En la muerte de mi condiscípulo y amigo don Benito Marichal

En la muerte de mi condiscípulo y amigo don Benito Marichal
de Olegario Víctor Andrade


También sobre la tumba que cubre tus cenizas
resuenen, pobre amigo, los ecos de mi voz,
y lejos del bullicio de mundanales risas
llorando te dirijo mi postrimer adiós.

También, querido amigo, mis trémulos acentos
agiten temblorosos las flores de tu sien,
y unidos al sublime gemido de los vientos
se lleven a los cielos mi súplica también.

Si ayer en el columpio de plácida esperanza
dormía delirando tu joven corazón,
hoy miras del destino la imagen de venganza
que ciñe tu existencia deí fúnebre crespón.

Hoy miras, pobre amigo, rodando en el espacio
cual hoja desprendida tu rauda juventud;
y acaso en las moradas del célico palacio
desprecies esos restos que encierra el ataúd.

Las lágrimas que vierto, doblando la rodilla,
son gotas de mi sangre que arroja el corazón,
son lágrimas de fuego que queman mi mejilla,
son besos de la muerte rodando a tu mansión.

¡Adiós, querido amigo! del piélago del mundo
las ondas altaneras batieron tu existir,
y al choque de su saña con golpe furibundo
cortaron de tus días el bello porvenir.

Feliz que de los hombres la mano temeraria,
quemando do se posa, tu frente no tocó ;
y el ángel que se lleva mi candida plegaria
con vuelo bullicioso tus sueños arrulló.

¡Feliz! En el silencio del féretro sombrío
del mundo las pasiones se vienen a estrellar;
y el hombre que se agita con loco desvarío
no puede de los muertos el sueño perturbar.

Adiós, amigo; de dolor profundo
recibe el canto que te da el poeta,
mientras perdido en el desierto mundo
se agita su alma en convulsión inquieta.

Adiós, amigo; que también yo siento
helado el pecho, el corazón inerte,
y en el delirio de fatal tormento
despierto con los cánticos de muerte.

¡Silencio! el eco de mundano ruido
se pierde aquí sobre la yerta losa ;
resuene sólo el funeral gemido,
desprendido del arpa misteriosa.

¡Dios justiciero! Impenetrable arcano
que el hombre nunca a comprender alcanza,
ven, y en mi pecho tu potente mano
ponga junto al dolor una esperanza.

Dadme fuerza y valor para que mire
de un amigo los restos terrenales,
y el hálito del ábrego respire
que apaga de la vida los fanales.

Y tú, querido amigo, que en la tumba
descansas para siempre, oye mi voz:
cuando el viento los árboles derrumba
siempre oirás resonar mi último "adiós".

Mi adiós, que cual gemido de agonía
la brisa perfumada llevará,
y en las alas de mística armonía,
se remonta hacia el trono de Jehová.

Descansa en esa tumba solitaria,
descansa en ese negro panteón,
que el eco de mi lira funeraria
perturba con el ¡ay! del corazón.

Descansa, pobre amigo: ya la muerte
con su manto de lava te cubrió,
y al golpe insano de su brazo fuerte,
tu débil existencia se quebró.

Yo, poeta, en el mundo peregrino
sigo siempre mis sueños de ambición;
ya estoy cerca del fin de mi camino,
ya se agita convulso el corazón.
. . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . .
¡Adiós, mi amigo, mi adorado amigo!
Descansa en paz en esa tumba fría,
que yo en el mundo tu amistad bendigo,
llena el alma de cruel melancolía.


Uruguay, Agosto 31 de 1856.