Enciclopedia Chilena/Folclore/La iconografía y los tipos nacionales

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La iconografía y los tipos nacionales
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2985/18
Título: La iconografía y los tipos nacionales
Categoría: Folclore


XV. LA ICONOGRAFIA Y LOS TIPOS NACIONALES


Folkoricamente hablando no es la indumentaria una faz generosa y sugestiva que pueda representar a la población chilena. Los disfraces, galas, preseas y distintivos nacionales no han logrado notoriedad ni una subjetiva significación de orden internacional. En lo femenino la caracterización es practicamente inexistente y bien escasos han sido los vestidos típicos, los indumentos regionales y las estampas constumbristas.

Para todos los pueblos del orbe sirven de personajes representativos el campesino o la aldeana y las variantes de sus indumentarias señalas matices regionales. En las clases más elevadas pueden adquirir representación ciertos uniformes militares o prendas peculiares como el polícromo faldellín de los escoceses o el fez de los musulmanes. Nada de eso puede encontrarse en el Nuevo Mundo. Sus poblaciones afiliadas a treinta naciones, con relativos troncos tradicionales y soguzgadas por las múltiples influencias de las razas aborígenes, han respetado con uniformidad el tipo criollo en el patrón internacional del vestir moderno; pero, no por ello las castas humildes - de la campiña especialmente - han dejado de singularizarse.

Son la Argentina y México los países más ricos en disfraces y los que mejor los supieron conservar desde su generación en los días del Coloniaje. La cuota de Chile es ínfima, ya que la estampa de su "hombre de campo", antes de 1850, era idéntica a la del mismo personaje en la Argentina. Gaucho federal o guaso chileno usaban chistera apuntada, manda burda y larga, calzón corto y la "ojota" o sandalia quechua.

En un período incierto se innova al poniente de la Cordillera; el guas se independiza pero al mismo tiempo imita al disfraz andaluz. Acorta la manta de lana, la hace más liviana y polícroma, adopta la chaquetilla con los adornos típicos de la guayabera, usa el pañuelo volante al cuello y los pantalones abotinados. Conservando la faja de seda, incorpora, mas bien que la pesada bota, el zapato con punta de alfiler o lengua de vaca y hace uso de un pajizo sombrero cordobés - aunque más pesado - de ala larga y llana y copa baja y aplanada; distanciándose sensiblemente de las más voluminosas prendas del gaucho, especialmente de su pesada bota y el sombrero flexible y caído. Bien avanzado nuestro siglo aún se acorta más la manta guasa hasta quedar reducida al "chamanto", mas bien concebible como un adorno al llevarlo plegado sobre el hombro.

En la contribución del otro sexo no se advierten iniciativas para caracterizar a la "china" y su vestuario, con o sin tranzas, pañuelo al cuello y falda algo plegada se pronuncia ningún distintivo. Sin embargo, en nuestro suelo, una excepción convoca a los reducidos moradores del Archipiélago sureño, asignándole a la mujer "chilota" una estampa exclusiva de cierta severidad. Pañuelo multicolor ("cambray") como tocado, negro pañolón de lana ajustado al cuello por un broche y sin mayores peculiaridades en el resto de la indumentaria. Su silueta se singulariza aún más montada a horcajadas en su habitual afición ecuestre: cubre y disimula con otro paño negro sus piernas colgantes, integrando la única estampa femenina típica de Chile, y excluyendo categoricamente el disfraz bien singular de la araucana.

En la histórica reviviscencia puede evocarse un tipo femenino "fin de siglo", el cual condensa una silueta absolutamente original en la "conductora" o cobradora de los tranvía de Santiago, Valparaíso y Concepción. En la última década de la centuria no era su indumento propiamente de calle sino de casa, en virtud de la holgura de su falda como de su casaca; pero, se cubría con un pajizo sombrero (de serie) parecido al "canotier". Aunque usaba las alas algo recurvadas uniformaba la línea general con una visible numeración en esta prenda. Después de 1900 se la veía ataviada con una reciedumbre que recordaba a la miliciana o a la carcelera: su canotier se hacía rígido (en hule negro) y de clásica forma soportando una gran chapa numeral y un pincho que atravesaba el moño. Estampas y dibujos la han inmortalizado; no así otra concepción popular que en la calle uniformaba a las mujeres del servicio doméstico con las obreras y las horteras; las alhajaba con un tipo único de pendientes de oro (un colgante y doble semicírculo tronchado, de barritas aplanadas), un peinado de trenzas sin adornos o tocado, parches medicinales adheridos a las sienes, una ampulosa falda y un abultado pañolón negro de lana, impropiamente llamado "pañuelo de rebozo".

