Eneida (Caro tr.)/Libro III

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
LIBRO TERCERO.


I.

«Despues que el Cielo la inculpada gente
De Príamo y troyana monarquía
Derribó en tierra, y la ciudad potente
En círculos de humo perecia;
Tambien por alta inspiracion presente,
Mas sin saber por dónde el hado guia
O dó hemos de parar, labramos pinos
Que á otras playas nos lleven peregrinos.

II.

ȃramos cabe Antandro congregados
Al pié de Ida, y no bien pintó el estío,
Manda mi padre en brazos de los hados
Soltar velas del viento al albedrío.
Con llanto el puerto dejo, y los amados
Campos do Troya fué; y á la onda fio
Mi pueblo, y prole, y Dioses tutelares,
Y empiézome á engolfar en altos mares.

III.

»Cae por allá un país que Marte ampara
Y el austero Licurgo rigió un dia;
Extensas tierras son que el Trace ara,
A quien ley de hospedaje nos unia;
Y viéronse sus Dioses en un ara
Con los Dioses de Troya en compañía
Cuando imperio feliz fuimos: ahora
Allí arribamos con humilde prora.

IV.

»Fundé en su corva orilla la primera
Ciudad, y á sus colonos apellido,
En mi memoria, Enéadas; mas era
Infausto el punto. Mal correspondido,
A mi madre la Diosa de Citera,
Y á los electos Númenes convido;
Y en balde un toro albo, como á solo
Rey de los Dioses, al Saturnio inmolo.

V.

»Era allí un cerro, y en su cima habia
De puntas erizado un mirto: atento
La ara á vestir de verde lozanía,
Acudo, y ramas arrancar intento.
Miéntras raíces desvolver porfía
Mi mano (¡oh singular, oh atroz portento!)
Brotar contemplo de las ramas rotas
Sangre que el suelo empapa en negras gotas.

VI.

»De espanto helado el corazon flaquea;
Mas recobrado tiro de otra rama
Por descubrir lo que el prodigio sea,
Y otra vez sangre el vástago derrama.
Confuso, dando de una en otra idea,
Ya á Marte invoco que á los Getas ama,
Ya á las huéspedas Ninfas de la selva
Porque el signo de horror fausto se vuelva.

VII.

»Con esta mira y con esfuerzo nuevo
Tercera rama desraigar decido;
Mas cuando, hincada la rodilla, pruebo
Su rigor á vencer, siento un sonido
(No sé si ose decir, ó callar debo):
Una voz funeral hiere mi oido:
«¡Ay! ¿por qué, Enéas, las entrañas mias
»Rompes? ¡No manches más tus manos pias!

VIII.

»Hijo yo fuí de la nacion troya,
»¿Y al que ya conociste ofendes muerto?
»¡Esa sangre no es de árboles do mana!
»¡Ah! ¡que de esta region huyas te advierto,
»Aurívora region, playa inhumana!
»Yo Polidoro soy: yace cubierto
»Mi cuerpo aquí de flechas homicidas,
»Ahora en ásperas ramas convertidas.»

IX.

»Adolorido, absorto me suspendo,
Sin voz, yerto el cabello. ¡Polidoro!
El mismo ¡ay! á quien Príamo, sintiendo
Vacilar en su mano el cetro de oro
Al amago de ejército tremendo,
Fió en secreto espléndido tesoro,
Y á que ajeno creciese á la desgracia,
A cargo le envió del Rey de Tracia.

X.

»Mas el perverso príncipe, copiando
En su porte mudanzas de la suerte,
Triunfante al ver de Agamemnon el bando
En contra del caido se convierte;
Y todo fuero con furor nefando
Atropella, y al mísero da muerte,
Y le asalta el caudal. ¿Qué de maldades,
Sacrílega sed de oro, no persuades?

XI.

»Vuelto en mí del espanto que me hiela
Hablo á mi padre, y á los jefes junto,
Lo que voz misteriosa me revela
Narro, y el parecer comun pregunto.
Todos proponen darnos á la vela
Y aquel sitio de horror dejar al punto;
No sin que al desdichado compatricio
Pagado hayamos el postrer oficio.

XII.

»Túmulo, pues, alzámosle de arena,
Y á los manes dos aras que guarnecen
Cipres y tristes fajas; la melena
Sueltan matronas que en redor parecen.
Altos vasos que ó leche tibia llena,
Ó sangre consagrada, allí se ofrecen:
La tumba al alma errante da acogida,
Y clamamos la eterna despedida.

XIII.

»Así las sacras ceremonias, graves
Cumplido habiendo, á la señal primera
Que el Austro da con hálitos suaves
De que onda masa nuestra flota espera,
Corremos á la mar: sacan las naves
Mis compañeros, cubren la ribera;
Cruzamos ya los líquidos desiertos,
Y atras irse miramos playas, puertos.

XIV.

»Allá en mitad de los Egeos mares
Hay una isla entre todas la más grata,
Que, Númenes por siempre tutelares,
A Dóris bella y á Neptuno acata:
Ella un tiempo rondaba los lugares
Convecinos; ya errante el mar no trata:
Apolo entre las Cíclades fijóla,
Y allí inmóvil contrasta viento y ola.

XV.

»Allí abordamos, y el dichoso abrigo
Gozamos con que el puerto nos convida;
Miéntras de Apolo la ciudad bendigo,
A darnos sale el Rey franca acogida.
Anio en mi padre abraza á un viejo amigo;
Anio, á quien, porque al par que le apellida
Ministro un Dios, un pueblo Rey le nombra,
Con la ínfula el laurel la sien le asombra.

XVI.

»Yo al templo secular devoto llego:
«¡Buen Dios!» exclamó, «¡término seguro
»Dá á nuestro error, á nuestro afan sosiego,
»Dá fundar feliz prole y propio muro!
»Nueva Troya lo llames, ó del fuego
»Hurtados restos y de Aquíles duro,
»Salva el tesoro, tú, que va conmigo;
»Dí, ¿cuál norte, cuál voz, cuál rumbo sigo?

XVII.

»Señal dá, en fin, y á nuestra mente envía
»Tu inspiracion.» Callé, y en tal momento
Ya el pórtico, ya el lauro se movia,
Y el monte en torno retembló en su asiento.
El velo que la trípo de cubria
Gimió, abrióse el sagrario: al pavimento
Inclinamos las frentes confundidos,
Y sacra voz hirió nuestros oidos:

XVIII.

