Eneida (Caro tr.)/Libro X
El palacio de Olimpo omnipotente
Se abre entretanto. El Padre de inmortales
Y Rey supremo de la humana gente
A concilio en las salas siderales
Convoca. El desde allá ve el continente,
Y las huestes del Lacio, y los reales
Troyanos. Altos Númenes asoman,
Y en el ámplio conclave sillas toman.
«¡Celícolas ilustres!» Jove empieza;
«¿Por qué mudais de acuerdo? ¿Por qué insanos
Os dais á pelear con tal crueza?
Yo vedara que Italia á los Troyanos
Resistiese; ¿en qué cóleras tropieza
Mi voluntad? ¿Por qué terrores vanos
Acá el uno, allá el otro á lid se lanza
Y va el hierro á empuñar de la venganza?
»Ya la hora sonará de las batallas
(No el tiempo acelereis), cuando Cartago
Rompa el Alpe, y de Roma á las murallas
Descargue por la brecha horrendo estrago.
Podreis entónces desbordar sin vallas
Hasta rapaces triunfos vuestro amago:
Hora enfrenadle, y con semblante amigo.
Benditas paces afianzad conmigo.»
Conciso Jove habló. Ménos somera
Fué la espléndida Vénus, que en su duelo
Vuelta al Padre razona en tal manera:
«¡Rey y eterno Señor de tierra y cielo,
Divina Majestad! ¿ni en quién pudiera,
Sino en tí, mi dolor hallar consuelo?
Los Rútulos me insultan: ¡mira, mira
Cómo entre ellos soberbio Turno gira!
«Ya con propicio Marte hinchado llega
Al cerco; audaz le invade: mal seguros
Traban los Teucros áspera refriega
Puertas adentro y en sus propios muros;
Su misma sangre ya los fosos ciega.
Enéas, ¡ay! sus míseros apuros
Ausente ignora. ¿Y contra el duro asedio
Nunca tú, nunca ya darás remedio?
«Renace Troya, mas con ella nace
Otro ejército hostil como el aqueo;
Ni se alza en pié, sin que, saliendo audace
De Arpos etolia, el hijo de Tideo
Otra vez á sus muros amenace.
No han de cerrarse ya mis llagas, creo;
Armas que á esta hija tuya ántes hirieran,
Mortales armas, hoy tambien me esperan!
«Si á hurto ya de tí, ó á tu despecho,
Fueron á Italia los Troyanos, lleven
La justa pena del culpado fecho;
¡No tus furores, tu justicia prueben!
Mas si camino solamente han hecho
A do Dioses y Manes á ir los mueven
Una vez y otra vez, ¿quién tus mandados
Torcer intenta y reformar los hados?
«¿Quién? ¿Ya no has visto en sicilianos mares
Nuestras naves arder?... ¿No desencierra
Eolo sus alados auxiliares?...
¿Iris no baja con mision de guerra?...
Y hoy, porque áun parte tomen los hogares
Independientes de Pluton, á tierra
Sale Alecto, de allá abortada, y cruza
A Italia, y cual bacante iras azuza!...
»Del prometido imperio nada alego;
¡Pude esperarle en hora más dichosa!...
¡Venza hoy quien quieras! Mas si en su odio ciego
A mis Teucros negar juró tu esposa
Todo terreno hospicio, esto te ruego
Por Troya hundida y su reliquia humosa,
¡Sálvese Ascanio del feral combate;
Al nieto, ¡oh Padre! tu favor rescate!
«Torne Enéas al mar, y rumbos déle
Voltaria Suerte en ondas ignoradas.
Mas este niño... verle me conduele;
Yo le quiero librar de las espadas:
Yo á Citera ó á Páfos llevaréle,
O á Idalia y sus pacíficas moradas,
Donde robado al militar ruido
Consuma el tiempo en inglorioso olvido.
»Y reinen, si te place, hijas de Tiro;
Cartago á Ausonia oprima en férreo mando;
Y de este infante y su feliz retiro
Nada teman.., ¡Mas oh remate infando!
¿A los Teucros para eso en largo giro,
El hierro y fuego asolador burlando,
Que venciesen dejaste mil azares
Por tantas tierras y por tantos mares?
«¿Y hoy que á Troya restauren en el Lacio
Consientes, porque caiga en nueva guerra?
¡Valiera más que en el yermado espacio
Que de sus padres la ceniza encierra
A alzar tornasen imperial palacio!
Su Janto y Símois, su nativa tierra
Vuélveles, ¡ay! Si á muerte los destinas,
Perezcan de la patria en las ruinas!»
Habló á su vez con ímpetu iracundo
La reina Juno: «La ocasion me obliga
Un silencio á romper largo y profundo,
Y el gran dolor á divulgar que abriga
Secreto el corazon. ¿Quién ya en el mundo,
Dí, mortal ó inmortal, es el que instiga
A Enéas á la ofensa? ¿Quién le mueve
A que al buen rey Latino guerras lleve?
«¿Hados á Italia le impelieron? Cierto:
¡Casandra en su furor le abrió la via!
Mas si hoy deja su campo, ¿el desacierto
Que en dejarle comete, es culpa mia?
¿Eslo, si da su vida á un soplo incierto,
Y el mando militar á un niño fia?
¿Que así la fe tirrena solicite,
Y quietos pueblos sedicioso agite?
»Pues si él de propio acuerdo torpe yerra,
¿Hay decir que á su mal Juno le acosa,
Y que Iris baja con mision de guerra?
¡Oh! ¡en el ítalo pueblo indigna cosa
Es llevar llamas con que á Troya encierra
Naciente; indigna en Turno (á quien la
Diosa Venilia madre fué, Pilumno abuelo)
Que en paz: ocupe su nativo suelo!
«¡Y cosa no ha de ser indigna y fea
En el Troyano, si una tierra extraña
Invadiendo feroz con negra tea
Tala y subyuga en torno la campaña!
No, si el suegro se apropia que desea
Y ajena esposa en el hogar apaña;
Ni ha de ser vergonzoso en frigias tropas
Mentir sus manos paz y armar sus popas!
«Tú sí que á Enéas en peligros graves
Aun de las manos de los Griegos puedes
Redimirle, y al cuerpo echarle sabes
De aire y niebla sutil propicias redes;
Tú en Ninfas de la mar truecas sus naves:
¡Y á fuero haciendo estás tantas mercedes,
Y yo á tuerto he de obrar si en lado opuesto
Un corto auxilio á mis parciales presto!
«Ignore Enéas lo que ausente ignora,
Y tú olvídale en Páfos ó en Citera,
O en tus grutas de Idalia. No que ahora
En daño suyo, á una nacion guerrera
Provocas, y á una raza vencedora!
¿Quién de frigias reliquias acelera
El fin: yo, ó el que á los Griegos dando paso,
Causó de Troya misma el gran fracaso?
«¿Rompiendo antigua paz con rapto insano,
Yo á Europa y Asia en militar porfía
Comprometí? ¿Yo al forzador troyano,
Cuando á Esparta asaltó, serví de guia?
¿Armas y amores ministró mi mano,
Al grande incendio? ¡Entónces te cumplía
Por los tuyos mirar! ¡Al aire entregas
Injustas quejas hoy, hoy tarde llegas!»
Tal Juno declamaba. Asentimiento
Mostraban las Deidades sordo y vario
Murmurando entre sí; cual suele el viento,
Cuyos soplos el bosque centenario
Erizan en templado movimiento,
Y rondando el hojoso santuario
Crecen luégo en rumores murmurantes,
Nuncios de tempestad á navegantes.
Habló entónces el Padre omnipotente,
El que todo lo rige y lo compasa
Con cetro universal. Profundamente
Enmudece á su voz el alta casa
De los Dioses; el éter eminente
Calla; tiembla la tierra en su ancha basa;
Encogidos los Zéfiros no alientan;
Los mares su encrespada pompa asientan.
»Atentos escuchadme, y lo que os diga
Tened presente. Pues traer no es dado
Teucros y Ausonios á amistosa liga,
Ni tregua admite vuestro encono airado;
Ya bogue el uno en esperanza amiga,
Ya fie el otro en su presente estado,
O Rútulo adalid ó Teucro sea,
No ha de ser, no, que yo parcial los vea.
»Ora arribado hubiere á extraño suelo
Por suerte adversa al Italo, ó por vano
Error de patria y seductor señuelo,
A resistir embates el Troyano,
Ni á él redimo ni al otro. Ó gloria ó duelo
Lábrele á cada cual su propia mano:
El cetro universal yo á nadie inclino;
Por sí los hados se abrirán camino.»
