Eneida (Caro tr.)/Virgilio en América

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VIRGILIO EN AMÉRICA.

Eneida de Virgilio.—(Libros i y iv), traducción en octavas, por D. Fermín de la Puente y Apezechea, de la Academia Española.—Madrid, 1874.
Obras de Virgilio, traducidas en versos castellanos con una introducción y notas, por Miguel Antonio Caro. Tomos i y ii.—Bogotá, 1873.
I.

Podría formarse un precioso volumen, titulado Virgilio en América, reuniendo las traducciones é imitaciones en lengua castellana que del gran poeta latino han ensayado varios humanistas hijos del Nuevo Mundo. Estamos ciertos de la superioridad que este trabajo alcanzaría si se llegara á realizar y se pusiera en cotejo con la recopilación, erudita pero escasa de buena crítica, formada en el último tercio del siglo xviii por el laborioso D. Gregorio Mayáns y Císcar.

Los trabajos reunidos por este humanista europeo, comenzando por las Geórgicas del maestro Juan de Guzmán, discípulo del Brocense, y acabando por la Eneida de Hernando de Velasco, poco tienen de amenos y de virgilianos, si exceptuamos algunas imitaciones felicísimas del dulce Luis de León.

La reciente y meritoria traducción del Sr. Ochoa está, como todos saben, escrita en prosa; y antes del de éste no ha llegado á nuestros oídos, incluyendo á Iriarte, el nombre de traductor alguno peninsular, reconocido como intérprete notable del épico latino. Mientras tanto, en esta misma Revista hemos tenido la agradable oportunidad de consignar los ensayos maestros de D. Juan C. Varela y de D. Ventura de la Vega, en los cuales se trasunta el más exquisito sentimiento de las bellezas del original, que trasladaron á versos castellanos en forma y lenguaje intachables.

Vamos ahora á comunicar á nuestros lectores nuevas pruebas de la aptitud de los literatos sudamericanos para aclimatar en el terreno de las lenguas vivas, desafiando las trabas de las combinaciones métricas más ajustadas, el espíritu, las ideas, los sentimientos de los poetas de la antigüedad clásica. Y, como vivimos los americanos en completo divorcio intelectual unos de otros, ignorando comúnmente aquello que cada sección del continente conquista y cosecha á favor de la civilización y de la honra de la patria comun, creemos hacernos gratos á los argentinos, revelándoles el secreto de dos bellas y serias traducciones de la obra virgiliana completa, que aparecen en este momento, debidas á la erudición y al estro de un neogranadino y de un mejicano: Arcades ambo...

Llámase este último D. Fermín de la Puente y Apezechea, miembro de la Academia Española. Para estimar el mérito de la traducción de los libros i y iv de la Eneida, que hasta ahora son los únicos que ha dado á luz este señor, tenemos que referirnos al análisis que de ellos hace, en un artículo crítico, otro americano bien conceptuado en España como hombre de letras y de buen gusto, el Sr. D. José Antonio Calcaño, venezolano avecindado á la sazón en las cercanías de Liverpool.

El crítico ha sometido la obra del mejicano á una prueba dura, pero eficaz y decisiva. «Cuando se nos viene á las manos, dice el Sr. Calcaño, la traducción de un autor clásico, no podemos prescindir de ir á ver, antes que todo, cómo han sido vertidos aquellos pasajes que, si hemos hecho particular estudio del texto, tenemos en la memoria». Trayendo á la suya el mismo crítico los pasajes más célebres de los mencionados libros de la Eneida, ya por sentenciosos, ya por patéticos, ya por la belleza rítmica, ó por la propiedad de las onomatopeyas, parangona el original con la versión, resultando que en la mayor parte de los casos sale airoso el traductor y sin ofensa el poeta original. No es esto corto elogio para el Sr. Apezechea. En cuanto al mérito de la versificación, el crítico le es favorable hasta el entusiasmo, exclamando al cerrar la lectura de los cantos traducidos: «¡Qué octavas, qué octavas hay en ellos! ¡Cómo honra su autor á nuestra América!»