«¡Fuertes Troyanos! ved que la fortuna
»Hinchado el seno de la patria os muestra
»Que á vuestra raza fomentó en la cuna;
»¡Buscad, buscad la antigua madre vuestra!
»Id; allí Enéas, sin mudanza alguna,
»Cimentará su casa, y de su diestra
»El cetro heredarán sobre las gentes
»Hijos, nietos, lejanos descendientes.»

XIX.

»Habló Apolo; y llenó los corazones,
Amargada por dudas, la alegría,
Pues «¿Dó aquellas están patrias regiones?»
Preguntábamos todos á porfía.
Mi padre ya de viejas tradiciones
Recuerdos en su mente revolvia:
«¡Oid, nobles!» prorumpe; «yo el secreto,
»Á vuestras esperanzas interpreto.

XX.

»Hay una isla en el mar, Creta nombrada,
»Cuna ya nuestra, con su monte Ida,
»Cuna tambien de Júpiter sagrada,
»De cien ricas ciudades guarnecida.
»Trocó el gran Teucro esa feliz morada
»Con la retea costa: á su venida
»Ni allí á Pérgamo halló, ni halló poblados,
»Sino hombres por los valles derramados.

XXI.

»Él, si éstas que aprendí no son infieles
»Memorias, los cimientos socïales
»De Troya echó, y el culto de Cibéles
»Trajo, con sus misterios y atabales,
»Los carros con leones por corceles,
»Los bosques sacros, y áun en nombre iguales.
»¡Partamos! el oráculo dichoso
»Allá nos llama, á la region de Gnoso.

XXII.

»Ni estamos léjos de su orilla grata;
»Tres luces gastaremos. Falta sólo
»Que aplaquen dones al que el mar maltrata,
»Que amparo preste el que serena el polo.»
Dice, y en la ara sendos toros mata
A Neptuno y á tí, divino Apolo;
Sendas ovejas al Invierno negra,
Blanca á Favonio que la mar alegra.

XXIII.

»La voz se esparce que del patrio suelo
Proscrito Idomeneo huido habia,
Que á huéspedes librando de recelo,
Creta sus puertas solitaria abria.
Y así á Ortigia dejando, hendiendo á vuelo
El mar, á Náxos báquica y sombría
Costeando vencemos, á Oleáros,
Verde Donisa y albicante Páros.

XXIV.

»Entrambos por las Cíclades ligeros
Y el mar corremos de islas esparcido,
Y emúlanse, al pasar, mis compañeros
Con clamores y náutico ruido;
«¡A Creta! á Creta!» gritan vocingleros;
«¡A nuestra patria, á nuestro antiguo nido!»
E hiriéndonos en popa aura serena,
Al fin tocamos la anhelada arena.

XXV.

»Fundé una villa, mi dorado sueño,
Que Pérgamo llamé: del nombre ufanos
A los colonos miro, y los empeño
A alzar el muro y á arraigarse hermanos.
Yace en la enjuta orilla el hueco leño:
Yo dicto comun ley, reparto llanos;
Y á cultivar se entregan los mancebos
Nuevos lazos de amor y campos nuevos.

XXVI.

»Hé aquí, el aire infestando de repente,
El contagio cruel sacude el ala;
Infausto nuncio de estacion doliente,
Los arboredos y sembrados tala:
La vida va arrastrando falleciente
Quien ya el aliento último no exhala:
El Can ardiente estrago sordo hace;
Marchito el lustre de los campos yace.

XXVII.

»Y, sustento negando yermo el suelo,
Mi padre del oráculo divino
Manda que vamos á implorar consuelo
Tornando á abrirnos por el mar camino:
Que cuál término, diga, al mustio duelo
De este pueblo reserva peregrino;
A quién habemos de acudir; á dónde
Enderezar el rumbo corresponde.

XXVIII.

»Era alta noche y muda: en mi retiro
Yacia yo, la mente aletargada,
Cuando delante á los Penates miro
Que hurté al incendio en la fatal jornada.
Por mis ventanas, en su errante giro
Lograba á la sazon la luna entrada,
Y del brillo bañados macilento
Ellos me hablaban con benigno acento:

XXIX.

«No temas,» me decian; «pues de parte
»De Apolo, que oficioso nos envía,
»Los destinos venimos á anunciarte
»Que él, volviendo tú allá, te anunciaria.
»Tu brazo nos salvó de adverso Marte,
»Librónos tu piedad de llama impía;
»Hemos seguido tu fortuna, y fieles
»Navegamos contigo en tus bajeles.

XXX.

»En grato premio á tu favor, mañana
»Al cielo hemos de alzar tus descendientes;
»Mas hoy, á esa ciudad que soberana
»Herencia haremos de invencibles gentes
»(Que esto es tuyo, no nuestro), el paso allana:
»Lo harás, si en largo viaje no consientes
»Reposo: asiento muda: el Dios profeta
»No te brindó con descansar en Creta.

XXXI.

»Hay de antiguo un país, con apellido
»De Hesperia por los Griegos señalado,
»Pueblo en trances de guerra asaz temido,
»Tierra asaz grata á la labor de arado.
»Fué primero de Enotrios poseido,
»Y hoy Italia se nombra, por dictado
»De famoso caudillo procedente,
»Si ya constante tradicion no miente.

XXXII.

»¡Ésta, ésta es nuestra patria verdadera!
»Que allí Dárdano y Yasio nacimiento
»Tuvieron; aquel Dárdano, primera
»Cepa de nuestra raza. Tú contento
»Vé, y de ello al viejo genitor entera
»Por cierto. Y de Corito en seguimiento
»A los ausonios términos navega.
»Mansion en Dicte Júpiter te niega.»

XXXIII.

»Como esto ví y oí (no en sueños vanos
Eran; que bien las sienes discernia
Veladas, y los rostros soberanos,
Y áun bañaba en sudor mi frente fria),
Salto del lecho atónito: las manos
Extiendo suplicante; ofrezco pia
Libacion en mi hogar: de ahí contento
Corro á mi padre, y la vision le cuento.

XXXIV.

»Del doble orígen la falacia siente
Él, y confiesa que sufrido habia
Con la antigua señal error reciente:
«¡Hijo,» así hablaba, «á quien la suerte impía
»Burla cruel! Casandra solamente
»Hizo de estos sucesos profecía;
»Y á menudo se oyó, recuerdo ahora,
»¡Hesperia! ¡Italia! de su voz sonora.

