En la zapatería
-Camará, y que mo de llover, ¡ni cuando enterraron a Bigote! -exclamó el señor Curro el Pimporrio, penetrando en casa de su compadre el señor Pedro el Cerote, uno de los más populares de los por aquel entonces dedicados a calzar a los que podían permitirse tal lujo en el barrio de La Pelusa.
El Cerote, que en aquellos momentos dedicábase a encerar un cabo, apenas si se dignó mirar a su compadre por encima de las gafas, que cabalgábanle sobre la acaballada nariz.
No se dio por ofendido el Pimporrio por la descortés acogida del Cerote, y después de colgar el sombrero del espaldar de una silla, sentóse en ésta, y sin decir oxte ni moxte, echó manos a la roñosísima petaca que aquél había colocado, como siempre, entre los útiles del oficio.
-¡Cuándo llegará el día en que tenga usté cutis y no fume siempre de úpa! -refunfuñó el zapatero al par que aforaba con los ojos y con expresión de ira el grueso imponente del cigarro que empezaba a liar el recién llegado.
-Camará. ¡Es usté, compadre, el hombre más desagradecío que parió madre desde que er mundo es mundo y desde que la sarna pica!
-Pos si yo fuera desagradecío, ¿llevaría usté, como lleva, derechos los contrafuertes?
-¿Y si no fuera por mí habría quien le mandara a usté un par de brodequines pa que les echara una remonta o un tacón o una suela mallorquina?
-A propósito de mallorquina..., ¿es verdá eso que dicen del Greñitas y de la Tururú?...
-¿Y quién es el Greñitas y quién es la Tururú?
-¡Pos ni que viviera usté en un campanario! Pos no son mu conocíos dambos, camará. El es el torerillo más salao y con más hígados que ha nacío de madre, y ella la chavalilla más graciosa que hay desde aquí a Lima, una cosa fenomená, más rechica que un carambuco, con los ojos como tazas, er talle como er de una avispa...
-Oiga usté, compadre, no se acalore usté que se le está a usté cayendo la baba.
El Cerote llevóse el dorso de la mano a la boca y exclamó con los ojos chispeantes después de morderse con sensual y cómica expresión los sumidísimos labios con las desdentadas encías.
-Como que es un primor la chavalilla, y si yo tuviera veinte años menos...
-Tendría usté sesenta y pico, compadre.
-Sesenta y pico de tumores que le sargan a usté en la mala lengua que tiene. Sesenta y pico, chavó, pos ni Matusalén ni toíta su decendencía.
-Vamos a dejarnos de cosas esaborías, y cuénteme usté eso del Greñitas y la Tururú.
-Ya me ha quitao usté las ganas de platicar. ¡Hombre, que con veinte menos tendría yo sesenta y pico! Vamos, compadre, que no sé cómo no meto mano a la chaira y le doy a usté más puñalás que veces tose un costipao.
-Pero no se ponga usté asín; si eso no se lo digo yo a nadie sino viene a pelo u si no me lo pregunta.
El Cerote miró a su compadre de modo iracundo; su compadre era un tostón y un malahora, que lo sacaba de tino con su sonrisita siempre zumbona y con el retintín con que siempre le hablaba, y el día menos pensado iba a ocurrir en su portal una cosa estupenda.
Y pensando en la cosa estupenda que podía ocurrir algún día en el portal, sentía el viejo hervirle la sangre, y tal vez hubiérase ido del seguro, a no penetrar en aquel momento en su establecimiento con un quitasol convertido en paraguas por la necesidad, Dolores la Rabicortona, una hembra alta, gallarda, redondeada por la plenitud de la vida, ondulando al andar la cintura, esbelta sir presión de artificio alguno, vibrándole al andar el seno redondo, y con el pelo rubio cayéndole sobre la frente y la nuca en artística rebeldía; una mano recogiéndose la falda de coco, poniendo al descubierto al andar un pie y el principio de una pantorrilla, capaces ambos de hacer estallar al de menos pólvora en la Santa Bárbara, y luciendo su cara de tez nítida, de facciones correctas, de dientes tentadores entre labios de desesperante frescura, de ojos azules adormecidos y de expresión acharranada.
La entrada de la Rabicortona hizo levantarse al Pímporrío, e, cual, recordando las actitudes en que solía subyugar las hembras más indóciles y descontentadizas en sus ya remotas mocedades, plantóse la mano derecha en la cintura, echóse con la zurda el blanco pero sobre la sien y sin arquear el busto, por tenerlo ya más quearqueado por la edad, exclamó comiéndose a aquélla con los ojos:
-¡Olé ya por las jembras de chipé, de bandera, de tronío, y bendita sea la yunta que inventó tu dinastía!
La recién llegada soltó el quitasol y exclamó riéndose al par que le tomaba ligeramente la cara al entusiasmado Pimporrio.
-¡Y que Dios lo bendiga a usté también, so pinturero!
-Eso de pinturero te lo ha dicho...
-Eso me lo ha dicho -exclamó el Pimporrio interrumpiendo al Cerote- porque lo soy, porque a mí me echó mi madre al mundo pa pinturero, pa dislocar a las mujeres... ¿Verdá, tú, Lola, que fue pa eso pa lo que a mí me parió mi madre?
-Güeno... vamos a dejarnos de música... y dígame usté cómo andan mis zapatos.
-¡Sin tacones entoavía!
