Enrique IV: Segunda parte, Acto I, Escena III

Enrique IV
de William Shakespeare
Segunda parte: Acto I, Escena III



ACTO I ESCENA III

YORK- Una sala en el palacio del Arzobispo.

(Entra el Arzobispo de York, los lords Hastings, Mowbray y Bardolph)

ARZOBISPO.- Así, ya conocéis nuestros motivos y podéis apreciar nuestros recursos. Mis nobilísimos amigos, os ruego a todos que digáis francamente vuestras opiniones sobre nuestras esperanzas. Y vos el primero, milord mariscal, ¿qué pensáis?

MOWBRAY.- Apruebo las razones de nuestro levantamiento; pero quisiera que se me explicara más claramente, cómo, con nuestros medios, podemos oponer un ejército aguerrido y sólido, a las tropas y al poder del rey.

HASTINGS.- Por el momento, nuestras fuerzas, puestas en línea, alcanzan a veinticinco mil hombres escogidos- y se esperan refuerzos considerables del gran Northumberland, cuyo pecho arde en el inextinguible fuego de las injurias recibidas.

BARDOLPH.- La cuestión, lord Hastings, se reduce, pues, a esto: ¿pueden los veinticinco mil hombres con que contamos, hacer frente, sin Northumberland?

HASTINGS.- Con él, lo pueden.

BARDOLPH.- ¡Pardiez! esa es la verdad. Pero, si nos consideramos demasiado débiles sin él, mi opinión es que no debemos avanzarnos más sin tener su ayuda a la mano; porque, en una cuestión que se presenta tan sangrienta, las conjeturas, expectativas y suposiciones de auxilios inseguros, no deben admitirse.

ARZOBISPO.- Esa es la verdad neta, lord Bardolph; en efecto, tal fue el caso del joven Hotspur en Shrewsbury.

BARDOLPH.- Precisamente, milord; se ilusionó con la esperanza, aspiró el aire de una promesa de ayuda, animándose él mismo con la expectativa de un refuerzo que fue menor que la menor de sus ilusiones. Fue así que, con una imaginación desmedida, propia de la locura, llevó a los suyos a la muerte y, enceguecido, se precipitó él mismo en la tumba.

HASTINGS.- Pero permitidme deciros que no veo el mal en hacer el cálculo de probabilidades y analizar los motivos de esperanza.

BARDOLPH.- Sí, lo hay, en una guerra de esta clase, cuando las fuerzas necesarias existen solo en la esperanza, como esos botones que vemos aparecer al principio de la primavera y que ofrecen menos esperanzas de dar frutos que de ser consumidos por la helada. Cuando pensamos en edificar, estudiamos en primer término el terreno y luego levantamos el plano; cuando vemos la configuración de la casa entonces calculamos los gastos de su construcción. Y si encontramos que sobrepasan nuestros recursos, ¿qué otra cosa hacemos sino volver a trazar nuestro plan en proporciones menores o, por fin, renunciar a edificar? Con mayor razón en esta grande obra (en la que se trata casi de derribar una monarquía y levantar otra) debemos estudiar el terreno de la situación y el plano, establecer cimientos sólidos, consultar los hombres idóneos, examinar nuestros recursos, saber cuáles son nuestras fuerzas para tal empresa y compararlas con las del enemigo. De otra manera, nos hacemos fuertes en el papel y alineamos nombres de hombres, en vez de hombres, como aquel que trazara un plan de edificio, superior a sus medios para edificarlo y que, después de haber construido la mitad, renunciara a continuarlo, dejando sus costosos trabajos abandonados al llanto de las nubes y a la ruda tiranía del invierno.

HASTINGS.- Admitamos que nuestras esperanzas, a pesar de su hermosa concepción, mueran al nacer y que poseamos en este momento hasta el último soldado de los que podemos esperar, pienso que, tal como estamos, somos un cuerpo bastante fuerte para igualar al del rey.

BARDOLPH.- ¿Cómo? ¿El rey no tiene más que veinticinco mil hombres?

HASTINGS.- Contra nosotros, no más; ni aun tantos, lord Bardolph, porque su ejército, en estos tiempos de tumulto, está dividido en tres cuerpos: uno contra los franceses y el otro contra Glendower. Por fuerza, tiene que oponernos el tercero. Así, el débil monarca se ve obligado a dividirse en tres y sus cofres resuenan con el hueco sonido de la pobreza y el vacío.

ARZOBISPO.- No es de temer que reúna en un solo ejército sus fuerzas divididas y que caiga sobre nosotros con todo el peso de su poder.

HASTINGS.- Si así lo hace, deja sus espaldas sin defensa, con los franceses y los galenses ladrando a sus talones. No lo temáis.

BARDOLPH.- ¿Quién, según parece, debe dirigir las fuerzas contra nosotros?

HASTINGS.- El duque de Lancaster y Westmoreland; contra el Galense, él mismo y Harry Monmouth; pero no tengo noticias ciertas sobre el jefe que opone a los franceses.

ARZOBISPO.- Adelante, pues y hagamos públicos los motivos de nuestro levantamiento. El pueblo está enfermo de su propia elección; su amor, demasiado ávido, se ha hartado. Vertiginosa o insegura habitación tiene aquel que edifica sobre el corazón de la plebe. ¡Oh estúpida multitud, qué aturdidoras aclamaciones lanzabas al cielo bendiciendo a Bolingbroke, antes que fuera lo que tú querías que fuese! Y ahora que estás satisfecho en tus propios deseos, tú, bestial glotón, estás tan harto de él, que te esfuerzas por vomitarlo. Así, así, bestia asquerosa, vomitaste de tu insaciable estómago al real Ricardo. ¿Y ahora querrías comer a aquel que arrojaste y le llamas con tus alaridos? ¿Qué hay de seguro en estos tiempos? Aquellos que, cuando Ricardo vivía, querían su muerte, están ahora enamorados de su tumba. Tú, que arrojabas polvo sobre su sagrada cabeza, cuando a través del soberbio Londres se avanzaba suspirando tras los admirados pasos de Bolingbroke, gritas ahora: ¡Oh tierra, devuélvenos aquel rey y toma éste! ¡Oh maldecidos pensamientos humanos! ¡El pasado y el porvenir parecen siempre mejores, el presente, siempre peor!

MOWBRAY.- ¿Reuniremos nuestras tropas y entraremos en campaña?

HASTINGS.- Somos súbditos del tiempo y el tiempo ordena partir.

(Salen)