El Sr. Calcaño justifica su ponderativo elogio copiando algunos trozos de la traducción mejicana. Despechada la tiernísima y orgullosa Dido al verse abandonada por Eneas, dirígele el enérgico apóstrofe que anda en la memoria de todos:

Nec tibi diva parens, generis nec Dardanus auctor, perfide...


¡No! No es tu madre, pérfido, una diosa;
Ni tus padres de Dárdano manaron:
Del Cáucaso en la entraña cavernosa
Entre sus duros riscos te engendraron,
Las tigres de la Hircania pavorosa
A sus pechos, cruel, te amamantaron;
Ya, ¿por qué disimulo? ¿por qué tardo?
¿A qué mayores males ya me aguardo?
¿Por ventura gimió por mi gemido?
¿Tornó á verme la vista vacilante?
¿Le vi llorar con lágrimas vencido?
¿Sintió piedad de su infeliz amante?
¿Qué más he de decir? ¡Y han consentido
Juno así y Jove á la maldad triunfante!
¿Dónde hallaré piedad, dónde consuelo?
Ya no hay fe ni en la tierra ni en el cielo!
Desnudo te lanzó la mar, é inerte
Sobre mis playas te acogí rendida:
Partí loca contigo reino y suerte;
Tu flota reparé rota y perdida:
Yo liberté á los tuyos de la muerte;
Y ¡ay de mí! (¡que ardo en furias encendida!)

Hoy Apolo... el oráculo te guía:
Un mensajero Júpiter te envía.
¡Por cierto! á eso los dioses atendiendo
Están... ¿ese cuidado los agita?
Yo no sé lo que has dicho ... ni te entiendo,
Mas respuesta ninguna necesita.
¡Ve, marcha á Italia! Por el mar horrendo
Ese tu nuevo reino solicita.
Yo espero (si piedad hay en el cielo)
Que los escollos vengarán mi duelo.
A Dido entonces llamarás turbado;
Yo en negros fuegos seguiréte ausente;
Y cuando el alma deje el cuerpo helado,
Sombra doquier, te aterraré presente:
Tu pena entonces sufrirás, malvado,
Y hasta en el centro del Averno ardiente
Yo lo oiré, y á mis manos la noticia
La misma fama llevará propicia.


Veamos ahora de qué manera ha trasladado también á octavas castellanas este mismo apóstrofe el poeta neogranadino[1]:

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Indudablemente que la ventaja la lleva Caro sobre Puente y Apezechea, como traductor de este desahogo magistral del amor burlado de una mujer. El granadino se mueve con mayor desenvoltura, y sabe envolver y amoldar mejor que el mejicano, en la masa dócil de sus tersos endecasílabos, los pormenores de la ironía, del dolor, de la rabia de la cartaginense. Para entender el primero es necesario hacer algún esfuerzo, mientras que el segundo es transparente y armonioso, y disimula la fatiga de la tarea, complaciendo al lector. La libertad en la versificación de Caro va á par con la que emplea para interpretar las imágenes del poeta latino: vuela con el pensamiento de éste; no se arrastra calcando sus expresiones. Así, por ejemplo, el «Sequar atris ignibus absens» del hemistiquio de Virgilio, nos parece más poética y exactamente interpretado en este verso:


«—Dido abandonada
Con tea hermosa aterrará tu mente»,


que no en éste del mejicano, aunque tenga el mérito de ser más literal:


«Yo en negros fuegos seguiréte ausente».


El título del presente artículo nos autoriza para poner al lado de estas dos traducciones una imitación del mismo pasaje del libro iv de la Eneida, tomada de la tragedia Dido de nuestro compatriota D. Juan C. Varela. Este poeta ha dramatizado el episodio virgiliano, poniendo á los dos amantes uno frente al otro en la escena. Ha aceptado los caracteres tales como fueron concebidos por el gran épico, y su mérito se reduce á la exactitud con que el futuro fundador de Roma y la reina de Cartago sienten y se expresan en castellano bajo la inspiración de Virgilio. A veces las imitaciones son más ajustadas al espíritu de los originales que las traducciones al pie de la letra, especialmente cuando se trata de los autores clásicos. Pocas odas castellanas se hallan más impregnadas del color horaciano que la de Fray Luis de León, titulada Profecía del Tajo. Varela, deteniendo especialmente su atención en el libro de la Eneida, que puede llamarse el libro del amor en este magnífico poema, mostró sinceramente el temperamento de la musa que le inspiraba, la sensibilidad de su alma y la analogía de su genio con el del maestro predilecto de sus estudios. Pero escuchemos sus versos en la boca de Dido:


