Enciclopedia Chilena/Folclore/Niña de la calavera, La, Mito

Para ver el documento original completo, haga clic en la imagen.

La Niña de la calavera
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2902/20
Título: La Niña de la calavera
Categoría: Folclore


Niña de la Calavera, La.

Mito.

Un poderoso cacique tenía una hija muy hermosa. El padre se fué a una fiesta, se embriagó y contrajo matrimonio con una mujer que conoció allá. La hija se enteró que era mala, lo que la llenó de tristeza. Ella estaba de novia con un mocetón de muy buen aspecto, que la madrastra le quiso arrebatar, pero sin lograrlo.

Le dió rabia que el mocetón no le hiciera caso y le tenía una terrible envidia a la hijastra.

Fué a ver una machi, quien le proporcionó contra buen pago una pomada para untar la cara de la joven: iba a quedar como una calavera, pues estaba confeccionada con la médula de los huesos de un muerto que ella había desenterrado.

La noche antes que se efectuara el matrimonio de la joven pareja, penetró sigilosamente donde la muchacha dormía y le untó la cara con la pomada. Lo hizo con la mano, y sin proteger a ésta contra los efectos que la pomada pudiera tener.

Al día siguiente, cuando llegaron para realizar el matrimonie, la joven dormía todavía, y despertó tarde, a los llamados que le hiciero. Apenas salió de la puerta, todos emprendieron la fuga al ver que en vez de su hermosa cabeza, llevaba una calavera. El primero en alejarse fué el novio. También el padre tembló y retrocedió cuando la vió.

Salió también la madrastra y fingió lamentarse, dando lastimosos gritos. Pero cuando se llevó la mano a la cara, para cubrir sus ojos llenos de falsas lágrimas, todos pudieron observar que también su mano se había transformado en un esqueleto.

El cacique intuyó de inmediato que algo extraordinario había ocurrido. Se fué a la ruca y la examinó. Pronto descubrió una concha, que contenía un resto de una pomada. Sospechó de inmediato que su mujer había empleado ese ungüento para producir la transmutación en su hija. La increpó duramente y le pidió que confesara su delito. Pero ella se negó.

Pidió entonces sus servicios a un anciano machi que vivía en la montaña. Pero por mucho que éste se esforzara por restituir el rostro de la hija a su forma anterior, no lo logró, pues no conocía los medios con que se había procedido.

Consultó sobre el particular a una machi, que fué justamente la misma que había preparado la pomada. Esta le confesó el ungüento que había preparado, pero le hizo saber también que para anular su efecto, habría necesidad de juntar otra vez todos los huesos del fallecido, lo que sería difícil, por cuanto los había dispersado por los ríos.

Ante tan nefasta noticia, el cacique mató a la mala mujer y tiró su cuerpo en un barranco.

La hija se fué a vivir a la montaña, donde nadie se espantara de ella. Vivía de galgales (hongos del roble) y chupones. No mataba aves ni consumía sus huevos, porque les tenía lástima.

Elegada a la orilla de un río, descansó, cuando observó a una hormiga que se había caído al agua y se estaba ahogando. La joven la salvó con la ayuda de una hoja de pasto. Colocada al sol, se repuso pronto y voló, pero al emprender el vuelo, exclamó:

- ¡Escarba, escarba!

Así lo hizo, y aparecieron en el barro y la arena huesos humanos, que recogió.

Días más tarde volvió a encontrarse a orillas de un río, cuyas aguas bebió. Vio a un sapito, cuyas patas se habían enredado en una planta y que una gran culebra estaba por devorar. Tiró a ésta una gran piedra, que le aplastó la cabeza. Tomó en seguida al sapito y libró de su prisión. Este saltó y gritó:

- ¡Escarba, escarba!

Ella obedeció de nuevo la invitación, y encontró más huesos humanos, que juntó con los que ya tenía.