Por las riberas del Estigio hermano,
Vorágines de negro ardiente lodo,
Juró lo dicho el Númen soberano:
La frente inclina, y al moverla, todo
Tiembla el Olimpo. A aquel debate vano
Término dando en tan solemne modo,
Se alzó del áureo solio: á los umbrales
Condúcenle entre sílos inmortales.
El asedio estrechando á la muralla
Instan á la sazon por toda parte
Los Rútulos, cuidosos de tomalla
Con llamas vivas y sangriento Marte.
El troyano gentío entre su valla
Vese acosado, y de salir no hay arte:
¡Ay tristes de sus nobles campeones
Que las torres defienden y bastiones!
En ya ralo cordon cubren guerreros
El muro. Ambos Asáracos en vano
Se ofrecen, peleando en los primeros;
Timete Hicetaonio, Timbre anciano,
Y Asio, y Castor. Les fueron compañeros
De Sarpedon el uno y otro hermano,
Claro á par y Temon, á aquella guerra
Venidos desde Licia, noble tierra.
Veis al lirnesio Acmon, que arrastra inerte
Mole, parte de monte no pequeña,
Y, cual su hermano Menesteo, fuerte,
Y cual Clicio su padre, la despeña,
Todo el cuerpo tendiendo. De esta suerte
El agredido en arrojar se empeña
Ya volador astil, ya piedra grande;
Y hachas el agresor y dardos blande.
Como perla de fúlgido destello
En rojo oro engarzada, cuyo oficio
Es dar adorno ya á la sien, ya al cuello;
Ó bien como con clásico artificio
Embutido marfil esplende bello
En terso boj ó terebinto oricio,
Tal Ascanio entre todos resplandece;
Tal descubierta la cabeza ofrece
El digno barragan que Vénus ama,
Y hermoso así por su cerviz de nieve
El tendido cabello se derrama,
Que á su frente hilo de oro ciñe leve.
Mnesteo allí tambien (á quien la fama,
Porque á él de Turno la expulsion se debe,
Ha engrandecido) á la defensa asoma,
Y Cápis, de quien Capua nombre toma.
Tambien allí lidiando, los arpones
Lanzaste que homicidas enherbolas.
A vista de magnánimas legiones,
Tú, que tu nombre, ¡oh Ismaro! arrebolas
De ilustre origen lidio con blasones,
Hijo de aquel país donde con olas
Doradas el Pactolo se desliza
Y cultivados campos fertiliza.
Así unos y otros, sin ganar terreno,
Reria lid pelearon todo el dia.
Y en tanto Enéas á la mar el seno,
Bogando en medio de la noche, hendía.
Pues él, dejado á Evandro, y al tirreno
Campamento venido, hablado habia
Al jefe: nombre y patria le revela;
Lo que ofrece le dice, y lo que anhela;
Y los recursos le describe luégo
Que ha asociado Mezencio á su venganza;
Píntale á Turno en sus enojos ciego;
Pondérale cuán poca confianza
Merece humano cálculo; y el ruego
Añade á la razon. A la alianza
Tarcon se inclina, y, sin que instantes pierda,
Sus fuerzas une y ya la marcha acuerda.
A un extranjero príncipe obediente,
Librada así del veto de los hados,
Entrégase á la mar la etrusca gente,
En los buques subiendo aderezados.
La real nave de Enéas en la frente
Muestra frigios leones sojuzgados,
En tanto que en su popa se alza el Ida,
Imágen á expatriados tan querida.
Allí, en la popa, el ánimo constante
Con pensamientos bélicos fatiga
El grande Enéas. Muévele Palante,
A su izquierda sentado, á que le diga
Ya los astros que rumbo al nauta errante
En noche opaca dan con lumbre amiga,
Ya de su propia vida los azares,
Cuantos corrió por tierras y por mares.
¡Hora, Musas, abridme el Helicona!
¡Inspirad al cantor! Decidme, cuáles
Nobles salieron de la etrusca zona
En auxilio de Enéas; qué navales
Fuerzas ganosas de triunfal corona
Corrieron á los líquidos cristales.
Abrió Másico el rumbo: nao ferrada,
Ante todas su Tigre sobrenada.
Mil jóvenes reune su bandera
Que de Clusio vinieron y de Cosas,
Y con aljaba al hombro andan ligera,
Con arco audaz y flechas sanguinosas.
Lanza su nave á par de esta primera,
Con lucido escuadron de armas vistosas
Abante adusto, y un Apolo de oro
Presta á su popa tutelar decoro.
Populonia, su patria, con seiscientos
Mancebos le acudió para la guerra,
No de experiencia militar exentos;
Elba, que hierro inagotable encierra,
Isla famosa, le envió trescientos.
Adivino del cielo y de la tierra
A quien tierra ni cielo nada oculta,
Tercer caudillo, Asila, al mar insulta.
El interpreta lo que parla un ave,
Ve lo que abierta entraña significa,
Y de los astros los secretos sabe,
Y presagos relámpagos explica.
En masa hórrida y densa, tras su nave,
Arrastra mozos mil que calan pica:
Ciudad los reclutó que de Elis viene,
Nueva Pisa, y toscano asiento tiene.
Sígueles de hermosura y de esplendores
Vestido Astur; Astur, que va fiado
En su potro y sus armas de colores:
Con voluntad unánime, de grado
Le acompañan trescientos guerreadores
Que su nativa Cérete han dejado,
Y á Gravisca insalubre, y la campaña
Que Pirgo ilustra y la que Minio baña.
Tambien, Cínira, á tí nombrarte cuido,
¡Oh de Ligures capitan valiente!
Ni á tí, Cupavo, dejaré en olvido,
Que llevas por insignia de tu frente
Un plumaje de cisne, envanecido
Penacho tuyo y de tu electa gente:
Amor fué vuestra culpa; vuestra gloria
Eternizar del padre la memoria.
Pues Cisne amó á Faeton, le honró con llanto;
Y entre álamos frondosos, en su duelo,
De las hermanas á la sombra, en tanto
Que daba, dicen, al pesar consuelo
Con la música dulce de su canto,
Vistió de ancianidad el cano hielo,
Blandas plumas tomó, y alzóse en ellas,
Tendiendo en su clamor á las estrellas.
El hijo á sus paisanos sigue ahora
Con pequeño cortejo: monta el grande
Centauro, y de los remos avigora
El movimiento, porque el monstruo ande:
El cual representado está en la prora;
Un asido peñon la arma es que blande,
Sobre el agua amagando lo suspende,
Y ya con larga quilla el ponto hiende.
Ocno tambien de su natal ribera
Una legion levó para la armada:
Del tusco rio y Manto la agorera
Hijo famoso: aquel que á tu morada
Muros y nombre (el de su madre) diera,
¡Oh ciudad en abuelos bien dotada
Que no de una, de triple estirpe vienes,
Y tribus cuatro en cada raza tienes!
Centro es comun á tan diversas gentes
Mantua; mas de su fuerza y poderío
En la sangre toscana están las fuentes.
Rencores granjeó Mezencio impío
Allí tambien: quinientos combatientes
Mincio conduce en vengador navio
Dende el padre Benaco al mar salado,
De verdes espadañas coronado.
Marchando va majestuoso y lento
Auléstes: con cien árboles azota
El mar en levantado movimiento,
Y la masa de mármol hierve rota:
Es su nave un Triton, que corpulento
Con su concha los senos alborota
Del piélago cerúleo, y el semblante
Cerdoso imita de un jayan nadante.
Tiene el monstruo los miembros desiguales,
Busto viril y vientre de ballena;
Y, hendiendo con el pecho los cristales,
Medio hombre, medio pez, la espuma suena.
En treinta buques con caudillos tales
Así, en fin, el ejército se ordena
Que en pro de Troya por los mares vino
Con piés de bronce en líquido camino.
Desamparó los cielos aquel dia;
Ya en altó la alma Febe el hemisferio
En su carro noctivago impelia.
Enéas desvelado, al ministerio
De las velas atiende él mismo, y guia
Firme el timon. En esto, en coro aerio,
Ninfas, que fueron ya sus compañeras,
Mira venir festivas y ligeras.
Ninfas, de húmidos reinos moradoras
Por superior mandato de Cibéles,
Que de la mar transfiguró en señoras
Tablas que fueron en la mar bajeles.