Pero yo, ¿dónde voy? ¿Cómo pretendo
Con llanto débil ablandar la peña
De que es formado el corazón de un monstruo?
Mis lágrimas ¿qué valen?... nada ... aumentan
El triunfo del malvado, y engreído,
Contempla mi dolor y lo desprecia.
¿Se le oye algún suspiro? ¿Algún sollozo
Interrumpe su hablar? Quiere que crea
Que lo violenta un dios; como si fuesen
Los dioses como Dido, que no piensan
En nada más que en él; como si un hombre,
Un hombre solo interesar pudiera
A los que en lo alto de su gloria miran
Como nada los cielos y la tierra.
¡Un dios!... ¡Blasfemo!... Parte, parte, inicuo;
La ambición es tu dios: te llama, vuela

Donde ella te arrebata, mientras Dido
Morirá de dolor: sí, pero tiembla,
Tiembla cuando en el mar el rayo, el viento,
Y los escollos que mi costa cercan,
Y amotinadas las bramantes olas,
En venganza de Dido se conmuevan.
Me llamarás entonces, pero entonces
Morirás desoído.....................

II.

Volvamos al traductor neogranadino.

Sólo conocíamos del Sr. D. Miguel Antonio Caro el título con que publicó sus poesías líricas en un volumen en 8.º el año 1866 en Bogotá, y la fama de su apellido en las letras de un país natal. Los Caros descienden de un gaditano nacido á la mitad justa del siglo XVIII, conocido en Bogotá como magistrado y como literato, y especialmente por su afición á la literatura clásica, de que dió muestras anotando el Arte poética de Horacio. Su descendencia conserva, según parece, como religión del hogar, la inclinación del ilustre abuelo, atestiguándolo la traducción de que tratamos. Es de advertir que en aquella república de vida agitada, tanto ó más que la nuestra, y en donde los ensayos de las formas más peregrinas de gobierno democrático vertieron torrentes de sangre generosa, y en donde la novedad á este respecto llegó á rayar en el delirio, jamás declinó el amor á la bella literatura, ni se rompió el nudo que une á la antigua con la moderna. Allí hubo siempre quien recordara con hechos repetidos el consorcio indisoluble que hasta por razón del idioma debe existir entre las letras latinas y las contemporáneas. Y de aquí, probablemente, nace también el esmero con que en Nueva Granada se defiende contra las invasiones extranjeras y los malos usos locales la integridad de la lengua heredada. «Mirar por la lengua, dice un bogotano, vale para nosotros tanto como cuidar los recuerdos de nuestros mayores, las tradiciones de nuestro pueblo y las glorias de nuestros héroes; y cuando varios pueblos gozan del beneficio de un idioma común, propender á su uniformidad es avigorar sus simpatías y relaciones, hacer de ellos un solo pueblo»[2].

Nuestro traductor de Virgilio piensa á este respecto como su compatriota, á punto que al leer sus excelentes versos, nos sentimos transportados al afamado siglo de oro de la literatura castellana. Campea en ellos un respeto llevado hasta el arcaísmo por las formas sintáxicas y los vocablos predilectos de Herrera y de León—achaque perdonable y aun meritorio al trasladar al castellano la obra de un antiguo, porque así parece la imitación más cercana al original. Pero si las producciones de D. José Eusebio Caro y de otros vates granadinos no nos convencieran que esta excesiva devoción á la gramática de nuestros abuelos en nada perjudica á los arranques audaces del patriotismo republicano ni á la libertad de las ideas, estaríamos distantes de recomendar como modelo á los sudamericanos el proceder seguido por los Señores D. Miguel Antonio Caro y D. Rufino José Cuervo[3].........................