Llevando a éstos consigo, llegó a una laguna grande, en la que desembocaban varios ríos. Vió un pequeño venado tendido a orillas de uno de éstos, con varias flechas en su cuerpo, de que manaba sangre. Se le acercó, sacó las flechas con gran cuidado y lavó las heridas del animal. Este se alejó con una mirada profundamente agradecida, exclamando:

- ¡Escarba, escarba!

Por tercera vez lo hizo, y encontró más huesos: ahora sólo le faltaba el cráneo para que el esqueleto estuviera completo.

Se puso de nuevo en marcha, llevando consigo los huesos. En el camino se encontró con un gran puma, que rugía de dolor, pues estaba cojeando. Sin temor alguno (porque la vida ya no tenía aliciente para ella) ,se acercó al animal. Esté le levantó la pata herida y se la mostró. Había en ella una gran espino, y la muchacha tuvo que usar sus dientes para extraerla.

El puma, agradecido, le lamió la cara y le sonrió. La muchacha sintió una gran alegría, pues el animal no le había tenido horror. Le siguió a su cueva, donde se sentó para descansar. El león le dió entonces de beber agua de una cráneo humano.

Se le ocurrió entonces que ese cráneo era quizás el que faltaba al esqueleto que llevaba consigo. Lo probó, y calzaba perfectamente. Al aderezar el esqueleto, se clavó un dedo, y una gota de sangre caliente cayó sobre el cráneo. Al instante, los huesos se soldaron, la piel volvió a cubrir el esqueleto, éste se llenó de carne, entró la vida en él, y resucitó: los huesos habían pertenecido a un joven cacique muy poderoso.

Se acercó éste a la joven, la abrazó, y ella volvió a tener de inmediato su antiguo bello rostro.

Los dos contrajeron matrimonio y vivieron felices en companía del león, que no se separó de ellos.

El mito anterior, relatado por Moñi, de Chiloé, contiene sin duda una confusión de la machi que proporcionó el ungüento con un calcu. Según las creencias araucanas, las machis practican la magia blanca (como lo hace el machi anciano que interviene), mientras que son los calcus los que preparan brebajes basados en la magia negra. De acuerdo con ello, el machi anciano indica a la joven el camino para deshacer el maleficio, es decir, que cabe reunir los huesos del difunto.

Es general la creencia entre los araucanos de que un muerto no encuentra la tranquilidad mientras no estén reunidos todos sus huesos.

El episodio en que el machi anciano consulta a la machi calcu acerca de la manera de reparar el mal ocasionado, no calza con las creencias araucanas y debe constituir una interpretación personal del relator. Los machis no hacen tales consultas, ni necesitan hacerlas, pues su arte consiste, precisamente, en descubrir los maleficios de los calcus y destruir sus efectos. El cuenta gana en fuerza si se hace indicar directamente al machi anciano lo que la joven debe hacer para recuperar su hermosura.

Perfectamente araucana es la creencia en el poder vivificador de la sangre: se ofrenda ésta al Nguenechen en los nguillatunes a fin de que pueda cumplir su misión de dirigir al mundo y a los hombres.

El cuento se encuentra relatado por S. de Saunière, en sus "Cuentos Populares Araucanos y Chilenos" (en la Rev. Chil. de Hist. y Geogr., N° 21, Santiago, 1916).

Una versión muy similar a la precedente ha sido recopilada en San Martín de Los Andes (Prov. de Neuquán, Argentina), por Bertha Koessler Ilg y se encuentra reproducida en su libro "Cuentan los Araucanos" {Buenos Aires, 1954). La diferencia consiste principalmente en la introducción.

En efecto, el relato argentino se inicia con una invitación que recibe el célebre cacique Lepal (cuyo nombre significa Bola de Fuego) para participar en un malón. Expresó en la asamblea convocada para acordar la acción que él se negaba a hacerlo, dando como motivo que su hija Shushu (Pupila del Ojo) le había rogado que no lo hiciera porque ella estuvo envuelta en pañales de blancos cuando era infante; y que su mujer Piltrau (Flor de la Papa) le había pedido lo mismo porque vivían felices y no deseaba que alguna china (mujer capturada) perturbara la tranquilidad de su hogar.