XXXV.

»¿Mas quién iba á pensar que á Hesperia iria
»Nuestra gente jamás? ¿Ni quién pudiera
»A Casandra creer? ¡Hoy, hoy nos guia
»Voz infalible que partir impera!»
Tal dijo, y aplaudimos á porfía.
Quedan algunos en la infiel ribera;
Y el áncora levando y la esperanza
El hueco leño al piélago se lanza.

XXXVI.

»Cuando ya nos hubimos engolfado,
Y entre agua y cielo, al fin, no vemos cosa
Sino el cielo y el agua, azul nublado
Sobre mi nave sólido se posa
De lobreguez y tempestad cargado.
Con tristes amenazas espantosa
La ecuórea inmensidad se entenebrece,
Esfuérzanse huracanes, la onda crece.

XXXVII.

»¡Tristes! que arrebatándonos el viento
en la vasta extension, á golpe duro,
Relámpagos cruzando el firmamento,
Ciegos erramos sobre el ponto oscuro.
Todo es horror el húmedo elemento:
¿Es dia? ¿es noche? el mismo Palinuro
Nada distingue; en negro torbellino
Sacudido del rumbo, perdió el tino.

XXXVIII.

»Ya tres dias llevábamos enteros
Y tres noches á oscuras, desmandados,
Cuando léjos notamos placenteros
Visos de tierra, y asomar collados,
Y humo al cielo subir. Los marineros
Las antenas calando arrebatados,
Asen del remo, y al batir contino
Cubren de espuma el líquido camino.

XXXIX.

»Al suyo las Estrófades, del seno
Librados de las ondas, nos invitan:
Ínsulas son que con renombre heleno
En el vasto mar Jonio se acreditan.
Allí, allí la terrífica Celeno
Y las arpías de su casta habitan,
Del tiempo en que de Fíneo y sus moradas
Las alejó el temor, nunca saciadas.

XL.

»¡Arpías, horda atroz, monstruos furiales!
Generacion igual jamás vió el mundo,
Ni peste más cruel á los mortales
Envió el cielo ni abortó el profundo:
Alado el cuerpo, rostros virginales;
Arroja el seno vil vestigio inmundo;
Corvas manos y piés, garfios rapantes;
Pálidos siempre de hambre los semblantes.

XLI.

«Áun no bien nuestra flota anclado habia,
Cuando notamos por allí ganados
Vacunos y lanares ir sin guia
Ledos paciendo en abundosos prados.
Hicimos en la grey carnicería;
Brindamos con los fáciles bocados
A los Dioses, á Júpiter; y á priesa
Aderezamos la campestre mesa.

XLII.

»Ya el manjar suculento en sillas blandas
De céspedes gustábamos. En ésto
Dejan sus montes las aéreas bandas
Con ala resonante y salto presto;
Nos rapan de revuelo las viandas;
Todo lo manchan con su aliento infesto;
Y fuera de ofender vista y olfato,
El viento hieren con aullido ingrato.

XLIII.

»De ahí en el hueco de un peñon antigo
Otra vez el banquete cauto extiendo,
De corvas selvas al repuesto abrigo
Con sombra en torno de negror horrendo.
Ya ponia en el ara el fuego amigo,
Y otra vez de cien partes con estruendo
Baja improviso el escuadron nefando,
Y royendo revuela y escarbando.

XLIV.

»Al arma llamo; en la soez canalla
Hacer estrago, en cuanto vuelva, ordeno:
Y ocultamos á intento de batalla
Entre las hojas y el verdor ameno
Cuchillas y broqueles. Todo calla ...
Mas ya que por la orilla vió Miseno
Que acuden en tropel, de una alta roca
Do atalayaba, su bocina toca.

XLV.

»Corremos á la seña, en lid no usada
La impía raza á extirpar del mar salida;
Mas ¡vano esfuerzo! que lesion la espada
No hace en las plumas, ni en el cuerpo herida.
Infectan cuanto muerden de pasada,
Y hedor esparcen en su impune huida;
Y una de ellas, Celeno, en yerta altura
Infausta así con voz siniestra augura:

XLVI.

«Vinisteis á matar nuestros rebaños,
»¡Hijos de Laomedon! ¡manos impías!
»Y en guerra, de sus patrios aledaños
»Quereis lanzar, sin culpa, á las Arpías!
»¡Pues oid y temblad horribles daños!
»Catad lo que os anuncio en profecías
»La mayor de las Furias: trasmitiólo
»A Febo Jove, y á Celeno Apolo.

XLVII.

»Buscais á Italia con errante quilla,
»Y cierto que con vientos aplacados
»Ireis á Italia, y cobrareis la orilla
»Que os disputan benévolos los hados;
»Mas no podreis la deseada villa
»Ceñir, sin que á expiar desaguisados
»Con fuerza ántes os mueva el hambre aciaga
»Tal, que áun las mesas devorar os haga.»

XLVIII.

»Dijo, y al bosque aleteando vuela.
Á influjo de su voz mis compañeros,
A quien la sangre de terror se hiela,
Con el brío deponen los aceros.
Ya con votos, con súplicas se apela
A pedir paz y á deshacer agüeros,
Ora malvadas y aves ominosas
Sean aquellas, ó terribles Diosas.

XLIX.

»Y vuelto Anquíses hácia el mar, las manos
Extiende, y con solemnes sacrificios
Los Númenes invoca soberanos:
«¡Dioses!» clama, «¡torced tales auspicios!
»¡Dioses! ¡tales anuncios haced vanos!
»¡A un pueblo justo defended propicios!»
Dice, y cables soltar en el momento
Manda, y las lonas descoger al viento.

L.

»Cumplióse lo mandado; y ya hincha el Noto
Las velas que á sus soplos confiamos;
Merced suya, y en manos del piloto,
Entre espumosas ondas navegamos:
Zacinto se aparece, ameno soto,
En medio de la mar: Duliquio, Sámos;
Ardua y fragosa Néritos se ostenta,
Ítaca con escollos fraudulenta.

LI.

»Huimos de ellos, y del patrio clima
De Ulíses maldecimos. Adelante
Léucates yergue su nublosa cima,
Apolo hace temblar al navegante.
Allá torcemos: fatigada arrima
A la humilde ciudad la flota errante;
Ya á proa el marinero anclas arroja;
Ociosos cascos la ribera aloja.

