Ensayo sobre el hombre (González Azaola tr.)/II

EPISTOLA SEGUNDA.

De la naturaleza y estado del
hombre con respecto a si mismo
como individuo.




Conócete á tí mismo, y no te imagines poder sondear la divinidad. El estudio mas propio de la especie humana es el hombre. Colocado como en el istmo de un estado intermedio ó confinante, y siendo una mezcla de luz y oscuridad, de bajeza y de grandeza, con demasiado conocimiento para la duda escéptica, y con demasiada debilidad para la fiereza estoica, está vacilante entre ambas á dos, no sabe si hacer algo ó no hacer nada, y duda si tenerse á sí mismo por Dios ó por bruto, y preferir al cuerpo ó al espíritu. No nació sino para morir, y no discurre mas que para errar; y su razon es tal que ignora igualmente si piensa demasiado, ó si demasiado poco. Es un caos de opiniones y pasiones y una pura confusion. Se está engañando continuamente, y desengañándose á sí mismo. Ha sido creado la mitad para elevarse, y la otra mitad para abatirse. Es dueño de todas las cosas, y sin embargo la presa de todas ellas. Es único juez de la verdad, y está cayendo continuamente en el error; y en fin es la gloria, el juguete y el enigma de este mundo.

¡Ea, estupenda criatura! remóntate adonde las ciencias te guian. Mide la tierra, pesa el aire, y calcula las mareas. Demuestra qué leyes siguen los errantes planetas en sus órbitas; corrige el tiempo, y marca al sol su camino. ¡Ea, elévate con Platon á la esfera del empíreo hasta llegar al bien primero, á la primera perfeccion y belleza primera, ó penetra en el laberinto hollado por sus sucesores, y di que el desentenderse de los sentidos es imitar á Dios, á la manera que aquellos sacerdotes orientales, que despues de dar sus vueltas al rededor, y andárseles la cabeza, se imaginan imitar al sol! ¡Ea, ve, enseña á la eterna Sabiduría cómo debe gobernar, y entra luego dentro de tí mismo, y nota tu imbecilidad! Cuando en estos últimos tiempos vieron los seres superiores explicar á un mortal todas las leyes de la naturaleza, se pasmaron de ver tanta sabiduría en una figura terrenal, y Newton les pareció lo que á nosotros un diestro mono.

Pero este filósofo, que sujetaba á reglas las órbitas de los cometas, ¿podía describir ó fijar un solo movimiento del alma? El que demostraba los puntos de ascension y declinacion de los astros, ¿podía acaso explicar su principio ó su fin? ¡Oh! y qué portento! La parte superior del hombre puede elevarse sin obstáculo, éir remontándose de arte en arte; pero cuando ha empezado su grande obra, cuando trata de sí mismo, lo que dispuso la razon es luego deshecho por la pasión.

Dos principios son los que rigen la naturaleza humana, el amor propio, que es el que excita, y la razon, que refrena. No llamemos al uno un bien, ni tampoco al otro un mal; cada uno produce su fin; el uno mueve, y el otro lo gobierna todo, y á sus operaciones propias se debe atribuir todo lo bueno, como á las impropias lo malo.

El amor propio, origen del movimiento, hace obrar al alma, y la razon compara, pesa y gobierna el todo. Sin aquel no se movería el hombre á obrar, y sin esta obrarla, pero sin fin. Fijo entonces como una planta sobre su pedazo de tierra vegetaría, multiplicaría, y luego se podríria, ó atravesando el aire desordenadamente como un meteoro inflamado destruirla á los demas destruyéndose á sí mismo.

El principio de movimiento necesita tener mas fuerza, su operacion es activa, y asi inspira, excita é impele. El otro es tranquilo, quieto y sosegado para comparar, como que está destinado á reprimir, deliberar y aconsejar. El amor propio es siempre mas fuerte en razon de la proximidad de su objeto; la razon le tiene á cierta distancia como en perspectiva; aquel ve el bien inmediatamente por el sentido que está presente, y esta solo ve lo venidero y las consecuencias de ello. Las tentaciones vienen con ímpetu y mas de tropel que los argumentos; y si la razon es mucho mas vigilante, aquel ataca con mas fuerza. Para suspender la accion del mas fuerte, valgámonos de la calma de la razón, escuchándola siempre; esta atencion hace adquirir hábito y experiencia, y estas fortifican la razon y refrenan el amor propio.

