Enrique IV: Segunda parte, Acto II, Escena II

Enrique IV
de William Shakespeare
Segunda parte: Acto II, Escena II



ACTO II ESCENA II

LONDRES- Otra calle.

(Entran el Príncipe Enrique y Poins)

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Créeme que estoy excesivamente fatigado.

POINS.- ¿Cómo es posible? Nunca hubiera creído que el cansancio se atreviera con una persona tan altamente colocada.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y sin embargo, es cierto, aunque esa confesión empañe el esplendor de mi grandeza. ¿No es una indignidad de mi parte tener ganas de beber cerveza ordinaria?

POINS.- La verdad es que un príncipe no debería tener el gusto tan depravado para recordar ni la existencia de esa insulsa droga.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Hay que convenir entonces en que mi apetito no es de naturaleza real, porque te doy mi palabra que en este momento recuerdo la existencia de esa humilde bebida. Pero el hecho es que tan triviales reflexiones me harían perder el cariño a mi grandeza. ¿Qué mayor desgracia para mí que recordar tu nombre? ¿O reconocer mañana tu cara? ¿O tomar nota de cuántos pares de medias de seda tienes: a saber, estas y aquellas que en otro tiempo fueron color durazno? ¿O llevar el inventario de tus camisas, así: una para el diario, la otra de gala? Pero, en ese punto, el guardián del juego de pelota es más fuerte que yo, porque debes estar muy en baja marea de ropa, cuando no empuñas una raqueta allí. Si hace tiempo que no te entregas a ese ejercicio, ha de ser porque tus Países-Bajos han encontrado el medio de consumir tu Holanda. Y sabe Dios si los chicuelos que hereden las ruinas de tu ropa blanca, heredarán el reino de los cielos; pero las comadronas dicen que los niños no tienen la culpa. De esa manera el mundo se aumenta y las parentelas se fortalecen poderosamente.

POINS.- ¡Qué mal suena, después de vuestras duras proezas, ese lenguaje fútil en vuestros labios! Decidme, ¿cuántos buenos jóvenes príncipes harían lo que hacéis, estando sus padres enfermos como está el vuestro en este momento?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Debo decirte una cosa, Poins?

POINS.- Sí, con tal que sea algo de primera.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- De todas maneras, siempre será muy buena para un espíritu de tu calibre.

POINS.- Adelante; espero a pie firme el choque de la cosa que queréis decirme.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Bien; te diré que no me conviene mostrarme triste, ahora que mi padre está enfermo; sin embargo, puedo decirte (como a alguien que se antoja, a falta de otro mejor, llamar amigo) que podría estar triste y bien triste a la verdad.

POINS.- No es cosa fácil, si es por esa causa.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Por mi fe que me juzgas ya tan en las buenas gracias del demonio, como tú o Falstaff, por lo empedernido de mi perversidad. Tiempo al tiempo y verás el hombre. Pero te lo digo: mi corazón sangra por dentro, de que mi padre esté enfermo. En una compañía tan vil como la tuya, he debido naturalmente evitar toda ostentación de dolor.

POINS.- ¿Y porqué razón?

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué pensarías de mí, si me vieras llorar?

POINS.- Pensaría que eres el príncipe de los hipócritas.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Así pensaría todo el mundo. ¡Hombre feliz, que piensas como todo el mundo! ¡Jamás el pensamiento de un hombre siguió mejor la senda trillada que el tuyo! En efecto, en la idea del vulgo, debo ser un hipócrita. ¿Y qué es lo que determina a vuestro venerable pensamiento a pensar así?

POINS.- Habéis sido tan disoluto, tan estrecha vuestra vinculación con Falstaff...

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y Contigo.

POINS.- Por la luz que nos alumbra, tengo buena reputación y puedo oír con las dos orejas lo que se dice de mí. Lo peor que puede decirse es que soy un segundón de familia y un joven con cierta habilidad de manos- y contra esos cargos, lo confieso, no tengo réplica.- ¡Por la Misa! ahí viene Bardolfo.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y el muchacho que di a Falstaff. Era un cristiano cuando se lo entregué; mira como ese obeso pillo le ha transformado en mono.

(Entran Bardolfo y el Paje)

BARDOLFO.- ¡Salud a Vuestra gracia!

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Y a la tuya, nobilísimo Bardolfo.

BARDOLFO.- Ven aquí, (al paje) ¡virtuoso burro, bobo encogido, siempre ruborizándote! ¿Porqué te ruborizas ahora? ¡Vaya un hombre de armas virginal! ¿Es tan grave asunto quitarle la virginidad a un jarro de cerveza?

PAJE.- Hace un momento, milord, me llamó a través de una celosía roja y no pude distinguir parte alguna de su cara del enrejado de la ventana. Por fin, apercibí sus ojos y me pareció que había hecho dos agujeros en el delantal nuevo de la tabernera y que atisbaba a través.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Pues no ha aprovechado el muchacho!

