Enciclopedia Chilena/Folclore/Artesanía
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Artesanía
Artículo de la Enciclopedia Chilena
Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2985/2
Título: Artesanía
Categoría: Folclore
Artesanía. Discutibles y mediocres pericias colaboraron en la talla de esculturas religiosas, especialmente en la era prerepublicana. Comedidos artistas - en general sacerdotes - que carecían de oficio y anónimos obreros manuales, dueños de sus manos pero desprovistos de gusto, empeñaron sus capacidades en reducidos géneros; sin que sea posible hasta ahora dirimir sus rutinas y discrepancias. Las necesidades del transporte en los días del Coloniaje, impusieron la simplificación de las estatuas e imágenes religiosas. Esta amputación fué mayor en Chile que en cualquiera otra colonia y las cabezas y manos de las esculturas eran conducidas a lomo de mula por los desiertos norteños, confiando a los nativos la factura de la rústica armazón. Las amplias vestiduras debían ocultar los maderos que unían las extremidades y llegaban a apoyarse en un pedestal. Los santeros nativos iban aún más lejos en el afán de rehuir las dificultades, disimulando el cuello con la cabellera aplicada y ahorrándose una mano labrada al cubrirla con el Niño Dios. Demás está advertir que en esta línea de facilidades llegaron a deformar las figuras con proporciones impropias, pero suceptibles de caber en los nichos. La moda de las vírgenes triangulares (Andacollo, Monserrat) evitó la falta de rigidez de la argamasa, del mimbre o de la paja y no quedaba más preocupación que los ropajes de tela, en vez del cartón engomado; el cual fué menester abandonar por las preferencias de las ratas. Si hubo artífices de nota, en la santería, no conocemos sus nombres; y, el ejemplo del "Señor de Mayo", obra del padre Pedro de Figueroa, encomendada por La Quintrala, nos muestra en el Convento de San Agustín, de Santiago, además de su realismo, el sello inconfundible de la talla popular. Abundan en las sacristías y altares de las iglesias tributarias hermosísimos ejemplares esculpidos por humildes talladores, confundidos, muchas veces con las imágenes de Lima, Cuzco, Potosí y Quito, y aún venerables efigies de labor hispánica con influencia barroca, renacentista, gótica o plateresca. No hacen lucido papel en el conjunto las esculturas chilenas y de ellas vimos airosos ejemplares en la Exposición de Imagenería española e Hispanoamericana que organizó, en 1950, el Instituto Chileno de Cultura Hispánica. Esta valiosa muestra reunió en Santiago una hermosísima colección; pero desvirtuada geográficamente con sus preferencias metrópolitanas. Los expositores de la sociedad santiaguina no podían reunir piezas comparables - con excepción de la Virgen del Socorro aportada por don Pedro de Valdivia - a los cautivadores ejemplares de los rincones extremos de nuestro suelo. Bastaría recordar "La Cena", de tamaño natural, que guarda la iglesia del pueblo de Tarapacá y los inconcebibles tesoros que ocultan, los templos de Chiloé. Sin embargo era consolador el contingente propiamente chileno que exhibía la exposición, en 16 piezas sobre un total de 150. Deliciosos de contorno eran una Cabeza de Cristo (N° 35) de factura colonial, un Fanal de la Virgen del Carmen del siglo pasado (Nº 32), el Niño Dios del siglo XVIII (Nº 180) y otras burdas pero características imágenes. En ningún caso reveló esta muestra el alcance y significado de la expresión popular, profusamente diseminada a lo largo del país y ya descartada del programa de las artes manuales. Hacia los comienzos de nuestra centuria irrumpió la industria nacional con sus santos de yeso y en los días que corren se impone como monopolio. Solamente un artífice de Santiago, Octavio Jofré, figuraba hasta hace poco como el único sobreviviente de la antigua artesanía, pero se plegó al fin a los nuevos usos y perfeccionó sus estudios. Tenía ante sí el ejemplo de "don Eneas", su vecino del barrio La Chimba, el cual sucumbió en su intento de revalidar los trabajos en madera. Su taller de la calle Manzano conoció buenos tiempos, pero al fin suspendió sus labores, no dejando ni sucesor ni aprendices. Había