En la tumba de un asesinado
No lágrimas merece la memoria
del que justo vivió y honrado muere,
ni gritos de venganza el alma quiere,
si escucha ya los cánticos de gloria.
Quien al caer, cual víctima expiatoria,
perdona generoso al que le hiere,
cándidas flores del amor espere,
sacras, más que le laurel de la victoria.
Hoy esas flores tejen tu diadema
y adornan tu callada sepultura,
como ayer adornaban tu camino:
Ellas de tu virtud son el emblema...
¡Así dejaran su semilla pura
en el alma del bárbaro asesino!