Enciclopedia Chilena/Folclore/Folklore (Proemio)

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Folklore (Proemio)
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2985/11
Título: Folklore (Proemio)
Categoría: Folclore


Folklore proemio.

Una encomiable corriente tradicional favorece a las naciones latinas del Muevo Mundo al hacerse éstas partícipes del histórico flujo hispánico, con milenios de existencia conocida. Las aportaciones que llegaron a favorecerlas, tanto raciales como culturales, irrumpieron de la Península en la convulsionada etapa que inauguraba el siglo XVI; y, pasaron a matizarse, a su vez, con las imposiciones del ambiente americano, enriqueciéndolas, en forzoso "mestizaje", con grupos étnicos bien diversos y apreciablemente evolucionados en sus respectivas civilizaciones autoctonas.

En el momento de la Conquista la tierra Chilena no brindaba los nucleos aborígenes más destacados del Continente Vírgen. Algunas de sus agrupaciones raciales abdicaron en una rápida absorción y el resto de sus pobladores, representando elementos tan combativos como fanáticos, se negó con indómita resistencia a la fusión. Fué así como el estatuto colonial del Nuevo Extremo se mantuvo en un perseverante estado de guerra y con contumacia se desarrolló en un verdadero clima bélico.

Como una gobernación subsidiaria, el Reino de Chile, vegetó, por tres centurias, al margen de los privilegiados dominios peruanos y argentinos, ungidos con los poderes virreinales. Más bien dispendioso que propiamente utilitario, si bien considerado por su importancia extratejica para salvaguardiar los dominios de la Corona, fué muchas veces postergado y desamparado; y, en su colonización nunca repararon los dignatarios españoles en la prematura y obligatoria fusión etnica que forzosamente fomentaba la solidaridad de los súbditos leales, de cualquier color, ante la oposición del bárbaro y la incesante lucha con una naturaleza pródiga pero bravía.

Tal como en el caso de los otros países del extremo austral de Sud-américa, Chile, salió del Coloniaje con una progenie ya unificada y un color etnico definido y homogeneo. Con arrollador ímpetu esa creación demográfica ha seguido uniformando a todos los pobladores; y, como en el ejemplo de los Estados Unidos de América y el de Canadá, relega las minusculas reducciones de indígenas puros al estado de transitorias e ínfimas agrupaciones, en trance de nacionalización.

Reconocida como una encrucijada de corrientes y migraciones etnicas, en una extensión de 36 grados de latitud y contorneada sistemáticamente por los más imponentes atributos del Planeta, la nación chilena puede señalarse en Hispanoaméricana entre las más rehacías a la transmisión de elementos aborígenes sobrevivientes. Aún más, a lo largo de su territorio se enseñorean dos zonas, bien diferentes, de absorción.

La más septentrional (del grado 19 al 37) ya no consulta, en lo que va del siglo, elementos indígenas puros y los exhibe, refundidos en la población criolla, como descendientes de los chinchas, quechuas, aymaraes, changos, atacameños, promaucaes, cauquenes, perquilanquenes y otros grupos de muy vaga onomástica.

La otra gran porción queda imprecisamente diseñada entre los paralelos 38 al 55 y hospeda a los soberbios sobrevivientes de la confederación araucana, diseminados en bien extrechas reducciones pertenecientes a las tribus de los moluches, mapuches, huilliches, picunches, pehuenches, etc.; conviviendo y refundiéndose con el elemento criollo y con similar predestinación a la de las hordas primitivas de los alakalufes, onas, yaghans y otras ínfimas parcialidades que moran en los archipiélagos extremoaustrales.

Hay que retrogradar al gran Valle Central para entrever la porción congruente de la chilenidad, ya hecha, a base de elementos hispánicos puros y de esa imprecisa familia araucana de los promaucaes. Se moldeó hace siglos y fué el primer contingente que abrazó la civilización occidental, constituyendo, en nuestros días, de Aconcagua a Concepción, la cepa auténtica del criollismo y acrisolado en buena parte de sus clases populares la "flor de la guasería". Representa la masa propiamente demográfica en que hay que efectuar los sondeos más profundos del patrimonio popular de la cultura y subrayar las huellas más frágiles e indeterminadas que puedan pre­cisar y caracterizar nuestra nacionalidad.