Debido a esta negativa, el malón no se realizó, a pesar de estar bien preparado. Pero todos le guardaron rencor, y entre ellos figuraba también Nguenechen (Dios), quién iba a recibir muchos sacrificios con motivo de esa guerra.

Tan irritado quedó, que acordó castigar a Lepal, ordenando a un tigre gigante que despedazara a la linda Piltrau.

Durante un tiempo, el cacique vivió sólo con su hija, pero pronto contrajo matrimonio con Pülü (mosca), mujer que resultó de mal genio, pues hostilizaba tanto a las demás mujeres del cacique, como sobre todo a Shushu. A ésta última la mantenía prisionera, permitiéndole salir sólo raras veces. Pero Lepal, enamorado de su nueva mujer, no se enteraba de nada.

El segundo cacique de la reducción, Inalonco, solicitó finalmente la mano de Shushu para su hijo Trenco-Pire (Alud de Nieve). Lepal aceptó, y se fijó el día para efectuar la boda.

Se preparó ésta debidamente, y finalmente se llevó a efecto.

Desde aquí en adelante concuerda este relato en sus rasgos esenciales con el anterior. Pülü se dirige a una calcu y le manda preparar el ungüento. Para este fin, esta bruja había enterrado el cadáver de un joven guerrero para usarlo en diversas formulas de hechicería: de cada hueso y huesecillo tomó una astilla que redujo a polvo, lo mezcló con el Veneno de las víboras que ostentan en el dorso dibujos en zig-zag y con el de los hinchados sapos, como también de varias raices y pastos nocivos. Además, agregó la grasa de ciertos monstruosos pájaros nocturnos y ponzoñas de arañas de picadura maligna. Después, arrojó los huesos restantes del joven guerrero dispersándolos hacia los cuatro rumbos del cielo, pero con tanta fuerza mágica que ellos mismos se enterraban". Le advirtió también que después de colocar la pomada, no se olvidara de frotar su mano en el pasto bañado de rocío.

Los dos novios se acostaron en el suelo y fueron cubiertos por los caciques y ancianos por una gran piel de león, que los tapaba completamente, dejando descubiertos únicamente los pies desnudos.

Cuando los mismos testigos retiraron al día siguiente la piel, salió de sus labios un grito de espanto, pues "la cabeza de infeliz Shushu se había transformado en una desnuda calavera, en que lo único vivo eran los ojos, que giraban y miraban con inquietud en todas direcciones". Todos huyeron despavoridos, también el novio. Pero antes de hacerlo pudieron observar, como en el otro relato, que la mano de Pülü, con la que se cubrió hipócritamente el rostro, era también una calavera: se había olvidado de frotarla en el pasto bañado de rocío.

También en este relato el cacique encuentra el resto del ungüento, que presenta en consulta "al más grande y verdadero machi de su raza", quién le manifiesta que para que Shushu volviera a ser lo que había sido antes, era preciso que reuniera todos los huesos que la calcu había esparcido a los cuatro vientos.

Como se vé, tal como se objetó al relato anterior, en éste no se comete el error de confundir las funciones de un calcu y de un machi, ni se dirige este último a otro para consultarle lo que correspondía hacer.

Se justifica en éste relato la intervención de los animales, pues el machi dice a Lepal que Shushu quizás podrá contar con la ayuda de ellos, porque siempre ha sido buena para con los mismos. Agrega que otra ayuda le podría llegar de "la soledad del gran bosque".

Como en el otro mito, Shushu huye al bosque, donde vive de frutas silvestres, yerbas, raices y hongos, aprendiendo al mismo tiempo el lenguaje de los animales.

