​En un cumpleaños​ de Ramón Samaniego Palacio


      Bien haya, niña, el hermoso,
 el claro y brillante día
 en que tu natal dichoso
 llenó el mundo de alegría.
 

     Como tan linda naciste,
 tan bella y seductora,
 mil coronas mereciste
 ¡oh niña! desde tu aurora.
 

     Las flores te saludaron
 al mirarte tan lozana;
 y a una voz proclamaron
 su digna y feliz hermana.
 

     Y la brisa blanda y pura
 jugueteando en tu redor,
 prendada de tu hermosura
 te rindió su tierno amor;
 

     y robando en ese instante
 mil perfumes a tu aliento
 fue a decir leda y triunfante
 al jardín tu nacimiento.
 

      Y la estrella esplendorosa,
 al contemplar tu mirada
 bella, purísima, hermosa,
 te dio su luz nacarada;
 

      y he ahí por qué tus ojos
 son dos brillantes luceros
 que del alma los enojos
 desvanecen hechiceros.
 

      Los ángeles en tu risa
 hicieron resplandecer
 de los cielos la sonrisa,
 viva imagen del placer.
 

      Y por eso tu reír
 da creces a tu beldad,
 y es el iris que al lucir
 serena la tempestad.
 

      ¡Oh niña!, que siempre sean
 felices tus claros días,
 y nunca en luto se vean
 cambiarse tus alegrías.
 

     Linda flor, siempre mecida
 por el aura placentera,
 que se conserve tu vida
 en eterna primavera.
 

      Bien haya, niña, el hermoso
 el claro y brillante día
 en que tu natal dichoso
 llenó al mundo de alegría.


Loja, marzo 20 de 1862.