Enrique III
I - EL GABÁN A Burgos la de las torres, La de ayunques y martillos, Cuyas fraguas encendidas Son resuellos del abismo, Fatigado de la caza Dirige el corcel altivo Don Enrique de Castilla Triste asaz y dolorido Que los grandes de su corte Con galas y con anillos Mal enristrarán la lanza Contra moros granadinos. Entregados están todos A las zambras y amoríos Y más aptos a danzar Que a vencer al enemigo. A músicas avezados Y de púrpura vestidos Respiran en el placer Frescas auras del cariño. Bajo sus dorados techos Todo es profusión y brillo: Cruzan pajes y hermosuras, Suenan arpas, suenan himnos; Y mientras parte el pechero Negro pan para sus hijos Y no puede darles pan Siempre que oye sus gemidos, En un festejo de amor Por vanidad o capricho La dote de una princesa Gasta el infanzón que es rico. Enrique en tan tristes penas Cavalgaba sumergido Sin hallar solaz al duelo Y en tanto llegó al castillo. Después de un reposo leve Sentarse a la mesa quiso: Presentóse el dispensero Y al Rey de Castilla dijo: -«Perdonad; no hay qué comer, Porque en vuestro domicilio Ni hay blanca para comprar Ni recado prevenido.» Fingió no alterarse el Rey, Y puestos los ojos vivos En el pomo de la espada Parecía entretenido. De este modo cubre el mar Con espuma sus vajíos, Su fuego el volcán con nieve, Su flecha el amor con mimos. -«Bien -le respondió el Monarca-; Pobre cetro me ha cabido: Id, empeñad mi gabán Y cumplid con vuestro oficio.» II - EL CONVITE En magníficos salones De damascos guarnecidos, Sobre alfombras matizadas Con primores exquisitos, Marchan nobles y señores, Paladines y homes-ricos Cubiertos de grana y seda Con honrosos distintivos: Mil bujías a la vez Despiden hermoso brillo Y reflejan en el oro De las galas y vestidos. En un ambiente de rosa Que no inflaman los suspiros, Revolaban los placeres Mofándose del hastío. Presidía a los magnates De Toledo el arzobispo Poco humilde por pastor, Como cortesano, fino. Los manjares suculentos, Blanco pan en canastillos Y el aroma y el vigor De los potenciosos vinos Desterraban la tristeza De aquel encantado sitio Donde las fugaces horas Deslizaban en olvido. Disfrazado entre los pajes Entró el Rey, vio el regocijo Y los cánticos de amor Sonaron en sus oídos. Acordóse del gabán, Fuese, y entre dientes dijo: «Yo convertiré en dolores Vuestros gozos desmedidos.» III - EL VERDUGO Cuando tiende la mañana Sus cabellos con anillos En que los diamantes son Leves gotas de rocío Llama el Rey a los señores A la sala del castillo, Pues finge que está doliente Y que hablarles es preciso. Congregados los magnates Entra Enrique en aquel sitio Y desnudando el acero Preguntaba al arzobispo: -«¿Cuántos reyes poderosos Habéis en Castilla visto?» -«Tres, señor: a vuestro abuelo, A vuestro padre, a vos mismo.» -«Pues yo -replicó el Monarca- Joven soy y he conocido Tantos reyes cuantos grandes Estoy viendo al lado mío; Pero caerán las cañas A impulso del viento altivo Que locuaces y sonoras Las hicieron más benigno.» A una seña del Monarca Soldados apercibidos, Verdugo, tajo y cuchilla Viéronse entrar de improviso. Horrorizados los grandes Imploraron con gemidos El perdón y la clemencia... -«Os perdono -el Rey les dijo-; Pero entregaréis al punto Fortalezas y castillos Que habéis usurpado a Nos Con engaños y artificios.»