Enrique IV: Segunda parte, Acto IV, Escena I

Enrique IV
de William Shakespeare
Segunda parte: Acto IV, Escena I



ACTO IV ESCENA I

Una selva en el Yorkshire.

(Entran el Arzobispo de York, Mowbray, Hastings y otros.)

ARZOBISPO.- ¿Cómo se llama esta selva?

HASTINGS.- Es la selva de Gaultree, con permiso de Vuestra Gracia.

ARZOBISPO. - Detengámonos aquí, señores y enviad exploradores hacia adelante, para conocer el número de nuestros enemigos.

HASTINGS.- Ya hemos enviado.

ARZOBISPO.- Bien está. Mis amigos, mis hermanos en esta gran empresa, debo haceros saber que he recibido cartas recientes de Northumberland. Su frío contenido, tenor y sustancia, es éste: habría deseado estar aquí personalmente, acompañado de fuerzas que estuviesen en relación con su rango, fuerzas que no ha podido reunir; en consecuencia, y para dejar madurar su fortuna naciente, se ha retirado a Escocia; concluye con ardientes votos por que vuestros esfuerzos puedan dominar el azar y el temible poder de nuestros adversarios.

MOWBRAY.- ¡Así las esperanzas que fundábamos en él caen por tierra y se hacen pedazos!

(Entra un mensajero)

HASTINGS.- Y bien, ¿qué noticias?

MENSAJERO.- Al oeste de esta selva y a una muja escasa, los enemigos avanzan en perfecto orden; por el terreno que ocupan, calculo que su número llega a cerca de treinta mil hombres.

MOWBRAY.- Precisamente la cifra que le suponíamos. Salgamos a su encuentro y afrontémosle en el llano.

(Entra Westmoreland)

ARZOBISPO.- ¿Quién es ese jefe armado de pies a cabeza que se avanza hacia nosotros?

MOWBRAY.- Paréceme que es milord de Westmoreland.

WESTMORELAND.- Os saludo y os trasmito el cordial cumplimiento de nuestro general, lord Juan, duque de Lancaster.

ARZOBISPO.- Hablad sin temor alguno, milord de Westmoreland. ¿Qué motivo os trae?

WESTMORELAND.- Y bien, milord, es a vos que principalmente deben dirigirse mis palabras. Si esta rebelión se avanzara, lógica consigo misma, en multitudes bajas y abyectas, guiada por una juventud sanguinaria, escoltada por el furor y seguida por muchachos y pillos; sí, repito, esta maldita conmoción apareciera así en su verdadera, nativa y más propia forma, vos, reverendo padre y estos nobles señores, no estaríais aquí para vestir las feas formas de la innoble y sangrienta insurrección, con vuestros brillantes honores, Vos, lord Arzobispo, cuya sede se mantiene sobre la paz civil; cuya barba tocó la argentina mano de la paz, cuya ciencia y bellas letras tuvieron la paz por tutor, cuyas blancas vestiduras simbolizan la inocencia, la paloma y el santo espíritu de paz, ¿porqué con tal extravío traducís la palabra de paz, que envuelve tanta gracia, en el áspera y violenta lengua de la guerra, convirtiendo vuestros libros en tumbas, vuestra tinta en sangre, vuestras plumas en lanzas y vuestro lenguaje divino en la trompeta estrepitosa y el clamor de la guerra?

ARZOBISPO.- ¿Porqué razones obro así? Tal es la cuestión y en breves términos os diré mi objeto. Estamos todos enfermos; los excesos de intemperancia y de lascivia nos han comunicado una fiebre ardiente, que nos reclama sangrarnos. De esa enfermedad fue atacado nuestro último rey, Ricardo, y murió. Pero, mi muy noble lord de Westmoreland, no me considero aquí como médico y no es como enemigo de la paz que milito en las filas de los hombres armados; antes bien, si me muestro bajo el aspecto temible de la guerra por un momento, es para cuidar los espíritus que sufren, anhelantes de felicidad y purgar las obstrucciones que comienzan a detener en nuestras venas el curso de la vida. Hablaré más claramente; he pesado imparcialmente y en una justa balanza los males que nuestras armas pueden causar y los males que sufrimos y he encontrado nuestros sufrimientos más graves que nuestras ofensas. Vemos porqué camino corre la corriente del tiempo y el rudo torrente de las circunstancias nos arranca de nuestra tranquila esfera. Tenemos el resumen de todas nuestras quejas, que mostraremos en detalle en el momento propicio; le habríamos ya, largo tiempo hace, presentado al rey, sí, con todos nuestros esfuerzos, hubiéramos podido obtener una audiencia. Cuando somos perjudicados y queremos manifestar nuestras quejas, se nos niega el acceso a su persona, por los mismos hombres que nos causaron el mayor perjuicio. Los peligros de los tiempos ha poco trascurridos (cuyo recuerdo está escrito sobre la tierra con sangre aun visible) los ejemplos que cada minuto proporciona (presentes ahora), nos han obligado a cubrirnos de estas armas que tan mal nos van; no para romper la paz ni ninguna de sus ramas, sino para establecer aquí una paz positiva, en la que concurra a la vez el nombre y la realidad.