Encuentra debajo de un árbol en que descansaba a una hormiguita, cuyas patas se encontraban apresadas en la resina de un árbol. La libera y escucha por primera vez una voz que le dice:

- ¡Escarba aquí, escarba aquí! De este modo encuentra el primer atado de huesos, pero antes que salieran brotó agua y después aparecieron huesos que no eran humanos. Estos últimos los ató la joven con sumo cuidado.

Siguió buscando durante muchos días. Una noche oyó un débil llanto y encontró a un varoncito recién nacido, al que le habían cosido las aberturas naturales del cuerpo (como los suelen hacer los calcus para preparas los invunches). El niño yacía en un charco, pero al ver a Shushu dejó de llorar. La joven desató las ligaduras, y al inclinarse sobre la criatura, una voz la invitó por segunda vez a escarbar. Antes de hacerlo, colocó al niño sobre hojas secas, pero el mismo se murió. Encontró en ese lugar el segundo atado de huesos, que eran pequeños.

Más tarde tropezó con un huemul de corta edad y acribillado de flechas. Lo libró de ellas, lavó las heridas, y las sanó con yerbas curativas. Por tercera vez fué invitada a escarbar y halló en el barro todos los huesos que le faltaban, excepto el cráneo.

Pasaron muchos días, durante los cuales cruzó charcos y mallines, pedregales y espinales, hasta que finalmente se encontró con un tigre cebado (es decir, que había comido carne humana): era una fiera gigantesca, pero que profería lastimeros lamentos y le tendía una de sus terribles garras, muy hinchada y deformada. Shushu le extrae una espina que se había clavado en ella. El tigre le lamió las manos y la cara, haciéndole ademanes de seguirlo: ostensiblemente, quería dar agua a la muchacha, que se encontraba casi extenuada y que había tratado de conseguirla escarbando la tierra.

Llegados a la cueva, le suministró agua en un cráneo. Se le ocurrió que podía ser el que le faltaba. Desató los envoltorios que contenían los huesos, los ordenó, y para colocar la cabeza lo salpicó todo con el resto del agua que quedaba en el cráneo: éste ensamblaba perfectamente. "Fué tal su gozo al notarlo, que, estremecida, cayó contra la pared de piedra de la caverna, una de cuyas aristas la hirió, y le salió una gota de sangre que cayó sobre la frente de la calavera. Entonces vió un prodigio: todos los huesos se fueron ensamblando muy estrechamente, el cráneo se colocó con firmeza, y de pronto todo el esqueleto del joven guerrero se cubrió de un cutis fresco, y la vida volvió a entrar en su cuerpo... De pié, la figura, que poco antes era meros despojos blancos, se había convertido en un hermoso joven que la contemplaba.

"Una honda emoción hizo latir el corazón de la muchacha, al recordar el aspecto que ofrecía su rostro. Lloró amargamente, y se cubrió la cara con las manos. Pero sintió que esta vez no tocaba huesos, sino blandas mejillas, suaves carnes: había recobrado su belleza de antaño, y el joven guerrero la miraba maravillado. La conocía. Era hijo de un cacique amigo de Lepal".

Regreso en seguida a su hogar, donde la madrastra, al verla, comenzó a gritar con ira y miedo, maldiciendo a la calcu, que la habría engañado La llamaba una impostora.

Sólo entonces Lepal se enteró de lo ocurrido, y ordenó de inmediato que mataran a Pülü. Su cuerpo fue levantado sobre un gran número de lanzas, cuyas puntas lo destrozaron, entregándose los restos como alimento a los perros.

Poco después, el joven guerrero solicitó a Shushu como esposa. Tuvieron una numerosa descendencia, la que se caracteriza por faltar a todos en el esqueleto las astillas que la calcu había extraído para preparar su maleficio. Esa falta la consideran los araucanos como un signo de nobleza, pues revela que son de pura raza, reeche.

Puede observarse que esta versión del mito es más lógica que la anterior y que en ella, a pesar de ser mucho más reciente, no se incurre en los errores de hecho que ya han sido comentados.