Enrique IV: Primera parte, Acto V, Escena III

Enrique IV
de William Shakespeare
Primera parte: Acto V, Escena III



ACTO V ESCENA III

Llanura cerca de Shrewsbury.

(Movimientos de tropas.- Escaramuzas.- Toques de carga- Luego entran, de diferentes lados, Douglas y Blunt.)

BLUNT.- ¿Cuál es tu nombre, tú que me cierras el paso en la batalla?

DOUGLAS.- Sábelo, pues; mi nombre es Douglas. Y si te persigo así en el combate, es porque alguien me ha dicho que eres el rey.

BLUNT.- Te han dicho la verdad.

DOUGLAS.- Lord Stafford ha pagado cara hoy su semejanza contigo; porque, en vez de ti, rey Enrique, esta espada le ha quitado la vida; así hará contigo, a menos que no te entregues prisionero.

BLUNT.- No nací hombre de rendirme, soberbio escocés; encontrarás en mí un rey vengador de la muerte de Stafford.

(Combaten. Blunt es muerto)

(Entra Hotspur)

HOTSPUR.- Oh Douglas, si así hubieras combatido en Holmedon, jamás habría triunfado de un escocés.

DOUGLAS.- ¡Todo ha concluido! ¡Victoria! He ahí el rey tendido sin vida.

HOTSPUR.- ¿Dónde?

DOUGLAS.- Aquí.

HOTSPUR.- ¿Éste, Douglas? No, conozco muy bien su cara; un bravo caballero era, su nombre Blunt; estaba vestido como el rey.

DOUGLAS.- (Mirando el cadáver) ¡Que un loco acompañe tu alma, do quiera que vaya! ¡Caro pagaste un título prestado! ¿Porqué me dijiste que eras el rey?

HOTSPUR.- Muchos marchan con el rey, vestidos como él.

DOUGLAS.- Por mi espada, voy a atravesar todas esas cotas parecidas, haré pedazos todo su guardarropa, pieza a pieza, hasta que ericuentre al rey.

HOTSPUR.- ¡Arriba y adelante! Nuestros soldados sostienen gallardamente la jornada.

(Salen)

(Nuevos toques de alarma)

FALSTAFF.- Si en Londres podía librarme de pagar mi escote, tengo miedo que aquí no haya escape; aquí no hay moratoria, hay que pagar con el cuero... ¡Despacio! ¿Quién eres tú? ¡Sir Walter Blunt! ¡Vaya un honor! Fuera la vanidad: ardo como plomo derretido y no peso menos, Dios me preserve del plomo. No necesito más peso que mis propias tripas. He conducido a mis perdularios a un punto donde los han sazonado en regla; de mis ciento cincuenta solo quedan tres con vida; pero no servirán mientras vivan sino para mendigar a las puertas de la ciudad. Mas ¿quién llega?

(Entra el príncipe Enrique)

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Cómo? ¿Te estás aquí, ocioso? Préstame tu espada. Muchos caballeros yacen muertos y pisoteados bajo los cascos de los arrogantes jinetes enemigos y cuyas muertes no han sido vengadas. Te ruego, préstame tu espada.

FALSTAFF.- Te suplico, Hal, déjame respirar un momento. Jamás el turco Gregorio llevó a cabo tantas hazañas como las a que he dado acabado fin en este día. He arreglado las cuentas a Percy y está a buen recaudo.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Lo está, a la verdad; vive para matarte. Préstame tu espada.

FALSTAFF.- ¡No, por Cristo! Si Percy aun vive, no te doy mi espada; pero si quieres, toma mi pistola.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Dámela. ¿Cómo, está aun en la pistolera?

FALSTAFF.- ¡Ay, Hal! Está caliente, ¡caliente como para saquear una ciudad entera!

PRÍNCIPE ENRIQUE.- (Sacando una botella de la pistolera de Falstaff) ¿Te parece éste el momento de bromas y burlas? (Le tira la botella y sale)

FALSTAFF.- Bien, si Percy está vivo, lo atravieso de parte a parte... si se me cruza en mi camino, bien entendido, porque, si soy yo quien voy a su encuentro, acepto que me convierta en carbonada. No me gusta esa gloria con mueca que tiene Sir Walter Blunt. Dadme la vida; si puedo conservarla, tanto mejor; si no, ya vendrá la gloria sin que la busque y todo habrá concluido.

(Sale)