Mucho interés adquiere, entónces, en un país del Mundo Nuevo, la apreciación de sus materias folkloricas y las fuentes que las generaron o puedan calificarlas, a causa de la preconcebida ac­titud con que los moradores acojen y hacen uso y provecho de la tradición.

Es útil a este respecto recordar la idiosincracia del mun­do europeo como un conglomerado de paises mayores de edad, y ya estructurados en naciones que han olvidado todo lo que tienen de cel­tas, de godos, de normandos, de eslavos y de árabes y que se enorgullecen -en lo intelectual- de su filiación greco latina. Para Amé­rica el caso es bien distinto pues sus ingredientes etnicos figuran en ciertas regiones en puro estado aborígen, o bien mestizados o evolucionados en insondables gradaciones. De este modo, aquella exclusivista tendencia unificadora de Europa no consigue regir en el Mundo de Colón. No pueden relegarse, en este último, a la etnología todas las manifestaciones de los indios, porque no se sabe si algu­nas de éstas han pasado al elemento criollo y andan en circulación como propias especies folkloricas y aún susceptibles de ingresar al legado de la alta cultura y del arte puro, con simultánea exis­tencia en el actual y original medio, propiamente autoctono y pri­mitivo.

Si en Europa la mezcla, ya hecha, anuló los componentes, éstos últimos defienden su autonomía en América y dan nervio y ejem­plo a una proliferación inconsulta en que pueden convivir cuerpos distintos con una misma vida celular o bien idénticos seres animados cuyo régimen celular es diferente. La humanidad americana que habita en el Perú y Bolivia - en lo que respecta al saber y al vivir populares - trafica con más elementos aborígenes que criollos o propiamente hispánicos y los ha difundido en los países vecinos hasta pronunciar, en porciones planetarias del Continente, un verdadero confusionismo, pudiendose situar por ahí muchas incognitas en referencia con los coeficientes aborigen y colonial.

La interdependencia es un hecho consumado y una misma es­pecie, puede ser a la vez tan rabiosamente indígena, como criolla o como integrante de la alta cultura y del arte puro. Para unos y para otros, o aquí y allá, un elemento dado es tan folklorico (desde el momento que se mantiene, vive y circula entre gentes de filiación criolla), como etnologico (fuera del patrimonio del blanco) y como bien prestigiado en la línea del arte puro.

Situandose propiamente en Chile no llega a ser tarea de una sola generación descubrir o dilucidar ciertos tributos y ofren­das con que han favorecido a la raza las intromisiones de elementos quechuas conjugados con araucanos, si no más bien atacameños, aymaraes o diaguitas, o más veliches que moluches. Estas aportaciones son piezas honrosamente folkloricas que por derecho propio pueden exhibir filiación etnologica y que no se dejan apadrinar ni por el blanco ni por el indio.

El distintivo chileno es la infima proporción de estas especies incognitas, pero de alta alcurnia y la arrogancia y sober­bia versatilidad del elemento criollo para adorar o quemar los idolos indígenas. De sus amos de otrora, los quechuas, aprovechó muy poco y lo que quiso; a los atacameños y diaguitas no los tomó en cuenta y de los araucanos se pirra de imitarles y remedarles las prácticas supersticiosas, de estimar sus guisados y prácticas culi­narias, de robarle no pocos mitos; y, aunque no es capaz de imitar­les sus trabajos metalurgicos en plata se aplica a plagiarle sus labores textiles. De arbitrariedad en arbitrariedad el chileno in­culto ha recompuesto una parcialidad etnica "suigeneris", pero con antecedentes enigmáticos. Venera lo hispánico con la misma baladi petulancia que llega a despreciarlo; reservando una idéntica desaprensión para el campo espiritual y material de los indígenas; y, posiblemente en esta voluble incostancia estriba el mayor encanto de la chilenidad y la subyugadora atracción de sus manifestaciones folkloricas.