Juntas bullen, y tantas como proras
Férreas orlaron la ribera: fieles
Reconocen de léjos á su dueño,
Y le cortejan en tropel risueño.
Llegó jovial la que entre todas sabe
Las gracias del decir, Cimodocea;
Con la diestra la popa ase á la nave
Cuyo dorso ella misma señorea,
La izquierda boga en mudo afan suave,
Y nuevas dando á aquel que las desea,
«¿Velas,» le dice, «hijo de Dioses? Vela!
Y sús! con alas desplegadas vuela!
«Troncos fuimos nosotras ya en el Ida,
Naves tuyas despues, del Oceano
Ninfas hoy. Como aleve á nuestra vida
El Rútulo atentó con fuego insano,
Nuestra divina Madre condolida
Mudónos: cables que anudó tu mano,
Mal de grado rompimos; y ella Diosas
Nos hizode las mares espumosas.
«De tí, Enéas, venimos en demanda.
Entre muros y fosos, y en aceros
Envuelto Ascanio, arrostra con su banda
Del Latino los ímpetus guerreros.
Ya el sitio ocupan que tu voz les manda
Arcades y toscanos caballeros;
Mas no sin que abocar Turno se apreste
Entre ellos y el real su armada hueste.
«Animo, pues; y al despuntar temprano
De la próxima luz llama tu gente
Al arma; y el escudo que Vulcano,
Invicto dón de diestra ignipotente,
Te dió, con cercos de oro, embraza ufano.
Si tú confías que mi voz no miente,
De Rútulos atroz carnicería
Verá en pilas alzada el nuevo dia.»
Dice; y como quien sabe el modo, y tasa
La fuerza, da á la popa, al irse, un tiento,
Y la despide, como astil que pasa,
Por hábil mano disparado, al viento:
Todas la imitan; la onda apénas rasa
Alígera la flota. El gran portento
Al punto Enéas vió con mente absorta;
Fausto agüero le juzga, y se conhorta.
Y á la celeste bóveda serena
Vuelto, «¡Oh del Ida alma Deidad!» exclama;
«Madre que honras el Díndimo, y almena
Triunfal te ciñes, y al leon que brama
Trajiste á la coyunda que le enfrena!
Vén, vén propicia al pueblo que te llama!»
No dijo más. La Noche en tanto huia;
Y ya de lleno resplandece el dia.
Manda á su gente el adalid que apronte
Los aceros, que á bélicas señales
Preste el sentido, y al peligro afronte
Fuerzas cobrando á la ocasion iguales.
En pié él mismo en la popa, el horizonte
Domina, y á su vista los reales Troyanos tiene.
Con la izquierda luégo
En alto embraza su broquel de fuego.
Lo vió el pueblo sitiado, y de los muros
Unánime clamor el aire envía;
Lanzan todas las manos dardos duros,
Creciendo la esperanza en osadía:
Tal grullas de Estrimon nublos oscuros
Cruzan con ruido en la region vacía,
De los Austros huyendo, y libres de ellos
Gritan gozosas con acordes cuellos.
Oyó la voz que el entusiasmo exhala
Pasmado el sitiador, que tal no espera;
Hasta que, á ver tornando, mira en ala
Las popas arrimarse á la ribera
Y que en velas envuelto el mar resbala.
Ardele al héroe la gentil cimera,
Ígnea lengua en el aire es su garzota,
Y el escudo de oro incendios brota.
Así tal vez en noche vaga y pura
A los mortales pechos amedrenta
Fúnebre desatando allá en la altura
Cometa asolador su crin sangrienta;
Y así tambien terrífico fulgura
Fogoso Sirio en estacion sedienta,
Y de hambre y peste amenazando al suelo
Con su présaga luz contrista el cielo.
Turno audaz áun por eso no desmaya;
A los que llegan repeler emprende
Antecogiendo la interpuesta playa,
Y así en su ardor los ánimos enciende:
«¡Mancebos! de las manos no se os vaya
La ocasion codiciada que os atiende:
En campo abierto, igual á cada parte,
Ya, ya podemos reducir á Marte.
«Recuerde cada cual lo que á su esposa
Y á su familia debe amenazadas,
Y á ejemplo tome tanta accion famosa
Que honró de sus mayores las espadas.
¡Sús! al agua corramos miéntras posa
Inciertas en la arena las pisadas
El invasor: atrevimiento pido;
Asiste la fortuna al atrevido!»
Tal dice; y vacilante considera
A quiénes dejará los bloqueados
Muros, con quiénes él á la ribera
Correrá. Por escalas sus soldados
Desde las altas popas echa fuera
Enéas á su vez. Cuál á los vados
A saltar se aventura, donde mira
Que el piélago desmaya y se retira;
Cuál por los remos á bajar se afana.
Tarcon la playa explora, y do serena
Entrada observa, que ni espuma cana
Quebrantada murmura, ni el arena
Rehierve allí, mas en creciente plana
Se desliza la mar calmosa y llena,
Súbito á ese lugar proas convierte,
Y exhorta á sus guerreros de esta suerte:
«¡Selecta juventud! sobre esa orilla
Lanzad, lanzad con ímpetu de guerra
El robusto espolon á dividilla!
Batid el remo: en enemiga tierra
Abrase surco nuestra misma quilla!
¡Oh! si el suelo una vez mi mano aferra,
Nada me importa que en el punto mismo
Rompido mi bajel vaya al abismo.»
Dijo; y aquellos que con él navegan
Mueven el remo, y con acordes bríos
Por hender los latinos campos bregan
Impeliendo espumosos los navios,
Hasta que á descansar las proras llegan,
Sin contraste de escollos ni bajíos,
En lo enjuto. No así, Tarcon, tu popa,
Que en un banco de arena áspero topa.
Y allí en el agrio dorso, entre los vados,
Pende, y despues de vacilar instantes,
Fatigando las ondas sus costados,
Abierta enajenó los navegantes
Sobre las aguas. Remos destrozados
Les impiden, y escaños fluctuantes,
De los brazos la accion, y retrogradas
Los enredan de piés las oleadas.
Ni á Turno embarazó torpe tardanza;
Toda su hueste arrebatando fiero,
Sobre los Teucros retador se lanza.
Sonó el clarín. Enéas el primero
Contra la agreste muchedumbre avanza,
Y á hijos vence del Lacio (¡fausto agüero!)
A su encuentro, de todos adelante,
Vino Teon, descomunal gigante.
Al cual, del acerado coselete,
Y túnica con oro retesada,
Enéas las junturas rompe, y mete
Por el costado adentro honda la espada.
Con ella luégo á Lícas acomete,
Quien, ya en el claustro maternal salvada,
Infante, ¡oh Febo! te ofrendó su vida;
Fuéle piadoso el hierro, hoy homicida!
Mató despues á Gias corpulento
Y al fornido Ciseo, cuyas clavas
Peones derribaban ciento á ciento;
Ni altos brazos ni hercúleas armas bravas
Les valieron, ni haberte el grande aliento
Heredado, ¡oh Melampo! á tí que andabas
Un tiempo al lado del invicto Alcídes,
Partícipe en sus suertes y en sus lides.
Veis á Faro, que voces da impotente;
Enéas crudo acero hunde en su boca.
Y tú, Cidon, que el blanco más reciente
Sigues de tu pasion de mozos loca
Siguiendo á Clicio, á quien la faz riente
Temprana edad de blando bello toca,
Tambien á golpes de dardania mano
Allí yacieras con tu ardor vesano;
Mas no; que cuando herirte se promete
Aquella mano, en ala en torno densa
Los siete hijos de Forco dardos siete
Lanzan, cada uno el suyo, en tu defensa:
En el divino escudo y el almete
Parte rebotan sin causar ofensa;
Parte van á la piel, y entrado habria
El hierro, cuando Vénus lo desvía.
Y al fiel Acátes vuelto dijo Enéas:
«¡Oh! dame, dame el arma que solia
Los cuerpos erizar de las aqueas
Postradas huestes en mi patria un dia,
Y á fe que contra Rútulos no veas
Golpe con ella errar la diestra mía!»
Dice, y á la venganza lisonjero,
Fornida lanza toma al escudero.
Voló el hierro que el héroe desembraza,
Y el escudo á Meon y la loriga
Atraviesa, y su pecho despedaza.
Acudiendo Alcanor con diestra amiga,
Al hermano al caer sostiene, abraza.