Que los sutiles escolásticos, mas inclinados siempre á la discordia que á la union, enseñen á batirse á estas dos potencias amigas, y separen con toda la sutileza y temeridad de su ingenio la gracia de la virtud y el sentido de la razon: ¡talentos superficiales, exactamente parecidos á aquellos locos que se matan por una palabra sin saber muchas veces lo que piensan ó pensando del mismo modo! El amor propio y la razon aspiran á un fin, evitar el dolor, y desear el placer; pero aquel vehemente parece devorar su objeto, y esta solo liba la miel, y no estropea la flor. El placer, bien ó mal entendido, es nuestro mayor mal ó nuestro mayor bien.

Llamaremos las pasiones unas modificaciones del amor propio. El bien cierto ó el aparente las mueven todas; pero como no es todo bien susceptible de división, y la razon nos ordena proveer á nuestra conservacion, las pasiones aunque interesadas, si sus medios son buenos, se alistan bajo el estandarte de la razón, y se hacen dignas de su cuidado; aquellas que son comunicativas ó generosas, y tienen un noble objeto, elevan su especie, y toman el nombre de alguna virtud.

Que se jacten los estoicos en su ociosa apatía de su virtud intrastornable. Su firmeza es como la del hielo, que todo lo encoge, y retira el calor al pecho. Pero la fuerza del espíritu es el ejercicio, no el reposo. Una borrasca levantada en el alma la pone en el debido movimiento; puede asolar una parte, pero se preserva el todo. Navegamos de diversos modos en el vasto océano de la vida; la razon viene á ser la brújula; pero la pasion es la brisa ó el viento; ni hallamos solo á Dios en la calma, antes bien anda sobre las olas, y se pasea sobre los vientos.

Las pasiones, asi como los elementos, aunque nacidas para combatir, no obstante combinadas y templadas se unen en la obra de Dios. A estas basta moderarlas, y hacer uso de ellas sin destruirlas. Mas ¿puede el hombre destruir aquello que compone al hombre? Bástale á la razon no desviarse del camino de la naturaleza, sujetarlas, refrenarlas, y seguir á estay á Dios.

El amor, la esperanza y alegría, comitiva risueña del placer; el odio, el temor y el disgusto, compañeros del dolor, mezclados con arte, y contenidos en sus debidos límites, forman y mantienen la balanza del alma; son las luces y las sombras, cuyo contraste bien entendido hace toda la fuerza y colorido del cuadro de nuestra vida. Siempre tenemos los placeres á nuestra disposicion ó á nuestra vista; y cuando unos cesan, otros se ven á lo lejos. Aprovechar los presentes, y buscar otros para en adelante, es toda la ocupacion del cuerpo y del alma. Todos tienen su atractivo; pero no atraen todos igualmente. Los objetos, según sus diferencias, hieren nuestros diferentes sentidos, y de aquí viene que se inflaman mas ó menos las diferentes pasiones, según la debilidad ó fuerza de la organizacion de ellos; y de aqui viene frecuentemente que dominando el pecho una pasion, absorve ó se traga todas las demas como la serpiente de Aaron.

A la manera que tal vez recibe el hombre en el momento de respirar el principio oculto de la muerte, y que la enfermedad naciente, que á la larga le ha de rendir, va acrecentándose á medida que él crece y se fortifica con sus mismas fuerzas, asi también la enfermedad del alma, infundida y mezclada con su verdadera substancia, llega á hacerse la pasion dominante. Cada humor vital de los que han de nutriré! todo bien pronto corre hácia esta parte asi del alma como del cuerpo; y todo lo que enardece al corazon ó exalta la cabeza, como lo que despeja el entendimiento y desarrolla sus funciones, lo acomoda la imaginacion á su arte peligroso, y lo echa todo sobre la parte flaca.