WESTMORELAND.- ¿Cuándo fueron rechazadas vuestras reclamaciones? ¿En qué habéis sido ofendidos por el rey? ¿Qué par fue sobornado en vuestro perjuicio? ¿Porqué selláis el libro sangriento o ilícito de la fraguada rebelión con un sello divino y consagráis la espada amarga del motín?

ARZOBISPO.- Hago mi querella personal de los males del Estado, nuestro hermano común, así como de las crueldades, ejercidas con mi hermano por la sangre.

WESTMORELAND.- No hay ninguna satisfacción que dar; y si la hay, no os corresponde a vos exigirla.

MOWBRAY.- ¿Y porqué no a él, en parte, así como a todos nosotros, que, sufriendo aun de un reciente pasado, vemos el tiempo presente hacer sentir sobre nuestros honores una mano injusta, y opresiva?

WESTMORELAND.- ¡Oh! mi buen lord Mowbray, apreciad los tiempos según sus necesidades y entonces diréis en verdad que es el tiempo y no el rey, que causa vuestro daño. En cuanto a vos, sin embargo, paréceme que ni el rey ni el tiempo presente, no os han dado una pulgada de terreno legítimo para fundar vuestras quejas. ¿No habéis sido reintegrado en todos los feudos del duque de Norfolk, vuestro noble padre de respetada memoria?

MOWBRAY.- ¿Qué había perdido en su honor mi padre, que fuera necesario hacer revivir y reanimar en mí? El rey, que le amaba, se vio obligado, compelido por la razón de Estado, a desterrarle. Luego, cuando Enrique Bolingbroke y él, ambos montados y rígidos sobre la silla, relinchando los caballos y provocando la espuela, las lanzas en ristre y la visera calada, los ojos arrojando llamas por entre los intersticios del acero y la sonora trompeta impeliéndolos el uno contra el otro, en el momento, en el momento mismo en que nada podía proteger el pecho de Bolingbroke contra la lanza de mi padre, el rey arrojó su bastón a tierra. Al mismo tiempo arrojó con él su vida, así como la de todos aquellos que, por sentencias o bajo el golpe de la espada, han sucumbido más tarde bajo Bolingbroke.

WESTMORELAND.- Habláis, lord Mowbray, de lo que ignoráis; era entonces el conde de Hereford reputado en Inglaterra como el caballero más valiente. ¿Quién puede decir a cuál de entre ellos habría sonreído la fortuna? Pero, si aun vuestro padre hubiera sido victorioso allí, no habría salido vivo de Coventry, porque todo el país unánimemente le odiaba y todas sus oraciones y todo su amor, iban a Hereford, a quien mimaban y bendecían más que al rey, adornándole de todas las gracias... Pero es ésta una mera digresión que me aparta de mi propósito. Vengo aquí en nombre del príncipe, nuestro general, a conocer vuestras quejas, a deciros de parte de Su Gracia, que consiente en daros audiencia; allí, todas vuestras reclamaciones que parezcan justas, serán atendidas; todo se desvanecerá de lo que pueda haceros aparecer como enemigos.

MOWBRAY.- Pero nos ha obligado a imponerle esa oferta, que la política sugiere, no el amor.