LII.

»En no soñado asilo aras enciendo
Do mis votos á Júpiter desato;
Y en tierra de Accio, celebrar emprendo
Juegos de Frigia. El patrio pugilato
Todos, desnudo el cuerpo, el cuerpo ungiendo,
Renuevan con ardor. Recuerdo es grato
Haber vencido riesgos y fatigas
Entre tantas ciudades enemigas.

LIII.

»El sol á la sazon su añal carrera
Concluia, y con hálitos glaciales
El cierzo aborregaba la onda fiera.
Fijé á un poste, del templo á los umbrales,
Combo escudo que el grande Abas trajera,
Y del caso en memoria, letras tales:
Monumento ganado á las aqueas
Triunfantes huestes: consagrólo Enéas.

LIV.

»Llamé al remo; y dejamos, con suspiro
Del batido oleaje, las arenas;
Pronto las cumbres de Feacia miro,
Y tórnanse á esconder, vistas apénas.
Llegamos al Caonio puerto, á Epiro
Costeando, y pedimos las almenas
Excelsas de Butroto. Aquí una nueva
Dichosa hallamos que increible eleva.

LV.

»Oigo que en griego territorio impera
Heleno, hijo de Príamo, debido
A ser de la vïuda y heredera
De Pirro, nieto de Éaco, marido;
Que así el antiguo rango recupera
Andrómaca. Turbado, conmovido,
De amor llevado, de ansiedades lleno,
La playa dejo y flota, y voy á Heleno.

LVI.

»Hé aquí con sacros funerales dones,
Ántes de la ciudad, en selva umbría,
Cabe un fingido Símois, libaciones
Al caro polvo Andrómaca ofrecia;
Y los manes con tristes oraciones
A la tumba llamaba, que vacía
De verde césped, á Héctor dedicara,
Y una, motivo al llanto, doble ara.

LVII.

»Tal Andrómaca estaba en el instante
En que, subiendo yo por el camino,
A mí propio y las armas delirante
Vió de Troya; y del caso peregrino
Pasmada al punto queda: vacilante,
Perdió el rostro el color, la planta el tino;
Y solo á obra de tiempo el labio mudo
Articular sueltas palabras pudo:

LVIII.

«¿Que en fin te miro en corporal figura?
»¡Hijo de Vénus! ¿mensajero cierto
»Me apareces? ¿áun gozas la aura pura?...
»¡Ah! ¿y Héctor dónde está, si ya eres muerto?»
Esto dijo llorando, y la espesura
Llenaba su clamor. Su desconcierto
Febril, dejóme sin respuesta; al cabo
Mal breves frases anheloso trabo:

LIX.

«No dudes; palpas realidades. Vivo,
»Y á cien peligros arrojé mi vida;
»Mas véme: salvo á tu presencia arribo.
» Ah! ¡y de tan gran varon destituida,
»Pobre mujer! ¿te vuelve el hado esquivo
»Algo de tu ventura merecida?
»Tú, la Andrómaca de Héctor venturosa,
»¿Yaces aún avasallada esposa?»

LX.

»Ella el rostro inclinando, recobrada,
Con voz sumisa su dolor expresa:
«¡Oh entre todas nosotras fortunada
»Tú, inocente beldad, jóven princesa,
»Que al pié del patrio muro, por la espada
»Fuiste á morir sobre enemiga huesa!
»Que ni suertes sacaste á tu despecho,
»Ni de amo vencedor serviste al lecho!

LXI.

»¡No así la que incendiados sus hogares,
»Sufrió á un duro jayan, de raza altiva
»Sufrió el rigor, y por remotos mares
»Anduvo errante, y concibió cautiva!
»Y despues que probé tantos azares,
»El tirano raptor en llama viva
»Por Hermíone ardió, nieta de Leda,
»Y á Esparta corre do en su amor se enreda.

LXII.

»Entónces á un esclavo dió su esclava;
»Cedióme á Heleno. Oréstes que veia
»Quitársele su esposa, se abrasaba
»De amor, de ardor furial, de rabia impía;
»Y ante el paterno altar á hierro acaba
»Desprevenido á su rival un dia;
»Con que Heleno, de siervo que ántes era,
»Cobró aquestas regiones en que impera.

LXIII.

»Él de entonces á sus campos y poblados
»Apropió de Caonia el apellido,
»En honor de Caon; y en los collados
»Que ves, segundo Pérgamo se ha erguido
»Y ese nuevo Ilïon. Mas dí, ¿qué hados
»Favorables de guia te han servido?
»¿Qué aura feliz, cuál misteriosa fuerza
»Causa es que acá tu nave el rumbo tuerza?

LXIV.

»¿Qué se hizo Ascanio? ¿vive aún? Y aquella
»Que en la noche fatal ...? ¡Destino impío!
»Pobre niño, ¿recuerdos guarda de ella?
»¿Le anima á la virtud, al patrio brío,
»Ver cuál dejan de sí brillante huella
»Enéas, su buen padre, Héctor su tio?»
Así hablaba llorando, y vanamente
Corria de sus lágrimas la fuente.

LXV.

»Heleno, que hácia allí bajando vino
Con gran cortejo, nos conoce en tanto,
Y á la ciudad nos guia, y de camino
Nos habla con palabras y con llanto.
Yo, andando, reconozco ó adivino
Nueva Troya, otro Pérgamo, otro Janto,
Bien que aquél breve y pobre aquéste sea,
Y abrazo en mi ilusion la puerta Escea.

LXVI.

»Cual propia, en la ciudad mis compañeros
Entran: pórticos que amplios los reciban
Les abre Heleno, y de ellos los primeros
En fuentes, tazas de oro, comen, liban;
Llenas copas empinan placenteros,
Y resuena el salon. Así se iban
Corriendo un dia y otro. El soplo austrino
Ya hinchaba, voceando, el vago lino.

LXVII.

»Ántes, empero, de soltar las naves,
Yo á Heleno interpelé con tales voces:
«Tú que de Febo los misterios sabes,
»Y sus lauros y trípodes conoces;
»Tú que entiendes los astros, y las aves
»Con su canto augural y alas veloces;
»Troyano vate, intérprete del Cielo,
»Con alta inspiracion calma mi anhelo!