La naturaleza es su madre, y el hábito su nodriza: el ingenio, el espíritu y el talento no hacen mas que empeorarla. La razon misma aumenta su fuerza y actividad, asi como los rayos benignos del sol hacen mas agrio el vinagre. Nosotros, vasallos desdichados de un gobierno legitimo, en vez de obedecer a esta reina débil, obedecemos sumisamente á alguna de sus favoriías. ¡Ah! si no nos da armas como nos da reglamentos, ¿que mas podrá decirnos sino que somos locos? Acusadora astuta, y amiga destituida de auxilios, nos enseña á lamentarnos de nuestra naturaleza, pero no á corregirla; y convertida de juez en abogado, nos persuade á hacer las elecciones que hacemos, ó las justifica después de hechas. Envanecida con conquistas fáciles refrena las pasiones débiles, y luego triunfan las fuertes, sucediéndola lo que al doctor, que parece haber curado y expelido los humores, y luego asoman produciendo la gota.

Sí: el camino de la naturaleza debe ser siempre preferido. La razon no es en él nuestra guia; pero siempre va haciendo de escolta: sirve para rectificar, pero no para quitar y poner; y asi trata á la pasion dominante mas bien como amiga que como enemiga. Un poder superior á la razon, el supremo Ser, da esta fuerte dirección, é impele á los diferentes hombres hacia diferentes fines. Llevados asi, como por vientos variables, por otras tantas pasiones, la dominante les arrebata siempre hacia una ú otra banda. Tenga uno ansia por mandar, por saber, por el oro ó la gloria, ó lo que es mas fuerte que todo, anhele el descanso y la comodidad, toda la vida seguirá en su empeño, aunque sea á costa de la misma vida. El desasosiego del comerciante, la indolencia del sabio, la humildad del fraile, y el orgullo del héroe, todo, todo halla igualmente á la razon de su parte.

El eterno Hacedor sacando el bien del mal combinó con esta pasion nuestros mejores principios. De este modo se fijó la porcion volátil del hombre; y pues la virtud se fortifica mezclada con la masa de aquella, asi como el metal demasiado fino adquiere mas solidez con la liga de otro inferior que se le mezcla, asi también el cuerpo y el alma obran de común acuerdo.

A la manera que los frutos acerbos que se resisten al cultivo de un jardín llegan á ser buenos injeriéndolos sobre sierpes, asi las virtudes mas firmes provienen de las pasiones. El vigor de una naturaleza silvestre trabaja en la raiz: ¡qué abundancia de saber y de honor no dimana de la melancolía ó esplin, de la obstinacion, del rencor y del miedo! Véase si no la cólera cómo suple por el zelo y la fortaleza, y aun la avaricia por la prudencia, y la pereza por la filosofía. La lascivia mas refinada si se contiene entre ciertos límites, llega á parecer un fino amor, y á ser el hechizo del bello sexo. La envidia, que esclaviza las almas viles, es emulacion entre literatos y también entre los valientes. No citaremos virtud alguna, bien sea de hombre ó sea de muger, que no pueda provenir del orgullo ó de la vergüenza.

De este modo la naturaleza (¡abátase nuestro orgullo!) nos da por virtudes lo mas inmediato á los vicios. La razon cambia las inclinaciones, y las convierte de malas en buenas. Neron hubiera reinado como Tito si hubiera querido; y la ferocidad de alma detestada en Catilina encanta en Decio, y es divina en Curcio. Una misma ambicion destruye ó salva los pueblos, y forma de uno un patriota, lo mismo que de otro un traidor.

¿Pero quién podrá separar toda esa luz de las tinieblas que están revueltas en nuestro caos? El Dios que está dentro de nosotros.

Los extremos producen en la naturaleza fines iguales, y en el hombre se hallan confundidos para algún uso misterioso. Aunque lo uno y lo otro traspasan sus límites alternativamente, asi como vemos muchas veces bien degradado el claro-obscuro en algunos cuadros muy concluidos, la diferencia es tan imperceptible, que se duda donde acaba la virtud, y donde comienza el vicio.

¡Qué locos los que infieran de aquí que no hay vicio ó virtud en cosa alguna! Si dos masas de color blanco y negro se mezclan, revuelven y confunden de mil maneras, ¿dejarán de ser blanco y negro? Preguntárselo á vuestro propio corazón, y nada hallareis mas evidente. El encubrirlo y taparlo haciendo pasar lo uno por lo otro es lo que cuesta tiempo y trabajo.