Mas su ímpetu furioso no mitiga
El asta, y sanguinosa en su carrera
Pasa el brazo á Alcanor, y áun sale afuera.
Quedóle al infeliz pendiente y flaca,
Mal atada á los músculos, la mano.
Acude entónces Numitor, y saca
Del lacerado cuerpo del hermano
El venablo de Enéas, con que ataca
A Enéas mismo. Fué su arrojo en vano;
Que sólo á rasguñar un muslo alcanza
Al grande Acátes la sesgada lanza.
De Cúres con los suyos Clauso vino
Presumido en su edad y lozanía.
Rígida lanza este adalid sabino
Desde léjos á Dríopes envía:
Bajo la barba abriendo hondo camino
Entra ella, y vida y voz róbale impía:
Su rostro enmudecido el suelo besa,
Y sangre de su boca mana espesa.
Sigue Clauso, y en modo vário atierra
Tres Tracios, de la estirpe enaltecida
De Bóreas; y otros tantos que á la guerra
Enviaron el padre de ellos, Ida,
E Ísmara su patria. Haleso cierra,
Y cierran los Auruncos en seguida,
Y Mesapo, aquel hijo de Neptuno,
En caballos insigne cual ninguno.
Cada uno á su adversario al mar cercano
Lanzar intenta con ardiente brío:
Confin de Ausonia aquel humilde llano
Fué cerrado palenque al desafío,
Donde latino ejército y troyano
Disputan de la tierra el señorío:
Ya en pugna cada vez más densa y brava,
Brazo con brazo, pié con pié se traba.
No de otra suerte en la region vacía
En desapoderado afan los vientos
Alzan tal vez descomunal porfía
Con fuerza igual de opuestos movimientos;
Y ni los nublos ni la mar bravia,
Ni entre sí los contrarios elementos
Ceden: larga es la lid, y en fiel persiste;
Todo, en conflicto universal, resiste.
Entre tanto los árcades soldados
Han venido á un lugar donde el terreno
Dejó un crecido arroyo de arrancados
Arboles, y rodadas piedras, lleno:
Soltando los trotones, mal hallados
En tan fragoso sitio á usar del freno,
Si supiesen, á pié combatirían;
Mas principiaron mal, y pronto cian.
Palante dar les ve la espalda, y luégo
Mira al Latino que les va al alcance,
Y con voces ya amargas, ya de ruego
(Postrer recurso en tan difícil trance),
«¡Compañeros!» les dice, «¿un pavor ciego
Será que á fuga ignominiosa os lance?
Por tanto paso en que adquiristeis gloria,
Por tanta conquistada alta victoria,
»Por nuestro rey Evandro, y la esperanza
Que en vosotros cifró la ambicion mia,
Émula de mi padre á la alabanza,
¡Oh! ¡volved caras! Hay que abrirnos via
Entre enemigos á poder de lanza;
Y donde grupo hostil nos desafía
Más denso, por allí la Patria manda
Que atraviese Palante con su banda!
»¡No hay Dioses en la lid! somos mortales,
Y es mortal el contrario que os aterra;
Brazos tenemos y ánimos iguales.
O á Troya ó á la mar: la mar nos cierra
El paso con sus moles colosales;
Troya nos llama; efugio no hay por tierra;
Amigos, elegid sin más tardanza!»
Dice, y entre el tumulto se abalanza.
El primero en ponérsele delante
(A quien mala ventura su ruina
Aconseja) fué Lago: en el instante
Que un gran guijarro á desraigar se inclina,
Venablo duro voleó Palante,
E híncaselo allí donde la espina
Por medio las costillas demarcaba;
Ya adherido á los huesos, lo desclava.
Miéntras él á cobrar el arma atiende,
En venganza se arroja y en relevo
Del muerto amigo, Hisbon, y airado emprende
Sobrecoger el árcade mancebo.
Inútil fué su arrojo; le sorprende,
Mal prevenido contra golpe nuevo,
Palante, revolviendo de contado,
Y húndele el hierro en el pulmon hinchado.
Y á Estenio, y á Anquemolo, de la gente
De Reto antigua originario, embiste,
El cual de la madrastra osó impudente
Manchar el lecho, y hoy á Turno asiste.
Al filo de su acero juntamente
Caiste tú, Laride, y tú caiste,
Mísero Timbro, en los rutulios llanos:
Hijos de Dauco, idénticos hermanos.
¡Cuán dulce el confundir los dos gemelos
Fué á sus padres! Con arma hora los pide
Que el suyo le ciñó, Palante; ¡y hélos,
Qué atroz desemejanza los divide!
Pues rodó tu cabeza por los suelos,
¡Oh Timbro! y dueño busca en tí, Laride,
Semiviva tu diestra cercenada,
Y áun los dedos crispando, ase la espada.
Sigue Palante, y penetrando el viento
Con un fiero lanzon que á Ilo dispara,
Clava á Reteo, que á la fuga atento
Su carro de dos potros alanzara
En medio á éste y aquél. Por un momento
Ilo así, sin pensarlo, el golpe pára;
Cayó el otro, y asurcan sus talones
El campo de las rútulas legiones.
Y fué así que Reteo en ese instante
De tí, gran Teutra, y de tu digno hermano
Tires, dábase áhuir; que de Palante
Ya entónces el ejemplo no era en vano:
No; que á su voz, á su ímpetu arrogante
El dolor y el pudor se dan la mano
A armar las de los Arcades, que anhelan
Venganza, y de él en torno densos vuelan.
Tal, por diversos puntos, en verano
Pastor cuidoso un bosque incendia, y tales
Con el viento las haces de Vulcano
Vencen los interpuestos matorrales
Y unidas corren sobre el ancho llano:
El, en alto sentado, los triunfales
Esfuerzos de las llamas y su ira
Con victoriosa complacencia mira.
Haleso, de otro lado, en armas fuerte,
Embebido en las suyas se adelanta,
Y á Féres, á Demódoco da muerte,
Y á Ladon. A Estrimonio, que levanta
El brazo, un tajo asesta, y cae inerte
La mano que amagaba á su garganta.
Con piedra hunde á Toante el cráneo, y huesos
Mezclados esparció de sangre y sesos.
Cuidó en las selvas ocultar temprano
A Haleso, de desgracias agorero
Su padre; mas no bien cerró, ya anciano,
Los blancos ojos al sopor postrero,
Las Parcas, salteando al hijo arcano,
De Evandro le consagran al acero.
Contra él Palante, ántes que el dardo libre,
En sumisa oracion invoca al Tibre:
«¡Padre Tibre! murmura, «porque hiera
Al duro Haleso el corazon, envío
Esta arma voladora: en su carrera
Tú concede fortuna al hierro mio,
Y colgaré á una encina en tu ribera
El despojo marcial.» Oyóle el rio;
Y Haleso, á punto en que á Imaon guarnece,
El pecho al golpe arcadio inerme ofrece.
Al gran fracaso del sin par guerrero
Temiendo que se arredrey desbarate
El ejército, avánzase ligero
Lauso, en la guerra alto poder: su embate
De frente Abante recibió el primero,
Que era el nudo y firmeza del combate;
Y sucumben tras él árcades gentes,
Y sucumben tirrenos combatientes,
Y áun vos, reliquias del rebato griego,
¡Oh Teucros! Ya ambas huestes férreos lazos
Con caudillos iguales, igual fuego
Traban, y abrevian de la lid los plazos:
Apremian los de atras; el tropel ciego
Menear no permite armas ni brazos;
Y á un punto acorren con vigor pujante
Contrarios entre sí Lauso y Palante.
En edad uno y otro floreciente,
Ambos son en belleza singulares,
Émulos en fortuna, ¡ay! que inclemente
Tornar les veda á los nativos lares;
Mas el Rey del Olimpo no consiente
Que lleguen á medir sus fuerzas pares:
A mayor enemigo reservados
Marchan los dos bajo terribles hados.
A Turno su divina hermana exhorta
A que salte, y auxilio á Lauso preste;
Y él, á su voz arrebatado, corta
En carro volador la armada hueste,
Y, á los suyos mirando, dice: «Importa
Que treguas deis: yo lidiaré; sea éste
Combate singular; Palante es mio.
¡Asi viese su padre el desafío!»
