En los campos de Alventosa...

​En los campos de Alventosa...​ de Autor anónimo

        En los campos de Alventosa 		
	mataron a don Beltrán, 		
	nunca lo echaron de menos 		
	hasta los puertos pasar. 		
	Siete veces echan suertes 	 
	quién lo volverá a buscar, 		
	todas siete le cupieron 		
	al buen viejo de su padre; 		
	las tres fueron por malicia 		
	y las cuatro con maldad. 	 
	Vuelve riendas al caballo 		
	y vuélveselo a buscar, 		
	de noche por el camino, 		
	de día por el jaral. 		
	Por la matanza va el viejo, 	 
	por la matanza adelante; 		
	los brazos lleva cansados 		
	de los muertos rodear, 		
	no hallaba al que busca, 		
	ni menos la su señal; 	
	vido todos los franceses 		
	y no vido a don Beltrán. 		
	Maldiciendo iba el vino, 		
	maldiciendo iba el pan, 		
	el que comían los moros, 	
	que no el de la cristiandad, 		
	maldiciendo iba el árbol 		
	que solo en el campo nace, 		
	que todas las aves del cielo 		
	allí se vienen a asentar, 	
	que de rama ni de hoja 		
	no le dejaban gozar; 		
	maldiciendo iba el caballero 		
	que cabalgaba sin paje: 		
	si se le cae la lanza 	 
	no tiene quién se la alce, 		
	y si se le cae la espuela 		
	no tiene quién se la calce; 		
	maldiciendo iba la mujer 		
	que tan sólo un hijo pare: 	 	
	si enemigos se lo matan 		
	no tiene quién lo vengar. 		
	A la entrada de un puerto, 		
	saliendo de un arenal, 		
	vido en esto estar un moro 	 	
	que velaba en un adarve; 		
	hablóle en algarabía, 		
	como aquel que bien la sabe: 		
	-Por Dios te ruego, el moro, 		
	me digas una verdad: 	 	
	caballero de armas blancas 		
	si lo viste acá pasar, 		
	y si tú lo tienes preso, 		
	a oro te lo pesarán, 		
	y si tú lo tienes muerto 	 	
	désmelo para enterrar, 		
	pues que el cuerpo sin el alma 		
	sólo un dinero no vale. 		
	-Ese caballero, amigo, 		
	dime tú qué señas trae. 	 	
	-Blancas armas son las suyas, 		
	y el caballo es alazán, 		
	en el carrillo derecho 		
	él tenía una señal, 		
	que siendo niño pequeño 	 	
	se la hizo un gavilán. 		
	-Este caballero, amigo, 		
	muerto está en aquel pradal; 		
	las piernas tiene en el agua, 		
	y el cuerpo en el arenal; 	 	
	siete lanzadas tenía 		
	desde el hombro al carcañal, 		
	y otras tantas su caballo 		
	desde la cincha al pretal. 		
	No le des culpa al caballo, 		
	que no se la puedes dar, 		
	que siete veces lo sacó 		
	sin herida y sin señal, 		
	y otras tantas lo volvió 		
	con gana de pelear.