Es el vicio un monstruo de aspecto tan horrible, que para ser aborrecido no es necesario mas que verle. Con todo si le vemos muy á menudo nos familiarizamos con su feo rostro. A lo primero apenas le aguantamos, después le compadecemos, y por último le abrazamos. Mas nadie está acorde todavía acerca de cual es el extremo del vicio. ¿Pregunta uno donde está el norte? En el condado de Yorck estará en el Tweed; en Escocia en las islas Orcades; y en otra parte estará en Groenlandia, en la Zembla, ú otro cualquier parage. Nadie se tiene á sí mismo por vicioso en primer grado, sino que cree que su vecino le ha ganado la delantera. Asi aquellos que ya viven, por decirlo asi, bajo la zona del vicio mismo, ó nunca sienten sus estragos, ó nunca quieren confesarlo. Lo que haria echar pie atras espantado á un hombre de buena índole, sostendrá que es recto y bueno un vicioso empedernido.

No hay arbitrio; todo hombre es virtuoso y vicioso á medias; pero si pocos lo son en alto grado, todos hasta cierto punto. El malvado y el tronera son buenos y prudentes por capricho, y á veces el hombre mas honrado hace por capricho lo mismo que vitupera. Bien sea lo bueno, bien sea lo malo, siempre lo adoptamos por partes, pues tanto al vicio como á la virtud el amor propio es quien les dirige. Cada individuo se propone diferente blanco; pero el gran objeto de Dios es uno, á saber, el universo. El es el que contramina todas las locuras y caprichos, el que desconcierta el efecto de todos los vicios, y el que dio á todas clases de personas unas felices fragilidades, el pudor á la doncella, el orgullo á la matrona, el miedo al estadista, la temeridad al Capitan, á los Reyes la presuncion, y á la plebe la credulidad. Él el que saca resultados virtuosos de la vanidad, la cual no lleva mas interes ni exige otra recompensa que la alabanza; y el que funda sobre las necesidades y flaquezas del espíritu la alegría, la paz, el contento y gloria del género humano.

Habiéndonos formado el cielo á todos en términos de depender unos de otros, es claro que seamos lo que se quiera, amos, criados ó amigos, él es quien manda á cada tino que llame al otro en su auxilio, de modo que de la debilidad de cada hombre resulta la fuerza de todos. Las necesidades, fragilidades y pasiones estrechan cada vez mas esta union é interes común, ó hacen mas agradables cada dia sus lazos. A ellas debemos la verdadera amistad, el amor sincero, y aquella alegría ó paz interior que gozamos en esta vida; y de ellas mismas aprendemos también en la declinacion de la edad á renunciar á estos placeres, alegrías, amores é intereses, pues por una parte la razon, y por otra nuestra misma decadencia, nos enseñan á esperar la muerte, y salir de este mundo tranquilamente.

Sea la que quiera la pasion de un hombre, su ciencia, gloria ó riquezas, ninguno quiere trocarse por su vecino. El sabio vive feliz explorando la naturaleza; el necio encuentra su dicha en no saber una jota; el rico pone todo su deleite en tanto tener; el pobre se halla contento con el cuidado de la Providencia. ¡Mira cómo cantan y bailan ese ciego y ese cojo miserables! El beodo se cree un héroe, y el maniático un monarca. El alquimista muerto de hambre es sumamente feliz con sus aurificas esperanzas, y el poeta también con su musa.

Mira cómo cada clase de gentes aguarda un consuelo particular; cómo nos ha sido dado á todos el orgullo como un amigo común; y mira cómo vienen en nuestra ayuda ciertas pasiones acomodadas á cada edad: la esperanza viaja por todas partes con nosotros, y ni aun nos abandona cuando morimos.

Hasta este término fatal la Opinion dora con sus reflejos y cambiantes aquellas nubes arreboladas que hermosean los dias de nuestra vida.

La felicidad que nos falta es suplida por la esperanza, asi como cada vacío en el sentido es suplido por el orgullo. Estas pasiones son las que edifican todo lo que el conocimiento podria destruir. La alegría esta siempre saltando como el licor en la copa de la locura. Frustrada una idea cualquiera, al instante salimos con otra, pues no habia de habérsenos dado en vano la vanidad. De este modo el amor propio se transforma, mediante un divino impulso, en una balanza para pesar las necesidades agenas por las propias. ¡Ea! Confiesa al menos una verdad, de que siempre sacamos un gran consuelo, y es que aunque el hombre es necio y loco y Dios es la misma sabiduría.