Dijo, y campo la turba le franquea
Pasmado oyendo aquel audaz mandato,
Y viendo el pronto obedecer, rodea
Palante á Turno con la vista un rato;
Por su cuerpo gigántico pasea
Los ojos: rabia muda en ceño ingrato
Muestra á distancia: al fin, sin más respeto,
Sale, y contesta del tirano el reto:
«Despojo opimo arrancará mi espada,
Ó, con gloria tambien, daré la vida.
A un caso y á otro apercibido, nada
Del padre ausente el ánimo intimida.
Modera tu soberbia desbocada!»
Dice, y avanza á do sus fuerzas mida:
El árcade escuadron tiembla y recela;
En los pechos la sangre el pavor hiela.
De su carro á la vez Turno se apea,
De dos brutos tirado; y marcha al duelo
En silencio y á pié. Cual leon, que otea
En lontananza á un toro audaz que el suelo
Escarbando se apresta á la pelea,
Y á él de su alta guarida acude á vuelo,
Tal fué del adalid la semejanza
En el momento en que á lidiar se avanza.
Ya que Palante á Turno estar advierte
A tiro de asta, él desde luégo embiste,
Por si, premiando al más audaz, la suerte
Al ménos esforzado fausta asiste;
Y ántes al aire inmenso de esta suerte Oró:
«Tú, Alcídes, si de Evandro fuiste
Huésped, y amigo te sentó á su mesa,
¡Oh! dame ayuda en mi arriesgada empresa!
»Haz que Turno me mire á él moribundo
Arrancarle las armas en despojos,
Sangrientas; y al cerrarlos hoy al mundo
Haz que me sufran vencedor sus ojos!»
Oyó Alcídes su voz, y en lo profundo
Del pecho comprimió tristes enojos
Haciendo inútil llanto. Jove al hijo
Estas palabras de consuelo dijo:
«A cada cual fijado está su dia;
De la vida los términos estrechos
Mortal ninguno traspasar podria;
Mas la fama extender con grandes hechos
Es dado á la virtud. ¿Hora sombría
A cuántos no abatió, gloriosos pechos
De sangre diva, al pié de la alta Troya?
Aun mi hijo Sarpedon se hundió en la hoya.
»Turno mismo á la meta señalada
Ya llega: el hado inevitable gira
Sobre su frente.» Dice, y la mirada
Del campo de los Rútulos retira.
Palante á esta sazon su lanza osada
Con grande esfuerzo á su adversario tira,
Y arranca de la vaina incontinente
La espada, que en su mano arde luciente.
Allí el asta fué á dar donde eminente
La armadura protege al hombro, y pudo
Rasguño leve, al fin, al cuerpo ingente
De Turno hacer, despues que de su escudo
Las orlas penetró. Calmosamente
Fornido azcon que acaba en hierro agudo
Blandiendo Turno estuvo rato largo,
Y estas voces lanzaba en tono amargo:
«Tú ahora probarás si es más certero
Mi dardo, y más que el tuyo penetrante.»
Dijo; y aunque de láminas de acero
Cubierto, y férreas planchas, de Palante
El broquel, y aforrado en recio cuero,
Por medio hendió la punta con vibrante
Empuje, y dividiendo la trabada
Loriga, el ancho pecho al triste horada.
El cual, en vano, arráncase caliente
El hierro de la llaga; sangre y vida
Huyen por una senda juntamente.
Agobiado cayó sobre la herida;
Aquel suelo enemigo con la frente
Ensangrentada hirió, y en su caida
Las armas resonaron. En voz alta
Así clamando Turno encima salta:
«Id, Árcades; y á Evandro en nombre mio
Direis que al hijo, en la manera aciaga
Que por su culpa granjeó, le envío.
Que los honores últimos le haga
Permítole, consuelo, ¡ay de él! tardío,
Pues caro siempre el hospedaje paga
De Enéas.» Calla, y con la planta izquierda
Hace al yerto adalid que el polvo muerda.
Del rico talabarte le despoja
Al mismo tiempo, el cual ostenta impresos
Cincuenta infaustos tálamos que moja
Sangre de esposos míseros, opresos
Por viles fembras, en mortal congoja
Vuelto el gozo nupcial: fieros sucesos
Que en chapas de oro ayer Clonio esculpiera;
Hoy de ello Turno ufano se apodera!
Mas ¡ay! alucinada fantasía
Del hombre, que la suerte venidera
No conoce jamás; jamás, el dia
De la dicha, sus ímpetus modera!
Tiempo será en que Turno compraría
La vida de Palante si pudiera,
Nunca manos pusiera en él, y á enojos
Este triunfo tendrá y estos despojos!
Los Árcades, con gran gemido y llanto,
A Palante sacaron de la arena
Puesto sobre un escudo. ¡Ay triste! ¡cuánto
De gloria al genitor, cuánto de pena
Llevas! Róbate envuelto en alto espanto
El dia mismo que en la lid te estrena;
Mas no sin que ántes dejes de hombres muertos
Los campos de los Rútulos cubiertos!
En tanto á Enéas, no el susurro llega,
Sí mensajero cierto del fracaso;
Que es perdida, le dice, la refriega,
Si él no acude. A su voz se lanza, y paso
Se abre á filo de espada; en torno siega
Cabezas, ancho campo deja raso,
Y á Turno, que en su triunfo se encarniza,
Ardiente busca en la revuelta liza.
No se apartan un punto de su mente
Palante, Evandro: aquellos fraternales
Banquetes á que huésped fué presente,
Aquellas diestras que estrechó leales.
Cuatro hijos de Sulmon, cuatro que Ufente
Nutriera, coge vivos, á los cuales
La amada sombra honrando él mismo hiera,
Y su cautiva sangre dé á la hoguera.
De léjos lanza airada arroja luégo
A Mago, que mañoso el golpe esquiva
Y á sus rodillas con lloroso apego
(Por encima la lanza fugitiva
Pasó vibrando) exhala humilde ruego:
«Deja que á un padre yo, que á un hijo viva;
Hazlo en amor de ese hijo en quien esperas,
Por la sombra del padre á quien veneras:
«Rescate ofrezco: tengo una alta casa,
Y allí de plata, en sótano profundo,
Cincelados talentos, y sin tasa
De oro labrado y sin labrar abundo.
¿O piensas que á tu campo el triunfo pasa
Porqueesta alma mezquina huya del mundo?
¿Qué gaje para tí, qué gloria es ésta?»
Enéas irritado le contesta:
«Libre herede tu prole, de oro y plata
Ese caudal que tu palacio encierra;
Turno, muertoPalante, el fuero mata
De los pactos y trueques de la guerra.
Esta es al padre, ésta es al hijo grata
Sentencia.)» Dice; con la izquierda aferra
El yelmo, y hasta el puño en la doblada
Cerviz del suplicante hunde la espada.
Ved al hijo de Hemon que se avecina,
Sacerdote de Febo y de Diana:
Honra sus sienes la ínfula divina,
Y todo él resplandece, de galana
Ropa cubierto y de armadura fina.
Cierra Enéas con él, con furia insana
Le echa á tierra, y sobre él se regocija,
Y con sombra de muerte le cobija.
Recogeen hombros el soberbio arreo
Seresto: á tí, que el campo en sangre bañas,
Alzarle ha, rey Gradivo, por trofeo.
Ya en contra veo á Umbron (que las montañas
De los Marsos dejó), con él ya veo
Restablecer la lid con sus hazañas
A Céculo, hijo ardiente de Vulcano.
A ellos se lanza el adalid troyano.
El cual de un tajo derribado habia
A Anxur la izquierda mano y del escudo
El cerco ponderoso (Anxur, que fia
En cierta frase mágica, y desnudo
Por ella de temor, ya al cielo erguía
El pensamiento, y prometerse pudo
Edad prolija y venerables canas:
¡Todo error grande y esperanzas vanas!);
Cuando, con armadura refulgente,
De Fauno que en las selvas habitaba
Y la ninfa Driope procedente,
Tarquito arrostra audaz su furia brava:
A éste la cota y el paves ingente
Con su asta misma él de traves entraba,
Y la cabeza al que, rogando, áun iba
Mil cosas á decir, hiere y derriba.
Y el caliente cadáver impeliendo,
Con pecho rencoroso dice encima:
«Madre aquí no vendrá, ¡jayan tremendo!
Que tu cuerpo con blanda tierra oprima,
Ni habrás patrio sepulcro. Te encomiendo
A las aves de presa, ó á la sima
Te lleven de la mar sus ondas vagas
Y peces gusten tus sangrientas llagas.»