LXVIII.

»Profecías, oráculos, deidades
»Trázanme rumbo de asechanza ajeno,
»Señalando repuestas heredades,
»Nombrando á Italia. Sola ya Celeno
»Cruda hambre anuncia, acerbas novedades;
»¡Arpía atroz! ¡aviso de horror lleno!
»Tú, ¿cuál riesgo evitar me importa, y cómo,
»Dí, amagos frustro y contratiempos domo?»

LXIX.

»Él toros ántes, como el rito manda,
Inmola; desciñó la venda pia;
El favor de los Númenes demanda,
Y por la mano hácia el altar me guia.
¡Oh Febo! en tu presencia veneranda
Temor yo entónces y temblor sentia,
Cuando comienza, sacerdote sabio,
Heleno á hablar con inspirado labio:

LXX.

«¡Hijo de Vénus! no del prez receles
»Que te anuncian auspicios celestiales:
»Tal es la voluntad de Jove, y fieles
»Tal la necesidad, tus hados tales.
»Empero, porque rueden tus bajeles
»En tu navegacion ahorrando males,
»Y firme gozo al aferrar te quepa,
»Tus destinos, de hoy más, tu mente sepa.

LXXI.

»Cosas hay que decillas Juno, es cierto,
»O sabellas tal vez las Parcas vedan;
»Mas yo entre mucho lo esencial te advierto
»Y anuncios doy que aprovecharte puedan.
»Ante todo, á esa Italia, vega y puerto
»Que á tu corto entender cercanos quedan,
»Aun de tí la separan, á fe mia,
»Largo espacio interpuesto y larga via.

LXXII.

»Y á fe que el remo blandear se vea
»Del mar Trinacrio y Tusco en los cristales,
»Y la ínsula de Circe, hija de Ea
»Visites, y los lagos infernales,
»Tiempo ántes que de tí fundado sea
»Estable muro. Agora las señales
»Escucha de la tierra prometida,
»Y en la memoria conservarlas cuida.

LXXIII.

»Cuando oculto raudal con planta lenta
»Rondando fueres caviloso un dia,
»Si allí una hembra de cerdo corpulenta
»Al márgen ves entre robleda umbría,
»Con treinta lechoncillos que alimenta,
»Alba, en torno á sus ubres la alba cria,
»Esa es la seña: allí podrás, te auguro,
»De afanes tantos descansar seguro.

LXXIV.

»Ni el pronóstico tiembles de comeros
»Hasta las mesas: os oirá benino
»Apolo, y á cumplirse los agüeros
»Vendrán sin daño por mejor camino.
»Mas de la ítala costa á do con fieros
»Tumbos va á desbravarse el mar vecino,
»Huye, que todas por ahí moradas
»Son, de pérfidos Griegos habitadas.

LXXV.

»Fundada por los Locros aparece
»Naricio allá: con militar arreo
»Los campos Salentinos, que enaltece
»Procedente de Licto Idomeneo:
»Allá humilde Petilia, á quien guarnece
»Filoctétes, caudillo melibeo:
»Huye en suma y traspuestos esos mares,
»Grato, saltando en tierra, eleva altares.

LXXVI.

»El voto entónces cumplirás, la frente
»Cubriendo en torno de purpúreo velo,
»No sea que ante el fuego sacro, ardiente
»En honor de los Númenes del Cielo,
»Hostil presencia, súbito accidente
»Al rito dañe. Con piadoso celo
»Guardad esta costumbre los Troyanos;
»La guarden vuestros nietos más lejanos!

LXXVII.

»Ya que al confin te impela siciliano
»El viento, y de Peloro el paso estrecho
»Más ancho mires cuanto más cercano,
»Entónces rodeando largo trecho
»El rumbo sigue hácia la izquierda mano;
»Trata el siniestro lado, huye el derecho;
»Y vé en ese pasaje tú y pondera
»Cuál la avanzada edad todo lo altera.

LXXVIII.

»Eran en uno entrambos continentes;
»Mas vino el mar con ímpetu y rüina
»Y con sus olas separó rugientes
»De la sícula costa la vecina.
»Opónense de entónces diferentes,
»Y opresa en el canal la onda marina,
»Tal vez muros, tal vez fértil campaña,
»Acá y allá con sus espumas baña.

LXXIX.

»El paso asedian, por el diestro lado
»Scila, Caríbdis en la parte opuesta:
»Tres veces en su abismo exacerbado
»Las aguas con hervor se sorbe ésta,
»Y escúpelas al Cielo de contado;
»Miéntras de oscura cavidad repuesta
»Saca por tiempos la ancha boca aciaga
»Scila entre escollos y los buques traga.

LXXX.

»Es humano su aspecto, y peregrino
»Le lava un seno de mujer la ola;
»Monstruo en el resto osténtase marino,
»Vientre de lobo y de delfin la cola.
»Doblar prefiere el cabo de Paquino
»En tarda vuelta, á ver una vez sola
»Al encorvado semipez horrendo,
»Con sus canes cerúleos y alto estruendo.

LXXXI.

»Tú, si fias de Heleno, ¡hijo de Diosa!
»Si de Apolo el oráculo obedeces
»Que Heleno anuncia, áun óyeme: una cosa
»Te intimo y te encarezco una y mil veces:
»Que hábil de Juno triunfes poderosa
»Con votos y con dones y con preces:
»Triunfante has de ir, porque seguro vayas
»Las sículas dejando, á ítalas playas.

LXXXII.

»Verás, llegando á Cúmas, los sagrados
»Lagos, y Averno que entre bosques suena;
»Y cantando una maga ocultos hados
»En hueca roca, de entusiasmo llena:
»Nombres ésta y carácteres grabados
»En hojas tiene; lo que grava ordena;
»Y el antro aquel las misteriosas notas
»Guarda, cada una en su lugar, inmotas.

LXXXIII.

»El órden luce en la mansion tranquila;
»Mas si gira la puerta, y cala el viento
»Y entre las hojas frágiles oscila,
»Que caducas esparce con su aliento,
»Ni sus versos recuerda la Sibila,
»Ni á adornar torna el cóncavo aposento
»Con las reliquias; y si ansioso vino,
»Maldiciente se aleja el peregrino.

LXXXIV.