hecho su aprendizaje en el gran taller que, en la Alameda, tanto acreditaron Ambrosio y su hijo Pedro Santelices en la segunda mitad del siglo pasado. Estos artífices a su vez, habían tomado lecciones de los santeros quiteños establecidos en Santiago con una tienda especial en el Portal Tagle (actual Bulnes). Desgraciadamente no se ha conservado el nombre de estos maestros ecuatorianos, acreditados en su época, como los exclusivos proveedores de las Iglesias de Santiago. Fué con ellos, precisamente con quién hizo su noviciado en la estatuaria el escultor chileno José Miguel Blanco (1839-1897). Son muchos los templos metropolitanos que aún ostentan imágenes de los Santelices y de Blanco; como asimismo de Juan de Dios Espinosa, artífice independiente que tenía su taller en la calle de Santa Victoria. La industria de la santería en yeso ha absorvido toda demanda, a lo largo del país; y, el único caso que se conoce de algún artífice que trabaje actualmente en otro material, y aún en madera, es el escultor y pintor Foscarini, en su taller de la calle Tarapacá, en Iquique. Como una de las más raras manifestaciones de nuestro folklore hay que rememorar el florecimiento -hacia los postreros días de la dominación española en la isla de Chiloé- de una original escuela de estatuaria religiosa. Sus producciones circularon a comienzos de nuestro siglo en las capillas y los conventos isleños, para ser extraídos y almacenados, posteriormente, en la iglesia parroquial de Chonchi. Era un muestrario de arte inculto, aunque personalísimo de talla y concepción. Calzones largos, con burdas cenefas, uniformaban a los querubes, arcángeles y aún a los cristos; asimilándose en su estilización con las vírgenes de audaz modelado, talles de avispas y desproporcionadas estaturas aún más ponderadas por pesados ropones negros. En estos gajes de artesanía, y por lo que a folklore se refiere, persiste el enigma de la filiación social de tales artífices (en talla y sastrería); pero, atendiendo a sus concepciones hay que concederles más afán de "preciosismo) que de irreverencia. Muy repartida entre las artes decorativas y algunos rutinarios oficios - llamados por los unos trabajos carcelarios y por los otros "artes menores" - desborda una gran rama de la artesanía, rebalsando hacia toda suerte de proligidades y aficiones patentizadas en los más diversos materiales. Distinguese estas manifestaciones como poco individualistas o como las que menos acusan el sello del artífice, y su odioso utilitarismo las aleja, muchas veces del campo folklórico. La nómina de estas "manualidades" asciende a las altas artesanías del cristal, del vidrio y de la orfebrería, pasando por los primores del marfil y las piedras preciosas; ahondando en la forja del hierro, la talla de la madera y la cantería de la piedra, para descender hasta la obra empeñada en el cuerno, en los frutos, el hueso, el cuero, las conchas, el papel, el cartón y hasta las pastas sintéticas, con una desaprensión y una frívola complacencia que más bien reclaman paciente esfuerzo que afinada sensibilidad. Buena parte de estas ocupaciones eran protegidas oficialmente - pues estaban a cargo de artífices hispánicos - durante la dominación española en Chile; pero las guerras de la Independencia interrumpieron ese ejercicio profesional y la expulsión de los expertos precipitó la decadencia de diversas obras. Los catálogos de las exposiciones organizadas en Santiago, hace un siglo, por el Presidente Bulnes, ponen en evidencia la penuria, si no la extinción de esta línea de actividades, penosamente renovadas, mucho más tarde, en condiciones de inferioridad. Las naciones del extremo austral de Sudamérica no alcanzaron a heredar las capacidades de una artesanía que fomentaban los poderes virreinales. En los dominios mexicanos y peruanos se perpetuaron casi todas estas bellas labores. Solamente para el Perú bastaría mencionar, en nuestros días, la perseverancia de las filigranas de plata de Arequipa y Tacna, los tejidos de Paracas y Acamayo, las cerámicas de Cuzco y Pucará y los esculpidos mates de Huamanga, para señalar tradicionales jerarquías artesanas que ni los talleres del Uruguay, el