Enrique IV: Primera parte, Acto V, Escena I

Enrique IV de William Shakespeare
Primera parte: Acto V, Escena I



ACTO V ESCENA I

El campamento del Rey cerca de Shrewsbury.

(Entran el rey Enrique, príncipe Enrique, príncipe Juan de Lancaster, Sir Walter Blunt y Sir John Falstaff).

REY ENRIQUE.- ¡Cuan sangriento aparece el sol, allá tras la boscosa colina! El día empalidece ante esa perturbadora aparición.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- El viento del Sud sirve de trompeta a sus propósitos y en su ronco silbar entre las hojas, anuncia una tormenta y un día borrascoso.

REY ENRIQUE.- Que simpatice, pues, con los vencidos, porque nada aparece sombrío a los que triunfan.

(Trompeta. Entran Worcester y Vernon)

¿Sois vos, milord de Worcester? Es bien triste que nos encontremos, vos y yo, en semejantes circunstancias. Habéis engañado nuestra confianza y nos habéis obligado a despojarnos de nuestros cómodos trajes de paz y comprimir nuestros viejos miembros entre ásperas mallas de acero. Eso es bien triste, milord, bien triste. ¿Qué respondéis? ¿Queréis de nuevo desatar el nudo brutal de una guerra odiosa? ¿Queréis de nuevo moveros en aquella órbita de obediencia, donde resplandecíais con tan puro y legítimo brillo? ¿No ser ya un extraviado meteoro, prodigio de espanto, presagio de siniestras calamidades para los tiempos aun no nacidos?

WORCESTER.- Oídme, mi señor; por mi parte habría sido muy feliz en poder transcurrir en horas tranquilas la última parte de mi vida, porque protesto que no he buscado este día de discordia.

REY ENRIQUE.- ¿Qué no lo habéis buscado? ¿Cómo ha venido, pues?

FALSTAFF.- La rebelión estaba en su camino y él la encontró.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Silencio, lechuza, silencio.

WORCESTER.- Plugo a Vuestra Majestad desviar de mí y de toda nuestra casa sus miradas benevolentes y sin embargo, debo recordároslo, milord, fuimos los primeros y más abnegados de vuestros amigos. Por vos, rompí mi vara de mando en tiempo de Ricardo; corrí día y noche para ir a vuestro encuentro y besaros la mano, cuando, por la posición y el crédito erais menos poderoso y afortunado que yo. Fuimos yo mismo, mi hermano y su hijo, que os volvimos a vuestro hogar, afrontando ardientemente los peligros del momento. Nos jurasteis entonces o hicisteis ese juramento en Doncaster que no meditabais nada contra el Estado, que no reclamabais más que vuestros derechos, recién trasmitidos, a la herencia de Gante, el ducado de Lancaster; para eso os juramos nuestra ayuda. Pero en poco tiempo, la fortuna hizo llover liberalmente sus favores sobre vuestra cabeza y tal ola de prosperidad cayó sobre vos, que, con nuestro auxilio, con la ausencia del rey, con los abusos de una época corrompida, los sufrimientos que en apariencia habíais padecido y los vientos contrarios que retuvieron al rey tanto tiempo en su desgraciada guerra de Irlanda, que todos en Inglaterra le creyeron muerto, con todo ese enjambre de ventajas brillantes, tomasteis ocasión para haceros rogar a toda prisa, de asir el poder con vuestras manos. Olvidasteis el juramento que nos habíais hecho en Doncaster; elevado por nosotros, nos destruisteis el nido, como suele hacer el cuclillo ingrato con el gorrión. A tanta altura rayó vuestra altivez, nutrida por nosotros mismos, que hasta nuestro mismo afecto no osaba presentarse ante vos, por temor de ser devorado; nos vimos forzados, en busca de seguridad, de recurrir a la alada fuga, lejos de vuestra vista y organizar esta resistencia. En adelante, nos dan fuerzas las armas que vos mismos forjasteis contra vos, por vuestros inicuos procederes, vuestra actitud temible y la violación de toda la fe, de todos los juramentos que nos hicisteis en el albor de vuestra empresa.