»Guarte no allí te asuste útil demora:
»Ten calma, aunque los tuyos te den prisa,
»Aunque el rumbo marcando bullidora
»Haga fuerza á los mástiles la brisa;
»Ten calma, y los oráculos implora,
»Acude á consultar la profetisa,
»Que persuadida de tus ruegos ella
»Cantará los semblantes de tu estrella.

LXXXV.

»Y los pueblos, y gentes venideras
»De Italia te dirá, guerras futuras;
»Y de llevar te enseñará maneras,
»O tal vez de eludir fatigas duras;
»Caminos te abrirá, si la veneras,
»Y prósperas hará tus aventuras ...
»No me es lícito más. Vé ahora, y constante,
»A Troya al Cielo tu virtud levante.»

LXXXVI.

»Tonos usando de amistad süaves,
Así consejos dábame prudentes
El vate; y que llevasen á las naves
Mandó luégo magníficos presentes:
Aureos adornos los hicieran graves
Y de elefante elaborados dientes:
Y de plata riquezas amontona,
Y vasos nos regala de Dodona.

LXXXVII.

»Y de triples metales fabricada
Y de anillos de oro guarnecida,
Una cota me da, y una celada
Con espléndido airon enriquecida,
De Pirro enántes armadura usada:
Ni dones él para mi padre olvida.
De caballos, de guias, de remeros
Nos abastece y suministra aceros.

LXXXVIII.

»Manda mi padre que á zarpar se aliste
La escuadra al espirar del fresco viento;
Cuando el profeta á quien Apolo asiste
Háblale así con obsequioso acento:
«¡Anquíses! ¡tú que digno hallado fuiste
»Del tálamo de Vénus opulento!
»¡Tú, objeto caro á la bondad divina,
»Salvo dos veces de comun rüina!

LXXXIX.

»Hé ahí del mar Italia se levanta!
»¡Vé arrebatarla de tu flota al vuelo!...
»Ten; que allende, al olor de gloria tanta,
»Ha de rondar paciente vuestro anhelo;
»De Ausonia la region que Apolo canta,
»Aun léjos cae. ¡Te defienda el Cielo,
»Padre feliz por la filial ternura!
»Basta: ¡el Austro os convida, y ya murmura.»

XC.

»Andrómaca á su vez, bañada en lloro,
Una ausencia eternal viendo cercana,
Ropas presenta recamadas de oro
Y una clámide á Ascanio da troyana;
De ornadas telas de sutil tesoro
Empieza á desvolver la pompa ufana,
Y, «Guarda estas labores de mis manos,»
Dice, excusando cumplimientos vanos:

XCI.

»¡Acuérdete la veste que te ciño
»De Andrómaca el amor, de Héctor esposa!
»¡Postrer dón de los tuyos lleva, oh niño,
»Tú, única imágen de mi prenda hermosa!
»En ti me representa mi cariño
»Sus ojos, su ademan, su habla amorosa:
»Hoy podria vivir; hoy si viviera,
»A par contigo florecer le viera!»

XCII.

»¡Yo gimiendo les daba adioses tales:
«¡Oh! ¡dichosos quedad, pues la fortuna
»Fijasteis! ¡Arrostramos temporales
»Nosotros: vos no hendeis ola importuna
»Ni á playas vais que os huyan desleales!
»La paz se os concedió. De un Janto y una
»Troya gozais que hicieron vuestras manos:
»¡Así auspicios la quepan más humanos!

XCIII.

»¡Así los Griegos la atalayen ménos!
»Si al Tibre arribo y campos comarcanos
»Que hace del Tibre la corriente amenos,
»Y alzo el muro que espero á mis Troyanos,
»Lacio y Epiro, de recuerdos llenos,
»Sólo una Troya compondrán hermanos:
»Tales el Cielo cumpla nuestros votos;
»Tal gocen nuestros nietos más remotos!»

XCIV.

»De allí hácia los Ceraunios, desde donde
Puede á Italia pasarse sin fatiga,
Navegámos. En tanto, el sol se esconde,
Y la sombra los montes cubre amiga.
Ya en tierra, á qué remeros corresponde
Velar, hacemos que la suerte diga;
Solaz cobramos en orilla grata,
Y manso el sueño nuestros miembros ata.

XCV.

»La noche áun no mediaba su carrera
De las horas llevada, y Palinuro
Ya se alza, y á la brisa más ligera
Oidos tiende entre el silencio oscuro:
De una ojeada al rodear la esfera,
Ve en paz los astros declinar; ve á Arturo,
Y las Híadas tristes y las Osas,
Y áureo con armas Orïon lumbrosas.

XCVI.

»Visto en el cielo plácidas señales,
Nos dió la suya de hácia el mar sonora;
A cuya voz movemos los reales,
Y velas descogemos á la hora.
Hendíamos los líquidos cristales;
Rósea los astros ahuyentó la Aurora,
Y al teñir de su luz los horizontes,
Hé aquí avistamos nebulosos montes.

XCVII.

»Italia léjos honda aparecia;
«¡Italia!» Acátes exclamó el primero,
Y todos repitieron á porfía
El saludo de «¡Italia!» placentero.
Colma Anquíses de vino, en su alegría,
Un alto vaso que adornó primero
De hojas festivas, y en la popa erguido
Con preces tales dominó el rüido:

XCVIII.

«¡Oh grandes Dioses de la mar y el suelo!
»¡Arbitros de los vientos! Dad que aprisa
»Avancen nuestras naves en su vuelo;
»¡Merced hacednos de oportuna brisa!»
Y el aura, anticipándose á su anhelo,
Arreciaba amorosa. Se divisa
Cercano arrimo; y de Minerva un templo
En yerta cumbre descollar contemplo.

XCIX.

»El velámen cogiendo incontinente
Damos fondo á las proras. Arqueado
El puerto á impulsos de oriental corriente,
Le oculta y ciñe natural vallado.
Yertos escollos guárdanle de frente
Que azota encanecido el mar salado;
Y como á entrar el leño se aproxima,
Semeja huir la consagrada cima.

C.

»Cuatro potros vi allí, primer agüero,
Níveos rozando la menuda grama;
A cuya vista, «¡Oh suelo forastero!
»Tu hospedaje es de guerra,» Anquíses clama:
«¡Guerras ama el corcel; nuncio es guerrero!
»Mas tambien el corcel los juegos ama;
»Tiempo há que, dócil copia, carros tira;
»El presagio, á esta cuenta, paz respira.»

