porque otro tenga la modestia de no querer disfrutarle conmigo. ¡Qué mas puede hacer un pobre poeta que tributar este homenage á la virtud, ya que él no la tenga, sobre todo en un siglo en que hay tanta penuria de buenos ejemplos, que no debe uno dejar perder ninguna ocasion de aprovechar los que se le vengan á la mano!”
  7. Francisco Chartres fue uno de los hombres mas perversos que han existido. No había pasado de la clase de alférez cuando ya fue expelido del regimiento en que servia por una ratería. Por otras habilidades semejantes fue desterrado de Bruselas, y después de Gante. Cansado de hacer fullerías al juego, se metió á usurero, prestando bajo las condiciones mas irritantes, acumulando intereses sobre in- tereses, y capitales sobre capitales, y exigiendo su pago sobre la marcha del modo mas cruel; de manera que amontonó inmensas riquezas por un empeño constante en vivir acechando y aprovechándose de los vicios, miserias y locuras de los hombres. Llegó á tener siete mil libras esterlinas de renta en haciendas, y cien mil en dinero contante. Convirtió su misma casa en lupanar; fue condenado dos veces por forzador; pero la última vez fue multado en sumas enormes. Murió en Escocia en 1731 de edad de sesenta y dos anos; pero al ir á enterrarle el pueblo se amotinó, medio arrebató el cadáver del ataúd, y luego echó en el hoyo sobre él perros muertos y otras inmundicias. El Dr. Arbuthnot le compuso un terrible epitafio, en que después de pintarle como un malvado que mereció mil veces morir en la horca, acaba con estas memorables palabras. „¡Lector indignado! no creas que este mal ejemplo sea inútil ai género humano. La Providencia toleró sus execrables delitos para dar un claro testimonio á las generaciones venideras de lo poquísimo que valen las mayores riquezas ante los ojos de Dios, cuando le dejó colmarse de ellas ai mas indigno y perverso de todos los mortales.”
  8. Esta familia es de las mas ilustres de Inglaterra por su nobleza. Se cuentan en ella seis Pares del reino; á saber, el duque de Norfolk, y los condes de Suffolk, de Berkshire, de Carlisle, de Stafford, y de Effinghan. El duque de Norfolk es el primer duque de Inglaterra, y la dignidad de gran Mariscal es hereditaria en sus descendientes varones.
  9. Francisco Bacon fue uno de los sabios mas profundos, y de los genios mas vastos que se han conocido. Sus obras serán la admiracion de la posteridsd. Sin embargo este hombre grande fue acusado, siendo Canciller de Inglaterra, de haberse dejado corromper en punto á la administracion de justicia. Se le descubrieron bajezas infames, que al cabo confesó él mismo, y de resultas fue despojado de su diquidad, y declarado incapaz de volver á tener asiento en la cámara de los Pares, aunque continuó titulándose baron de Verulamio y vizconde de S. Albano.