En la sangre/Capítulo VII
Capítulo VII
Fue de un arreglo sencillo la sucesión del tachero; dejaba en perfecta regla sus asuntos, no había "fiados", no había deudas; trescientos noventa mil pesos depositados en el Banco de la Provincia, más un valor de treinta mil en existencias, formaban el activo de la herencia, y fácilmente, habiéndose presentado un comprador para estas últimas, un compatriota del muerto, quien pagó todo a tasación y se hizo cargo del negocio, al cabo de pocos meses, dueña de la mitad de gananciales y tutora de su hijo, viose la viuda en posesión de una pequeña fortuna: cuatrocientos mil pesos más o menos, deducción hecha de los gastos judiciales.
Empleó trescientos mil en títulos de fondos públicos. Una casita se vendía, calle de Chile afuera, entre San José y Zeballos, "tres piezas, cocina, pozo y demás comodidades". La hizo suya y la ocupó poco después, se instaló en ella con su hijo, contenta, satisfecha, no obstante los continuos sufrimientos de su pobre cuerpo, feliz de esa felicidad de los humildes en presencia de la vida material, del pan asegurado, al saber que no pesa ya sobre ellos la amenaza de la miseria, que no se ofrece ya a sus ojos la perspectiva aterradora de una cama de hospital.
Otra causa, otra circunstancia ajena en sí misma a preocupaciones de dinero, despertando en su corazón el instintivo orgullo de las madres, contribuía a su bienestar.
Para ella no pedía más, ¿ni qué más iba a pedir ni a pretender ahora?
Pero abrigaba secretamente una ambición, soñaba con hacer de su hijo un señor, un rico que anduviese, como los otros, vestido de levita. Y habíale dicho el abogado que era Genaro inteligente, le había propuesto que lo dejara a su lado en el estudio ganando al mes quinientos pesos, le había aconsejado que matriculara al niño en la Universidad, que le destinase a seguir una carrera, a ser médico o abogado.
Su sueño empezaba, pues, a realizarse; parecía el cielo querer favorecerla...