CI.

»Pálas, la diosa de armas resonantes,
Fué, á quien gracias rendimos, la primera
Que allí Troyanos hospedó triunfantes:
Con la púrpura frigia, en su ribera,
Cubrimos ante el ara los semblantes;
Y, lo que Heleno tanto encareciera,
Con pompa ritüal á Juno argiva
Hicimos sacrificio y rogativa.

CII.

»Todo en órden cumplido, el mar convida;
Torcemos la asta á la vestida entena,
Y la costa dejamos, por guarida
De aleves Griegos, de asechanzas llena.
El golfo de Tarento vi en seguida;
Fundo de Hércules ya, si no condena
La verdad á la fama. Preeminente,
Sacra Lacinia se aparece en frente.

CIII.

»Y ya asoma Caulonia, y Scilaceo
Que náufraga infamó reliquia tanta;
Y ya el sículo Etna léjos veo
Que, al parecer, de la onda se levanta;
Y oigo roto en la playa el clamoreo
Del mar que en peñas su furor quebranta;
Enríscase la espuma, y el arena
Arrebatada en remolino suena.

CIV.

»Y mi padre gritaba: «Ésta es, sin duda,
»Caríbdis abismosa, y éstos, éstos
»Los arrecifes, ¡amenaza aguda!
»Que Heleno ya nos anunció funestos.
»¡Ea! cada uno con el remo acuda
»Tanto riesgo á evitar!» Acuden prestos;
Palinuro, el primero, á izquierda vira,
Y gimiendo la proa en la onda gira.

CV.

»Y todos, á poder de brazo y viento,
Á izquierda tuercen. Súbita oleada
Acércanos, erguida, al firmamento,
Y luégo á los abismos, aplanada.
Se oye tres veces el hervor violento
De la riscosa cóncava morada,
Y tres veces la espuma se alborota,
Y una pluma del agua el aire azota.

CVI.

»El sol ya declinaba hácia su ocaso,
El aura tenue falleciendo iba,
É incierto el rumbo y el aliento escaso,
Dimos de los Ciclopes en la riba.
Sereno el puerto se dilata, y paso
Niega á asaltos del mar la rada esquiva;
Mas no léjos de allí con torva saña
Etna ruge atronando la campaña.

CVII.

»Ya pez negra y cenizas albicantes
Etna, en turbion de nubes, fuera bota,
Y en globos que carcomen vacilantes
El brillo sideral, incendios brota;
Ya peñascos alanza fulminantes,
Toscos fragmentos de su entraña rota,
Y lava arracimada, á són de trueno,
Y sordo hierve el cavernoso seno.

CVIII.

»Del rayo á médias calcinado, es fama
Que Encélado padece en la honda sima:
Deja á veces por grietas ver la llama
Etna descomunal sentado encima;
Y cuando, preso en la insufrible cama,
A ladearse el réprobo se anima,
Trinacria toda retemblar parece,
Y envuelto en humo el Cielo se oscurece.

CIX.

»Sobrecogidos de pavor pasámos
La noche bajo amago tan tremendo,
En hueca selva de tejidos ramos,
Ignorantes la causa del estruendo;
Que ni brillar un astro divisamos,
Ni el éter nos bañó, su luz cerniendo,
Mas la noche con sombras importuna
En triste nimbo arrebozó la luna.

CX.

»Ya se alzaba á anunciar un nuevo dia
El matinal lucero en orïente,
Y ahuyentando tras él la niebla fria
Risueña el alba coloró el ambiente;
Cuando un bulto que humano parecia,
Cadavérico aspecto, aire doliente,
Saliendo de los bosques más cercanos,
Tiende á la playa las inermes manos.

CXI.

»Faz de dolor y gesto de gemido,
Ostentaba su rostro extenüado:
Grifos su barba; andrajos su vestido,
Con espinas sujeto de pescado.
Vuelta, el caso cruel mi gente vido,
Y quedó absorta. En lo demas, soldado
Haber sido de aquellos parecia
Que envió Grecia contra Troya un dia.

CXII.

»Él, como arreos columbró troyanos,
Paróse, dando de terror señales;
Vuela luégo á la orilla, y en insanos
Lloros prorumpe y en palabras tales:
«¡Por los Dioses del Cielo soberanos,
»Por esta santa luz y auras vitales,
»Oid, hijos de Troya, mi gemido:
»Arrancadme á esta playa; es cuanto pido!

CXIII.

»Yo la verdad confesaré de grado:
»Griego hice ya contra Ilïon campaña:
»Si perdon no os merece mi pecado,
»Fin poner presto á adversidad tamaña.
»¡Ea! ¡heridme, matadme; destrozado
»Al mar lanzadme á sosegar su saña!
»Pues del hado el rigor quiere que muera,
»A manos de hombres moriré siquiera.»

CXIV.

»Habla, y nuestras rodillas adherido
Abraza, de rodillas derribado:
Movémosle á que diga su apellido,
Su linaje, y mudanzas de su estado.
Calló breves momentos, y dolido
Mi padre Anquíses, con benigno agrado
La diestra ilustre tiende al magro jóven,
Y añade muestras que el temor le roben.

CXV.

«Yo Aqueménides soy,» dijo sincero
El afan serenando que le aterra:
«Fuí del mísero Ulíses compañero,
»A Itaca tuve por nativa tierra.
»Mi padre, escasa el arca de dinero,
»Me aventuró á los lances de la guerra:
»Llamábase Adamasto. ¡Ah, siempre el hado
»Me mantuviese de mi padre al lado!

CXVI.

»Miéntras huir de esta ímpia costa emprende
»Hé aquí mi gente me dejó en olvido,
»En un antro que lóbrego se extiende
»De manjares sangrientos esparcido:
»El antro de un Ciclope. El monstruo hiende
»(Oh, qué monstruo cien veces maldecido!)
»Las nubes, si la frente alza espantosa;
»Y nadie hablarle ni áun mirarle osa.

CXVII.

»Crudos devora á cuantos tristes caza.
»Tendido en medio al antro donde espía,
»Con la mano feroz con que atenaza
»Asir dos de los nuestros vile un dia:
»A golpe en un peñon los despedaza;
»El umbral de la sangre se mecia;
»Vi humor los miembros destilar, y ardiente
»Tremer la carne al dar diente con diente.

CXVIII.