BARDOLFO.- ¡Fuera de aquí, hijo de p..., conejo tieso, fuera de aquí!

PAJE.- ¡Fuera tú mismo, indecente, sueño de Altea!

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Instrúyenos, muchacho; ¿qué sueño es ese?

PAJE.- Pardiez, milord, Altea soñó que había parido un tizón ardiente; por eso le llamo sueño de Altea.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Esa interpretación corona; toma.

(Le da dinero)

POINS.- ¡Oh! ¡pueda esta hermosa flor preservarse de los gusanos! Toma, aquí tienes seis peniques para preservarte.

BARDOLFO.- Si vuestra compañía no le conduce a la horca, defraudará al verdugo.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Y cómo va tu amo, Bardolfo?

BARDOLFO.- Bien, milord; supo el regreso de Vuestra Gracia a la ciudad; aquí traigo una carta para vos.

POINS.- ¡Entregada muy respetuosamente! ¿Y cómo va esa remota primavera de tu patrón?

BARDOLFO.- Como, salud del cuerpo, bien.

POINS.- Pardiez, la parte inmortal necesita médico; pero eso no le preocupa; por más enferma que esté, esa parte no muere.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Permito a ese lobanillo ser tan familiar conmigo como a mi perro; así, abusa del privilegio. Ved como me escribe.

POINS.- (Lee) John Falstaff hidalgo... Todo el mundo tiene que saberlo, cada vez que encuentra ocasión de nombrarse. Exactamente como esos que tienen parentesco con el rey y que no se pinchan un dedo sin decir: ¡he ahí sangre real que corre! ¿Cómo así? dice alguno que afecta, no comprender. La respuesta es tan pronta como el saludo de un petardista: Soy el pobre primo del rey, señor.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Sí, quieren ser nuestros parientes, aunque tengan que remontarse hasta Japet. Pero, a la carta.

POINS.- Sir John Falstaff hidalgo, al hijo del rey, el primero después de su padre, Harry, príncipe de Gales, ¡salud! ¡Parece un testimonio!

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Vamos!

POINS.- Quiero imitar al honorable Romano en su brevedad..., querrá decir en la brevedad de aliento, respiración entrecortada. Me encomiendo a ti, te encomiendo al cielo- y te saludo-. No seas muy familiar con Poins, porque abusa de tus favores hasta el punto de jurar que vas a casarte con su hermana Nelly. Arrepiéntete como puedas del tiempo mal empleado y con esto, adiós. Tuyo, sí o no, (según tú me trates) Jack Falstaff para mis íntimos; John, para mis hermanos y hermanas; y Sir John para toda la Europa.

Milord, voy a empapar esta carta en vino y se la voy a hacer tragar.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Lo harás tragar veinte de sus palabras. ¿Con que es así que me tratas, Ned? ¿Con que debo casarme con tu hermana?

POINS.- ¡Pueda la infeliz no tener peor fortuna! Pero nunca dije eso.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Vamos, estamos jugando con el tiempo como locos y los espíritus de la cordura se ciernen en las nubes y se burlan de nosotros. ¿Está tu amo aquí en Londres?

BARDOLFO.- Sí, milord.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Dónde cena? ¿El viejo jabalí se apacienta siempre en la vieja pocilga?

BARDOLFO.- En el viejo sitio, milord, en Eastcheap.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿En qué compañía?

BARDOLFO.- Borrachones, milord, de la vieja escuela.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Cenan algunas mujeres con él?

BARDOLFO.- Ninguna, milord, fuera de la vieja mistress Quickly y de Doña Dorotea Rompe-Sábana.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué especie de pagana es esa?

BARDOLFO.- Una señora de pro, milord, una parienta de mi señor.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Sí, parienta a la manera que las vacas de la parroquia lo son del toro de la aldea... ¿Si les sorprendiéramos cenando, Ned?

POINS.- Soy vuestra sombra, milord; os seguiré.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Pardiez, muchacho y tú, Bardolfo, ni una palabra a vuestro amo de que ya he llegado a la ciudad. Esto por vuestro silencio.

(Les da dinero)

BARDOLFO.- No tengo lengua, señor.

PAJE.- Y en cuanto a la mía, señor, la dominare.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Adiós, pues; podéis iros.

(Salen Bardolfo y Paje)

Esta Dorotea Rompe-Sábana debe ser una vía pública.

POINS.- Os lo garantizo, tan pública como el camino de Saint Albans a Londres.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Cómo podríamos ver a Falstaff esta noche mostrarse bajo sus verdaderos colores, sin ser vistos nosotros?

POINS.- Pongámonos chaquetas y delantales de cuero y sirvámosle a la mesa como si fuéramos mozos de taberna.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡De Dios a toro! ¡Grave caída! Fue el caso de Júpiter. ¡De príncipe a aprendiz! ¡Baja transformación! Esa será la mía, porque en todas las cosas, el objetivo compensa la locura. Sígueme, Ned.

(Salen)