Luégo á Anteo y á Luca se convierte,
Avanguardia de Turno, al bravo Numa;
Y al hijo de Volcente, aquel Camerte
De faz bermeja, á quien riqueza suma
De tierras entre Ausonios cupo en suerte,
Y reinó en la callada Amicla, abruma;—
Caliente ya su acero, en la campaña
Desborda el héroe inatajable saña.
No de otra suerte contra el cielo un dia
Cien brazos Egeon y manos ciento
Ejercitaba en dura rebeldía,
Y de sus pechos inflamado aliento
Por las cincuenta bocas despedía,
Y de Jove á los rayos igual cuento
Contrapuso de escudos y de puntas,
Todos crujiendo, y amagando juntas.
Ya á los cuatro caballos se encamina,
Que briosos avanzan, de Nifeo;
Ven que los dientes con furor rechina,
Venle acercarse á paso giganteo,
Y temieron, y en fuga repentina
Dan al carro hácia atras brusco rodeo:
Quedó en tierra tirado el triste auriga,
Y vuela al mar la alígera cuadriga.
Al campo en esto, rebosando en ira,
En carro llegan Líger y Lucago
Que alba pareja de caballos tira:
Las riendas rige aquél; haciendo estrago
Este la espada fulminante gira.
No sufrió Enéas el soberbio amago;
Y ya á los dos hermanos firme avanza,
Gigantesco de verse, altala lanza,
«Caballos de Diomédes frigia tierra
Aquí no ves hollar, ni aquesta brida
De Aquíles rige el carro: aquí la guerra
Acabará, y acabará tu vida!»
Esto Líger diciendo, ¡cuánto yerra!
Léjos voló su necio hablar. Ni cuida
Enéas con razones contestalle;
Con arma, sí, que de terror le acalle.
A aguijar los trotones se doblega
Lucago, y en sazon que echa adelante
El pié siniestro, á lid dispuesto, llega
Y la orla baja del broquel brillante,
Y la ingle izquierda luégo, el asta ciega
Taládrale. Rodando en el instante
Moribundo se arrastra el infelice;
Y en tono amargo el vencedor le dice:
«No de enemiga fila espectro vano,
Ni ya de tus bridones tardo el vuelo,
Lucago, te entregó. Saltaste al llano
Sobre las ruedas por tu propio anhelo.»
Dice, y ase del tiro. El triste hermano
Del carro mismo se escurrierra al suelo
Y las inermes palmas extendia,
Y esta plegaria balbuciente envía:
«Por tí, y aquellos á quien es debido
Tu sér, ¡que con piedad, señor, me veas,
Y esta vida me dejes que te pido!»
Rogando sigue; y replicóle Enéas:
«No así hablabas en ántes, fementido;
Vé, y fiel hermano con tu hermano seas!»
Ycon la espada el pecho vengadora,
Santuario del alma, hondo le explora.
Por el campo con ímpetu creciente
El dardanio adalid destrozos tales
Hacía, cual horrísono torrente
Ó cual negra legion de vendavales
Enfurecido. Y ved que de repente
Salen, desamparando los reales,
El infantil caudillo y sus soldados
Con dicha á dura extremidad llegados.
«Amadísima esposa y dulce hermana!»
Así Jove entre tanto dice á Juno,
A ella vuelto de grado: «no fué vana
Tu prevision; auxilio da oportuno
Vénus sin duda á la nacion troyana:
Ni ánimo ellos viril ni ardor alguno
Tienen para la guerra (bien dijiste);
Ni fuerza ni constancia les asiste!»
Sumisa contestó la excelsa Diosa:
«Hermosísimo esposo de mi vida!
¿Por qué haces en esta ánima, medrosa
De tus duros mandatos, nueva herida?
Si áun dieses, cual debieras, á tu esposa
De aquel antiguo amor llena medida,
No me negaras, soberano dueño,
Sacar á Turno del sangriento empeño.
»Y yo á Dauno su padre le tornara
Incólume... ¡Pues no! ¡ruede en el suelo,
Y en su sangre inocente enmienda cara
Tomen los Teucros! Por tercero abuelo
Cuente en vano áPilumno; su preclara
Estirpe en vano se remonte al cielo,
¿Qué te importa? y de ofrendas mil en vano
Hayaornado tus pórticos su mano!»
Asi entónces le dió respuesta breve
El Señor del etéreo alcázar: «¿Plazo
Quieres mayor para el doncel que debe
Caer al fin bajo enemigo brazo?
Si eso te basta, no será que pruebe
Tu justo anhelo en mí duro rechazo:
Prófugo á Turno saca del combate,
Y que el golpe inminente se dilate.
»Y nada más: si á vueltas de tu ruego
Halagas encubierta confianza
De reprimir de la discordia el fuego
Y en los hados hacer total mudanza,
Hasta ese punto en mi poder no llego,
Y alimentas inútil esperanza.»
Tornó Juno, los ojos hechos fuente,
A hablar, y dijo así con voz doliente:
»¡Silo mismo, Señor, que áun no deparas
En voz expresa, el corazon queriendo
Lo acordase, y la vida aseguraras
Que hoy á Turno perdonas! ¡No que horrendo
Fin le espera inculpable! ¿Ó á las claras
Yo, de asustada, la verdad no entiendo?
¡Ojalá que me engañe, y dé tu Alteza
Rumbo mejor á lo que á ser empieza!»
Dijo, y de lo alto se lanzó del cielo
Moviendo tempestoso torbellino,
Cubierta en torno de nimboso velo:
A las haces troyanas y al latino
Campamento encamina recto el vuelo;
Luégo, á imágen de Enéas (¡oh divino
Prodigio!), de sutil vapor su mano
Un espectro fabrica hueco y vano.
Y de imitado arnes y falso escudo
Reviste á aquel fantasma; de la hadada
Cabeza del Troyano el penachudo
Morrion le finge, y la dardania espada;
Voz vana, acento de intencion desnudo
Le da, y remedo de viril pisada;
Cual soñada vision, ó aparecida,
Que se alza, dicen, al faltar la vida.
Ya el fingido guerrero sale á plaza,
Y acicalado á vista gallardea
De las primeras filas, y amenaza
Al contrario, y le llama á la pelea.
Encárasele Turno, y desembraza
Desde léjos la lanza que blandea,
Silbante: la fantástica figura
Vuelve la espalda y huye con presura.
Cayó Turno en la red; y á la esperanza
De acabar con Enéas, aire toda,
El alma, lisonjero á la venganza,
Abrió sedienta, de placer beoda.
Y «¿A dónde, Enéas, vas?» grita, y se lanza;
«No, no abandones la ajustada boda!
Tierra que, hendiendo el mar, buscando vienes,
Te la dará mi diestra; aquí la tienes!»
Tales clamores, insensato, exhalas
Vibrando el hierro vengador, que envía
Centellas; ¡y no ves que el viento en alas
Tu deseo se lleva y tu alegría!
Echado el puente y puestas las escalas,
Pegada á un alto escollo estar se via
La nao en que de Clusio el rey Osmio
Llegara allí con militar dominio.
A ella la sombra, tímida y ligera,
Corre á ocultarse. No se desconhorta
Turno, demoras vence, de carrera
Los altos puentes salta, al barco aporta
Mas no bien de la proa se apodera,
Juno invisible ya la amarra corta,
Al lance atenta, y de la orilla suelto
El casco arrastra sobre el mar revuelto.
Ni ya el fantasma de ocultarse trata,
Mas alzándose en forma inconsistente
Oscura nube al aire se dilata.
Y miéntras busca á su rival ausente
En medio Enéas de la liza, y mata
A cuantos por do pasa le hacen frente,
Envuelto en impensado torbellino
Ya Turno de alta mar lleva camino.
Ingrato á un beneficio que no entiende
Tornó á mirar, y con doliente grito
Entrambas manos hácia el cielo extiende:
«¡Omnipotente padre! ¿Qué delito
Cometí, que tu saña así se enciende
Y mal tan grande sobre mí concito?
¿Qué es de mí? ¿dónde estoy? ¿Qué fuerza nueva
A dónde, en fuga, y como quién me lleva?
«Acaso hácia Laurento rumbo sigo?
¿Ó volveré por suerte á mis reales?
¿Y qué dirán aquellos que conmigo
Vinieron á la guerra, y á los cuales
(¿Es verdad? ¡oh vergüenza!) al enemigo
Abandoné y á horrores funerales?
Ya, ya los veo que dispersos mueren;
¡Ay! ¡sus lamentos mis oidos hieren!