»No tal Ulíses soportó; ni en ese
»Trance á su fama desmintió su pecho;
»Mas aguardó á que el monstruo se rindiese
»De manjares y vino satisfecho:
»Rindióse al fin, doblando el cuello, y fuése
»Adurmiendo en la cueva, su amplio lecho;
»Y su boca brotaba entre rumores,
»Trozos de vianda, y de licor vapores.

CXIX.

»Á los Dioses llamando en nuestra ayuda,
»Sorteado el peligro, á un mismo instante
»Corremos en redor, y una asta aguda
»Clavamos en el ojo del gigante:
»Ojo, al metal que á Argivos combo escuda,
»O al gran disco de Febo semejante;
»Ojo único, bajo hosca ruga oculto;—
»Y así vengámos su brutal insulto.

CXX.

»¡Huid, tristes, huid! todo os conjura!
»Cortad los cables sin perder momento;
»Pues como ese, que agora por ventura
»Ordeña, consolando su tormento,
»Su grey lanosa en su caverna oscura,
»Como ese horrendo Polifemo, hay ciento,
»Y en magna procesion la prole infanda
»Ronda esta costa, y por los montes anda.

CXXI.

»Ya por tercera vez brillar he visto
»Las fases de la luna renovadas,
»Desde que en esta soledad existo
»Y á las fieras disputo sus moradas.
»Cauto los monstruos de una peña avisto,
»Y su voz tiemblo y tiemblo sus pisadas;
»Y zonzas nutren mi existencia acerba
»Silvestres bayas y arrancada hierba.

CXXII.

»Vi llegar vuestra flota á esta ribera,
»Miéntras miradas de ansiedad dirijo
»Cuan en léjos logro; y fuese lo que fuera,
«Palpitando volé de regocijo.
»Ya, ya estoy libre de esta raza fiera:
»¡Ahora matadme si quereis!» Tal dijo;
Y ya un bulto, áun no bien de hablar acaba,
En los vecinos montes descollaba.

CXXIII.

»Obeso Polifemo se movia
En medio del lanígero ganado,
Y á la usada ribera el paso guia:
¡Gran monstruo, informe, atroz, de luz privado!
Hácenle sus ovejas compañía,
Consuelo solo de su adverso estado,
Sírvele de baston desnudo un pino,
Y con resuelto pié cata el camino.

CXXIV.

»Llega á la playa de su ruta al cabo;
Y al mar entrando, con sus ondas lava
Del ojo, herido del ardiente clavo,
La sangre que grumosa chorreaba.
Crujir los dientes le hace el dolor bravo
Que el mal renueva y el enojo agrava;
Y más y más se interna en la agua, y ésta
Le moja apénas la cintura enhiesta.

CXXV.

»Temblando, y á par nuestro recibido
El que, eso visto, la verdad decia,
Las amarras soltamos sin rüido,
Y el mar los remos barren á porfía.
Sintió el gigante, y se volvió al sonido;
Mas vió que con el brazo no podia
Tocarnos ya, ni competir tampoco
Con las jónicas ondas, de ira loco.

CXXVI.

»Gimió entónces: el ponto se estremece
Al inmenso clamor, el viento zumba;
Italia toda retemblar parece;
Etna en sus hornos cóncavos retumba.
Y de montes y selvas se aparece,
Al són de alarma, la feroz balumba
De los otros Ciclopes, que se ordenan
En largas filas, y las playas llenan.

CXXVII.

»Yo los vi, yo, los étneos hermanos,
En pié, con sendos ojos imponentes,
¡Junta horrenda! mirándonos insanos,
Al cielo alzadas las soberbias frentes.
Tales inmoble ostentan los ancianos
Cipreses y los robles eminentes
Cima piramidal ó copa vana,
En los bosques de Jove ó de Dïana.

CXXVIII.

»Con el vivo temor que nos aguija,
Al sacudir el cable, al dar la vela,
Torcemos á do el viento nos dirija,
Y á do el viento sopló, la nave vuela.
Mas porque no el azote nos aflija
Entre Scila y Caríbdis, que revela
La voz de Heleno, que á evitarlo exhorta,
Volver y el rumbo enderezar importa.

CXXIX.

»Bóreas en tanto de la estrecha boca
De Peloro enviado, nos ampara.
El Pantágias pasamos, que entre roca
Viva desagua; el seno de Megara,
Y Tapso humilde. Nuestra quilla toca
En sitios que Aqueménides declara;
Que en rumbo inverso los corrió primero,
Ya del mísero Ulíses compañero.

CXXX.

»Hay en el golfo siciliano, en frente
Del undoso Plemirio, una isla bella,
Y quiso ya la primitiva gente
Con el nombre de Ortigia noble hacella.
Fama es que Alfeo de Élide, latente
Vino y errante bajo el mar á ella;
Y ya unido, Aretusa! á tus raudales
Vuela ufano á los sículos cristales.

CXXXI.

»Habiendo allí los Númenes honrado.
Y el campo atras dejado peregrino
Que el Heloro fecunda remansado,
Los salientes peñascos de Paquino
Raemos. Léjos aparece el vado
Que un Dios vedó moviesen Camarino;
Y el gran pueblo de Gela, y su campaña,
A quien dió nombre el rio que lo baña.

CXXXII.

»Tierra de nobles potros afamada,
Acragas en seguida se presenta,
Y de léjos fijó nuestra mirada
El ancho muro de que está opulenta.
Selínos, la de palmas coronada,
Ya atras te quedas: la onda fraudulenta
Del rocalloso Lilibeo corto,
Y á Drépano ¡ay, llorosa playa! aporto.

CXXXIII.

»Tras tanto afan, en extranjero suelo,
El hado á Anquíses me robó tirano;
Era en mis penas mi único consuelo,
Él daba aliento á mi cansada mano.
¡Oh padre bondadoso! ¡oh acerbo duelo!
¡De cuántos riesgos escapaste en vano!
No me anunció, entre tanto mal, Heleno
Desgracia tal, ni la cruel Celeno!

CXXXIV.

»Meta de viajes, causa de gemidos
En Drépano encontré. De ahí del viento
Vinimos por el piélago impelidos,
Merced de un Dios, á vuestro ilustre asiento.»—
Tal sucesos del Cielo dirigidos
Narraba el héroe al auditorio atento,
Contratiempos, errores y peleas:
Calló, en fin, y descanso tomó Enéas.