La gramática va hoy por el mismo camino por donde huye avergonzada la retórica. Las cuestiones de propiedad del lenguaje no deben resolverse, no, según Salvá y Martínez López, sino según la reflexión propia y el instinto de lo bello y exacto adquirido con el cultivo libre de las facultades del espíritu. A la formación de las lenguas ha precedido una lógica severa, una ley de armonía que sólo sabrán hallar y respetar los que discurran bien y tengan el sentimiento de lo bello. Mientras un pueblo eduque su sazón, goce con la armonía de los sonidos, exija de las formas las condiciones de la belleza y lo comprenda tanto en la Naturaleza como en el Arte, no haya miedo de que ese pueblo desfigure, abastardee ni afee la expresión escrita de la cultura intelectual que ha alcanzado por medio de una educación general literaria y científica. Aquí está encerrado el secreto de la decadencia ó vitalidad de las lenguas. Ellas progresan, se estacionan ó retrogradan, según la actividad de la nación que las habla.

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Horacio decía á sus discípulos: sólo escribirá con propiedad quien apele á la razón como fuente y raíz de todo conocimiento. El estudio de los filósofos os dará á conocer el fundamento de las ciencias y de las cosas naturales, y una vez conocidas, las palabras os fluirán espontáneamente á vuestros labios para expresaros con claridad.


Scribendi recte sapere est et principium et fons.


Se equivocaría quien hiciera torcidas y desfavorables aplicaciones de lo que dejamos dicho sin detener la pluma, al estilo y lenguaje del distinguido traductor neogranadino. Es el Sr. Caro un excelente humanista, un literato entendido, y al emprender su ardua tarea, sabía bien el peso que echaba sobre sus hombros, robustos á fe.

No es completo el ejemplar que poseemos de su obra; pero leyendo el suplemento al primer volumen de ella, advertimos que ha tratado en la introducción, desconocida para nosotros, de la filosofía y del estilo del clásico que vierte á nuestra lengua, mostrando así la seriedad de sus estudios y la altura del punto de vista desde donde se encara al mayor teólogo, al mayor erudito, al mayor sabedor de las cosas romanas, entre cuantos talentos ilustraron el siglo de Augusto. Virgilio fué el pontífice y el heraldo de su época, el luminoso arco iris agorero de la paz por que anhelaba el mundo romano, atónito con el fragor de la caída del Egipto y del poderío oriental. En su famosa égloga IV parece que hubiera vislumbrado más allá del Imperio, el comienzo de la era de la idea, de la redención del esclavo, de la igualdad ó confraternidad de los hombres, ante un Dios paternal y único, en nada parecido á los dioses materiales adorados antes de él. Amigo de las labores del campo, resumía en sí, por su observación propia, el conocimiento de todos los fenómenos de la Naturaleza que hasta entonces había podido adivinar la ciencia. Era un coloso intelectual con quien sólo puede compararse en los tiempos modernos su discípulo Dante Alighieri. Inteligencias de esta naturaleza no puede mirarlas hito á hito sino el verdadero talento amamantado con predilección al seno de las musas.

A más del sabio y del inspirado hay que considerar en el cisne de Mantua al hombre de propósitos elevados, de corazón bondadoso, de hondísimos sentimientos, brotados á raudales en ondas sonoras y benéficas, en las cuales se espejea la luz de una imaginación casta como la de los astros. Así, pues, Virgilio requiere ser sentido y comprendido á la vez por sus intérpretes, porque su oro se compone de la liga de la razón con la sensibilidad, de la invención poética con el saber lentamente adquirido. Por esta razón alguna vez se ha creído que la Eneida del gran poeta no debía verterse á los idiomas vivos, respetándola como á las armas de Rolando por falta de bríos para esgrimirlas. Y tal vez sea acertada esta opinión, porque si trasladada del viejo suelo latino aquella sublime epopeya á las lenguas de formación reciente, hubiera de conservar tan sólo su estructura material y relatarnos descoloridas las proezas de los héroes que en ella hacen papel, poco ó nada ganarían los profanos que buscan en el maestro afamado ejemplos de la verdadera y perpetua belleza literaria.