»¡Abriese, á devorarme, una honda boca
La tierra! Ó vos, más bien, al ruego mio
Venid, ¡oh vientos! contra dura roca
Arrebatad piadosos mi navio;
Esperanzado en vos Turno os invoca!
¡Allá estrelladme en áspero bajío,
Do Rútulos no lleguen, ni importuna
Fama me siga ni memoria alguna!»
Dice, y en zozobrante afan no sabe
Entre intentos dudosos qué decida:
O si ya, enloquecido por tan grave
Afrenta, el pecho sin piedad divida
Con frenético acero; ó de la nave
Se arroje, y a poder de brazos pida
En su bélico ardor la orilla corva
Venciendo el ponto que lidiar le estorba.
Tres veces uno y otro pensamiento
Traer á ejecucion el triste ensaya,
Y tres veces tambien su osado intento
La Diosa que le asiste puso á raya,
Condolida; y en blando movimiento
Hace que en brazos resbalando vaya
De hirviente espuma á términos seguros:
Del padre Dauno á los antiguos muros.
Mezencio á esta sazon, por sugestiones
De Jove, suple del que huyó la falta,
Y con valor sereno las legiones
Teucras invade, á quien el triunfo exalta;
Embisten los tirrenos escuadrones
Al odiado adalid que al campo salta;
Contra él, todos contra él vuelven sus miras
Con densas armas y comunes iras.
Mas él, como alto escollo, inmoble, osado,
Que reina sobre el mar, y combatido
Por las ondas y vientos, sin cuidado
Oye de hondas y vientos el bramido,
Así resiste á un lado y á otro lado.
A Hebro Dolicaonio, sin sentido
Echa á tierra, y á Látago derriba,
Y á Palmo en su carrera fugitiva.
No á estos dos de una suerte; que de roca
Con un pedazo enorme se adelanta
A Látago, y le aplasta rostro y boca;
Mas á Palmo una corva le quebranta,
Y déjale arrastrar, miéntras coloca
La ganada armadura, que levanta,
En los hombros á Lauso, y en la frente
El creston del rendido combatiente.
Mató luégo Mezencio al frigio Evante;
Y á Mimante, que á Páris compañía
Hizo, en edad y en gustos semejante:
Hécuba el hacha que soñado habia
Dió á luz la noche misma en que Mimante
A Amico de Teana le nacia:
Aquel reposa bajo el patrio cielo;
Cae éste oscuro en peregrino suelo.
Cual jabalí que en años se aposenta
Allá en Vésulo, entre alto y alto pino,
O de selvosas cañas se apacienta
Oculto en el pantano Laurentino;
El cual feroz se pára, y nadie intenta
De cerca herirle, si á las redes vino
A colmilladas de uno y otro perro;
Los dientes cruje, eriza frente y cerro,
Y á todo lado impávido amenaza;
Y á distancia dan voces y se airan
Los monteros en torno, y él rechaza
En sus lomos los chuzos que le tiran:
Contra Mezencio en semejante traza
Los que con justa indignacion le miran,
Muestran, no cuerpo á cuerpo, sus furores,
Sino á trechos, con dardos y clamores.
Vino ganoso de marcial trofeo
De la antigua Corito Acron, de griega
Raza, que por su fuga, su himeneo
Dejó sin consumar. En la refriega
Con ricas plumas y purpúreo arreo
Que su novia le dió, luciente llega.
Mezencio en un tropel aquella roja
Vislumbre vió, y alegre allá se arroja.
Tal, cuando altas majadas importuno
Ha rondado un leon con rabia hambrienta,
Si alguna cabra huyente ó ciervo alguno
Divisó de engreída cornamenta,
Salta á su presa, y, largo tiempo ayuno,
Abre ancha boca, crespa crin avienta,
Y á las entrañas con ardor se clava,
Y en negra sangre el rostro horrendo lava.
Cayó el mísero Acron, y semivivo,
Batiendo con los piés la odiosa tierra,
Roto dardo ensangrienta. Fugitivo
Iba Oródes; pero hecho á franca guerra
Más que él, y ménos que él á plan furtivo,
No quiso herirle á salva mano, y cierra
Mezencio pecho á pecho, y le derriba,
Y con el pié y la lanza en él estriba.
Y dice: «¿Á Oródes el de insigne fama
Visteis, amigos, en la lid? ¡Pues helo
Bajo mis piés!» Con él la turba clama,
Y el grito de victoria sube al cielo.
«Quienquier seas, tambien, tambien te llama,»
Repuso el moribundo, «aqueste suelo.
No harás impune de mi muerte alarde,
Ni será, no, que la venganza tarde!»
Mezencio, con sonrisa que señales
De ira disfraza, replicó: «¡Tú muere!
El Señor de mortales é inmortales
Disponga allá de mí como quisiere.»
Pronunciando feroz palabras tales
La lanza arranca, sin que á más espere:
A eterna noche al mísero destierra
El férreo sueño que sus ojos cierra.
Sacrator sin piedad á Hidaspe trata;
Triunfante á Alcato Cédico acomete;
Rapo á Partenio y á Orses, que recata
Gran fuerza, humilla; á Cronio y á Erícete,
Hijo de Licaon, Mesapo mata:
A aquél tendido en tierra, audaz jinete
Por su bridon indómito arrojado;
A éste pugnando á pié, de á pié soldado.
Agis de Licia á estos combates vino,
Tambien como peon: con él Valero
Cierra, y le vence, insigne paladino
De prístinas virtudes heredero.
Salio á Tronío; Neálces, que camino
A flechas alevosas da certero,
A Salio hirió á su vez. Tal iba Marte
Mezclando el campo, igual á cada parte.
Todo era estrago y confusion: caian
Vencidos á la par y vencedores,
Y ni los unos ni los otros cían.
De Jove en los altivos miradores
Pensar duele á los Dioses cuál porfían
Los hombres tan sin fruto en sus furores:
Vénus acá, allá Juno ven la riza;
Pálida Furia en medio se encarniza.
Viene Mezencio amenazante y feo
Gran lanza sacudiendo, como esguaza,
Orion á pié los golfos de Nereo
Con mole descollante, cual de caza
Tornando de los montes giganteo
Añoso fresno empuña á fuer de maza,
Corren sus piés sobre la humilde broza
Y allá entre nubes la cabeza emboza.
Tal ya con grandes armas el tirreno;
Y Enéas, que veloz llegar quisiera,
Con los ojos le busca, de ardor lleno,
Allá á lo largo de enemiga hilera:
Firme el otro en su basa ve sereno
Al osado adversario á quien espera;
Mide el tiro á la lanza con la vista,
Y «¡Así esta diestra, que es mi Dios, me asista,
»Y aqueste hierro que vibrante á Enéas,»
Dice, «en castigo á su insolencia arrojo!
¡Y á fe, Lauso, y á fe que con preseas
Que á ese bandido arrancaré en despojo,
Trofeo vivo de mi triunfo seas!»
Calla, y tira de léjos en su enojo
La silbadora lanza. Ella el escudo
Troyano hiere, mas entrar no pudo;
Y á distancia en su vuelo rechazada,
Va de allí al noble Antor, y hondo camino
Le abre entre las costillas y la ijada.
Compañero deAlcídes, de Argos vino
Antor, y á Evandro unido, hizo morada
En ítala ciudad. Hoy ¡triste síno!
Cae de extraviado golpe: al cielo mira,
Y su Argos dulce recordando, espira.
Tocó á Enéas su vez: su lanza vuela,
Y lienzos, bronce triple y triple cuero
Traspasa á la ancha y cóncava rodela
De Mezencio; va á la ingle; pierde empero
Su fuerza allí: brota la sangre: vela
Gozoso el agresor; tira ligero
De la espada, pendiente al muslo, y salta
Sobre el herido, á quien la fuerza falta.
De dolor y de amor lanzó un gemido
Y dejó por su faz correr el llanto
Lauso, en viendo á su padre mal herido.
¡Mancebo memorable! no en mi canto
Callaré tu alabanza; ni en olvido
Caerán (si á una virtud de precio tanto
Crédito ha de prestar la edad futura)
Tus nobles hechos y tu muerte dura.
Perdido ya el vigor, la accion perdida,
Pasos Mezencio daba atras doliente,
Trayendo en el broquel la asta homicida.