Rehabilitaciones ocasionales exige una indumentaria chilena que puede equipararse a la silueta de la "tapada" limeña y con una imposición que también hizo época hasta 1920: el uso de manto negro para toda la población femenina tanto en trance de compras como para sus deberes religiosos. Importados de China profusamente recamados ("espumilla bordada"), alternaban con los modelos "hechizos" en telas transparentes; y con ellos se cubrían las tres cuartas partes de la estatura, comprendiendo la cabeza, para anudarse entre el cuello y el hombro y en estilo de toga. El prendido, el plegado y la original disposición para lucir parte del cabello, agregaban a este indumento una libertad de expresión inconcebible, dentro del "uniforme" que él integraba.

Entre las escasas innovaciones - ya desaparecidas - atribuibles a la mujer chilena deben recordarse tres peinados especiales: el "chape", la "moña" y el "morcillón". Persiste aún el primero en las criaturas como la simple trenza de los araucanos; imponía el segundouna compostura determinada del cabello que se sujetaba y prendía con horquillas; y, el tercero lo pronunciaba el arreglo especial impuesto por un postizo de forma prolongada abultando la parte delantera. Fué, sin duda, el monto un promotor decidido de estas reformas.

No son menos dignos de mencionarse dos detalles típicos en el tocado, aunque circunscritos a las clases humildes. Con el nombre de "cintillo" se conoce en Chile y la Argentina una angosta cinta de color para sujetarse el cabello - colocada casi verticalmente - y guarnecida muchas veces de un nudo en lo alto, recordando el "trerilonco" de las araucanas. Es también característico el uso de la "peinilla" o peineta convexa en determinada colocación.

Ni las actuales horteras de La Serena, trayendo de mañana los frutos del valle, a lomo de borrico y sentadas al lado sobre sus simples monturas flanqueadas de minúsculas árguenas; ni las "marisqueras" y "remeras" del extremo sur han logrado establecer figurines dignos de destacarse; como tampoco las "promesantes" de las peregrinaciones de Tarapacá y Antofagasta con sus disfraces extranjeros.

Refiriéndose nuevamente a los elementos masculinos, solamente podrían achacárseles algunas relativas distinciones. El clima opresor de la zona desértica en que abundan las labores nitreras (yacimientos de salitre, yodo y guano) descarta las complicaciones del vestir. Ahí los indumentos se improvisaron o se simplificaron hasta fijar el frecuente figurín del obrero cubierto con polainas hasta las ingles, cubriendo un elemental calzón y llevando el tórax desnudo; y, no menos complementarias prendas distinguen a los "barreteros", "cargadores", "ripiadores" y también a los "enganchadores" y "enganchados". Es en ese medio ambiente donde im peran la "cotona" (burda camiseta de tela de sacos) y los zapatos "calamorros" (tosco calzado de caña alta) indispensables en las labores de "rajos", "bolones" y "calicheras".

En el extremo opuesto del territorio hay que mencionar a los "puesteros" de las planicies pastoriles de Magallanes, ocupados en el pastoreo y la trasquila; usando botas engrasadas, manta de Castilla, pantalón de "bordón" (pana) y aludo sombrero flexible.

Hacia la zona central caben referencias a otras particularidades. Al exigno y llamativo "chamanto" lo reemplazan, tanto en las alturas cordilleranas como en la zona húmeda (del Bio Bio al sur), la manta de vicuña, el poncho tradicional de América, las botas cortas y el alón sombrero de lana basado en el tipo cordobés. Abundan las botas largas muy adornadas y flexibles cubriendo casi toda la pierna; y, del Cachapoal al Maule, suele usarse el bonete o sombrero "maulino", en lana, con alas reducidas y la copa en punta como el catite. Son de uso general la "chupalla" (de filiación quechua) tejida, como un amplio sombrero, con las hojas de la bromeliácea de este nombre y un recio modelo (también afiliado al cordobés) de lana, con re- bordes y a veces bordadoras, bien llamado "guarapón" en América Meridional. En las romerías norteñas afloran ocasionales disfraces -dignos de generalizarse - en materia de caperusas, barretas, capacetes y casquetes, sin que ninguno haya obtenido la generalizacion.

Tan visible falta de cánones tradicionales en el vestir típico queda neutralizada en la incontenible inclinación al disfraz de que hace gala nuestras raza en las fiestas septembrinas, primaverales y navideñas, hasta el punto de clasificar esta afición como una modalidad nacional, aunque siempre supedita a la moda reinante a los usos extranjeros.

No podría, sin embargo, achacarse a la chilenidad una ausencia de imaginación en la galería de sus tipas característicos. El desfile no deja de ser espectacular, seleccionándose y personificándose algunas ejemplarizadoras figuras sociales de escabrosa clasificación, pero de una relativa variedad e ingenio.
XV .- ICONOGRAFIA Y TIPOS NACIONALES


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