Paraguay, Bolivia, Brasil, Argentina y Chile aspiran a igualar y superar. Un margen especial requieren estas labores artesanas que hicieron época en los subsiguientes días republicanos, sin llegar a persistir. Relacionándose en algo a la industria de las pintadas cartulinas se dieron en la confección de las barajas caseras algunas muestras singulares. Con cierta analogía, en lo que atañe a la ilustración misma, figuraron otrora los ensayos de xilografía por los tiempos de la guerra con Perú y Bolivia (1879-1883) y de cuyos eventos y glorias la prensa santiaguina publicó arrobadoras estampas de grabados en madera. El estilo peculiar de estos trozos se hizo extensivo a la ilustración de folletos, panfletos, versos callejeros y almanaques; calificando esta especialidad como una fugaz y preciosa adquisición de la artesanía nacional. Eran los tiempos en que también dominaba el espectáculo de los títeres y del laboreo, y exorno de esas muñecas quedan aún primores en nuestros desvanes campesinos. Aunque consideremos tan apreciadas labores con efecto retrospectivo, no nos será posible situar en Chile, como individuales capacidades, indicios de "vitreas sopladuras" o propósitos de fundir cristales, como los que heredaron los mexicanos de la Madre Patria, debiendo relegar íntegras tales facultades a la industria. Poco podemos apuntar, asimismo, en el ramo de la platería y los trabajos en nobles metales y piedras finas, exceptuando la gloriosa promoción de los trabajos jesuítas (artículos de culto) en Calera de Tango. Por lo que hace al hierro, la piedra y la madera, en su más alta concepción, nos vemos también forzados a referirnos a los tiempos coloniales en la obra patente que exhiben los edificios históricos y los museos. Referencia especial reclaman ciertas manías, sin extravagancia, en las cuales la raza afirma su propensión de plasmar objetos de uso dilecto. Señalando una coincidencia de gustos, ya entronizada en todo el extremo meridional de América, los "facones" de allende la Cordillera y los "puñales" de aquellos que gozan todavía de la mayor dedicación y codiciosa solicitud, al llevar su temple, decoración y laboreo a fanáticas proporciones; con similar privanza a la que a ambos lados de los Andes se prodiga aún a las vasijas de asta, ya sea los "chambaos", o simples vasos de cacho, o los "chifles" que aprovechan el cuerno completo, lo pulen, lo ensortijan y lo estilizan para el brindis o para el adorno mural. Son numerosas las manualidades chilenas circunscritas a esta materia. Llay Llay sobresale con sus vasos de asta, y muy diseminada queda la afición por los buquecitos a vela, pájaros, tinteros, vasos plegables, etc. Con los materiales que se indican han llegado a sobresalir entre las aficiones aisladas las siguientes: abundan en la comarca frutera de Coquimbo y Elqui las figuras y los cuadros elaborados con pastas de frutas y los anillos y prendas en corazón de durazno. Con conchas y valvas no dejan confeccionarse, en Puerto Montt, Caldera, Coquimbo y Concón, objetos de adorno y especialmente cajuelas, alcancías y marcos. En algunos puertos, y de preferencia en los presidios, se ejecutan aquellas obras de paciencia que implican los frascos con tierras de colores y los buques y casas armadas en el interior de botellas. En las poblaciones del litoral se emplean las escamas de peces aplicadas a los objetos de adorno. Las plumas de aves son utilizadas, preferentemente en las grandes ciudades para la confección de sobrecamas, sopladores, abanicos, marcos y sombrillas. Especialidades de leñas vetadas se ejecutan en Colina, conformando peines de naranjo y en Coquimbo de guayacán. Con recortes de espejos, vidrios cortados, trozos de hojalata o de plomo se preparan, también en las urbes muchas curiosidades. Chillán ha impuesto sus modelos de zuecos en hule y madera. De Valparaíso provienen los dientes grabados (de cachalote); y como artículos cabe mencionar las maletas tejidas a telar de El Palqui (Coquimbo), las flores de carey de La Serena, los juguetes (de género) de Coquimbo, las botellas pisqueras rellenas de caliches (de diversos tonos) en Antofagasta, etc., etc. Con afán de clasificación genérica sería menester referirse