Esta belleza de la obra de Virgilio se manifiesta como un perfume, como vislumbre apacible, como rumor armonioso que acompaña al lector, no sólo en el palacio de Dido, en las fiestas y en las alegrías de Eneas y de sus compañeros, sino también cuando presencia la catástrofe final del porfiado asedio de Troya, las iras de Neptuno, los desastres de las batallas y las intrigas del Olimpo. Cerradas las páginas, el corazón se encuentra satisfecho y mejorado si padecía, la mente ennoblecida, el instinto literario menos expuesto á caer en trivialidades y en bajezas.

Tales son, expresadas con generalidades, las impresiones que causa en el ánimo del lector esa realidad indefinible que se llama «estilo virgiliano». De esta impresión moral que supo grabar el mantuano es de la que convendría hacer partícipe al mayor número posible de lectores por medio de las vulgarizaciones de la Eneida, trasuntando en ellas, antes que todo, su estilo, porque éste es el alma misma de Virgilio, la más bella y humana del mundo pagano.

Guiados por este criterio, hemos leído las Églogas, las Geórgicas y cuatro de los libros de la Eneida traducidos hasta ahora por el Sr. Caro. Delante de un trabajo que requiere aliento y fuerzas poco comunes para emprenderle, la crítica debe mostrarse circunspecta y fundada, so pena de cometer, más que una ligereza, una mala acción. Nos guardaremos de incurrir en ella, limitándonos á señalar, según nuestro entender, algunas de las brillantes cualidades de que á cada momento da pruebas el literato neogranadino: ære perennius será, sin duda, el monumento que erigirá en nombre de las letras americanas si lleva á cabo su empresa, ya tan adelantada.

El Sr. Caro es felicísimo en muchos pasos de las Geórgicas, en las cuales se encierra la ciencia y la experiencia agrícola de los romanos, embellecidas con los encantos del sentimiento y de la imaginación. En nuestro concepto, es ésta la obra de Virgilio más ardua para los traductores, y al mismo tiempo la que de preferencia debiera ponerse desde temprano en manos de los discípulos de Humanidades en las escuelas americanas. Un arado fué el cetro de Cincinato, y debe ser el instrumento con que los hijos de las repúblicas prefieran labrar su fortuna. El autor de la Agricultura de la zona tórrida hizo con sus admirables versos un valioso presente intelectual y económico á la juventud americana, tentándola á admirar y aprovechar los pingües tesoros de los variados climas en que habita, al mismo tiempo que con mano maestra le mostraba cómo el espíritu de las letras clásicas puede animar, embelleciéndolas, las producciones de la moderna literatura. La obra incompleta de Bello pudo convertirse en las Geórgicas sudamericanas si hubiera tenido imitadores, inspirados, como el iniciador, en un pensamiento de patriotismo y de civilización á un tiempo.

La agricultura es la generosa nodriza del hombre, y nadie mejor que Virgilio la ha idealizado en versos que jamás perecerán por mucho que los aleje el tiempo: oigámosle en la traducción neogranadina:


Al hombre urgiendo, la escasez le educa,
Y el trabajo tenaz todo lo allana.
Ceres, sabia maestra, á los mortales
El seno de la tierra á abrir indujo
Cuando faltaron en las sacras selvas
Bellotas y madroños, y Dodona
El sustento habitual negó cansada.
Creció en esmeros el cultivo, en cuanto
Funesta á las espigas la impía nubla
Y hórrido á los sembrados sobrevino
El torpe cardo. Y ya la mies fallece:
Que la áspera maleza en torno crece,
Y el abrojo la invade y el espino;
Oprimen ya el espléndido sembrado
Triste cizaña, estériles avenas.
Tú, pues, como afanado

Las gramas no persigas
Con incansable rastro; si no alejas
Con ruidos las aves enemigas;
Si hiriendo ociosas ramas,
El asombrado campo no despejas,
Ni con voto eficaz la pluvia llamas,
¡Triste! con sesgos ojos de vecina
Heredad mirarás la parva enhiesta,
Y tu hambre en la floresta
Aliviará la sacudida encina.