-No le saliera a usté un cangro en ca coyuntura, so ladrón... Tres días y pico pa unos tacones.
-Es que como llevamos tres días sin sol y yo entoavía no he puesto la elértrica..., pos velay tú.
-¿Y pa qué necesita usté la elértrica?
-¡Hija, pa qué ha de ser! Porque pa componer zapatos tuyos se necesita to eso, porque a mí ya no me arcanza la vista. ¡Como que tiées por pies dos corchetas!
-Diga usté que sí, compadre, que son dos pinreles que marnetizan a Dios uno y trino, y si no fuera más que los pinreles, pero y lo que sigue cuesta arriba... cuesta arriba..., cuesta arriba...
-Hombre, que usté ya no está pa esas cuestas arriba, sino pa cuestas abajo, y... vamos a lo que me importa, ¡que yo necesito pa esta noche sin falta mi par de botas imperiales!
-¿Y por qué las necesitas tú pa esta noche?
-Porque esta noche hay juerga en ca de la Tururú, y estoy convidá a esa juerga, y no es cosa de que vaya con alpargatas valencianas.
Y al decir esto, la Rabicortona descubría el pie, y además del pie algo también de la tentadora pantorrilla.
El Cerote, al divisar aquello, cerró los ojos, y
-¡Dios mus coja confesao! Dolorcitas, ten caridad de dos probeticos viejos y tapa, tapa eso, ¡por la Santísima Virgen!
Dolores, que no tenía seguramente mal corazón, tornó a ocultar el pie bajo la falda, y continuó:
-Pos sí, esta noche hay una miajita de argo en ca de la Tururú en celebración de su empalme con Joseíto el Azúcar.
-Pero ¿es por fin con el Azúcar con quien empalma la Tururú?
-¡Pos con el Azúcar!
-Pero ¿y el Greñitas?
-El Greñitas se ha licenciao él mismo en presona.
-¿Y cómo ha sío eso?
-Pero ¿se puée aclarar una chispa lo que platican ustedes y que me entere yo de lo que pasa? -exclamó el Pimporrio con acento malhumorado.
-Pero ¿no le he dicho yo ya a usté que el Greñitas estaba por la Tururú?
-Eso sí..., pero como llegó este proigio y perdí los papeles y se me secó el paladar y se me puso er pelo de punta y me dieron escalofríos y se me emberrenchinó la sangre y...
-Sóoo..., ¡por vía e la Malena!... Pos en dos jipíos lo concluiré yo de poner a usté al corriente del negocio... La Tururú es una Divina Pastora que no abulta lo que un merengue, el Greñitas es un novillero más valiente que Hernán Cortés y más bruto que un argahijo, y el Joseíto el Azúcar es un primer banderillero. ¿Usté se entera?
-Enterao.
-Pos bien -exclamó la Rabicortona continuando el relato que comenzara el Cerote- , el Greñitas y el Azúcar estaban dambos a la vez más locos que cencerros por la Tururú, la que, dicho sea con perdón de ustedes, pa mí no es una mujer, sino un catite...
-Ya lo quisiera yo pa endurecerme la dentaura, salero.
-¿Usté?... Güeno, pos sigún diba diciendo, dambos estaban por la Tururú a matar, y la Tururú, manque le gusta más el de la Azúcar que el de las Greñas, como el Greñitas es mataor y el otro no es más que banderillero, pos lo que pasa..., no sabía a qué carta quearse y a dambos le ponía güen perfil y mejor frente, y lo que pasa... como la cosa no podía seguir asín y la cosa diba a arrematar de mala manera, pos el Azúcar empezó a buscar mataor con quien dirse, y el Greñitas a buscar otro primer banderillero.
-Pero si acaban de torear juntos en Moclinejo cuatro bueyancones como cuatro cortijos.
-Como que ésa diba a ser la úrtima corría en que diban a trabajar juntos, y si fueron fue ya por compromiso, y, sigún dicen, el Greñitas quedó en los cuatro como los propios ángeles.
-¿Y el Azúcar?
-El Azúcar más desgraciao que el Postigo de San Agustín, pero jizo una hombrá y le tocó la lotería.
-¿Y cómo fue eso?
-Pos eso fue que uno de los bueyancones salió con las de Caín y como azogao, y el Greñitas salió a pararle los pies, y yo no sé cómo fue la cosa, pero, según me han contao, el toro enganchó al Greñitas por la faja y endispués lo tiró pa recogerlo de nuevo, y que va lo diba a recoger, cuando el Azúcar, al ver que ninguno de la cuadrilla metía el percal por el mataor, se fue derecho al bicho y se le agarró a la cola y na..., que cuando se alevantó el Greñitas, como el chaval no tiée mal fondo ni es desagradecío, pos se fue pa el Azúcar y le dio un abrazo y na... que, sigún parece, él mismo, él en persona, en cuantito llegó a Málaga se vistió de pontificá y se fue en busca del bato de la Tururú y le pidió la Tururú como Dios manda pa su primer banderillero.
-Ah, ¿y por eso será la juerga de esta noche?
-Pus por eso, y por eso necesito yo que me arremate usté pa esta noche mis zapatos.
Y momentos después alejábase del establecimiento del Cerote Dolores la Rabicortona, mientras el Pimporrio mirábala alejarse desde la puerta de la zapatería y los escasos transeúntes hacían resonar al paso, en sus oídos, los más elocuentes requiebros de su vastísimo repertorio.