Enrique IV: Primera parte, Acto IV, Escena II
Un camino real cerca de Coventry.
(Entran Falstaff y Bardolfo)
FALSTAFF.- Bardolfo, adelántate hasta Coventry; lléname un buen frasco de Canarias; nuestros soldados atravesarán la ciudad; iremos esta noche a Sutton-Colfield.
BARDOLFO.- ¿Queréis darme dinero, capitán?
FALSTAFF.- Gasta, gasta.
BARDOLFO.- El frasco lleno costará un ángel.
FALSTAFF.- Si es así, tómalo por tu trabajo; si cuesta veinte, tómalos todos, que yo respondo de las finanzas. Di a mi teniente Peto que se me reúna al extremo de la ciudad.
BARDOLFO.- Bien, capitán; adiós.
(Se va)
FALSTAFF.- Si no estoy avergonzado de mis soldados, soy un arengue en escabeche. He hecho un uso abominable de la leva del rey. He recibido unas trescientas y tantas libras para personeros de ciento cincuenta soldados. No me dirigía sino a los sólidos propietarios, a los hijos de labradores acomodados; busco bachilleres novios, cuyas amonestaciones se han publicado dos veces, especie de pillos sibaritas que preferirían oír al diablo que a un tambor, que se espantan más de la detonación de un arcabuz que una ave asustada o un pato silvestre herido: No recluto sino buenos comedores de tostadas con manteca, con un corazón no mayor que una cabeza de alfiler; todos se han rescatado del servicio. Ahora toda mi tropa se compone de portaestandartes, caporales, tenientes, oficiales de compañía, pordioseros tan harapientos como aquel Lázaro en tapicería, cuyas llagas lamen los perros del glotón; gentes que, a la verdad, jamás fueron soldados, sino criados, pillos despedidos, hijos segundos de segundos hijos, mozos de taberna escapados, posaderos fallidos; los chancros de una sociedad tranquila y una paz prolongada, diez veces más andrajosos que una vieja insignia remendada. Tal es la gente que tengo para reemplazar a los que se rescataron del servicio; al verlos, pensaréis que son ciento cincuenta hijos pródigos en harapos, que acaban de llegar de cuidar cerdos y de compartir con éstos las bellotas y las escorias. Un sarcástico que me encontró en el camino, me dijo que había descargado todas las horcas y reclutado cadáveres. Jamás se vieron tales espantajos. Claro está que yo no atravieso Coventry con ellos. Luego, todos estos malandrines caminan con las piernas apartadas, como si aun tuvieran los grillos en los pies; porque la verdad es que, a la mayor parte de ellos, les he sacado de la cárcel. No hay más que una camisa y media en toda mi compañía; la media camisa está hecha de dos servilletas, cosidas juntas y echadas sobre los hombros como la túnica sin mangas de un heraldo. La camisa, para ser verídico, fue robada al hostelero de Saint-Alban o al hombre de roja nariz que dirige la posada de Daintry, pero eso no importa; encontrarán ropa blanca de sobra sobre los cercos.
(Entran el príncipe Enrique y Westmoreland)
PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué tal, hinchado Jack? ¿Qué tal, colchón?
FALSTAFF.- ¡Hola, Hal! ¿Qué tal, loquillo? ¿Qué diablos haces en el condado de Warwick? Mi buen lord Westmoreland, imploro vuestra gracia; creía que Vuestro Honor se encontrara ya en Shrewsbury.
WESTMORELAND.- A fe mía, Sir John, ya es más que tiempo de encontrarme allí y vos también; pero ya están allí mis tropas. El rey, puedo asegurarlo, cuenta con todos nosotros; debemos marchar toda la noche.
FALSTAFF.- No os inquietéis por mí; soy vigilante como el gato que acecha la crema.
PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¿Qué acecha la crema? Lo creo en verdad, por que a fuerza de robar crema, te has convertido en manteca. Pero, dime, Jack, ¿a quién pertenecen esos hombres que vienen detrás?
FALSTAFF.- ¡Míos, Hal, míos!
PRÍNCIPE ENRIQUE.- Nunca vi chusma más miserable.
FALSTAFF.- ¡Bah, bah! Excelentes para ser ensartados, ¡carne de cañón, carne de cañón! Llenarán un foso tan bien como los mejores. ¡Eh! caro mío, ¡hombres mortales, hombres mortales!
WESTMORELAND.- Sí, pero me parece que estos, Sir John, están excesivamente tísicos y consumidos, demasiado mezquinos.
FALSTAFF.- En cuanto a la consunción, no sé donde la han tomado y en cuanto a la tisis, estoy seguro que no se les ha pegado de mí.
PRÍNCIPE ENRIQUE.- ¡Oh, no! ¡Lo juraría! A menos que llames tisis a tres dedos de grasa sobre las costillas. Pero apresúrate, compadre; Pero, está ya en campaña.
FALSTAFF.- Cómo, ¿ya ha acampado el rey?
WESTMORELAND.- Ciertamente, Sir John; temo que estemos retardados.
FALSTAFF.- Bien; el final de un combate y el principio de un banquete, convienen a un flojo soldado y a un voraz comensal.