Ni uno solo de los prolijos detalles con que pinta Virgilio la lucha del labrador con la Naturaleza ha escapado á la sagacidad del traductor: no crecerán las mieses sino se extirpan á tiempo el cardo y las importunas cañas, si no se espantan las aves atraídas por el apetito del grano. La pereza condenaría al labrador á contemplar con tristeza la cosecha abundante del vecino y á alimentarse con el insípido y grosero fruto de las encinas.

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Heu! magnum alterius frustra spectabis acervum,
Concussaque famem in silvis solabere quercui


La agricultura fué considerada por los antiguos como el arte que enseña al hombre á apropiarse por el trabajo y la industria, no sólo los dones de Ceres, sino cuantos distribuye Cibeles, uno de cuyos atributos es la llave con que abre y cierra, según las estaciones, los tesoros de la Naturaleza, y gobernando los leones que conducen su carro, dice simbólicamente que nada hay tan feroz é indómito que no se someta á la amorosa paciencia de la maternal agricultura. Si nuestro menguado código rural hubiera tenido presente el gran código rural de Virgilio, de cierto que las laboriosas abejas, dulcemente cantadas y acariciadas en las Geórgicas, no habrían sido desterradas á muchas leguas de los escasos plantíos y sembrados de nuestros incultos campos. Los animales útiles atraen de preferencia la atención de Virgilio, haciéndonos amar al buey paciente, á su hembra de ubres generosas, á la oveja que se despoja de su vellón para vestirnos, al caballo que se asocia á nuestros viriles placeres, á nuestras hazañas de valor y arrastra la carroza elegante del rico como la reja del arado del humilde labriego.

Las llanuras colombianas como las argentinas son propicias á la noble raza del caballo. En ellas, ha dicho Buffón, es donde debe estudiarse al potro en toda su belleza y libertad, al caballo que, según el mismo naturalista, es la más gloriosa conquista del poder inteligente del hombre. El americano nace contemplando el caballo, y ensaya sus primeras fuerzas manejándole por la brida; en él atraviesa el desierto, vadea los ríos, y sobre sus lomos y ancas conduce á su querida y á sus hijos al poblado ó al nuevo techo que ha construído de totora á la margen de la laguna lejana. El caballo es para el llanero y el gaucho el personaje principal de sus idilios en acción ó de sus yaravís y cielitos, acompañados de la guitarra. A esta intimidad entre el nobilísimo bruto y el hombre americano atribuímos el acierto con que el traductor bogotano ha interpretado el siguiente pasaje del libro III de las Geórgicas.

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No menos diligencia
A la elección de los caballos debes.
Tú, desde tierna edad á los que fíes
El incremento de la raza, aplica
Laboriosa atención. El potro nuevo
De estirpe generosa,
Gallardo ya campea.
Y en noble porte y numerosos pasos
Las blandas coyunturas ejercita:
Toma la delantera en el camino,
A la crespa corriente vado tienta,
A puente ignoto avánzase el primero,
Ni de estrépitos vanos se intimida.
La cerviz tiene erguida,
Aguda la cabeza, el vientre breve,
Grupa redonda, el pecho
Con músculos soberbios que le abultan.
Noble es el rucio azul, noble el castaño,
De blancos y melados desconfío.
¡Con qué ingénito brío
El pisador lozano
Sale del puesto y sosegar no sabe
Si armas de lejos resonar ha oído!
Las orejas aguza, se estremece,
El encendido aliento
Por la abierta nariz bramando arroja;

El cabello sacude aborrascado,
Le esparce al diestro lado;
Y doble mueve la dorsal espina,
Y recios cascos sobre el suelo asienta
Que batido á compás hueco retumba.
Sofrenado de Pólux Amícleo
Tal Cílaro soberbio braveaba,
La copia de trotones
Que Marte unció, tal era; tales fueron,
Ya de griegos poetas celebrados,
Los del caro veloz del grande Aquiles;
Y Saturno agilísimo la hermosa
Crin derramando sobre el cuello equino,
Así también, al asomar su esposa,
Hirió, rápido huyendo,
El alto Pelion con relincho agudo.
Al que así contemplaste
Animoso corcel, cuando agobiado
Por las enfermedades, ó vencido
Le vieres de la edad, ponle á cubierto,
Y da á su honrada senitud descanso.
Para enlaces de Venus
Frío el caballo viejo, afán estéril
Apura en ellos, y tal vez se llega
A la amorosa lid, se enciende en vano,
Cual sin fuerza en la paja un alto fuego.
Observa de antemano
Los bríos y la edad de cada potro,
Su raza y vocación discierne luego;
Mira si causa en él y en qué manera,
La ignominia dolor, celo la gloria.
¿No has visto cuando en rápida carrera
Parten de la barrera
A cubrir el palenque émulos carros?