REY ENRIQUE.- Todas esas cosas las habéis ya propalado, proclamado en las encrucijadas de los mercados, leído en las iglesias, para dar brillo al traje de la rebelión con algunos hermosos colores que encanten los ojos de los hombres volubles, de esos pobres descontentos que se quedan boqui-abiertas y se frotan las manos, a la noticia de cualquiera innovación tumultuosa. Nunca faltaron a la insurrección esos mentidos colores para decorar su causa, ni de canalla turbulenta, hambrienta de épocas de revueltas, confusión y estrago.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- En ambos ejércitos hay más de un alma que bien caro pagará el encuentro si una vez vienen a las manos. Decid a vuestro sobrino que el príncipe de Gales une su voz a la del mundo entero para alabar a Harry Percy. Por mi esperanza- y puesta a un lado la actual empresa- no creo exista hoy un caballero más bravo, de más activo valor o de valor más juvenil, más audaz, más arrojado, más capaz de engalanar esta época con nobles acciones. Por mi parte y puedo decirlo para mi vergüenza, he sido infiel a la caballería; así, según he oído, piensa él de mí. No obstante, declaro ante la majestad de mi padre, que consiento en que tome la ventaja de su gran nombre y reputación y quiero, para ahorrar la sangre de ambos lados, probar fortuna con él en un combate singular.

REY ENRIQUE.- Y nosotros, príncipe de Gales, no titubeamos en arriesgarte en esa lucha, aunque infinitas consideraciones se opongan... No, buen Worcester, no; amamos nuestro pueblo, amamos hasta los que se han desvariado en el partido de vuestro sobrino y si aceptan el ofrecimiento de nuestra gracia, él, ellos, vos, todos serán mis amigos nuevamente y yo el vuestro; decidlo así a vuestro sobrino y traedme respuesta de lo que piensa hacer; pero si no cede, la represión y el temible castigo están a nuestro mandato y harán su oficio. Con esto, partid; no queremos ser más fastidiosos con réplicas; el ofrecimiento que hacemos es generoso, aceptadlo cuerdamente.

(Parten Worcester y Vernon)

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Por mi vida! no será aceptado. Douglas y Hotspur juntos, harían frente confiados a todo el universo en armas.

REY ENRIQUE.- ¡Ahora, a la acción! Cada jefe a su puesto, porque, así que contesten, caeremos sobre ellos. Que Dios nos proteja, como nuestra causa es justa.

(Salen el Rey, Blunt y el príncipe Juan)

FALSTAFF.- Hal, si me ves caer en la batalla, cúbreme con tu cuerpo; es un servicio de amigo.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- Solo un coloso podría prestarte ese servicio. Di tus oraciones y adiós.

FALSTAFF.- Quisiera que fuera hora de acostarse, Hal y todo anduviera bien.

PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Bah! Debes a Dios una muerte.

(Sale)

FALSTAFF.- La letra no ha vencido aún; me repugnaría pagarla antes del término. ¿Qué necesidad tengo de salirle al paso a quien no me llama? Vamos, eso no importa, el honor me aguijonea. Sí, pero ¿si el honor, empujándome hacia adelante, me empuja al otro mundo? ¿Y luego? ¿Puede el honor reponerme una pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O suprimir el dolor de una herida? No. ¿El honor no es diestro en cirugía? No. ¿Qué es el honor? Un soplo. ¡Hermosa compensación ¿Quién lo obtiene? El que se murió el miércoles pasado. ¿Lo siente? No. ¿Lo oye? Tampoco. ¿Es entonces cosa insensible? Sí, para los muertos. Pero ¿puede vivir con los vivos? No. ¿Por qué? La maledicencia no lo permite. Por consiguiente, no quiero saber nada con él; el Honor es un mero escudo funerario y así concluye mi catecismo.

(Sale)