a proporciones de mayor alcurnia, coronadas, naturalmente, por las labores de cuero y del metal que tienen relación tanto con los arreos de montar como con la vestimenta del guaso. Los trabajos del cuero cuentan con los mejores artífices en el Valle Central y como una florescencia artesana de las labores industriales implantadas por los vascos en las curtidurías ("curtiembres"). La cartera, el monedero o portamonedas (estuche o bolsa) y la típica "billetera" de Chile abren una serie amplísima que abarca hasta el odre y las petacas, pasando por las "guayaces" (monederos de cuero de quique), las bolsas de chivito y muchas otras menudencias. Han sido desechadas algunas aplicaciones prácticas, como las petacas esféricas para la grasa, las petacas rígidas y cuadrangulares que sirven de arca y las alforjas, derivadas del cuévano español bien representado por las árgenas chilenas. Aún más amplia perspectiva ofrece la manufactura de los juguetes (madera, género, paja, metal) con los simples modelos de rigor, burdamente pintados. Con mayor curiosidad se hacen, en madera u hojalata, los pequeños mueblajes, cunitas, casitas, barquitos y las sempiternas carretas y guitarras. Es la "muñequería" la más varia afición de los artesanos, prodigándose en toda suerte de materiales y no desdeñando las máscaras y recios sombreros. En el papel y el cartón poco se ha discurrido, fuera de los útiles y envases, exceptuando también la encuadernación de lujo o con aplicaciones, propiamente manuales, en ejemplares de la más suntuosa calidad y acabado. Abundan, igualmente, los amuletos, o mas bien, los recuerdos de festividades o ceremonias y las tarjetas ilustradas de saludo y felicitación (Pascua y Año Nuevo). Optimamente representadas se hablan éstas en la afición nacional de los "encintados", o sea, aquellas cartulinas y papeles impresas en oro o dibujadas, con flores adheridas o entrelazadas con cintas y medallitas (Bautismos y Primera Comunión). La propia "manualidad" de las flores artificiales, otrora prepotente ya fuera en palo, cera, escamas, papel, cartón, pasta, etc., logra defenderse de la competencia industrial, pero sin llegar a proporcionarse diversas aplicaciones. Los trabajos en calabazas no pueden igualarse con los del país del norte, pero los ejemplares de los mates labrados de Calama (reviviscencia de las tribus atacameñas) y de Renca como aporte criollo, acusan una cierta habilidad. Usase también este fruto para palas, cucharones, "porongos" y en la figura de la característica vasija para preparar la yerba paraguaya, adquiere todas las formas. Solamente se pueden citar entre las aplicaciones en el metal -bien variadas en la época colonial- los pasadores, pestillos, aldabas, picaportes, goznes, llaves, cerrojos, regatones, manillas, perillas, guarniciones, insignias, veletas de hierro y especialmente los llamadores o "golpeadores" de manito y para el cobre y bronce los "braseros", las palmatorias y los candeleros. Someramente también hay que referirse a las grandes labores de la madera, citando las carretas, carretillas, yugos, arados, rastras, enjalmas y los primorosos estribos; como también las jaulas, trampas, útiles del telar, herramientas, bastones, peines, "asentadores", balanzas, cucharas, platos, morteros, palanganas e instrumentos de música. En materias varias se debe aludir a los tejidos de hoja de palma, las joyas y aderezos de coco, los cinturones de crin, las flores de miga de pan, y otras menudencias en escamas, espinas, plumas, pastas, conchas, semillas, llas, polvos y palos. Entre los trabajos propiamente carcelarios quedan por clasificar aquellos de alambre, alpaca, hilo, hojalata, lienza, etc.; y las especialidades de zapatería, mueblería, jabonería, herrería, etc., con muestras interesantes presentadas en exposiciones especializadas. Pasan a aplicarse a otros ramos las aficiones de la cantería, la forja, el tallado, la peletería, la escultura en yeso y pastas y metales, la lencería, la filatura, el vestuario, etc.
Bibliografía Instituto Chileno de Cultura Hispánica. "Exposición de imaginería española e hispanoamericana". (Carálogo). Santiago, 1951.
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