Mancebos en la faz muestran bizarros
El ansia de vencer, mientras el pecho
La duda palpitante les devora,
Con retorcido látigo aguijando,
Tendido el cuerpo van, suelta la brida;
En férvido volar arden las ruedas;
Y ora se inclinan, y ora
Parecen remontarse arrebatados
En vuelo aéreo á superior esfera.
No hay descanso, no hay paz. La arena roja
En nubes se levanta:
Fogoso al delantero el de atrás moja
Con la espuma que arroja;
¡Tanto es el pundonor, la ambición tanta!


Estos versos, fuerza es confesarlo, no se parecen en nada á los que generalmente nos regala la musa sudamericana, libertina, indómita, sin más consejero que el oído, á veces mal educado y excesivamente democrático en el estilo, en la elocución y en las formas sintáxicas, casi siempre cortadas al talle de la prosa. Si muchos han de saborearlos y deleitarse con ellos, no faltarán quienes los hallen desabridos al paladar, obscuros á la inteligencia y aun ásperos para leídos corrientemente. Pero nosotros, que nos declaramos pertenecer á los primeros, es decir, á los admiradores de la noble versificación del Sr. Caro, entendemos que el verso debe tener también poesía en su estructura, y participar, hasta en la ordenación de las palabras, del juego de la imaginación, que es la primera de las facultades distintivas del poeta. El verso debe pasar por delante de la vista como el diamante bruñido, destellando luz por cada una de sus facetas; ondear como airosa culebra ó como la corriente de las aguas, y sorprender por la novedosa variedad de sus movimientos, para que, como la música á la letra, acompañe armoniosamente los giros originales é inspirados del pensamiento. Desdéñase sin razón esta parte material de la versificación, y ni se reflexiona sobre ella, ni se estudian sus condiciones, como si no constituyera parte del arte de escribir en verso, del mismo modo que es en el pintor la distribución de los tonos del colorido, y las gradaciones de la modulación en el músico. Hay idiomas en que la frase en el verso sigue la misma línea recta que en la prosa, y toda la poesía consiste en ellos en el fondo ó en la substancia de la idea. Pero el castellano no es de este número. En la prosa misma es garboso, lujoso, erguido, y exige de quienes lo usen en verso y con intenciones de poetas, que levanten y acentúen esas cualidades, defectos ó virtudes de su índole, según quiera juzgarlos el juicio humano, generalmente vario y voluminoso.

En el caso presente existe una razón más para que los versos que quedan copiados merezcan la aprobación de las personas instruídas y de buen gusto, por cuanto traducen al más encumbrado y más delicadamente noble y pulcro de los poetas latinos, en quien brilla la tersura de la palabra y el pudor de la imagen. Sienta bien á su intérprete el dejo clásico, la solemnidad antigua, de que tan discretamente hace uso, logrando acercarse, cuanto es posible á un moderno, á semejante original.

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(Revista del Río de la Plata, número correspondiente al 1.º de Febrero de 1875.)


  1. Aquí transcribe el crítico, de la traducción de la Eneida por el Sr. Caro, cinco actavas (lxxii á lxxvii), que el lector puede ver en este tomo á la pág. 172.
  2. Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, por Rufino José Cuervo. Bogotá, 1867-1872. Un v. in 8.º, de 527 páginas.—(De esta obra ha salido á luz en este año en Bogotá, una 3.ª edición, considerablemente aumentada.)—El Editor.
  3. Aquí sigue discurriendo el crítico sobre las transformaciones que en su concepto debe experimentar el castellano en América. Suprimimos esta parte como no pertinente al asunto. El Editor.