WESTMORELAND.- Mowbray, la miráis muy presuntuosamente. Esta oferta nace de la clemencia, no del temor. Porque, ¡mirad! ahí tenéis nuestro ejército a la vista. Os afirmo bajo mi honor que todos tienen demasiada confianza para dar cabida a un pensamiento de temor. Nuestras filas cuentan con mayor número de nombres ilustres que las vuestras, nuestros soldados son más hábiles en el manejo de las armas, nuestras armaduras son tan fuertes y nuestra causa la mejor; así, la razón impone que nuestros corazones sean tan valientes, no digáis pues que nuestra oferta es una imposición.

MOWBRAY.- Bien; en mi opinión, no debemos admitir conferencias.

WESTMORELAND.- Eso solo prueba la confusión que os causa vuestra ofensa; una conciencia intranquila no admite examen.

HASTINGS.- ¿Tiene el príncipe Juan plenos poderes, tan amplios como la autoridad misma de su padre, para oírnos y determinar en absoluto las condiciones del arreglo?

WESTMORELAND.- Eso está comprendido en su título de general; me sorprende que hagáis tan frívola pregunta.

ARZOBISPO.- Tomad, pues, esta cédula, milord de Westmoreland; ella contiene nuestras quejas generales. Que cada uno de sus artículos reciba reparación; que todos los miembros de nuestra causa, aquí y fuera de aquí, comprometidos en este asunto, sean amustiados en positiva y debida forma; que la ejecución inmediata de nuestras voluntades, en lo que a nuestros propósitos se refiere, sea consignada. Entonces volveremos a los límites de la obediencia y enlazaremos nuestras fuerzas al brazo de la paz.

WESTMORELAND.- Mostraré esto al general. Si queréis, milords, nos reuniremos a la vista de nuestros ejércitos y allí, si Dios quiere, concluiremos en paz o, sobre el terreno mismo de nuestra discordia, apelaremos a las armas que deben decidirla.

ARZOBISPO.- Así lo haremos, milord.

(Sale Westmoreland)

MOWBRAY.- Una voz íntima me dice que las condiciones de nuestra paz no pueden ser duraderas.

HASTINGS.- No lo temáis; si podemos hacer la paz en los términos tan amplios y tan absolutos que sirven de base a nuestras condiciones, nuestra paz será tan estable como la roca de la montaña.

MOWBRAY.- Sí, pero la opinión que de nosotros se tendrá será tal que la causa más ligera y el pretexto más infundado, el motivo más trivial, más vano y futil, recordará al rey nuestra insurrección. Y aun cuando con la fe más leal fuéramos los mártires de nuestro amor por él, seríamos aventados por tan rudo viento, que nuestro grano parecería tan ligero como la paja y que el buen grano no se separaría del malo.

ARZOBISPO.- No, no, milord; observad esto: el rey está cansado de tantas quejas melindrosas o insignificantes, porque ha reconocido que apagar una sospecha con la muerte es hacer revivir dos más graves en los herederos vivientes. Y por tanto quiere limpiar suavemente sus listas y no conservar en su memoria ninguno que pueda recordarle de nuevo sus pérdidas. Porque sabe perfectamente que no puede extirpar por completo de esta tierra todo lo que le inquieta. Sus adversarios están tan vinculados con sus amigos, que cuando se esfuerza por derribar un enemigo, conmueve y sacude un amigo. Esta tierra es como una mujer insolente que le ha encolerizado hasta amenazarla con pegarla y que, en el momento de hacerlo, le presenta a su hijo y el castigo más resuelto queda suspendido en el brazo levantado para ejecutarlo.

HASTINGS.- Por lo demás el rey ha usado todos sus azotes sobre los últimos que le han ofendido y ahora carece de los instrumentos mismos del castigo. Tanto que su poder, cómo un león sin garras, puede amenazar, pero no herir.

ARZOBISPO.- Es muy cierto; por tanto tened por seguro, mi buen lord Mariscal, que si hoy hacemos bien nuestra reconciliación, nuestra paz, semejante a un miembro roto y unido, será más firme que antes de la ruptura.

MOWBRAY.- Que así sea; he aquí milord de Westmoreland que vuelve.

(Entra Westmoreland)

WESTMORELAND.- El príncipe está cerca de aquí. ¿Vuestra Señoría querría encontrarse con Su Gracia a una distancia igual entre ambos ejércitos?

MOWBRAY.- Que Vuestra Gracia de York marche adelante, en nombre del cielo.

ARZOBISPO.- Id vosotros adelante y saludad a Su Gracia; milord, os seguimos.

(Salen)