Interpúsose entónces impaciente
El mancebo, y haciendo que divida
La atencion el troyano combatiente,
Entretiene la furia de la daga
Con que éste, alta la diestra, ávido amaga.
Así del vencedor el movimiento
Lauso embarga; y con alta gritería
Apóyanle los suyos, miéntras lento
El padre resguardado se desvía
Por la pelta del hijo. Armas sin cuento
Sobre Enéas la turba en tanto envía
De léjos; y él, ardiendo en furia nueva,
Firme y guarnido el choque sobrelleva.
¿Quién vió tal vez en recio pedrisquero
Romper las nubes y azotar la tierra?
Huyen los labradores; y el viajero,
Como en alcázar natural, se encierra
En cava umbrosa ó sólido agujero
Que algun rio le ofrece ó agria sierra;
Y aguarda allí para seguir su vía,
Que calme la tormenta y abra el dia:
Así de todas partes asaltado
Eneas se recoge y acoraza
Miéntras escampa el áspero nublado;
Yá solo Lauso increpa, á él amenaza,
Diciéndole: «¿Dó vas, dó vas, cuitado?
¿Qué audaz resolucion incauta abraza
Tu voluntad? A tanto no eres fuerte;
Tu atolondrado amor corre á la muerte!
No por eso el mancebo se modera;
¡Y cuál sube de punto y se derrama
Del Troyano el furor! Parca severa
A Lauso no perdona: de su trama
Vital recoge ya la hebra postrera.
¡Demente! él mismo el golpe adverso llama:
Vibrando Enéas el brioso acero
Por medio al infeliz lo esconde entero;
Pasó el hierro la pelta (asaz ligera
Arma á tanta arrogancia) y la loriga
Que de hilos de oro tierna madre hiciera;
Llenóla en sangre; y triste se desliga
El alma, y á otro mundo huye ligera.
Ni pudo Enéas ya como á enemiga
Aquella faz mirar, faz moribunda
Que extraña palidez baña y circunda.
Tan bello ejemplo de filial ternura
Movióle á compasion, tiende la diestra
Y dice á Lauso: «¡Ay jóven sin ventura!
¿Ya el pio Enéas qué ha de darte en muestra
De homenaje á virtud tan noble y pura?
Al ménos tu ceniza él no secuestra;
¡Oh! si algo valen fúnebres honores.
Al lado dormirás de tus mayores!
«Lleva esas armas, tu delicia enántes;
Y este consuelo en tu forzosa muerte,
Que caíste, no á manos infamantes,
Del grande Enéas bajo el brazo fuerte!»
Dijo, y á los parciales vacilantes
De tardos riñe, y alza á Lauso inerte.
¡Mísero Lauso! en sangre mancha aquellos
Que á la usanza aliñó pulcros cabellos.
Entretanto á la márgen tiberina
Fuerzas cobrando el genitor doliente,
Con la linfa restaña cristalina
De la herida cruel la abierta fuente,
Y de un árbol al tronco el cuerpo inclina.
De un ramo más allá se ve pendiente
El yelmo duro, y el arnes pesado
Ocioso está sobre el tapiz del prado.
Flor de mozos guerreros le rodea:
Él anhelante, sin vigor que rija
Sus acciones, el cuello que flaquea
Apoya; y cubre el pecho con prolija
Rizada barba. Oir nuevas desea
De Lauso, en Lauso está su mente fija;
Y mensajeros de su afan cuitado
Envía, que le vuelvan á su lado.
Mas ya sobre sus armas extendido,
Ingente él mismo y con ingente llaga,
Traen á Lauso, haciendo gran plañido,
Sus soldados. De tanto mal presaga
El alma léjos entendió el gemido;
Y sus canas manchando en polvo, halaga
Mezencio su dolor; las palmas tiende
Al cielo; el hijo entre sus brazos prende.
«¿Tanto el halago de existir convida,»
Dice, «y tanto obró en mí,que al enemigo
Te entregué en mi lugar, prenda querida?
¡Y yo (¡padre infeliz!) viviendo sigo!
¡El hijo que engendré me da esta vida,
Yo la muerte le doy! Siento y maldigo
El peso horrendo de mi suerte ingrata;
¡Esta sí es honda herida, esto sí mata!
»¡Y tu nombre tambien con mi pecado,
Hijo del alma, yo manché, del trono
De mis padres, por odios arrojado!
¡Así de mis vasallos al encono
Con muertos mil hubiese allá pagado
Mi crimen! ¡No que en mísero abandono
Sobrevivo! ¿Y no dejo todavía
Los hombres y la odiosa luz del dia?...
»¡Dejaréla!» Y diciendo se levanta
Sobre el enfermo muslo: aunque le impide
Fiero dolor mover la torpe planta,
Animo cobra, y su caballo pide
Que con bien le sacó de guerra tanta:
En él su gloria y su aficion reside,
Noble consolador, fiel compañero.
Al afligido bruto habló el guerrero:
«Hemos vivido á fe tiempo sobrado,
Rebo, yo y tú, si mucho tiempo dura
Cosa alguna mortal. Ó ensangrentado
Hoy el vulto traerás y la armadura
De Enéas, y á mí Lauso harás vengado;
O si todo camino cierra dura
La desgracia al valor, caerás! Te digo
Que has de vencer ó de morir conmigo.
»Que tú, digno bridon, nunca á villanos
Yugos el cuello inclinarás; ¿ni cómo
Habrías de admitir amos troyanos?»
Dice, y monta el corcel, que humilla el lomo»
A recibirle; se llenó las manos
De agudos dardos, y asentóse á plomo:
Guarnecida de bronce centellea
Su frente; áspera crin encima ondea.
Rápido á los contrarios se abalanza;
En el pecho le hierven á porfía
Ímpetus de vergüenza y de venganza,
Y del herido amor la frenesía
Y el probado valor de su pujanza.
Llama á Enéas, y á lid le desafía
Con grande voz tres veces.
El Troyano Reconocióle, pues, y exclama ufano:
«¡De los Dioses el Padre así lo quiera!
¡Quiéralo el alto Apolo!—Ya contigo
Soy en batalla.» Hablando en tal manera
Con fatídica lanza á su enemigo
Ocurre. El cual replica: «¡Cruda fiera!
Lo acertó tu crueldad; la luz maldigo;
Mátasme un hijo y la esperanza, ¿y quieres
Despues de eso asustarme? ¡Necio eres!
«Amenaza no habrá con que me espantes:
No hay Dios á quien respete: no me inspira
Miedo el morir; vengo á morir; mas ántes
Estos dones te traigo.» Dice, y tira
Un dardo, y otro, y otros: incesantes
Lanzándolos, en vasto cerco gira
Volando en torno al campeon, que al rudo
Asalto opone firme el áureo escudo.
Tres veces dió la vuelta el caballero
Sobre la izquierda, armas lanzando á mano;
Y tres cubierto todo en fino acero,
Movió consigo el adalid troyano
Aquel de hincadas puntas bosque entero:
Desclavar tanta flecha, empeño es vano;
Y Enéas lleva á mal que se dilate,
Urgente ya, tan desigual combate.
Medita: al fin en presto movimiento,
A do las huecas sienes le divida,
Dispara al bruto de guerrero aliento
Su lanza. El cual, no bien sintió la herida,
Estribando en los piés azota el viento
Con las manos, y sigue en su caida
Al enredado caballero, y rueda
De bruces, y él bajo sus lomos queda.
Ambos campos el cielo á grito herido
Encienden. Vuela Enéas, y el acero
Desnudando sobre él, «¿A dónde es ido
Aquel Mezencio,» dice, «ántes tan fiero?
¿Qué se ha hecho ese arrojo tan temido?»
Apénas el exánime guerrero
Cobró, volviendo al cielo la mirada,
La luz perdida y la razon turbada,
Y responde: «¡Acerbísimo enemigo!
¿A qué suspendes sobre mi la muerte?
¿Qué me increpas si á nada yo te obligo?
Libre eres de matarme; ni á moverte
Con ruegos vine aquí, ni ya contigo
Pactos hizo mi Lauso de esa suerte.
Mas si áun queda piedad para el vencido,
Una sola merced muriendo pido:
«¡Da que sea mi cuerpo sepultado!
Vengativas escucho en torno mio
Rugir las olas de mi pueblo airado;
¡Sálvame tú de ese furor impío!
Pueda de un hijo reposar al lado!»
Esto dijo no más, y sin desvío
Entregó la garganta á la honda herida,
Y en sangre envuelta derramó la vida.